'Vidas pasadas': ¿dejarías a tu pareja por tu primer amor?
La ópera prima de la coreano-canadiense Celine Song ha sido una de las películas que, pese a no haberse llevado ningún gran premio, han venido sonando fuerte en la ruta de los festivales
Lo llaman providencia. In-yeon en coreano. Cada vez que una persona se roza con otra en la vida, ocurre la providencia. Ocurre el in-yeon. Para que dos personas se encuentren y se elijan como las personas de su vida, para que se casen, tienen que haber acumulado 8000 in-yeons en sus vidas pasadas. Esta idea construye los cimientos de Vidas pasadas, la ópera prima de la coreano-canadiense Celine Song, una película sencilla y directa sobre esa figura mitológica de la media naranja, la persona predestinada. Esa espiritualidad oriental, tan conectada con la tradición y los ancestros, parece chocar hoy con una cultura occidental mucho más pegada al deseo y al ahora, menos trascendental. La idea del amor romántico, de la conjunción astral en el encuentro de dos individuos en el espacio-tiempo, de la literatura, contradice el pragmatismo de la vida moderna, el ahorro en tiempo y sufrimiento —e intimidad— en los idilios sexuales y afectivos.
Vidas pasadas parte además de ese axioma al que cantó La Oreja de Van Gogh —"el amor verdadero es tan solo el primero"— con la historia de un amor interrumpido, un amor enraizado en la infancia y enquistado hasta la adultez, puro, transparente, casto. Por eso Vidas pasadas apela a una nostalgia del pasado, a una idealización traída a la cotidianidad de sus dos personajes protagonistas, Nora (Greta Lee) y Jung Hae Sung (Teo Yoo), una chica y un chico surcoreanos que con 12 años se enamoran —como se enamoran los niños de 12 años, de forma visceral y trágica—, un vínculo que se rompe abruptamente cuando los padres de Nora emigran a Canadá. Cuando años después se encuentran a través de las redes sociales, la llama —¿o nostalgia?— reaparece a kilómetros de distancia.
Rodada en 35 milímetros, en planos largos y con un tempo lánguido, Vidas pasadas se ha convertido en una de las sensaciones de la ruta festivalera desde su estreno en Sundance, a principios de año. También participó en la selección oficial del Festival de Berlín y, aunque no ha conseguido desde entonces ningún premio relevante, sí que ha agitado los corazoncitos de la —habitualmente estricta— crítica internacional. Y suena como candidata sorpresa al Oscar. Y la película, en su sinceridad y su falta de pretensiones, ha conseguido conectar en un territorio emocional universal: es difícil no identificarse con los protagonistas y, al mismo tiempo, fantasear con el subjuntivo y el condicional de los enamoramientos propios. ¿Qué hubiera pasado si...? ¿Qué pasaría si...? Pero no hay nada pasional; es como un amor de viejos sin serlo.
La directora, Celine Song, al igual que Nora nació en Corea y emigró con su familia a Canadá. De tradición artística —su padre es cineasta—, Song estudió Dramaturgia en la Universidad de Columbia, en Nueva York, una carrera similar a la de su protagonista, que trabaja como escritora. También el personaje de Arthur (John Magaro) está inspirado en Justin Kuritzkes, el actual marido de Song, también escritor. Vidas pasadas es claramente una película semiautobiográfica, y es quizás esa franqueza, la ausencia de artificios y la mirada atenta a los detalles más pequeños pero, al tiempo, más significativos de las relaciones humanas.
Heredera clara de la trilogía Antes de..., de Richard Linklater, la fuerza dramática de Vidas pasadas radica, sobre todo, en las interpretaciones. La puesta en escena es puramente narrativa y queda patente la procedencia de Song del ámbito teatral. Quizás esa planificación excesivamente narrativa le reste atractivo a una película construida mayoritariamente a base de paseos, diálogos y silencios. No hay nada novedoso en ella, y hay una emoción aplacada, casi como funcional, que no acaba de funcionar del todo. Un conformismo que imita el de la propia pareja de Nora. Un "estamos cómodos juntos, ¿por qué plantearnos más?". No hay nada pasional ni arrebatado, sino algo casi platónico. Me gustaría enamorarme de la película, pero hay una apatía que, personalmente, me distancia. "No eres tú, soy yo", que dice el cliché. Y todos estos momentos de diálogos sobre el propio amor articulan las preguntas del millón: ¿la persona con la que estoy es a la que más quiero, la que más me quiere? ¿Si pudiese elegir entre las 7.888 de posibles parejas, volvería a elegirle a él o a ella?
Además, la perspectiva de Nora está también atravesada por esa cuestión identitaria que comparten los inmigrantes de segunda generación, en una encrucijada entre dos culturas, dos idiomas. Precisamente, la protagonista utiliza esta multiculturalidad como un don, como una posibilidad de actuar como puente entre la cultura surcoreana y la norteamericana. En un momento de la película, ella cuenta cómo Jung Hae Sung es "demasiado coreano, coreano de verdad, no coreano-estadounidense", lo que le hace replantearse su propia herencia. En otra de las secuencias memorables del filme, que se desarrolla en un bar, se plantea la conexión profunda entre dos personas que comparten la misma lengua, mientras se deja de lado a quien no le habla.
Vidas pasadas es lo que llamaría una película mona. O, quizá, simplemente sea que la que escribe aquí es un monstruo sin corazón. De nuevo, si no eres tú, entonces seré yo.
Lo llaman providencia. In-yeon en coreano. Cada vez que una persona se roza con otra en la vida, ocurre la providencia. Ocurre el in-yeon. Para que dos personas se encuentren y se elijan como las personas de su vida, para que se casen, tienen que haber acumulado 8000 in-yeons en sus vidas pasadas. Esta idea construye los cimientos de Vidas pasadas, la ópera prima de la coreano-canadiense Celine Song, una película sencilla y directa sobre esa figura mitológica de la media naranja, la persona predestinada. Esa espiritualidad oriental, tan conectada con la tradición y los ancestros, parece chocar hoy con una cultura occidental mucho más pegada al deseo y al ahora, menos trascendental. La idea del amor romántico, de la conjunción astral en el encuentro de dos individuos en el espacio-tiempo, de la literatura, contradice el pragmatismo de la vida moderna, el ahorro en tiempo y sufrimiento —e intimidad— en los idilios sexuales y afectivos.