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Egipto prepara la tercera y gloriosa tumba de Tutankamón
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Egipto prepara la tercera y gloriosa tumba de Tutankamón

El nuevo y megalómano museo de El Cairo ultima el traslado del faraón más idolatrado de la Antigüedad, aunque estaba condenado más que ninguno al olvido y a los misterios

Foto: La máscara funeraria de Tutankamón, expuesta en el viejo Museo Egipcio de Antigüedades. (EFE/Khaled Elfiqi)
La máscara funeraria de Tutankamón, expuesta en el viejo Museo Egipcio de Antigüedades. (EFE/Khaled Elfiqi)

Impresionan más que nunca el deterioro y la provisionalidad del Museo Egipcio, entre otras razones porque la decadencia de un gabinete de curiosidades al estilo decimonónico se añade a la operación de traslado de la nueva sede en la cercanía de las pirámides de El Cairo. Todavía no puede visitarse como eje vertebral de la colección —10 años de obras, 1.000 millones de presupuesto—, pero se ha inaugurado el vestíbulo y está en marcha un proceso de transición que explica el desalojo de la casa madre y que enfatiza todavía más el aspecto degradado del viejo edificio.

Las momias se amontonan en los armarios de cristal como si se tratara de un tanatorio abandonado. Y el visitante se desplaza sin rumbo porque el desorden de la colección resulta tan elocuente como la ausencia de informaciones y de cartelas, aunque el jaleo del primer piso localiza e identifica el símbolo turístico de Tutankamón (1342-1325 a. C.).

Permanece el faraón en el cuarto oscuro del museo. Y refulgen como nunca su máscara funeraria y los dos sarcófagos que custodiaban el viaje a la eternidad, pero el faraón niño —gobernó de los nueve a los 19 años— será el mayor protagonista de la mudanza al nuevo museo. Y la estrella de una colección que lo convierte en el rey de todos los reyes de Egipto.

placeholder Imagen del faraónico nuevo Gran Museo de Egipto. (EFE/Shady Roshdy)
Imagen del faraónico nuevo Gran Museo de Egipto. (EFE/Shady Roshdy)

Viene a cuento el matiz porque la tumba de Tutankamón en el valle del Nilo es acaso la más modesta del yacimiento arqueológico, probablemente porque la noticia inesperada de su muerte precipitó la emergencia del entierro y la improvisación de una sepultura impropia de un faraón.

Quedaba sepultada la memoria de Tutankamón frente a los túmulos de mayor enjundia, pero la precariedad de la mastaba y la hostilidad del escondite donde fue alojado lo preservaron del saqueo y se convirtieron paradójicamente en su camino de gloria hacia la posteridad. El nuevo museo de El Cairo es la tercera morada del faraón. La más relevante de todas. Y la expresión total de su hegemonía en el siglo XXI.

Se han reunido y ordenado por primera vez los 6.000 objetos que conformaron el tesoro de su tumba. La descubrió el arqueólogo británico Howard Carter en 1922. Y se ha necesitado un siglo para despejar los misterios que conciernen a la historia y la leyenda del mayor símbolo iconográfico de la Antigüedad, empezando por el lugar y las circunstancias de su muerte. Han convenido los egiptólogos que Tutankamón estuvo más cerca de un caudillo militar que de un adolescente frágil. Lo demostraría el arsenal de armas que se alojaban en su tumba. Y lo probaría la hipótesis de una muerte lejos del valle de los reyes, acaso en el frente de guerra.

Sin corazón

Se explicaría así la negligencia del proceso de momificación. El cuerpo del faraón no tuvo acceso al virtuosismo de los especialistas de la corte. No ya por las irregularidades que confirman la inoperancia del proceso de embalsamamiento —la extracción de las vísceras, el tratamiento del cráneo—, sino porque al hijo de Akenatón se le despojó del único órgano que bajo ningún concepto podía extraérsele del cuerpo: el corazón.

No hay momia sin corazón entre los egipcios momificados de la Antigüedad —del rango que sea— porque la víscera garantizaba el maridaje de la inteligencia y la emoción en el umbral de la vida eterna. Se cometió una profanación en el contexto de una muerte inesperada y prematura.

placeholder El busto de Nefertiti expuesto en los Museos Estatales de Berlín. (Reuters/Fabrizio Bensch)
El busto de Nefertiti expuesto en los Museos Estatales de Berlín. (Reuters/Fabrizio Bensch)

Tiene sentido entonces preguntarse la velocidad y destreza con que se concibieron los honores funerarios de faraón. La cabeza dorada de Tutankamón y los suntuosos sarcófagos que protegieron la momia hubieron de realizarse en cuestión de un par de meses, aunque los egiptólogos con mayor acceso a los restos coinciden en señalar que los artistas reciclaron “materiales” disponibles, hasta el extremo de que el propio “antifaz” del rey podría haberse retocado a partir de la máscara concebida para Nefertiti.

Era la madrastra de Tutankamón. Y la destinataria de un homenaje funerario que se había elaborado con escrúpulo y antelación, de tal manera que la muerte prematura del hijastro habría precipitado una solución adaptativa.

Sería una manera de explicar la dulzura del rostro. Y la discrepancia de la imagen de la máscara de oro respecto a la mayor agresividad que identifica el segundo de los sarcófagos, como si fueran personalidades distintas.

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Fachada del edificio principal del nuevo Gran Museo Egipcio en El Cairo. (EFE/Shady Roshdy)

El nuevo museo de El Cairo trasciende la gloria de Tutankamón, pero es la gloria de Tutankamón el centro de gravedad del proyecto “faraónico” y la victoria póstuma de un rey que estaba llamado a ocupar una posición anecdótica de la historia hasta que aparecieron el pico y la pala de Carter.

La tumba y la momia recubierta de un sudario pueden visitarse en el valle de los reyes. Nada que ver con la basílica subterránea de Seti I. O con los honores que se concedió a sí mismo el sucesor de Tutankamón.

Se llamaba Ay. Y formaba parte de un linaje distinto respecto al faraón difunto, razón suficiente para encubrir su memoria y degradarlo a un enterramiento de segunda categoría… si no fuera porque la carambola de la historia ha concedido a Tutankamón el trono absoluto de la posteridad, quizá porque la ausencia del corazón le diferenciaba de todos.

Impresionan más que nunca el deterioro y la provisionalidad del Museo Egipcio, entre otras razones porque la decadencia de un gabinete de curiosidades al estilo decimonónico se añade a la operación de traslado de la nueva sede en la cercanía de las pirámides de El Cairo. Todavía no puede visitarse como eje vertebral de la colección —10 años de obras, 1.000 millones de presupuesto—, pero se ha inaugurado el vestíbulo y está en marcha un proceso de transición que explica el desalojo de la casa madre y que enfatiza todavía más el aspecto degradado del viejo edificio.

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