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'La posibilidad de la ternura': un lloriqueo victimista sobre la masculinidad
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'La posibilidad de la ternura': un lloriqueo victimista sobre la masculinidad

La compañía chilena La Re-sentida, de Marco Layera, estrena en España una obra sobre la masculinidad desde la mirada de los adolescentes

Foto: Foto: Escalante Centre Teatral.
Foto: Escalante Centre Teatral.

Al fondo de la escena, un telón con la imagen de unos hombres prehistóricos acorralando a un mamut que ha caído en una trampa. Los cazadores portan lanzas y arcos y piedras y observan al animal con furia, con violencia, preparados para darle muerte. Escuchamos sonidos de jungla y, tras ese telón, vemos la sombra de un cuerpo distorsionado, grotesco, a veces enorme y otras encogido, un cuerpo adolescente que sale a escena vestido con un frac color vino. Después surgirán otros seis, también de frac, y comenzarán a moverse como esos neandertales de la imagen, como cavernícolas, de forma brutal, señalándose y riéndose con una gestualidad excesiva y testosterónica. Pero antes de eso, aquel primer joven se dirigirá al público y dirá: “Hola, soy José Miguel e ingresé a este proyecto porque en 2021 vi Paisajes para no colorear, una obra sobre el mundo adolescente femenino que me conmovió mucho y por eso audicioné. Cuando comenzaron los ensayos todo era muy bonito, almorzábamos juntos, hablábamos de nuestros sueños, nuestros problemas en casa… pero después todo se fue a la mierda y comenzó lo mismo de siempre: la competencia, el bullying, los malos tratos… Han sido los peores cinco meses de mi vida. Ya no puedo más con estos trogloditas”.

Así comienza La posibilidad de la ternura, la nueva pieza de la compañía chilena La Re-sentida de Marco Layera, una obra que explora las tensiones de la masculinidad actual desde el punto de vista de siete adolescentes que se rebelan contra lo que consideran un mandato impuesto desde su nacimiento, jóvenes que reivindican la posibilidad de la fragilidad, de la sensibilidad y de la ausencia de violencia. La obra está escrita y dirigida por Layera y Carolina de la Maza y en el reparto, siete actores que no han cumplido los 18 y que también han participado en el proceso de creación del montaje: José Miguel Araya, Leftrarü Valdivia, Camilo Bugueño, Efraín Chaparro, Matías Méndez, Dimitri Bueno y Marcos Cruz.

El estreno absoluto de la pieza fue el pasado 14 de septiembre en Alemania, en la Ruhrtriennale (Trienal del Rurhr), productora del espectáculo junto con el Centro Gabriela Mistral (GAM) de Chile, en coproducción con el Münchner Kammerspiele. Tras su paso por el Teatre Principal de Palma, La posibilidad de la ternura pudo verse el pasado fin de semana en los Teatros del Canal de Madrid, pero aún le quedan varias paradas en su gira española: este sábado llegará al Teatro Principal de Valencia, después al Central de Sevilla (27 y 28) y al Teatre Lliure de Barcelona del 23 al 25 de noviembre. Y, aunque su proceso de creación comenzó el pasado año, lo cierto es que esta pieza empezó a gestarse mucho antes.

Primero fue la voz de las chicas

En agosto de 2018, Layera estrenó en Chile Paisajes para no colorear, esa obra a la que se refiere el primer chaval que abre La posibilidad de la ternura. Aquella pieza tuvo “como detonante los incontables actos atroces de violencia cometidos contra adolescentes de sexo femenino en Chile y en el resto de Latinoamérica”. El espectáculo, con nueve chicas de 13 a 17 años sobre el escenario, “daba voz” a toda la rabia e indignación de las jóvenes chilenas frente al machismo y el patriarcado con el que convivían. Durante esa primavera habían salido a las calles para protestar bajo el lema Contra la violencia machista, educación no sexista y ocupado universidades y centros educativos. La obra llegó a España en noviembre de 2019, un mes después del inicio del estallido social en Chile y, ya en Madrid, Layera explicó que al montaje, alimentado por testimonios reales de un centenar de jóvenes, también se habían “sumado las protestas de este año, de las que los jóvenes han sido el gatillo". En enero de ese 2019, la dramaturga y directora de escena Manuela Infante, también chilena, publicó una carta en Facebook en la que criticaba la instrumentalización de la voz de las mujeres por parte de Layera: “En Paisajes para no colorear, un director le da voz a un grupo de mujeres, en una operación que solo reitera la estructura del privilegio que dice criticar. Él se perpetua ahí como la autoridad, el director que las autoriza, que da lugar a nueve adolescentes chilenas para hablar”, decía.

Foto: Décimo tercer día de protestas en Chile (EFE)

Infante, directora de prestigio internacional y habitual, como Layera, en teatros y festivales europeos, añadía que “un teatro feminista no es un teatro que instrumentaliza escénicamente el abuso hacia las mujeres, sino uno que critica la instrumentalización de cualquier forma de otro como estrategia, artística en este caso y, por qué no decirlo, también comercial (…) Esta obra no te tocaba a ti, Layera, esta vez te tocaba ir a pararte al final de la marcha”. Ahora, cinco años después de Paisajes…, Layera estrena La posibilidad de la ternura, en la que recurre de nuevo a la voz de los adolescentes para cuestionar esa masculinidad que cimenta un sistema patriarcal que Infante le acusó de perpetuar con aquel otro montaje. Pero, ¿es la voz de los adolescentes la que escuchamos en escena o es la de Marco Layera?

La culpa es vuestra

Los siete chavales de La posibilidad de la ternura se preguntan y nos preguntan por qué les piden que hablen con voz grave y aprieten fuerte la mano cuando saludan, por qué no se pueden maquillar para ir a clase, por qué les han regalado juguetes bélicos desde que nacieron, “por qué tengo que tener el pene grande para ser exitoso”, por qué no son capaces de llorar en el entierro de un familiar, por qué les excluyen o les marginan o les miran raro si no cumplen con ese ideal de masculinidad “que nos quieren imponer”. Los siete admitirán no saber cómo resistirse a todas esas exigencias sin ser humillados y sin usar la violencia y los veremos usar un arma para disparar al compañero o recrear una “broma” llamada mamón que consiste en agarrar de la nuca a alguien para empujar su cabeza a la altura de la bragueta del agresor, simulando una escena de sexo oral.

Foto: Una mujer muestra a su mascota. (EFE) Opinión

En un momento de la obra, uno de ellos se preguntará “cuánta sangre imaginaria acumulan mis manos” y le preguntará al público si alguien se acuerda de lo peor que hicieron sus manos cuando eran unos críos, si “sus manos han sido violentas”. Y aparecerá un centauro, ese animal mitológico que representa esa dualidad entre lo salvaje y la civilización, que se lamentará de haber sido usado para la guerra. Y uno de esos chicos nos explicará que el mamut de la imagen que vemos en el telón es él, el chaval raro, el niño gay que estudia teatro y llora con facilidad. Los cavernícolas que acorralan a ese mamut que es él son, explica, su familia, su entorno, los otros. Y la culpa es vuestra, le dirán los intérpretes a un patio de butacas ligeramente iluminado: “Son ustedes los que nos han enseñado la mayoría de las cosas que sabemos hacer. A lo mejor nuestras manos serían incapaces de hacer daño si ustedes no nos hubiesen impuesto que estén destinadas solo a demostrar poder”, dirá uno de los chicos.

Marco Layera y Carolina de la Maza usarán la imagen de las manos como símbolo recurrente en la pieza, y esos chicos llevarán unas falsas, de plástico, con las que tocarse de forma dulce y amable, unas manos con las que bailar Material girl de Madonna con rabia y sin pudor, unas manos con las que reunirse en torno al fuego y compartir dolores, unas manos con las que, a pesar de todo, seguir infligiendo daño. Uno de ellos dirá que lo peor que han hecho las suyas es “matar al niño que fui para convertirlo en hombre”. ¿En serio? ¿Qué chaval de 13 o 14 años dice eso?

La manada de neandertales como metáfora de la masculinidad (¿de verdad el patriarcado se puede explicar partiendo de la imagen de unos hombres primitivos y sin inteligencia?); la pistola de juguete como representación de todas las guerras promovidas por el hombre; el pene y la hombría, el centauro y la dualidad, la hoguera como encuentro y fraternidad. No propone esta pieza nada que rehúya estereotipos, todo es de un simplismo abrumador. Y todo eso forma parte, en el fondo, de un sermón, un lamento y un lloriqueo de unos adolescentes que tal vez estén llevando a escena las preocupaciones del autor y director del montaje, que parece decirnos a través de sus actores que el mundo le ha hecho así y que “ustedes” tienen la culpa. ¿Quiénes? ¿De qué, exactamente?

No propone esta pieza nada que rehúya estereotipos, es de un simplismo abrumador

¿Cómo es posible abordar en escena la relación de esta generación con el género y la sexualidad únicamente a través de la sempiterna figura del niño homosexual e incomprendido al que le gusta Madonna? Hablan estos jóvenes de esa educación impuesta basada en el poder, pero ¿cómo lo ejercen y sufren en las redes sociales? ¿Dónde están esas violencias? ¿Qué referentes tienen? ¿Cómo se relacionan con las chicas? ¿Qué opinan del feminismo? ¿Y del amor o el sexo? ¿Qué les provoca miedo o ansiedad, más allá de que les hagan un mamón en el colegio? ¿Cómo se relacionan con sus padres, que en esta obra se identifican como los trogloditas del cuadro? Nada de eso está en esta pieza, nada en ella sugiere esa conversación.

Olfato para la coyuntura

Después de Oasis de la impunidad, inspirada en la brutal represión de las protestas de 2019 y 2020 en Chile, una pieza con una dramaturgia del cuerpo y códigos de la danza, Marco Layera vuelve al texto, sin abandonar del todo el movimiento, y demuestra que lleva años entendiendo como nadie los mecanismos de programación de los teatros y festivales europeos, incluidos los españoles, a los que les gusta incluir una cuota de problemáticas y conflictos del continente americano, obras que aportan ese exotismo de violencias lejanas vinculadas a las dictaduras, al colonialismo, a problemáticas sociales y etcétera.

Foto: El Patriarcado, bajo su forma elegida. (Gtres)

Además, Layera tiene un especial olfato para la coyuntura y el tema. Sus tres últimas piezas —Paisajes para no colorear, Oasis… y La posibilidad de la ternura— abordan esos asuntos que a (muchos, no todos) programadores y periodistas nos preocupa señalar: la violencia que sufren las mujeres, la violencia que ejerce el Estado y esa violencia que el patriarcado también ejerce sobre los hombres. Las tres forman parte de un teatro que convierte cuerpos políticos en cuerpos espectacularizados y desprovistos de complejidad, un teatro que suele meterse en el bolsillo a un público progresista y comprometido con estos asuntos que (se) ovaciona al final de la función, un teatro que pretende ser político y se queda en algo que solo responde al título de otra de las piezas de Layera, La dictadura de lo cool.

Antes del cierre de este artículo, este diario intentó durante varios días mantener una conversación con Marco Layera o con Carolina de la Maza a propósito del proceso de creación de la obra, sin éxito.

‘La posibilidad de la ternura’. Dirección y dramaturgia: Marco Layera y Carolina de la Maza. Dramaturgista: Aljoscha Begrich. Intérpretes: José Miguel Araya, Leftrarü Valdivia, Camilo Bugueño, Efraín Chaparro, Matías Méndez, Dimitri Bueno y Marcos Cruz. Teatro Principal de Valencia: 21 de octubre. Teatro Central de Sevilla: 27 y 28 de octubre. Teatre Lliure de Barcelona: del 23 al 25 de noviembre.

Al fondo de la escena, un telón con la imagen de unos hombres prehistóricos acorralando a un mamut que ha caído en una trampa. Los cazadores portan lanzas y arcos y piedras y observan al animal con furia, con violencia, preparados para darle muerte. Escuchamos sonidos de jungla y, tras ese telón, vemos la sombra de un cuerpo distorsionado, grotesco, a veces enorme y otras encogido, un cuerpo adolescente que sale a escena vestido con un frac color vino. Después surgirán otros seis, también de frac, y comenzarán a moverse como esos neandertales de la imagen, como cavernícolas, de forma brutal, señalándose y riéndose con una gestualidad excesiva y testosterónica. Pero antes de eso, aquel primer joven se dirigirá al público y dirá: “Hola, soy José Miguel e ingresé a este proyecto porque en 2021 vi Paisajes para no colorear, una obra sobre el mundo adolescente femenino que me conmovió mucho y por eso audicioné. Cuando comenzaron los ensayos todo era muy bonito, almorzábamos juntos, hablábamos de nuestros sueños, nuestros problemas en casa… pero después todo se fue a la mierda y comenzó lo mismo de siempre: la competencia, el bullying, los malos tratos… Han sido los peores cinco meses de mi vida. Ya no puedo más con estos trogloditas”.

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