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'Psicosis 4.48': una depresión demasiado hermosa
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'Psicosis 4.48': una depresión demasiado hermosa

La coreógrafa Luz Arcas debuta en la dirección teatral con la obra de culto de Sarah Kane, interpretada por Natalia Huarte

Foto: Puesta en escena de 'Psicosis 4.48' en el Teatro Español. (Esmeralda Martín)
Puesta en escena de 'Psicosis 4.48' en el Teatro Español. (Esmeralda Martín)

Sabanas revueltas, ropa interior manchada de sangre, preservativos usados, botes de pastillas para dormir, polaroids, tampones, una botella de vodka vacía, un test de embarazo, unas zapatillas de andar por casa y un cenicero hasta arriba de colillas sobre una moqueta de color azul a los pies de una cama. Una cama vacía que no ocupa su dueña, que pasó en ese lecho cuatro días fumando, bebiendo y con ganas de morir después de una ruptura sentimental. Esa cama es My Bed, de Tracey Emin, finalista del Premio Turner en 1999 y uno de esos revolcones memorables que de vez en cuando agitan las aguas del arte contemporáneo, una instalación que colocó en un primer plano el dolor y la depresión cuando la salud mental no era un asunto de conversación pública, una obra icónica en la que no había rastro de belleza, en la que reinaban el desastre, el desorden y la suciedad.

Más de veinte años después, una cama heredera de aquella ocupa un escenario prácticamente vacío y a oscuras, pero esta vez sí hay un cuerpo tendido sobre el colchón, el de la actriz Natalia Huarte, que farfulla con una voz pastosa y medicada que está triste y aburrida e insatisfecha, que se siente un fracaso, que no puede tomar decisiones, ni comer, ni dormir, ni pensar, ni escribir, ni amar. Que está gorda y no puede hacer el amor, ni estar sola, ni estar con otros. Y esa mujer dice que a las 4.48, cuando la desesperación la visite, se colgará. A los pies de esa cama no hay moqueta, pero sí un suelo de vinilo con cenefas y rosas, como uno de esos papeles pintados de pared de casa inglesa, y otro bodegón, pero muchísimo más limpio y ordenado que el de Tracey Emin: cajas y botes de pastillas, un par de zapatillas de deporte, una lata vacía de cerveza, una bandeja de acero inoxidable y dos libros: El teatro y su doble, de Artaud, y Saved, de Edward Bond.

placeholder Un momento de la representación de 'Psicosis 4.48'. (Esmeralda Martín)
Un momento de la representación de 'Psicosis 4.48'. (Esmeralda Martín)

Y así, con ese cuerpo y en este espacio, la Sala Margarita Xirgu del Teatro Español, comienza el célebre texto de Sarah Kane, 4.48 Psicosis, y el debut en la dirección teatral de la bailarina y coreógrafa Luz Arcas, que lleva a escena esa historia de alguien que no quiere morir, sino dejar de sentir lo que siente, “un canto desesperado, la devastación tras la imposibilidad de la cordura”, como escribe María Eugenia Matamala en el prólogo a las obras completas de Kane publicadas por la editorial Continta me Tienes, cuya traducción de 4.48 se ha usado para esta puesta en escena. La escritora británica se suicidó en 1999, con 28 años, sin presenciar el estreno de su texto, un año después, en el Royal Court Theatre de Londres. A pesar de estar considerada una obra de culto y un clásico que montan los estudiantes de la mayoría de escuelas de arte dramático, Psicosis 4.48 apenas se ha representado en España. En los últimos años, se ha llevado a escena en tres ocasiones, interpretado por Leonor Manso, Beatriz Argüello y Anna Alarcón.

El dolor como instalación artística

Explica Luz Arcas a este diario que cuando aceptó el encargo del Teatro Español de montar un texto de Kane y eligió Psicosis 4.48 (Arcas invierte el orden original de los términos del título) entre todas sus obras, decidió nutrirse de referencias cinematográficas, “recuperé a Bergman y a Cassavetes, y me obsesioné con Inglaterra y el mundo anglosajón, de ahí que usemos ese papel pintado tan inglés, tan burgués, pero no en la pared sino en el suelo”. Y de ahí también que Arcas se inspire en la cama de Emin para construir un espacio más vinculado a la instalación artística: “Mi primera idea fue la de mostrar la depresión de una mujer que no se levanta de su cama y que comparte su depresión con el público en tiempo real, una cama en medio del escenario a partir de un concepto de instalación sonora y audiovisual”. En los primeros 30 minutos de la obra, Natalia Huarte no se levanta de esa cama, un espacio microfonado que permite que el espectador escuche, amplificada, su respiración, sus golpes rítmicos en el colchón y el gas que se escapa del mechero que enciende varias veces, hecha un ovillo, convirtiendo esa llama en un interlocutor que no está, al que habla de su sensación de abandono, al que le explica el alivio que ha sentido después de cortarse las muñecas.

placeholder La actriz Natalia Huarte, en 'Psicosis 4.48'. (Esmeralda Martín)
La actriz Natalia Huarte, en 'Psicosis 4.48'. (Esmeralda Martín)

En las últimas páginas de su obra, Sarah Kane escribe: “Os diré cómo he muerto. Cien Lofepramine, cuarenta y cinco Zopiclone, veinticinco Temazepam, y veinte Melleril. Todo lo que tenía. Tragué. Corté. Colgué”. Y a partir de esos tres verbos —cortar, tragar y colgar—, de esas tres acciones suicidas, Luz Arcas articula la dramaturgia de esta puesta en escena, a modo de tres actos en los que Huarte es primero la joven que se corta los brazos y llama la atención, la que después acaba en el hospital por una sobredosis de pastillas y la que, al final, logra poner fin a su vida ahorcándose, como también hizo la autora.

Los registros de la intérprete van cambiando, igual que las luces y el espacio, según evoluciona el montaje: el primer acto, a oscuras, con la actriz sobre esa cama, con una línea de pensamiento llena de furia; en el segundo, vestida solo con uno de esos pañales para adultos, una “paria de la razón” que construye imágenes alucinadas con su voz y su cuerpo, algunas de ellas con carga religiosa —Huarte de pie sobre la cama, con la sábana rodeando y colgando de su cuello, como un Cristo en la cruz, como una versión limpia y estilizada de una fotografía de David Nebreda—, y en el tercero, la mujer que culmina la performance de su depresión y muerte, que se lava y se viste, que ordena esa cama sobre la que coloca una colcha con el mismo estampado del suelo. Todo lleno de rosas, todo impoluto, como si fuera la otra cara de la instalación de Tracey Emin. En el centro del escenario, una silla y unas correas de suspensión que cuelgan del techo.

Demasiado limpio, demasiado bello

Psicosis 4.48 tiene algo de texto irrepresentable, tan literario que resulta antiteatral, y esa imposibilidad está muy presente en esta puesta en escena que huye de lo emocional, que no busca acongojar al espectador ni hacerle llorar. Pero esa decisión, que se traduce en un montaje pulcro, ordenadísimo e impecable, se convierte también en su principal problema.

Natalia Huarte es una grandísima actriz que despliega una técnica extraordinaria y un ejercicio actoral que impresiona por su calidad, pero no conmociona, no toca al espectador, no lo zarandea, no conecta. No hay nada orgánico en esta obra. No hay nada sucio ni desordenado, no existe una traducción en escena de toda esa hecatombe vital que supone querer dejar de vivir. Ese espacio mental es, en este montaje, un espacio físico casi desierto, un universo burgués y british que juega tanto con la instalación artística que acaba vaciándola de pulso y latido, una visión de la depresión tan bella y estética que provoca distanciamiento, a pesar del evidente trabajo con el cuerpo que realiza Huarte. Asistimos a una ceremonia de la devastación sin sentir pudor ni angustia, demasiado hermosa para empatizar con tanto dolor.

Y, a pesar de todo, es importante reconocer que Luz Arcas se la juega, se arriesga (y eso ya tiene muchísimo valor) y defiende con solvencia la puesta en escena de un texto complejo con el que se estrena como directora teatral, más allá de aquel acompañamiento de dirección que hizo con las actrices Egly Larreynaga y Alicia Chong en su pieza Todas las santas. Nadie dijo que fuera fácil, de ahí que el intento merezca la pena.

‘Psicosis 4.48’. Autoría: Sarah Kane. Traducción: Eva Varela Lasheras. Dirección: Luz Arcas-La Phármaco. Intérprete: Natalia Huarte. Hasta el 2 de julio en el Teatro Español.

Sabanas revueltas, ropa interior manchada de sangre, preservativos usados, botes de pastillas para dormir, polaroids, tampones, una botella de vodka vacía, un test de embarazo, unas zapatillas de andar por casa y un cenicero hasta arriba de colillas sobre una moqueta de color azul a los pies de una cama. Una cama vacía que no ocupa su dueña, que pasó en ese lecho cuatro días fumando, bebiendo y con ganas de morir después de una ruptura sentimental. Esa cama es My Bed, de Tracey Emin, finalista del Premio Turner en 1999 y uno de esos revolcones memorables que de vez en cuando agitan las aguas del arte contemporáneo, una instalación que colocó en un primer plano el dolor y la depresión cuando la salud mental no era un asunto de conversación pública, una obra icónica en la que no había rastro de belleza, en la que reinaban el desastre, el desorden y la suciedad.

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