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Angélica Liddell pacta con el diablo y celebra su funeral en una obra extraordinaria y extenuante
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un espectáculo monumental

Angélica Liddell pacta con el diablo y celebra su funeral en una obra extraordinaria y extenuante

La creadora estrena en el Festival Temporada Alta su nueva pieza, 'Vudú (3318) Blixen', que llegará a Madrid en febrero

Foto: Un momento de la obra de Angélica Liddell. (Luca del Pia)
Un momento de la obra de Angélica Liddell. (Luca del Pia)

Quiere que sus restos se depositen en un ataúd blanco y que su cuerpo lleve puesto un vestido también blanco. Quiere que la velen en la habitación de un hotel con las paredes, las cortinas y el suelo de color rojo. Su misa de funeral ha de ser en una iglesia en la que sonará música de Bach, con todos los asistentes vestidos de negro riguroso. No querrá velas ni flores. Querrá que alguien, al final del funeral, le dispare en el pecho, a la altura del corazón y que después suenen 101 salvas en su honor. Querrá que su cuerpo, vestido con el traje regional extremeño, sea incinerado. Y si hay una cinta, quiere que diga: "Mamá, llévame contigo".

Serán las últimas voluntades de Catalina Angélica González Cano, Angélica Liddell, nacida el 2 de octubre de 1966 en Figueres, hija de Bonifacio y Anastasia, instrucciones para su funeral que leerá en escena una notaria (real) y que firmará Liddell, que después se quedará sola, sentada en una silla mientras se fuma un cigarro y observa a un cuervo negro sobrevolar los dos ataúdes blancos que presiden la escena. Y escucharemos la voz de Ray Heredia cantar aquello de "el infierno de tu gloria ha pasao por mí, ahora siento y pienso adentro alegría de vivir" y esa mujer que empezará a bailar será ya una mujer muerta, una zombi, una Angélica Liddell que quizá hable de su resurrección en su próxima pieza.

Así cierra Liddell su nueva obra, Vudú (3318) Blixen, cuyo estreno absoluto con larguísima ovación se celebró este sábado en el Festival Temporada Alta de Girona, una ceremonia de vudú de casi seis horas y cinco actos, que nace, en escena, tras su pacto con el diablo, al que Liddell ofrecerá su corazón a cambio de convertir su venganza en poesía, en una obra de teatro.

placeholder Un momento de la obra. (Luca del Pia)
Un momento de la obra. (Luca del Pia)

La obra, con la colaboración del Festival Citemor de Portugal, es una coproducción del Temporada Alta y el Centro de Cultura Contemporánea Conde Duque de Madrid, al que llegará el próximo 10 de febrero. Liddell, que firma el texto, la dirección, la escenografía y el vestuario, comparte escenario con Gumersindo Puche, Nicolas Chevallier, Ian Gualdani y Borja María López. También con cerca de 50 figurantes, 360 kilos de arroz, dos mil claveles rojos y blancos, un conejo y cuatro gallinas muertas, un cuervo, tres doradas, seis panes y dos guacamayos. En el patio de butacas, más de 30 periodistas y 50 programadores nacionales e internacionales.

Como interlocutora, Liddell elige a la escritora danesa Karen Blixen, conocida como Isak Dinesen, con la que Liddell se identifica de forma visceral. Y como destinatario de esa venganza, un hombre amado y odiado a partes iguales, quizá el mismo al que dedicó gran parte de las páginas de su libro Kuxmmannsanta (La Uña Rota), en el que le definió como "una Edad de Oro, sin escuela reconocida" y al que, en esta obra, declarará su amor y deseará la muerte una y mil veces. En aquel libro, Liddell escribió: "Pactamos con el diablo a fin de que nos otorgue el don de la palabra. La escritura es un don que nos dispensan desde el inframundo. Así Karen Blixen. Todos los dones del arte proceden de ese pacto. A cambio, alguien debe sufrir". Ese alguien es ese hombre, causante de un dolor atroz e invivible que Liddell traslada al universo del mito y de los muertos. "Te lo di todo y me volviste loca", dirá.

No me abandones

Vudú (3318) Blixen es la historia de una venganza por desamor y abandono que terminará en error fatal y trágico, en aquella Hamartía de la Poética de Aristóteles, con Liddell abocada a sus propios funerales, a su propia muerte. Es, también, un viaje hacia la extenuación —suya y del público— que comienza en la furia y termina en la desolación, una obra extraordinaria y monumental a la altura de La casa de la fuerza, que Liddell abre vestida completamente de rojo y cubierta con un abrigo de leopardo, esparciendo por el suelo centenares de claveles blancos.

Micro en mano y parada en medio del escenario, canta el Ne me quitte pas de Jacques Brel y su voz es delicada al principio y enferma al final y ese "no me abandones" abre la puerta a un primer acto con un protagonismo absoluto del texto en el que Angélica vomitará desgarro y le preguntará a ese hombre si "hacía falta tanta crueldad" y fumará un puro con la lumbre dentro de su boca y nos dirá que "la muerte tenía sus ojos", y que ha tenido que morir su madre y ha tenido que morir su padre y ser ella cinco años "más vieja, más triste y más fea" para tener que volver al "triste origen del mal, al sucio culo del diablo", dice Liddell, que enumerará una lista interminable de personas asesinadas, asfixiadas, violadas o descuartizadas en el mundo desde que él la abandonó.

Y dirá que "todos han muerto para hacerte sufrir" y que le quiere "como el último fiscal de Nuremberg, como los cadáveres congelados de Chamonix". Y proclamará: "El que tenga fe en el infierno que me dé un amén". Y pronunciará, poseída, un "Dios no te salve María, llena eres de mierda" y se encomendará a la baronesa Blixen, a la que pedirá que la vuelva negra y que su aflicción y su dolor le permitan escribir un libro. Y, cuando el patio de butacas lleve cerca de una hora conteniendo la respiración, Liddell nos hará un regalo y dirá: "Para ser la reina de los gritos me basta un trocito de corona, ojo de loca no se equivoca". Y pensaremos que el diablo, a Angélica, le sienta bien, y sonará aquel Et si tu n’existais pas de Joe Dassin y, con un cuerpo habitado por la perversión, nos hablará de un perro que despellejará para hacerse una bandera y de una "perra subnormal" llamada Nefertiti, y un hombre le embadurnará la cara de negro y sonará el Réquiem en D menor de Mozart. Y la conmoción llegará para quedarse durante las casi seis horas que durará la obra, en las que Liddell no dará tregua, ni falta que hace.

La hora llegó

Liddell, que ha dicho en varias ocasiones que detesta la tiranía de la palabra y en cuyas obras anteriores —Terebrante y Caridadprescindía prácticamente del texto, dirá en este segundo acto que "escribir es nuestra desgracia, si no me suicido es porque no podría escribirlo, se lo debo al diablo", y lo abrirá, precisamente, con La horita llegó, interpretada por Manuel Agujetas, mientras esparce claveles rojos en el suelo del escenario y quema con un soplete una bola enorme de plomo. Y Angélica se sentará en una silla y nos volverá a hablar de él, de ese hombre amado y odiado, y aquí su cuerpo ya no estará en carne viva porque reconstruirá la memoria de ese hombre como si estuviera registrando un atestado policial, recordando cómo le divertía ser un psicópata, cómo jugaba con las mujeres, cómo las usaba, cómo era indiferente al sufrimiento causado. Un hombre al que definirá "como una discoteca vacía".

Liddell no grita, no vomita, no nos escupe el texto. Nos los cuenta como si en el patio de butacas estuviera una amiga que escucha su relato, pero después de ese desahogo de mujer rota, Angélica le romperá el cuello a una gallina blanca y le cortará la trenza a una joven y la barba a un hombre y, en pleno rito, con ambas ofrendas en sus manos en alto, cantará "soy el novio de la muerte", el himno de la legión, uno de los momentos más hermosos y más impresionantes de toda la obra.

Asteroide (3318) Blixen

Y esa imagen poderosísima anunciará un tercer acto en el que Angélica desplegará todo su poderío plástico y su universo simbólico, y que abrirá una mujer joven y pelirroja, con sendos guacamayos en sus brazos, dos aves como aquellas de aquel cuadro de José Silbert llamado El entrenador de guacamayos. La voz de Liddell, en off, nos hablará del asteroide 3318 Blixen, descubierto en 1985 y llamado así en honor de la autora de Lejos de África, en su centenario. Y aparecerá en escena, acompañada de seis mujeres jóvenes, desnudas, con silbatos en la boca, caminando a cuatro patas, siguiéndola como a una líder.

Ni una palabra saldrá de la boca de Angélica en este tercer acto. Proyectará imágenes en blanco y negro de Divine horsemen, película de Maya Deren sobre la práctica del vudú en Haití y, mientras una cabra es abierta en canal, dos ancianos bailarán en escena. Abrirá uno a uno, con un cuchillo, más de una docena de sacos de arroz colocados en el suelo. Tirará los granos al suelo y sobre ellos se revolcará un joven cuyo cuerpo convulsionará mientras un anciano en silla de ruedas le observará acompañado de una joven vestida de novia, con flores en sus manos. Y veremos a un hombre, untado de miel, que se revolcará también en ese lecho de arroz, y cuyo cuerpo morderán mujeres que se abalanzarán sobre él. Y atravesará el escenario Sindo Puche con una bicicleta pequeña en lo alto de uno de sus brazos y, de la mano, un niño vestido con ropas oscuras y una corona de espinas en su frente. Y ese niño volverá de nuevo a escena y lo acogerá Angélica, que cubrirá su cuerpo tendido en el suelo con una sábana blanca y cogerá una maza de madera para golpearlo, una violencia que imaginaremos pero no veremos.

placeholder (Luca del Pia)
(Luca del Pia)

Es siempre difícil de descifrar e interpretar el universo simbólico de Liddell, repleto de referencias literarias, musicales o cinematográficas, pero en Vudú (3318) Blixen, la creadora usará el inicio de Moby Dick ("Pueden ustedes llamarme Ismael..."), versionará la carta a los corintios del Nuevo Testamento y rendirá homenaje al pintor, compositor y escritor austriaco Hermann Nitsch, artista de vanguardia de los años 60 y 70 y autor de obras performativas en las que, a veces, usaba sangre, carne y vísceras. Después de esos golpes a un niño que no veremos ni escucharemos, Liddell recreará en escena una de las obras de Nitsch, salpicando de rojo sangre el fondo y el suelo del escenario, construyendo una de esas imágenes que lo invaden todo de tragedia y que anticipan el fin del ritual.

El gin tonic número tres mil

En el cuarto acto de la obra, Liddell se inspira en la historia de aquellos dos niños de 11 y 17 años, primos del barrio de Carabanchel, que desaparecieron en diciembre de 2022 y que fueron hallados muertos, semanas después, en un vertedero de Toledo. Esa historia nutrirá la recta final de la obra porque Angélica creerá que uno de esos cuerpos infantiles contiene el alma de ese hombre amado y odiado del que se ha querido vengar, y llorará con esa revelación y se sentirá burlada por el diablo con el que ha hecho un pacto, y se lamentará de su suerte y su destino (de su fatum) y le reprochará a la baronesa Blixen haber manchado de inmundicia el cuerpo de un niño para, al final, no tener una obra de teatro de una belleza a la altura de esa infamia.

En escena, el azul habrá dado paso al negro y el suelo estará plagado de cruces de color amarillo y de barreños llenos de vino en los que tres hombres empaparán libros y cortarán panes y peces y desplumarán gallinas y desollarán un conejo muerto, y cubrirán con guirnaldas los cuerpos de un niño y un adolescente, tendidos y abrazados en el suelo. Pero antes de que Angélica firme su testamento, la artista se dirigirá al público y hablará en primera persona del plural, desde un nosotros en el que se incluye, sin distancia, sin abroncar o despreciar al otro, y en ese texto en el que hay más derrota que furia hablará del miedo a la vejez, a la demencia y a la decadencia; del gin tonic número tres mil que llevamos en la mano mientras intentamos seducir a alguien más joven o a una "entrevistadora medio culta medio inculta"; de lo patético que resulta este "mundo de divorciados", de "los imbéciles" a los que llamaremos amigos por desidia y gracias a los cuales llegaremos más borrachos y más infelices a casa. Y de lo solos que moriremos todos.

Pero, a pesar de ese nosotros, Angélica nos recordará que ella no es de los nuestros, que no encaja en este mundo donde reina el sarcasmo, en el que no hay lugar para la ternura y un te quiero es motivo de burla. Y sonará entonces la voz de Ray Heredia cantando "yo la busco y no la encuentro, mi alegría de vivir". Y Angélica bailará con su vestido blanco, iluminada, feliz y zombi después de 101 salvas de cañonazos en su honor.

Quiere que sus restos se depositen en un ataúd blanco y que su cuerpo lleve puesto un vestido también blanco. Quiere que la velen en la habitación de un hotel con las paredes, las cortinas y el suelo de color rojo. Su misa de funeral ha de ser en una iglesia en la que sonará música de Bach, con todos los asistentes vestidos de negro riguroso. No querrá velas ni flores. Querrá que alguien, al final del funeral, le dispare en el pecho, a la altura del corazón y que después suenen 101 salvas en su honor. Querrá que su cuerpo, vestido con el traje regional extremeño, sea incinerado. Y si hay una cinta, quiere que diga: "Mamá, llévame contigo".

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