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'Haneke por Haneke': retrato de la muerte de la Europa burguesa
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biografía del director austríaco

'Haneke por Haneke': retrato de la muerte de la Europa burguesa

Con dos Palmas de Oro de Cannes y un Oscar a Mejor película de habla no inglesa por 'amor', el austríaco es uno de los cineastas europeos que más fobias y filias despierta

Foto: Una imagen de Mihcael Haneke en el Festival de Tribeca. (IMDB)
Una imagen de Mihcael Haneke en el Festival de Tribeca. (IMDB)

Cuando el 23 de marzo de 1942 Michael Haneke llegó al mundo en el Múnich de la Alemania nazi bajo el brazo no trajo un pan, sino un manual del perfecto burgués descreído. Haneke habla sobre la burguesía porque forma parte de ella y porque pertenece a esa especie de cineastas que ven con pudor erigirse en voz de lo ajeno, un acto que sólo puede derivar de la impostura o de la indulgencia. "No puedo hacer una película en torno a los inmigrantes; no conozco su vida a través de mi propia experiencia", justifica. "Pero sí puedo rodar una película acerca de nuestro autismo y de nuestra indiferencia ante cualquier sufrimiento". "Nuestra indiferencia". La de la vieja Europa acomodada y privilegiada, cuyo ombliguismo y soberbia le impide, como un Titanic, percatarse de su propio hundimiento. Esta Europa hastiada y decrépita es la que protagoniza 'Happy End', su última película, que se estrena en España este viernes 20 de julio y que pasó por Cannes en 2017 sin vencer ni convencer.

"Ya veremos si 'Happy End' es mi última película. Dejémonos sorprender...", desafía el propio Haneke en 'Haneke por Haneke' (El mono libre, 2018), una biografía al estilo de la siempre recomendada y recomendable 'El cine según Hitchcock' de Truffaut, en la que los analistas cinematográficos Michel Cieutat y Philippe Rouyer reconstruyen la vida y la obra del cineasta austríaco a partir de alrededor de cincuenta horas de "charlas escalonadas" salpicadas a lo largo de dos años, a veces en París, otras en Viena.

Haneke, junto a Von Trier, probablemente sea el 'autor' vivo más 'mainstream' del cine europeo. ¿Cuántas veces habrán escuchado las escuelas de cine de todo el mundo el deseo de convertirse en "el nuevo Michael Haneke"? Un imposible, porque las nuevas generaciones de cineastas, por muy aislados en la burbuja de clase de quienes pueden permitirse encomendar su salida laboral a algo tan 'práctico' como el cine, ya participan del velatorio de un sueño europeo que sólo han llegado a conocer en sus horas bajas.

Cieutat y Rouyer guían al director, de habitual críptico respecto a su biografía, a través de su infancia y su juventud hasta su primer largometraje para la gran pantalla, 'El séptimo continente' (1989) —estrenado cuando ya había cumplido cuarenta y siete años, una edad inusual para el debut—, para pasar más tarde a analizar en profundidad uno a uno sus doce films y sus once proyectos televisivos, hilvanando así un retrato de Haneke a través de sus obras, sus ideas, sus filias y fobias y su método de pensamiento, tan perfeccionista, inflexible y metódico como trasluce su filmografía. Eso sí, quienes esperen encontrar respuestas a las supuestas tesis sobre su cine, si las hubiera, que busquen en otro lado, porque Haneke "rehusó, con feroz determinación, dar una interpretación de sus películas". "Tengo una moral, pero no la impongo a nadie. En mis películas hablo de cosas desagradables sin ofrecer respuestas a las preguntas que planteo. Los que me tachan de moralista suelen ser aquellos que no quieren enfrentarse a este tipo de preguntas". Haneke nunca se defiende: siempre contraataca.

En mis películas hablo de cosas desagradables sin ofrecer respuestas a las preguntas que planteo

En el relato de su vida personal, el Haneke infantil parece una versión encogida del Haneke adulto: antes de sucumbir a la pulsión sensual de las mujeres quiso ser pastor protestante —"Primero fue Dios, y luego las chicas"— y a los diez años, extasiado por el descubrimiento de 'El Mesías' de Händel, se atrevió a componer su primera misa. Una infancia, según sus palabras, de lo más común: "Será una decepción para todos, porque no tuve una infancia triste. Soy una persona muy normal. Quizá cueste creerlo, pero es verdad".

placeholder Haneke en el rodaje de 'Happy End'.
Haneke en el rodaje de 'Happy End'.

Su padre fue el actor germano Fritz Haneke y su madre la actriz austríaca Beatrix von Degenschild, aunque su tía materna fue quien se encargó de cuidarlo hasta la mayoría de edad. "Al acabar la guerra, mi padre, que era alemán, regresó directamente a su país y no volvió a Austria. Mi madre se casó de nuevo con un compositor judío, Alexander Steinbrecher, que se fue a Inglaterra huyendo del nazismo y se convirtió en 'Kappelmeister', o sea director musical, del Burgtheater", aclara Haneke. A su madre la visitaba muy a menudo en Viena hasta que "después de desmayarse dos veces en los escenarios no pudo seguir actuando y debió retirarse con cuarenta y pocos años. Siempre estaba tumbada, en la semioscuridad, perdida entre el humo de los cigarrillos".

Al acabar la guerra, mi padre, que era alemán, regresó directamente a su país y no volvió a Austria

"Crecí en casa de la hermana de mi madre, en el campo, en una finca muy grande. Estaba en Wiener Neustadt, una pequeña ciudad a cincuenta kilómetros al sur de Viena, donde situé la acción de la película 'Lemminge'", añade al respecto de una juventud, aunque sin figura paterna, bucólica e intelectual ."La finca familiar estaba en medio del campo, pero también teníamos una casa en la ciudad vecina, Wiener Neustadt, donde crecí y fui al colegio. De adolescente, me sentía frustrado viviendo en el campo porque no había nada que hacer. Sin embargo, nunca me aburrí. Siempre leía, escuchaba música". También practicó esgrima y esquí, mientras que admite que no frecuentó el cine de autor hasta bien entrada la universidad.

Haneke se retrata como un culo inquieto de la intelectualidad que probó suerte en el arte dramático, en la filosofía, en la poesía y en la música, pero que hubo de ponerse a trabajar de verdad cuando su primera mujer se quedó embarazada con poco más de veinte años. "Cuando salí de la Universidad me había casado y esperábamos un hijo. Empecé como obrero en una fábrica, luego arreglé calefacciones y más tarde fui cajero en Correos. A la vez también trabajaba para la radio y la prensa". Fue, sin embargo, su trabajo en la cadena de televisión Südwestfunk de Baden-Baden a finales de los sesenta el que le abrió las puertas de su carrera como cineasta.

Cuando salí de la Universidad me había casado y esperábamos un hijo [así que] empecé como obrero en una fábrica

En el cine de Haneke se transparenta su pasado como director de escena y realizador televisivo. Los paneos en su puesta en escena, los repartos corales, el exquisito cuidado de la escenografía, entre naturalista y teatral. Su firma se entrevé también en "la imposibilidad de los personajes de expresar sus sentimientos; la insistencia en objetos cotidianos; la fascinación por las imágenes fijas o animadas; el valor de la elipsis y del fuera de campo, y la inusual atención que presta a la banda sonora". Y también el humor: negro e intelectual.

'Haneke por Haneke' desvela episodios de la vida del director tan peculiares como su relación con Ulrike Meinhof, fundadora de la Baader-Meinhof, con quien coincidió en su etapa televisiva. "Era brillantísima, expresaba cómodamente sus opiniones sin dejar de ser encantadora, con mucho humor y riéndose de sí misma. La veíamos a menudo durante el periodo en que preparaba un guion en torno a unas chicas en un reformatorio. Se implicó mucho para apoyarlas. Intentó ayudarlas e incluso acogió a varias en su casa, pero se radicalizaba cada vez más. Con cada nueva visita a nuestra oficina, se mostraba algo más amargada, convencida de que nunca se conseguiría una buena reforma porque el sistema no lo permitiría. Y llegó el momento en que participó en la primera acción violenta con el grupo Fracción del Ejército Rojo. No pensábamos que daría el paso, tenía hijos, era una mujer muy culta y una auténtica estrella del periodismo. Pero debíamos haberlo previsto: su rigor moral y su intransigencia solo podían empujarla hacia métodos radicales". "Es el eterno problema que plantea cualquier ideología. Cuando una idea se transforma en ideología, se crean antagonismos y las relaciones personales se hacen rápidamente inhumanas. Es el tema de 'La cinta blanca'", sostiene.

placeholder Un fotograma de 'La cinta blanca'.
Un fotograma de 'La cinta blanca'.

También arroja luz sobre su reputación de director "déspota", forjada después del desastre de su segunda película para televisión, 'Sperrmüll' (1975), a la que considera "nula" y de cuyo fracaso culpa a su exceso de transigencia. "¡Les prohíbo que la vean! Por suerte, ya no queda ninguna copia", se consuela. "A partir de ahí fui muy exigente con la televisión. Siempre insistí en obtener todo lo que quería porque si algo no funciona, uno acaba siempre por pagar el pato".

Haneke, ya de vuelta de todo a sus 76 años, no se esconde a la hora de opinar sobre su tema fetiche: la decadencia de la Europa del siglo XX. "En el siglo XIX, la literatura se esforzaba en conformar a la burguesía en su posición social, incluso cuando la criticaba. Ya no es posible. Hoy en día nos vemos obligados a estar en la oposición, a denunciar constantemente lo que va mal, tanto en el fondo como en la forma". Tampoco respecto al arte: "las películas más vivas actualmente proceden de Asia y de África. Y no es algo reciente; la tendencia solo se ha acentuado con el tiempo. En Estados Unidos, en Francia y en Italia, donde es aún peor, a excepción de unos cuantos cineastas, no hay nada".

Nos encontramos en el umbral del racismo, en el que no me sitúo personalmente, desde luego

Más controvertido es aún su discurso sobre la inmigración: "Nos encontramos en el umbral del racismo, en el que no me sitúo personalmente, desde luego. Pero me irrita constatar el aumento del movimiento islamista y el comportamiento de los que nacen en su seno, que vienen aquí y no hacen el menor esfuerzo para adaptarse. Obviamente, no puede aplicarse a las personas inteligentes, que saben lo que signifca el respeto y la tolerancia hacia terceros. Pero los más pobres, los que han recibido menos educación, suelen tener como única referencia sus tradiciones. Al vivir en el extranjero se sienten rodeados de 'enemigos' y se agarran a su idioma, su cultura, creando una gran difcultad en el plano de la comunicación".

"Y a la inversa, es intolerable que la policía irrumpa en un colegio, como se ha visto recientemente en Austria por petición expresa del ministro del Interior, para detener a dos niños y expulsarlos del país", prosigue. "¿Cómo encontrar el punto correcto en todo esto? Reconozco que me siento un poco perdido. Naturalmente, estoy a favor de la tolerancia, pero ¿cómo seguir siendo tolerante ante algo que puede convertirse en difícil de aguantar? Y también nos sentimos culpables. No voy a decir que de ahora en adelante los africanos se queden en su casa. Pero también es muy ingenuo decir: '¡Acojámosles a todos!'. Hay un auténtico problema. Y será el mayor problema de Europa en este nuevo siglo".

Porque Haneke es un personaje más de sus películas que tampoco puede escapar a las contradicciones de su propia naturaleza. Y porque lo asume sabe que pocas veces hay un 'happy end'.

Cuando el 23 de marzo de 1942 Michael Haneke llegó al mundo en el Múnich de la Alemania nazi bajo el brazo no trajo un pan, sino un manual del perfecto burgués descreído. Haneke habla sobre la burguesía porque forma parte de ella y porque pertenece a esa especie de cineastas que ven con pudor erigirse en voz de lo ajeno, un acto que sólo puede derivar de la impostura o de la indulgencia. "No puedo hacer una película en torno a los inmigrantes; no conozco su vida a través de mi propia experiencia", justifica. "Pero sí puedo rodar una película acerca de nuestro autismo y de nuestra indiferencia ante cualquier sufrimiento". "Nuestra indiferencia". La de la vieja Europa acomodada y privilegiada, cuyo ombliguismo y soberbia le impide, como un Titanic, percatarse de su propio hundimiento. Esta Europa hastiada y decrépita es la que protagoniza 'Happy End', su última película, que se estrena en España este viernes 20 de julio y que pasó por Cannes en 2017 sin vencer ni convencer.

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