'La guerra del planeta de los simios': y el ser humano cavó su propia tumba
Destruir o construir. No hay más opción. La guerra entre hombres y simios ha llegado a un punto de no retorno y se acerca el fin de una de las dos especies
Los primates —seamos 'Homo sapiens sapiens', seamos gorilas de espalda plateada— tendemos, paradójicamente, al rebaño. Y donde hay un rebaño, hay un pastor. En 'La espiral del silencio. Opinión pública: nuestra piel social' (1977), la politóloga Noelle Neumann teorizaba sobre la dificultad del individuo de salirse de las opiniones asumidas como mayoritarias por el grupo y, en el caso de hacerlo, la exclusión social a la que se enfrenta. "El que se mueve no sale en la foto", que dijo Guerra. De ahí la importancia de los líderes de opinión en la evolución —o involución— de la masa, sea esta del tamaño que sea. Pero es en tiempos conflictivos cuando el valor de los cabecillas se vuelve capital, nos recuerda 'La guerra del planeta de los simios', la última entrega de la nueva trilogía que, tras el fiasco de la versión 'burtoniana', reactivó en 2011 el universo creado por el novelista Pierre Boulle a principios de los sesenta.
Han pasado 14 años diegéticos —seis en la realidad fuera de la pantalla— desde que el experimento para tratar el alzhéimer de 'El origen del planeta de los simios' provocó que los primates desarrollasen sus capacidades cognitivas al tiempo que el retrovirus de la gripe simia convirtió a los humanos afectados en seres erráticos, agresivos y sin habla —es decir, los animalizaba—, y cuatro, aproximadamente, desde el enfrentamiento organizado entre ambas civilizaciones en 'El amanecer del planeta de los simios'. En la cronología de la ficción de Boulle, 'La guerra del planeta de los simios' liga por fin la trilogía moderna y la cinta original de 1968 con la que el director Franklin J. Schaffner revolucionó el cine distópico. Si la caja registradora hollywoodiense consiente, claro.
'La guerra del planeta de los simios' liga por fin la trilogía moderna y la cinta original de 1968
Ya sea a través de primates o de androides, la ciencia ficción se pregunta cada vez con más frecuencia dónde radica la esencia de la humanidad: ¿en ese 1% del material genético que nos separa del chimpancé? ¿En nuestro cuerpo 'natural' frente a un organismo artificial?¿En la conciencia de uno mismo? Una cuestión que entronca con la reflexión sobre la supremacía especista del 'Homo sapiens sapiens' y los retos a los que se enfrentará la bioética en el futuro a raíz de la velocidad con que avanza la ingeniería genética. Y lo que le queda por avanzar.
'La guerra del planeta de los simios' presenta el choque frontal entre dos civilizaciones que sienten su supervivencia comprometida por la mera existencia de la otra. Unos con más motivo que otros, eso sí. Lo más interesante, en esta ocasión, es el ejercicio de empatía al que empuja el director y guionista Matt Reeves —responsable de la anterior entrega y de éxitos como 'Déjame entrar' (2010) y 'Monstruoso' (2008)—, quien opta sin ambages por el punto de vista de unos simios enfrentados a la violencia y la degeneración de los últimos humanos, conscientes de estar enfrentándose a una inversión de papeles.
Hay mucha más dignidad en los simios presos y enjaulados que en sus captores lampiños
El director intercambia los roles arquetípicos de ambas especies para subvertir el proceso de identificación cinematográfica: conocemos la intimidad tribal de unos simios con sentimientos complejos, con noción de fidelidad, de vínculo y, sobre todo, del bien y del mal. También reivindica el poder de la unión, de la solidaridad y de la compasión, conceptos cada vez más denostados en un contexto socioeconómico que refuerza el individualismo para sobrevivir. Por otro lado, los humanos se presentan, en general, como una masa despersonalizada, sin rostros, parte de una misma manada, que incluso aúlla. Hay mucha más dignidad en los simios presos y enjaulados que en sus captores lampiños. Pensándolo bien, así, visto desde fuera, los humanos somos un asco. Eso sí, la película deja un pequeño resquicio de esperanza en el futuro a través del personaje de Nova —de ahí precisamente su nombre—, esa misma Nova que de adulta interpretó Linda Harrison en la original de Schaffner. Sabiendo el desenlace de Heston y compañía, una esperanza infundada.
El éxito de este ejercicio de empatía se consigue además en gran parte gracias al grado de perfección cada vez más apabullante de la técnica del 'motion capture': abruma cómo en tan solo tres años desde la última entrega los personajes diseñados por ordenador han conseguido un grado de verosimilitud y expresión que está muy cerca de engañar al ojo, con espacio para una sutileza inédita en la descripción facial de las emociones. El brillo en los ojos, las arrugas de la cara, el movimiento de las fosas nasales al respirar. Todo es tan real que incluso asusta.
Los personajes diseñados por ordenador han conseguido un grado de verosimilitud y expresión que está muy cerca de engañar al ojo
Por otro lado, Reeves convierte al protagonista, César (Andy Serkis), en un héroe trágico que se debate entre la pulsión de la venganza y la búsqueda del bien común a través de la coexistencia pacífica y, por ende, del perdón. Esta última voluntad, difícil de llevar a cabo cuando se enfrentan a un oponente como el Coronel (Woody Harrelson), irracional y visceral, un sádico cegado por el odio enconado a lo diferente y la necesidad de justificar a través del miedo la violencia amoral. A ambos les persiguen los fantasmas: a César el de Koba —¿y si Koba tuviera razón y la única solución es exterminar a los humanos?—; al Coronel, por otro lado, la del miedo a ser más parecido a ellos de lo que quisiera. César, consciente de su papel como referente de su especie —con la terrible responsabilidad que ello conlleva—, debe elegir el camino correcto para la supervivencia: ¿construir o destruir? El Coronel lo tiene claro: destruir.
Al igual que sus predecesoras, pero con una premisa más intimista y alejada del cine puro de acción, Reeves vuelve a apostar por una fábula sociopolítica en la que el poder de la metáfora y del discurso prevalece sobre las explosiones y las persecuciones. Aun así, no faltan las ya míticas carreras a caballo por la playa y, esta vez, también por la nieve.
Además, el director tiene el olfato de compensar, cuando la gravedad empieza a hacerse paródica, con la aparición de, precisamente, una parodia en forma de chimpancé alopécico para volver a encarrilar una película, que, al fin y al cabo, aspira a ser uno de los taquillazos del verano y que, si bien se construye en torno a un mensaje humanista —en la mejor acepción del término—, no puede obviar su esencia como entretenimiento de masas y cine palomitero. Y consigue de sobra ambos objetivos.
Simio Malo (Steve Zahn), una especie de Steve Urkel en versión macaco, es un revulsivo cómico entrañable, torpón y, sobre todo, necesario en una película más oscura, desasosegante y pesimista que las anteriores. Un 'western' distópico solemne que invita al espectador a ponerse en los zapatos del otro, a mirarse en un espejo aberrante y que avisa de la tendencia del ser humano a cavarse su propia tumba. Avisados estamos.
Los primates —seamos 'Homo sapiens sapiens', seamos gorilas de espalda plateada— tendemos, paradójicamente, al rebaño. Y donde hay un rebaño, hay un pastor. En 'La espiral del silencio. Opinión pública: nuestra piel social' (1977), la politóloga Noelle Neumann teorizaba sobre la dificultad del individuo de salirse de las opiniones asumidas como mayoritarias por el grupo y, en el caso de hacerlo, la exclusión social a la que se enfrenta. "El que se mueve no sale en la foto", que dijo Guerra. De ahí la importancia de los líderes de opinión en la evolución —o involución— de la masa, sea esta del tamaño que sea. Pero es en tiempos conflictivos cuando el valor de los cabecillas se vuelve capital, nos recuerda 'La guerra del planeta de los simios', la última entrega de la nueva trilogía que, tras el fiasco de la versión 'burtoniana', reactivó en 2011 el universo creado por el novelista Pierre Boulle a principios de los sesenta.