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'La voluntad de creer': Pablo Messiez rompe el teatro a la búsqueda de lo imposible
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'La voluntad de creer': Pablo Messiez rompe el teatro a la búsqueda de lo imposible

Pablo Messiez estrena en Las Naves del Matadero esta obra en la que dinamita la frontera entre realidad y ficción

Foto: Una escena de 'La voluntad de creer', de Pablo Messiez. (Cedida)
Una escena de 'La voluntad de creer', de Pablo Messiez. (Cedida)

Primero fue el verbo. Después, la osadía de creer. Al final, un renacimiento. Y mucho antes, una película en blanco y negro en una televisión de tubo y una joven que habla con un ángel. ¿Cómo sabía que era del arcángel San Miguel la voz que escuchaba?, le preguntaron. Lo supe porque tuve la voluntad de creer, dijo. La respuesta es de Juana de Arco y esas palabras que pronunció en un juicio que la condenará a la hoguera se mezclan con las imágenes de una película de culto de los años cincuenta, 'Ordet', del director danés Carl Theodor Dreyer, una historia basada en la obra teatral de Kaj Munk sobre una familia en la que uno de los hijos, Johannes, cree ser Jesucristo después de leer de forma compulsiva a Kierkegaard. Pero todo esto lo sabremos luego, cuando un hombre llamado Juan diga en una sala de teatro "yo te espero, yo te quiero, estoy aquí, cambiemos algo" y le creamos.

La frase pertenece a 'La voluntad de creer', la nueva obra del director y dramaturgo Pablo Messiez. Y ese teatro es la Sala Max Aub de las Naves del Español en Matadero, cuya puerta trasera está abierta. Pasan familias con niños, niños en bicicleta, se cuelan las conversaciones de gente que pasea una tarde de septiembre. Alguien dice: "Anda, mira, un teatro". Y se asoma. Y contempla un escenario que ocupan cuatro mujeres y dos hombres. Son Carlota Gaviño, Marina Fantini, Rebeca Hernando, Mikele Urroz, José Juan Rodríguez e Íñigo Rodríguez-Claro. Se mueven por un suelo de linóleo blanquísimo.

El público observa desde el patio de butacas y se pregunta si esa mujer que acaba de aparecer en la puerta forma parte de la ficción o es real. El público aún no sabe que tendrá que hacerse esa misma pregunta muchas otras veces, durante la obra. "¿Eres María?", dice la mujer. Y una actriz le contesta: "No, yo soy Carlota, y estamos haciendo una función de teatro. Se llama 'La voluntad de creer". "Ah, sí, ya imaginaba", contesta. Y se marcha. En la sala se escucha el mensaje grabado que anuncia que la función va a empezar ya. ¿En serio? Y todo esto que ha sucedido antes, ¿no era ya la función? Si no era teatro, ¿era la realidad? ¿O es que son lo mismo?

El público observa desde el patio de butacas y se pregunta si esa mujer que acaba de aparecer en la puerta forma parte de la ficción o es real

Ya lo dijo Artaud: "Si la multitud ha perdido la costumbre de ir al teatro, si todos hemos llegado a considerar el teatro un arte inferior, un medio de distracción vulgar, es porque nos dijeron demasiadas veces que era teatro, o sea, engaño e ilusión". En esta obra, Pablo Messiez, que tiene a Artaud y a Dreyer en la cabeza, pero también a Lispector, a Berlanga, a Grotowski, a Bergman y a los hermanos Panero, dinamita la frontera entre ficción y realidad, entre el teatro y la vida. Y lo hace de forma progresiva y radical, partiendo de un espacio y un tiempo atravesados por lo real ("¿Eres María?". "No, soy Carlota") que irá siendo ocupado e invadido por la ficción pura y dura: "Entre la gente de teatro circula mucho esa idea del teatro como mentira y yo quería, de entrada, poner eso en cuestión y declarar que esta obra no cree que ficción y realidad sean cosas radicalmente opuestas. Así que le propuse al equipo que partiéramos de una especie de presente no intervenido, que no tuviera un signo muy radical de artificio, con las ventanas y las puertas abiertas, con el público entrando y formando parte de la obra, y de a poco ir haciendo, ir dejando, que la ficción vaya creciendo. Es como pasar de un documental a una peli de ficción", explica a este diario.

Y en ese viaje, los actores cambian sus nombres reales por los de los personajes, cambian sus ropas de colores por prendas en blanco y negro, cambian las luces de Carlos Marquerie, el movimiento trabajado con Elena Córdoba y la escenografía de Max Glaenzel. Un viaje en el que Messiez también incorpora al público, al que despoja de su habitual rol pasivo. Aquí no has venido solo a que te contemos algo, parece decirle, aquí has venido a estar con nosotros (si tú no estás, nosotros tampoco) y a decidir si crees o no, y de eso dependerá cómo sea la función cada día. Es más, en un momento de la obra, uno de los actores invitará al público a abandonar la sala si no le interesa lo que sucede, lo que ve.

"Haz un puto milagro"

Carlota Gaviño es Paz, hermana de Felicidad y de Amparo, que acaba de llegar de Argentina con su mujer, Claudia, embarazada y a punto de parir, a la casa familiar. Llegan cansadas, anuncian que quieren casarse, que no quieren molestar, que solo estarán unos días, hasta que nazca "la bebé". En el suelo hay un televisor pequeño y anacrónico que emite sin sonido la película de Dreyer. Han traído un regalo, un disco de vinilo, que cae al suelo a falta de plato y aguja, y suenan las voces de María Elena Walsh y Leda Valladares cantando 'Viene clareando'. Y aparece en escena Juan, el más pequeño de los hermanos. Y Juan, como en 'Ordet', también ha leído a Kierkegaard y dice ser Jesús de Nazaret. Y, como Juana de Arco en aquel juicio, también defenderá la voluntad de creer en este montaje en el que Messiez juega y experimenta con los límites de lo verosímil y del teatro, subvierte la idea de representación y da un salto enorme en su ambición como director de escena. "Yo lo que quiero es que el teatro sea considerado como una acción de la realidad, no como algo que se está representando", explica Messiez a El Confidencial, "y darlo todo para que lo que pase sea realmente extraordinario, para que haya tenido sentido estar aquí y haber dedicado tanto tiempo a esto, como cuando Felicidad le dice a Juan en la obra que haga un puto milagro, y que ese milagro sea la función".

Messiez: "Yo lo que quiero es que el teatro sea considerado como una acción de la realidad, no como algo que se está representando"

En su obra 'Las canciones' (Pavón Teatro Kamikaze, 2019), Messiez apelaba a la escucha en un montaje prepandémico y festivo en el que convivían la alegría de estar juntos, los vínculos y la música. En su siguiente pieza, 'Cuerpo de baile', estrenada en el pasado Festival de Otoño, el director entregaba el protagonismo al cuerpo y la danza, prescindiendo del texto. En 'La voluntad de creer', Messiez escribe: "Podemos hablar por inercia, pero nunca mentir sin querer. Ojalá pudiéramos siempre hablar tal y como mentimos". El dramaturgo construye un imaginario poético y ligeramente político como alternativa al individualismo y a los escenarios de catástrofe y fin del mundo, y lo hace a partir de la osadía de creer en algo distinto, en algo aparentemente imposible, y de hacerlo juntos. Aunque eso nuevo en lo que creer sea tan irracional como un milagro o que tu hermano pequeño sea el hijo de Dios: "Soy Jesús de Nazaret, ¿tú no quieres que algo cambie?/ Yo quiero entender algo, Juan, no puedo creer sin entender/ Al revés/ ¿Cómo?/ Solo creyendo en algo se entiende/ Pero entonces, ¿estás jugando?/ Como todo el mundo/ Entonces, ¿es una broma que nos haces?".

No hay en 'La voluntad de creer' una defensa de la religión o de la espiritualidad como respuesta a la incertidumbre, el miedo o el malestar. El dios de 'La voluntad de creer' es el dios de Spinoza, un dios vinculado a lo natural, al devenir, a lo que está vivo y cambia, y que cuestiona esas lógicas que lo piensan todo en términos de vida o muerte, ficción o realidad.

placeholder Las actrices Carlota Gaviño, Marina Fantini, Rebeca Hernando y Mikele Urroz. (Cedida)
Las actrices Carlota Gaviño, Marina Fantini, Rebeca Hernando y Mikele Urroz. (Cedida)

Además de la idea de creencia y verosimilitud, Messiez configura un universo habitado por la idea de familia (y hogar) y de maternidad, grandes temas de conversación en los últimos años. Ni los modelos de familia son los mismos que vivieron nuestros padres o abuelos, ni la visión de la maternidad se ajusta hoy a un cliché de felicidad y realización supremas. Messiez dibuja un universo familiar en tensión y una visión de la maternidad en la que conviven la esperanza y el dolor. "Son las cosas que me generan inquietud", sostiene el autor, que escribe diálogos rotundos: "Cómo os gusta jugar a la familia. ¿Pero no veis que es un infierno? La familia, el mundo, todo".

'La voluntad de creer' es la obra, confiesa su autor, de alguien que está "más cerca de la muerte que del nacimiento, cuando ya no puedes mantener nada con firmeza, de ahí lo de poner en valor no entender". Hemos escuchado "a los inteligentes" y ya no nos sirve, dice Paz en la obra, y será ella quien comience a creer en la posibilidad de lo imposible, que aquí es un renacimiento, una resurrección. Claudia ha muerto y Messiez conduce a sus personajes a esa última escena de la película de Dreyer, con el mismo féretro, los mismos candelabros, las mismas sillas que vemos de forma simultánea en el televisor que sigue en el suelo. Dos planos que son el mismo y son distintos porque Messiez asume la imposibilidad de llevar a escena una resurrección. Pero le pide de nuevo al público que le acompañe en esa imposibilidad y que crea. Y sucede.

placeholder Una escena de 'La voluntad de creer'. (Cedida)
Una escena de 'La voluntad de creer'. (Cedida)

Messiez exhibe su madurez como director de escena en 'La voluntad de creer', construye personajes que están tan perdidos como nosotros, invoca esa naturaleza ritual y sagrada del teatro que también comparten La Zaranda o Angélica Liddell y lo convierte en un espacio en el que encontrarnos y creer juntos en algo que, fuera de allí, no es posible. Lo consigue con una puesta en escena depurada, con actores que le siguen y se entregan y se mueven entre la tragedia y el humor, entre lo trascendente y lo mundano, entre la razón y el milagro.

Especialmente destacable el trabajo de José Juan Rodríguez (Juan en la obra), que crea un personaje que evita la obviedad y el cliché, contenido, misterioso y juguetón al mismo tiempo: no sabemos si es un iluminado o nos está tomando el pelo, no provoca la burla ni la condescendencia. Carlota Gaviño (Paz) exhibe de nuevo esa manera que tiene de estar en un escenario, de una naturalidad pasmosa, con la que logra que te creas cualquier cosa que haga o diga. Y Rebeca Hernando (Felicidad) es una de esas actrices que te levanta ella sola una obra de teatro o un edificio de 20 plantas, es enérgica, cómica y carismática, y en este montaje da vida a una de esas mujeres que están cabreadas todo el tiempo, que lo mismo vomita su desprecio a la poesía y los poetas ("Nadie lee poesía, la poesía es un coñazo") que le grita a su hermano, desde su silla de ruedas, que deje de hablar y de hacer el tonto, y que haga ese "puto milagro de una vez". Y lo hace.

*'La voluntad de creer'. Texto: Pablo Messiez a partir de 'La palabra', de Kaj Munk. Dirección: Pablo Messiez. Intérpretes: Marina Fantini, Carlota Gaviño, Rebeca Hernando, José Juan Rodríguez, Íñigo Rodríguez-Claro y Mikele Urroz. En las Naves del Español en Matadero hasta el 22 de octubre.

Primero fue el verbo. Después, la osadía de creer. Al final, un renacimiento. Y mucho antes, una película en blanco y negro en una televisión de tubo y una joven que habla con un ángel. ¿Cómo sabía que era del arcángel San Miguel la voz que escuchaba?, le preguntaron. Lo supe porque tuve la voluntad de creer, dijo. La respuesta es de Juana de Arco y esas palabras que pronunció en un juicio que la condenará a la hoguera se mezclan con las imágenes de una película de culto de los años cincuenta, 'Ordet', del director danés Carl Theodor Dreyer, una historia basada en la obra teatral de Kaj Munk sobre una familia en la que uno de los hijos, Johannes, cree ser Jesucristo después de leer de forma compulsiva a Kierkegaard. Pero todo esto lo sabremos luego, cuando un hombre llamado Juan diga en una sala de teatro "yo te espero, yo te quiero, estoy aquí, cambiemos algo" y le creamos.

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