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Sexo, opiáceos y tragedia en Groenlandia: una posible Concha de Oro muy poco convencional
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71 EDICIÓN DEL FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN

Sexo, opiáceos y tragedia en Groenlandia: una posible Concha de Oro muy poco convencional

Con Claire Denis en la presidencia del jurado, la película de la directora sueca Isabella Eklöf quizás tenga posibilidades de hacerse con el premio gordo

Foto: Emil Johnsen es Jan, un enfermero danés que ha huido a Groenlandia. (Festival de San Sebastián)
Emil Johnsen es Jan, un enfermero danés que ha huido a Groenlandia. (Festival de San Sebastián)

En la primera secuencia, las risas nerviosas se extendieron por el patio de butacas: un hombre anciano se acerca a un joven, le señala que ha tenido un sueño húmedo, le saca el pene erecto —o un pene o real o una prótesis muy realista y bastante grande— y se lo chupa. Así, sin anestesia. Pero sin llegar tampoco a lo pornográfico: el cuerpo del actor anciano oculta sutilmente la felación. A mitad de la proyección, una persona grita en medio de la oscuridad colectiva "¡Un médico!" y los murmullos preocupados se extienden por el Kursaal mientras en la pantalla tiene lugar un entierro con dos ataúdes blancos como la nieve. Y si a la entrada todo eran colas entusiastas —está todo vendido, explica una acomodadora—, a la salida de Kalak la discusión se notaba vehemente. Kalak, la segunda película de la sueca Isabella Eklöf —la primera, Holiday, pasó por el Atlántida Film Fest en 2018 y fue una de las películas low cost más interesantes de aquel año— es un film poco convencional, sobre todo en su arquitectura narrativa, incómodo y entregado a una búsqueda del impacto y la confusión en el espectador. Una película que, según las palabras de su directora, trabaja "en contra de las expectativas del público".

"La vida no es tan sencilla y limpia desde el punto de vista dramático y es bueno explorar todas las cosas que no son tan claras, con un enfoque de la historia divertido. Nos han alimentado con una estructura dramática holliwoodiense en la que siempre sabemos lo que va a ocurrir, y es aburrido y, cuando cuelgas una escopeta en una pared es mejor no usarla, como dijo Chéjov, es mejor tenerla colgada para mantener la tensión y hablar de otra cosa", propone Eklöf. Y es precisamente esa huida de las convenciones narrativas su mayor baza en la competición por la Concha de Oro en una 71 edición del Festival de San Sebastián con un jurado presidido por la francesa Claire Denis, otra cineasta que en su filmografía comulga con esa resistencia contra la narrativa tradicional. Todavía es demasiado pronto para elucubrar, pero en el arranque del festival Kalak se posiciona como una firme candidata al premio gordo por su afinidad con el cine de Denis.

'Kalak' significa "sucio groenlandés" o "¡Tú, gran idiota!"

Kalak, como explican la película y el guionista Kim Leine —que es el autor de la biografía en la que se basa la película—, significa "sucio groenlandés" o "¡Tú, gran idiota!". Leine pasó quince años en Groenlandia. Siete de ellos con su familia, ocho en solitario, después de divorciarse. "Me echaron de Groenlandia porque me quedé en paro por mi adicción a la morfina. Volví a Dinamarca y escribí mi novela". La película de Eklöf discurre a partir de la idea de si alguien que sufre abusos sexuales de la infancia es capaz de amar y sentirse amado: su protagonista, álter ego de Leine, se ve arrastrado por una compulsión de acostarse con mujeres, de buscar ese amor, ese contacto físico, con todas las mujeres a su paso.

Rodada en los paisajes stendhalianos de Groenlandia, en Kalak el personaje de Jan (Emil Johnsen), vaga por un territorio hostil tanto en su orografía y su clima como en sus relaciones. Kalak, le llaman los groenlandeses, pueblo inuit, entre risas, siempre marcando la distancia con el forastero, que duele por entrar a formar parte de una comunidad que lo aleje de la presencia expansiva de su padre abusador. Medio anestesiado por su naturaleza risueña y aparentemente inocua y despreocupada, Jan alterna las relaciones con mujeres, una detrás de otra —"Te gustan las mujeres groenlandesas", apunta una compañera de trabajo; "Me gustan todas las mujeres", contesta él—, con una vida familiar silenciosa y distante. Una llega a dudar de si estamos ante una pareja o una pareja de hermanos.

Eklöf propone un juego de signo-significado muy interesante, pero del que el espectador sale exhausto. En una segunda escena, el protagonista acude a una especie de clase sobre bailes antropológicos. Casi a modo de documental, Eklöf documenta —valga la redundancia— cómo una mujer se convierte en una especie de demonio primitivo, con sus pinturas y sus prótesis, que bufa, husmea y tiembla ante el desconcierto del patio de butacas. Porque el tratado psicológico y el tratado antropológico, social y político se mezcla en esta película en la que nos adentramos en una Groenlandia desconocida, donde los nativos viven apartados -¿abandonados?- y en condiciones paupérrimas frente a los daneses, de los que todavía dependen en materia de Exteriores, Seguridad y Política Financiera.

placeholder Berda Larsen, Emil Johnsen e Isabella Eklöf presentan 'Kalak' en San Sebastián. (Efe/Javier Etxezarreta)
Berda Larsen, Emil Johnsen e Isabella Eklöf presentan 'Kalak' en San Sebastián. (Efe/Javier Etxezarreta)

"La percepción que tiene una persona de Groenlandia es importante", ha explicado el guionista. "Y en Kalak son personas reales que se interpretan a sí mismos de una forma muy natural". La mayor parte del reparto no tiene experiencia previa, y EKlöf consigue algo mágico, llegar a una verdad de una manera violenta y descarnada. "Yo tengo la experiencia de conocer esos personajes, es una experiencia personal de mi pasado disfuncional, así que no fue difícil entrar en mi personaje", reconoce Berta Larsen, una de las protagonistas.

Y es que el problema de la soledad y el alcoholismo es una cuestión nacional en Groenlandia. Las condiciones extremas de una población aislada son propicias para que se den todo tipo de abusos entre sus vecinos. Es más, al comenzar la cuarentena, el país prohibió durante varias semanas la venta de alcohol para "evitar los hipotéticos abusos sexuales que puedan sufrir los niños" durante el confinamiento.

La película de Eklöf divaga y a veces frustra, pero también representa la necesidad de un cine no acomodaticio, de una búsqueda de nuevas formas sin perder el punto de vista profundamente humanista. El pecado de la directora es el de la independencia, el de negarse a llevar el corsé. Pero siempre será mejor pedir perdón, que pedir permiso y a un festival se viene a proponer algo estimulante, algo que haga revolverse al público en la butaca, algo que, al extremo, requiera de unos sanitarios que te saquen de la sala.

En la primera secuencia, las risas nerviosas se extendieron por el patio de butacas: un hombre anciano se acerca a un joven, le señala que ha tenido un sueño húmedo, le saca el pene erecto —o un pene o real o una prótesis muy realista y bastante grande— y se lo chupa. Así, sin anestesia. Pero sin llegar tampoco a lo pornográfico: el cuerpo del actor anciano oculta sutilmente la felación. A mitad de la proyección, una persona grita en medio de la oscuridad colectiva "¡Un médico!" y los murmullos preocupados se extienden por el Kursaal mientras en la pantalla tiene lugar un entierro con dos ataúdes blancos como la nieve. Y si a la entrada todo eran colas entusiastas —está todo vendido, explica una acomodadora—, a la salida de Kalak la discusión se notaba vehemente. Kalak, la segunda película de la sueca Isabella Eklöf —la primera, Holiday, pasó por el Atlántida Film Fest en 2018 y fue una de las películas low cost más interesantes de aquel año— es un film poco convencional, sobre todo en su arquitectura narrativa, incómodo y entregado a una búsqueda del impacto y la confusión en el espectador. Una película que, según las palabras de su directora, trabaja "en contra de las expectativas del público".

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