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Por qué le permitimos todo a los imbéciles orgullosos de serlo
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Héctor G. Barnés

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Por qué le permitimos todo a los imbéciles orgullosos de serlo

Le damos mucha importancia a la coherencia y detestamos la hipocresía. Eso provoca que prefiramos a los idiotas que no esconden serlo a las buenas personas pero imperfectas

Foto: Quizá no lo recuerden, pero este tipo organizó una fiesta sin mascarillas en el verano de 2020. (Reuters/Octavio Jones)
Quizá no lo recuerden, pero este tipo organizó una fiesta sin mascarillas en el verano de 2020. (Reuters/Octavio Jones)
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Siempre hay uno, ni dos ni ninguno. En la familia, en el trabajo y en el grupo de amigos siempre hay un imbécil orgulloso de serlo, que hace alarde de ser un bocazas, un impertinente, un mentiroso, un aprovechado, un pesado o un jeta (y si no sabes quién es en tu grupo tal vez es porque el imbécil eres tú). Supongo que hay uno porque siempre tiene que haber alguien que adopte ese rol, y ningún grupo humano es tan resistente como para aguantar al mismo tiempo a dos imbéciles orgullosos de serlo.

A pesar de todos sus defectos, nunca llegamos a darles la espalda por completo. Para empezar, porque eso nos obligaría a buscar otro imbécil que lo sustituyese. Pero sobre todo, porque como sociedad creemos firmemente en el carácter innato de la imbecilidad. No son redimibles, ni piensan cambiar ni sabrían cómo hacerlo. No se les juzga por los mismos criterios que al resto de la humanidad. Viven por otros criterios. Al imbécil orgulloso de serlo le define una célebre frase: "Hay que quererle tal como es".

Los imbéciles son consecuentes con sus actos: son jetas y se comportan como tales

Los imbéciles orgullosos de serlo son unos privilegiados porque nadie les puede exigir nada: dan lo que ofrecen, ni más ni menos. Ser imbécil es disfrutar de unos derechos que han adquirido tras años y años de comportamiento discutible. ¿Por qué aguantamos a algunas personas cosas que no toleraríamos a los demás, simplemente porque son como son, y tenemos tan poca tolerancia hacia aquellas personas buenas —o simplemente normalitas, como en realidad lo somos todos— que un buen día cometen un error garrafal?

Hay respuestas superficiales, pero que influyen en nuestra actitud. Los imbéciles orgullosos de serlo siempre dicen aquello que nadie más se atreve a decir, así que mientras uno no sea el objeto de sus ataques o comentarios, puede hasta convertirse en su aliado. Es el tonto útil del mal rollito. Además, unen al resto del grupo porque generan consenso: no hay nada que trace alianzas más fuertes que un pesado al que poner a parir en cuanto se da la vuelta.

placeholder 'Soy idiota y me creo todo', en alemán. (Reuters/Fabian Bimmer)
'Soy idiota y me creo todo', en alemán. (Reuters/Fabian Bimmer)

Los imbéciles orgullosos, en algunos casos u ocasiones, hacen emerger el mismo cariño perverso que suelen generar los niños traviesos e incorregibles. Los imbéciles que saben que lo son resultan irremediablemente fascinantes por su capacidad de salirse siempre con la suya sin tener que pagar apenas peajes personales y, sobre todo, morales. Generan esa envidia inconfesable de pensar que ojalá tuviésemos tanta cara y pocos escrúpulos como ellos. Sus contados actos de cariño o de generosidad son mucho más apreciados, porque resultan excepcionales. Guau, nunca hubiese pensado que ese absoluto imbécil pudiese tener un lado tierno.

La sociedad está obligada a desarrollar cierta tolerancia hacia los imbéciles porque, si no, ¿qué hacemos con ellos? ¿Los mandamos a una isla desierta? ¿Los metemos en la cárcel? ¿Los mandamos a Marte? No es delito ser imbécil. Todos tenemos un poco de síndrome de Estocolmo con los imbéciles orgullosos de serlo. O, directamente, admiración: hay imbéciles con un gran número de seguidores por el mero hecho de ser tan descaradamente imbéciles.

Si ya sabemos cómo son, el problema es nuestro cuando nos la juegan

Quizá la respuesta definitiva es que estos imbéciles orgullosos de serlo exhiben una de las cualidades más valoradas en el mundo moderno: la coherencia. En mi opinión, una de las virtudes más sobrevaloradas. Los imbéciles son consecuentes con los principios que profesan, es decir, si ellos mismos presumen de su jeta, su egoísmo o su mala educación, nadie puede reprocharles nada cuando se comportan como jetas, egoístas o maleducados, porque ya sabíamos a qué podíamos atenernos. Los imbéciles no decepcionan porque nunca han prometido nada.

Si ya sabemos cómo son, el problema es nuestro cuando nos la juegan. Sin embargo, esas buenas personas que meten la pata son imperdonables porque se han traicionado a sí mismas y a los demás. Lo contaba Martha Gill, columnista de The Guardian, a propósito de Russell Brand, el mocactor recientemente acusado de violación que, como Louis CK, Donald Trump o R Kelly, logró sortear las peores acusaciones durante años porque era obvia su condición de capullo. No engañaban a nadie, así que cuando se descubría que trataban mal a los que le rodeaban, la respuesta era encogerse de hombros y decir: "Pues vale, ¿y qué?". Peor lo tenían otras celebridades con fama de buenas personas como Ellen DeGeneres, cuya carrera no pudo soportar que el mundo descubriese que no era tan maja como quería vender.

placeholder Parecía gilipollas y se confirmó. (Reuters/Suzanne Plunkett)
Parecía gilipollas y se confirmó. (Reuters/Suzanne Plunkett)

El artículo incluye una cita muy oportuna de la filósofa política Judith Shklar: "La hipocresía sigue siendo el único pecado imperdonable, incluso entre aquellos que pueden pasar por alto o justificar cualquier otro vicio". Ahí se encuentra la clave del éxito de los imbéciles que presumen de serlo. Pueden ser bocazas, impertinentes, mentirosos, estafadores, pesados o jetas, pero desde luego, no son hipócritas.

¿Por qué tiene tan mala fama la hipocresía? Supongo que porque nos gusta leer con claridad el mundo que nos rodea, y poder meter a los idiotas en el cajón de los idiotas y a los majos en el cajón de los majos. Lo que no podemos tolerar es que alguien majo se comporte como un idiota, porque traiciona nuestros principios, e incluso nos descoloca que un imbécil sea generoso. Un idiota comportándose como un idiota es perro muerde a hombre. Una buena persona comportándose, aunque sea por una vez, como un idiota, es hombre muerde a perro.

Nada más despreciable que el moralizador inmoral, que da lecciones que no se aplica

La coherencia, por el contrario, es vista hoy como una de las grandes virtudes. Podemos hacer lo que queramos siempre que no nos contradigamos. Esto termina generando un doble rasero que perjudica, paradójicamente, a quien más esfuerzo destina a intentar hacerlo bien en la medida de sus posibilidades. Un buen ejemplo son los líderes climáticos a los que se les exige una pureza ideológica y una integridad en sus actos que no se exige a nadie demás. Un viaje en avión de más puede acabar con toda su credibilidad.

Por el contrario, aquel líder que siempre ha ido con su verdad por delante, echándole morro y pisoteando a los adversarios, termina siendo premiado por sus seguidores precisamente por eso: por decir lo que piensa y actuar en consecuencia, aunque sus acciones sean moralmente reprobables. Es la base del trumpismo y otros ismos políticos. En este marco, no hay nada más despreciable que el moralizador inmoral, el que da lecciones que no se aplica a sí mismo. Y al final, el inmoral que no moraliza siempre se salva: uno puede ser todo lo despreciable que quiera si ya ha anunciado con anterioridad que lo iba a ser.

placeholder Judith Shklar escribió que la hipocresía sigue siendo el único pecado imperdonable.
Judith Shklar escribió que la hipocresía sigue siendo el único pecado imperdonable.

Hay una idea más o menos compartida hoy que es que en realidad todos somos peores de lo que nos gustaría reconocer y, por lo tanto, solo los imbéciles orgullosos de serlo se muestran tal y como son. El resto podemos ser igual de malvados dadas las circunstancias adecuadas, pero además pecamos de una imperdonable superioridad moral. Hemos visto tantas caídas del pedestal a estas alturas que ya no nos extraña nada.

Más vale malo conocido que malo por conocer

El mejor ejemplo de esta mitificación de la coherencia son los espacios como Maldita Hemeroteca, del programa El Objetivo, donde se buceaba en las declaraciones de los políticos para mostrar que donde hoy decían una cosa, antes habían dicho otra. En algunos casos, el cambio de criterio era escandaloso.

En otros, sin embargo, resultaba algo más discutible. Porque no hay nada más loable en un político (o en cualquier otra persona) que ser capaz de revisar sus opiniones, aunque eso le haga parecer incoherente. Y nada más triste que morir pensando exactamente lo mismo que uno pensaba en la adolescencia.

Abunda la idea de que nadie está salvo de convertirse en un imbécil

Hace unos años se discutió largo y tendido sobre la figura del nice guy, el hombre que va de majo con propósitos románticos y que una vez no consigue su objetivo se convierte en otro capullo más. Una de las derivadas de esta crítica del nice guy era que, al menos, un imbécil orgulloso de serlo no engaña a nadie, por lo que ya decidirás tú solita si quieres meterte ahí o no. Pero esa crítica participa también de la idea de que todo el mundo puede revelarse tarde o temprano como personas terribles, que nadie está a salvo de convertirse en un imbécil (pero sin estar orgullo de serlo).

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Pongamos que eso sea verdad: tal vez deberíamos aceptar que todos somos humanos, un poco imbéciles en ocasiones, pero que luchamos cada día para intentar ser un poco mejores (aunque a veces seamos fatales). Que no siempre lo consigamos no quiere decir que todos esos esfuerzos sean en vano, porque corremos el riesgo de mitificar a los imbéciles por nuestro amor desaforado hacia la coherencia. El infierno está lleno de buenas personas que cometieron un pecado y de pecadores que se arrepintieron in extremis: encima, no le riamos las gracias a los imbéciles encantados de serlo.

Siempre hay uno, ni dos ni ninguno. En la familia, en el trabajo y en el grupo de amigos siempre hay un imbécil orgulloso de serlo, que hace alarde de ser un bocazas, un impertinente, un mentiroso, un aprovechado, un pesado o un jeta (y si no sabes quién es en tu grupo tal vez es porque el imbécil eres tú). Supongo que hay uno porque siempre tiene que haber alguien que adopte ese rol, y ningún grupo humano es tan resistente como para aguantar al mismo tiempo a dos imbéciles orgullosos de serlo.

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