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'Arder y no quemarse': cuando el teatro sobrevive al tiempo, el fuego y la precariedad
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'Arder y no quemarse': cuando el teatro sobrevive al tiempo, el fuego y la precariedad

Grumelot y José Padilla celebran y recorren los 440 años de vida del Teatro Español en un montaje dirigido por Íñigo Rodríguez-Claro. Hasta el 29 de octubre

Foto: Escena de 'Arder y no quemarse'. (Teatro Español/Esmeralda Martín)
Escena de 'Arder y no quemarse'. (Teatro Español/Esmeralda Martín)

Empecemos por el final, que también es el principio de todo. Un actor recuerda las primeras palabras que se pronunciaron el 21 de septiembre de 1583 en el mismo escenario que pisa hoy. Es la escena primera de El convidado, de Lope de Rueda, y el texto es el siguiente: Uno de los grandísimos trabajos que el hombre puede recibir en esta miserable vida es el caminar y el superlativo, faltarle los dineros. Digo esto porque se me ha ofrecido un cierto negocio en esta ciudad y en el camino, por las muchas aguas, me han faltado los reales. Y ese tiempo es un tiempo de hace 440 años, pero también es este tiempo, el de un 13 de octubre de 2023. “Me han faltado los reales”, dirá ese personaje que interpretó el actor Juan de Ávila, y esta historia que comienza y termina en 1583 va de eso, de teatro, precariedad y comunidad, de un teatro que echará a andar sobre un terreno húmedo, acuoso e inestable, el Teatro Español y el teatro español, creados ambos “a partir del barro, erigidos sobre agua”, un agua que vencerá al fuego. Porque esta historia va de sobrevivir al tiempo, al fuego y a la precariedad. Esto va de inundaciones, de amenazas de ruina, derribo y demolición. Pero también de reconstrucción. De arder y no quemarse.

Arder y no quemarse es título de este espectáculo con el que el teatro más antiguo de Europa con programación ininterrumpida, el Teatro Español de Madrid, ha comenzado la celebración de su 440 aniversario (1583-2023), una pieza con dramaturgia de José Padilla y Grumelot y dirección de Íñigo Rodríguez-Claro, protagonizada por Bentor Albelo, Pablo Chaves, Marc Domingo Carulla, Mariano Estudillo, María Gálvez, Carlota Gaviño, Pepe Hannan, Javier Lara, Cristina Martínez Gutiérrez y Mikele Urroz Zabalza. En noviembre, distintos espacios del teatro acogerán también una exposición comisariada por Eduardo Pérez-Rasilla, con dirección artística de Natalia Menéndez y proyecto museográfico de Aurora Herrera Gómez, y la muestra se completará con la publicación del libro El Teatro Español de Madrid. La historia 1583-2023, editado por Cátedra.

Más de cuatro siglos de resistencia

La obra comienza en 1975, con una compañía de teatro en escena reconstruyendo para un periodista de RTVE el incendio que acaba de destruir gran parte del que fue primero Corral de Comedias del Príncipe, Coliseo del Príncipe después y, finalmente, Teatro Español. Los actores y actrices le cuentan a ese periodista que estaban ensayando la obra de Jesús Campos 7000 gallinas y un camello y la recrean en escena, y en su crónica en directo y en blanco y negro, proyectada también en pantalla, el periodista dirá que a las nueve menos cuarto se desplomó la araña central y que el escenario y el patio de butacas han quedado destruidos y que este teatro ya se ha levantado antes de sus propias cenizas porque este no es el primer incendio que sufre y porque “la adversidad y el sufrimiento han cincelado sus muros y moldeado su numantina capacidad de resistencia”.

"Es un homenaje amoroso al teatro y a todas las personas que lo construyen"

Antes, en 1802 y después, en 1991, el teatro de la calle del Príncipe también fue pasto de las llamas. En 1887, después de que se hundiera el escenario, el Ayuntamiento de Madrid emitió una orden de demolición que no llegará a ejecutarse por eso de invertir menos dinero y hacer gala de la clásica chapuza nacional. Y esa compañía que abre la función será la que articule el relato a lo largo de toda la obra y sus cuatro siglos, convirtiéndose en símbolo y heredera de todas las gentes del teatro en “un ejercicio de memoria colectiva y emotiva a través de las ficciones que han atravesado el espacio físico del Teatro Español”, como explica Carlota Gaviño sobre esta obra, "un homenaje amoroso al teatro y a todas las personas que lo construyen".

placeholder 'Arder y no quemarse', en el Teatro Español. (Teatro Español/Esmeralda Martín)
'Arder y no quemarse', en el Teatro Español. (Teatro Español/Esmeralda Martín)

En escena veremos, en un relato con continuos saltos en el tiempo, la disputa entre las dos cofradías que compran los terrenos de la calle del Príncipe para a hacer representaciones teatrales, un ensayo de La dama boba de 1613, a Lope de Vega diciendo que “el teatro está herido” y que “el teatro es levantamiento”, una fiesta barroca convertida en rave o al arquitecto Juan Bautista Sachetti exclamar que ha venido “a cubrir el cielo” —“¡Pero tendremos que comer!”, dirá una actriz cuando el arquitecto anuncie el tiempo que permanecerá en obras el teatro—. Veremos a los actores Isidoro Máiquez y Jerónima de Burgos, a María Guerrero, a Margarita Xirgu con Federico García Lorca y Valle-Inclán, a Galdós, a Moratín, a Benavente y también a Chema Noci, actual encargado de peluquería del Teatro Español, y a su antecesora, Antoñita viuda de Ruiz, toda una institución del teatro madrileño. Porque Arder y no quemarse es un viaje a la historia del teatro a través de quienes lo hicieron y lo hacen no solo sobre el escenario, sino también detrás: técnicos, escenógrafos, maquilladores, regidores, ayudantes de vestuario y también los espectadores. “¿Sabes lo que es el éxito?”, le dirá el director Cipriano Rivas Cheriff a la Xirgu en un momento de este montaje: “Cuando los guardarropas y tramoyas agujerean el decorado para ver y oír desde dentro la función”.

"¿Sabes lo que es el éxito?". "Cuando los guardarropas y tramoyas agujerean el decorado para ver y oír desde dentro la función"

El director de la obra, Íñigo Rodríguez-Claro, explica en el texto del programa de mano que Arder y no quemarse “germinó en un momento de crisis” en el que “necesitaba visualizar un futuro paisaje de reconstrucción, de regeneración y de transformación interior: diseccionar la historia del teatro para diseccionarse a uno mismo”. Cuando el equipo de Arder… comenzó a trabajar y se preguntó cómo era posible que un espacio dedicado a la representación de obras teatrales se hubiera mantenido en pie durante más de cuatro siglos, sorteando incendios, reyes, guerras y dictaduras, se dieron de bruces con la respuesta: “gracias a las personas y a los equipos, que se dedicaron a algo que está muriendo y renaciendo constantemente: este edificio es un símbolo de resiliencia”.

Un fuego que arde, pero poco

Arder y no quemarse es una comedia de espíritu festivo y juguetón, con diez intérpretes muy versátiles que mutan en muchísimos personajes de épocas distintas y que lo mismo se marcan una escena de teatro del Siglo de Oro que bailan un Paquito el chocolatero en versión techno. En la puesta en escena palpita el enorme esfuerzo de condensar más de cuatro siglos de historia en una dramaturgia que, quizá por eso, peca de pedagógica y de historicista, de ritmo irregular, que no acaba de desbordar el escenario, sello de la compañía Grumelot, que consigue que el fuego arda, pero poco. Y sí, los actores y actrices ocupan los palcos o el pasillo entre butacas y la acción se expande, pero también hay momentos en que coinciden todos al mismo tiempo en el escenario y no siempre se sabe por qué ni qué están haciendo algunos de ellos.

La obra peca de pedagógica y de historicista, de ritmo irregular, que no desborda el escenario

A lo largo del montaje conviven distintas capas de representación, distintos planos: lo que la compañía representa en escena y lo que una cámara registra de esa misma acción durante gran parte del montaje y proyecta en vivo, añadiendo un plano subjetivo que dota de contemporaneidad todo lo que vemos, mostrándonos que el ayer y el hoy están construidos por la misma pasión por el oficio y sobre los mismos cimientos inestables y precarios. El recurso es reiterativo y la obra tiene ese aire de encargo que no acaba de jugársela a una visión personal sobre la historia y el devenir del teatro. Tampoco está claro si es un montaje que pueda interesar a un público que no sea el teatrero y aficionado de siempre.

Hay también alguna escena brillante, como ese diálogo con el telón bajado entre Margarita Xirgu y Rivas Cheriff sobre el tipo de programación que quieren hacer y los autores a los que quieren consagrar, con el director diciendo que “el público es timorato y los teatros están contaminados por la rutina de los empresarios, que se adocenan de error en error”. O esa otra en la que discurren en paralelo dos conversaciones que se intercalan en tiempos distintos, una entre Isidoro Máiquez y Antonia Prado en 1816, y otra entre Cheriff y Xirgu en 1935. Los primeros hablan de que les han dejado sin ayudas para continuar con la compañía. Los segundos, de la decisión de no renovarles al frente de la dirección del teatro porque “no quieren que el Teatro Español sea un campo de experiencias, quieren devolverlo a su fisonomía propia, dicen que desorientamos a la gente”.

placeholder 'Arder y no quemarse'. (Teatro Español/Esmeralda Martín)
'Arder y no quemarse'. (Teatro Español/Esmeralda Martín)

Y justo ahí, en ese momento, es posible que el tiempo de esta obra se convierta de verdad en algo líquido y haya algún espectador que recuerde los ataques que sufrió por algo parecido Mateo Feijóo, por parte de un sector de la profesión, cuando dirigía las Naves de Matadero del Español o que le venga a la cabeza que hoy también sigue habiendo compañías que se van al garete por la falta de apoyos.

'Arder y no quemarse (440 años del Teatro Español)'. Dramaturgia: José Padilla y Grumelot. Dirección: Íñigo Rodríguez-Claro. Reparto: Bentor Albelo, Pablo Chaves, Marc Domingo Carulla, Mariano Estudillo, María Gálvez, Carlota Gaviño, Pepe Hannan, Javier Lara, Cristina Martínez Gutiérrez y Mikele Urroz Zabalza. Hasta el 29 de octubre en el Teatro Español.

Empecemos por el final, que también es el principio de todo. Un actor recuerda las primeras palabras que se pronunciaron el 21 de septiembre de 1583 en el mismo escenario que pisa hoy. Es la escena primera de El convidado, de Lope de Rueda, y el texto es el siguiente: Uno de los grandísimos trabajos que el hombre puede recibir en esta miserable vida es el caminar y el superlativo, faltarle los dineros. Digo esto porque se me ha ofrecido un cierto negocio en esta ciudad y en el camino, por las muchas aguas, me han faltado los reales. Y ese tiempo es un tiempo de hace 440 años, pero también es este tiempo, el de un 13 de octubre de 2023. “Me han faltado los reales”, dirá ese personaje que interpretó el actor Juan de Ávila, y esta historia que comienza y termina en 1583 va de eso, de teatro, precariedad y comunidad, de un teatro que echará a andar sobre un terreno húmedo, acuoso e inestable, el Teatro Español y el teatro español, creados ambos “a partir del barro, erigidos sobre agua”, un agua que vencerá al fuego. Porque esta historia va de sobrevivir al tiempo, al fuego y a la precariedad. Esto va de inundaciones, de amenazas de ruina, derribo y demolición. Pero también de reconstrucción. De arder y no quemarse.

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