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'Viaje de invierno': mucha espuma y poca emoción
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'Viaje de invierno': mucha espuma y poca emoción

La directora catalana Magda Puyo llega al Teatro de La Abadía con un texto de la Nobel de Literatura Elfriede Jelinek, autora muy poco representada en España

Foto: Un momento de la representación de 'Viaje de invierno'. (La Abadía/Carlota Serarols)
Un momento de la representación de 'Viaje de invierno'. (La Abadía/Carlota Serarols)

En el principio solo hay una voz en medio de la oscuridad. Habla de un tiempo que huye y dice: “Aquí hay una realidad, el tiempo, y aquí otra: yo. Me admira el tiempo, no se repite jamás, como la historia”. El telón se abre, y vemos a dos hombres y una mujer moverse de forma repetitiva y, sobre un piano, el cuerpo desnudo y tendido de una mujer. Ocupando todo el escenario, una montaña de espuma blanca, una espuma como paisaje helado que se irá deshaciendo y diluyendo y que habitarán los cuerpos de unos personajes sin nombre que no son sino la voz de su autora, la novelista y dramaturga austriaca Elfriede Jelinek, en esta pieza llamada Viaje de invierno: el día en que Jelinek dejó de tocar Schubert que baja a los sótanos de una sociedad que erige fronteras entre el yo y el nosotros y que concibe al otro como el extraño en un tiempo, este, que su autora concibe como “un animal salvaje, que aguarda rabioso, atado a una estaca, pero no puedes desatarte de ese animal, porque ese animal eres tú”.

Y es precisamente ese tiempo rabioso el gran protagonista de este espectáculo que adapta a la escena Winterreise (Viaje de invierno), un texto que la Premio Nobel de Literatura escribió a partir del ciclo de lieder compuesto por Franz Schubert sobre poemas de Wilhelm Müller y que en 2011 le valió su cuarto Premio Müllheim, otorgado a la mejor dramaturgia del año. La obra, que acaba de llegar al Teatro de La Abadía de Madrid, se estrenó en 2022 en la Sala Beckett de Barcelona, con traducción de Marc Villanueva, dirección de Magda Puyo, música de Clara Peya y, en el reparto, Laia Alberch, Pepo Blasco, Rosa Cadafalch, Encarni Sànchez y Bru Ferri.

Ser alguien es estar en línea

En 2008, Carme Portaceli estrenó en el Teatre Nacional de Catalunya (TNC) Qué pasó con Nora cuando dejó a su marido, de Jelinek, pero lo cierto es que el teatro de la austriaca, radical como pocas, apenas ha sido representado en los escenarios españoles, a pesar del impulso editorial que recibió su obra tras ser galardonada con el Nobel en 2004 o de la adaptación al cine, en 2001, de su novela La pianista por Michel Haneke. Tampoco está publicado en España el texto de Winterreise. “Hacía tiempo que iba detrás de esta autora”, explica a este diario Magda Puyo, directora del montaje, “y es todo un reto llevar su obra a escena porque Jelinek habla de superficies textuales, no hay personajes ni diálogos, ella escribe en el ordenador como si estuviera tocando el piano, y su escritura parece automática pero es muy elaborada, con una prosa que muchas veces no tiene puntos ni comas y que construye a partir de episodios distintos en los que habla de asuntos que me interesan mucho: el feminismo, la función del artista, la presencia del fascismo, la memoria histórica y aquellos a quienes escondemos y no queremos ver”.

Jelinek se preguntará a través de los cinco intérpretes si “escribir es la facultad de plegarse a la realidad, de acomodarse a ella”, una realidad tan enredada que “no hay peine que pueda alisarla” y recordará a Natascha Kampusch para criticar ferozmente a una sociedad narcisista a la que le molestan las víctimas y el sufrimiento del otro, tan ensimismada en el suyo propio, una sociedad que reclamará el espacio público como propiedad privada y que esconderá en su sótano —como aquel en el que estuvo años secuestrada Kampusch— todo aquello que no quiere ver porque “somos superabiertos, sacamos personas del sótano y las subimos a la superficie, que es donde quieren ir, solo tienen que ser las personas adecuadas. Si no lo son, las volvemos a bajar”. Jelinek habla del otro como “el extranjero”, que no es sino el inmigrante y el enfermo mental, como lo fue su padre, que padeció Alzheimer y murió en 1968 en una institución psiquiátrica: “Los locos deben desaparecer y también los enfermos mentales porque, aunque en este país todo el mundo se olvida de todo, a los desmemoriados los queremos lejos de nosotros, es intolerable, no se acuerdan de nosotros, ¿qué sentido tiene que los mantengamos?”.

placeholder Puesta en escena de 'Viaje de invierno'. (La Abadía/Carlota Serarols)
Puesta en escena de 'Viaje de invierno'. (La Abadía/Carlota Serarols)

También dispara la autora contra el amor y los vínculos en tiempos de redes, que vivimos y asumimos, dice, “siempre sentados ante la pantalla, en el retrete que es vuestro patio trasero, es vuestro coño patético, vuestra polla ansiosa (…) Estamos donde está nuestro móvil, somos el móvil, somos una puta cabina telefónica, así es el amor: siempre en línea. El amor está siempre en línea, está en línea para todo aquel que esté en línea, y en línea, está todo el mundo. Ser alguien es estar en línea.” Y en el texto, que esta dramaturgia articula en siete capítulos, flotará la presencia de Goethe, de Bataille o de Arendt, pero también la de Heidegger y de Müller porque Jelinek, que usará en su obra frases de todos ellos, dirá que los suyos, los propios, son “textos de segunda y tercera mano”.

Esquiadores y tablas de gimnasia nazis

Es Viaje de invierno, un recorrido sobre la propia biografía de Jelinek, atravesada por la relación de amor y odio con su madre, la demencia y el abandono de su padre y la autocrítica sobre su propia escritura. Y en esta puesta en escena convivirán la palabra irónica y política de Jelinek, que a veces será individual y otras colectiva, con la música compuesta por Clara Peya, que añadirá sintetizadores a composiciones inspiradas en la música de Schubert y que interpretará al piano el músico y actor Bru Ferri. Y a ello se sumará la danza y el movimiento, con coreografías que firma la bailarina Encarni Sànchez, colaboradora habitual de Sol Picó, inspiradas “en las tablas de gimnasia que hacían en sus encuentros los jóvenes nazis de Alemania”. Sànchez bailará también un solo en el que pondrá su cuerpo al servicio del dolor de la propia Jelinek y abrirá y cerrará el espectáculo con coreografías colectivas inspiradas en movimientos de esquiadores, un deporte que la autora austriaca detesta y al que se refiere en el texto en varias ocasiones. También habrá canciones, interpretadas por los actores y compuestas por Puyo, una de ellas al acordeón e inspirada en “una canción nazi austriaca”.

Y toda esta dramaturgia en la que se yuxtapone el texto con la música y el movimiento construye una pieza estética, estilizada y minimalista en la que no palpita nada que tenga que ver con la ferocidad y la transgresión de la escritura de Jelinek. La de Magda Puyo es una de esas propuestas que quieren ser intelectuales y políticas y bonitas, todo al mismo tiempo, pero en la que todo parece estar muerto desde el principio hasta el final. Los intérpretes adoptan por momentos un registro cómico y juguetón que chirría con la mirada irónica de Jelinek y una piensa, al final, que lo que ha visto tiene mucho que ver con esa relación que los intérpretes mantienen con la espuma del escenario durante toda la obra: la atraviesan, caminan entre ella, pero apenas se mojan. Una espuma que, como el montaje, es seca, fría y artificial.

'Viaje de invierno', de Elfriede Jelinek. Dirección: Magda Puyo. Traducción: Marc Villanueva. Dramaturgia: Magda Puyo y Marc Villanueva. Intérpretes: Laia Alberch, Pepo Blasco, Rosa Cadafalch, Bru Ferri y Encarni Sánchez. Hasta el 12 de noviembre en el Teatro de La Abadía.

En el principio solo hay una voz en medio de la oscuridad. Habla de un tiempo que huye y dice: “Aquí hay una realidad, el tiempo, y aquí otra: yo. Me admira el tiempo, no se repite jamás, como la historia”. El telón se abre, y vemos a dos hombres y una mujer moverse de forma repetitiva y, sobre un piano, el cuerpo desnudo y tendido de una mujer. Ocupando todo el escenario, una montaña de espuma blanca, una espuma como paisaje helado que se irá deshaciendo y diluyendo y que habitarán los cuerpos de unos personajes sin nombre que no son sino la voz de su autora, la novelista y dramaturga austriaca Elfriede Jelinek, en esta pieza llamada Viaje de invierno: el día en que Jelinek dejó de tocar Schubert que baja a los sótanos de una sociedad que erige fronteras entre el yo y el nosotros y que concibe al otro como el extraño en un tiempo, este, que su autora concibe como “un animal salvaje, que aguarda rabioso, atado a una estaca, pero no puedes desatarte de ese animal, porque ese animal eres tú”.

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