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Angélica Liddell y su irritante experimento escénico
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Angélica Liddell y su irritante experimento escénico

Un silla rota a hachazos, agujeros en un césped, unos zapatos de hormigón, cadáveres de plástico. La propuesta de Angélica Liddell -directora y autora de 10

Foto: Angélica Liddell y su irritante experimento escénico
Angélica Liddell y su irritante experimento escénico

Un silla rota a hachazos, agujeros en un césped, unos zapatos de hormigón, cadáveres de plástico. La propuesta de Angélica Liddell -directora y autora de 10 espectáculos con su compañía Atra Bilis- es una suerte de experimento escénico no apto para cardiacos en el que el público no va poder acomodarse en su butaca en las dos horas cincuenta sin descanso que dura el espectáculo. Angélica le interpela en determinados momentos aludiendo a la farsa que es el teatro y, en definitiva, la vida, partiendo de un fragmento de texto de El contrato social de Rosseau: "La conservación del estado es incompatible con la conservación del enemigo, es preciso que uno de los dos perezca, y cuando se hace perecer al culpable es menos como ciudadano que como enemigo". El resultado es interesante, pero excesivamente alargado. Es un ejercicio con el que alimentar la razón más que las emociones del espectador, que termina más irritado de lo que debiera, pues es el este sentimiento uno de los que sin duda se busca.

Y es que Liddell no quiere que nadie se vaya de rositas tras acabar la obra. Su intención es que se empape de esta crítica a la sociedad, que no es más que una carrera de humanoides con dorsal, un juego con reglas bajo el que se esconde una terrible crueldad: esos cadáveres que se reparten por el escenario o que se amontonan. Tras un candor aparente -representado con las ropas de tono escolar que visten los actores- hay una violencia visceral, un sexo descarnado que la directora y autora del texto no duda en resaltar de una forma exagerada, que se condensa en esos apartes con los que inunda la obra. Son momentos de reflexión, pero también de provocación al espectador:"Nosotros los putos actores", dice ,"haciendo de putos perros". Por eso es comprensible que sean muchos los espectadores que abandonen la sala en mitad de la función: el texto difuso y el gesto provocador no es fácil de digerir.

Liddell es una actriz inmensa, sin duda, y sus actores están a su altura, pero el problema de esta pieza es su reiteración en la miseria humana sin dar mucho respiro. Debería haberse centrado en trufar sus reflexiones de una mejor manera, pues al final son los momentos más interesantes. Como cuando lee una nota de su diario que habla de "sufrir por amor", su necesidad de que se de en la vida para que el arte, el de Pasolini -del que es fan devota- y otros tantos, nos ofrezca tantos trabajos a los que hincar el diente. Estos momentos oxigenan una acción saturada de símbolos, de performances agotadoras, como la de la chica musulmana preguntando por Europa mientras unta las manos de los personajes con mantequilla y galletas.

Angélica Liddell ha logrado un ejercicio escénico demasiado excesivo y agotador, que solo logra provocar que esos interrogantes planteados a lo largo de la obra sean desechados por el hartazgo final. Pero la conclusión, eso sí, es el broche dorado: somos seres violentos, desde luego, y más conscientes nos hacemos de ello cuando Liddell nos pregunta:"¿Algún hijo de puta quiere matarme?"https://www.elconfidencial.com/cultura/2007-11-03/como-aves-enjauladas_739084/ target=parent>DILE A MI HIJA QUE ME FUI DE VIAJE

Un silla rota a hachazos, agujeros en un césped, unos zapatos de hormigón, cadáveres de plástico. La propuesta de Angélica Liddell -directora y autora de 10 espectáculos con su compañía Atra Bilis- es una suerte de experimento escénico no apto para cardiacos en el que el público no va poder acomodarse en su butaca en las dos horas cincuenta sin descanso que dura el espectáculo. Angélica le interpela en determinados momentos aludiendo a la farsa que es el teatro y, en definitiva, la vida, partiendo de un fragmento de texto de El contrato social de Rosseau: "La conservación del estado es incompatible con la conservación del enemigo, es preciso que uno de los dos perezca, y cuando se hace perecer al culpable es menos como ciudadano que como enemigo". El resultado es interesante, pero excesivamente alargado. Es un ejercicio con el que alimentar la razón más que las emociones del espectador, que termina más irritado de lo que debiera, pues es el este sentimiento uno de los que sin duda se busca.