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Iban una del PP, otra de Sumar y otra del PSOE… y no pasaba nada
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Paula Corroto

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Iban una del PP, otra de Sumar y otra del PSOE… y no pasaba nada

Ya decía Mary Beard que la máscara del político es más vieja que Nerón y el imperio romano. El peligro viene cuando el actor es malo y tiene las cartas marcadas. Cuando todo es cuento, relato, una historieta de mentira

Foto: Protestas frente al Congreso durante la investidura de Pedro Sánchez. (Europa Press/Diego Radamés)
Protestas frente al Congreso durante la investidura de Pedro Sánchez. (Europa Press/Diego Radamés)
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El otro día participé en una mesa redonda en el Foro Mercartes de las Artes Escénicas, en Valladolid. Me habían citado para moderar una mesa entre cuatro representantes de Cultura del PSOE, PP, Sumar y Vox para hablar de esas cosas que verdaderamente mueven al sector artístico y que van más allá de un me gusta esta película o me gusta esta canción. Es decir, esas cosas ariditas como el Estatuto del Artista, que regula los contratos o el paro de estos trabajadores —nada baladí por ejemplo en tiempos de pandemia— la ley de contrataciones artísticas, que le dice a un ayuntamiento cuánto IVA paga por una producción teatral, el gasto público que destinan las distintas administraciones en cultura —a usted le interesará saber que son los municipios los que más gastan, en general— o cómo funciona el INAEM, ese mega transatlántico creado en los ochenta y que mantiene ocho centros de titularidad pública relacionados con las artes escénicas.

Como ven, el asunto mollar tras la tramoya de los escenarios, aunque sea mucho más fácil (y polarizante) pegarse gritos en redes por cancelar o no obras, como sucedió este verano. A la mesa acudieron la representante del PP, la del PSOE y la de Sumar. A última hora se cayó el de Vox —era el único hombre—. Efectivamente: ya sabemos que juegan a otra cosa y no es a la política ni a mejorar la vida de los ciudadanos.

En la mesa, obviamente, enseguida se vio mucha más compenetración entre la representante del PSOE (Manuela Villa) y la de Sumar (Getsemaní San Marcos) que la que hubo con la del PP (Sol Cruz-Guzmán). Esto no fue óbice para que la refriega sobre cómo abordar desde las instituciones públicas el asunto de los teatreros fuera absolutamente saludable. Por supuesto, desde PSOE y Sumar, sobre todo la primera, se defendió la actuación de Iceta al frente de Cultura, cosa que criticó la del PP. También los primeros dijeron que harían todo lo posible por encauzar el INAEM, a lo cual la del PP rebatió que a ver si era hora porque estaba hecho unos zorros y no habían hecho nada. Es decir, la normalidad democrática. Sin eso seríamos todos iguales y no harían falta tantas alforjas.

Al término de la mesa, la conversación siguió por cauces parecidos, hablando ya de cosas más mundanas. Tres mujeres, tres partidos y una conversación en calma. Y eso que ya revoloteaba por ahí la tan traída amnistía, que una la deseaba (vamos, que el Gobierno PSOE-Sumar saliera adelante) y a otra no le gustaba ni un pelo. Pero, oye, ni un mal grito.

Desde el PSOE se defendió la actuación de Iceta al frente de Cultura, cosa que criticó la del PP. Es decir, la normalidad democrática

En realidad, esto es lo normal y lo que sucede muchas veces en las instituciones —llámese congreso, llámese asamblea de Madrid— cuando muchos representantes políticos no tienen un micrófono delante. Hasta hay ejemplos de Vox con lo que eso también ocurre. Una fotografía que no debería impactar si no viéramos últimamente las imágenes de los frikis que "putodefienden" España (a las que al PP también le cuesta desligarse: no deja de haber algunos votos ahí también) y discursos exaltados, altisonantes y que, directamente, dan vergüenza ajena. ¿En serio ha habido una discusión sobre si dijo "hijo de puta" o "me gusta la fruta"? El grado de idiotez que puede conseguir un micro es alucinante.

Todo esto, a lo que tampoco había dado mucha importancia —que los políticos sean educados y se traten bien cuando no hay un total televisivo de por medio—, me lo ha recordado la conversación que estos días tuve con la catedrática de Cambridge Mary Beard al hilo de su libro Emperador de Roma. En ella hablaba de la actitud neroniana de los políticos actuales. Esto es: convertirse en actores, que era lo que también hizo Nerón, a quien le encantaba dar recitales, me temo que ante un público palmero obligado. Poquito hemos cambiado con respecto a Roma en este aspecto. Beard rescataba el reciente anuncio que hizo Rishi Sunak, el primer ministro británico, quien ante la crisis del alza de precios de la gasolina, se plantó con un coche pequeño e hizo como que llenaba su depósito. El mensaje era: veis, yo también sufro, esto es una crisis de todos y entre todos saldremos adelante.

Lo que pasa es que se le pilla antes a un mentiroso que a un cojo. De todos es sabido que Sunak, además de primer ministro, es multimillonario, que no va con coches pequeños y que no ha cogido una manguera en su vida, tal y como atestiguaba el anuncio. Hay tareas de propaganda que pinchan.

placeholder La catedrática de Cambridge Mary Beard ha estado estos días en Madrid. (EFE/Sergio Pérez)
La catedrática de Cambridge Mary Beard ha estado estos días en Madrid. (EFE/Sergio Pérez)

El problema es cuando el actor triunfa y es la máscara a la que siguen los ciudadanos. Sí, ya sabemos que la política es un juego del lenguaje, que si táctica y estrategia. Y es muy legítimo para vencer a tu rival. El peligro viene cuando el actor es malo y juega con cartas marcadas. Cuando todo es cuento, relato, una historieta de mentira. Cuando se convierte en el personaje que incita a las masas desde su poltrona con discursos falsos para que otros se peguen. Cuando se le pierde todo el respeto al público. Todo por conseguir el Oscar a la mejor interpretación con malas artes.

El peligro viene cuando el actor es malo y juega con cartas marcadas. Cuando todo es cuento, relato, una historieta de mentira

Todo esto tampoco es nuevo. Ya se ha dicho muchas veces que los parlamentos son más teatro que los propios escenarios, donde no en pocas ocasiones se dicen verdades como templos. Como una defensora de las artes escénicas a quien el teatro ha proporcionado mucha felicidad, ojalá esas palabras gruesas se quedaran siempre en boca de personajes que al salir a la calle se transmutaran en personas otra vez. Los políticos tienen otra responsabilidad, así que solo un exordio: quitaos la máscara que cuando todo se inflama las cosas no acaban bien y nadie aplaude.

El otro día participé en una mesa redonda en el Foro Mercartes de las Artes Escénicas, en Valladolid. Me habían citado para moderar una mesa entre cuatro representantes de Cultura del PSOE, PP, Sumar y Vox para hablar de esas cosas que verdaderamente mueven al sector artístico y que van más allá de un me gusta esta película o me gusta esta canción. Es decir, esas cosas ariditas como el Estatuto del Artista, que regula los contratos o el paro de estos trabajadores —nada baladí por ejemplo en tiempos de pandemia— la ley de contrataciones artísticas, que le dice a un ayuntamiento cuánto IVA paga por una producción teatral, el gasto público que destinan las distintas administraciones en cultura —a usted le interesará saber que son los municipios los que más gastan, en general— o cómo funciona el INAEM, ese mega transatlántico creado en los ochenta y que mantiene ocho centros de titularidad pública relacionados con las artes escénicas.

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