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Por qué parece que todo el mundo tiene que publicar un libro (no, no es para que lo leas)
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Héctor G. Barnés

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Por qué parece que todo el mundo tiene que publicar un libro (no, no es para que lo leas)

A veces tengo la impresión de que estamos escribiendo libros que nadie nos ha pedido para gente que nunca los va a leer

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Ha llegado septiembre y con él, las novedades editoriales, y con ellas, la pregunta que mucha gente se hace: ¿qué pasa, que todo el mundo ha escrito un libro o qué? Bueno, no todo el mundo, pero sí una cantidad tan importante de gente como para que dé la impresión de que usted mismo, si no se anda con cuidado, podría ser el siguiente. Ningún español está ya a salvo de que le ofrezcan publicar.

El listón no está demasiado elevado. Ya ni siquiera es necesario ser una celebridad, sino que basta con ser famoso en tres calles —es decir, lo suficientemente conocido en determinado campo o para un público concreto como para que tu nombre pueda atraer el interés de un número mínimo de compradores— para sacar tu libro. El caso de los famosos-famosos es el más evidente: de los presentadores que se lanzan a escribir thrillers a los artistas de variedades a los que les da por jugar a historiadores, lo importante es que el nombre y la foto figuren en letras bien grandes. Pero no hace falta llegar a ese nivel. Basta con tener algo que contar, o mejor, un nombre que suene.

Aún hay quien piensa que editar un libro tiene mérito, pero no es así

Al final, producir un libro es relativamente barato y sencillo si lo comparamos con otras industrias como la del cine y no requiere la pericia técnica que puede tener la de la música. Uno solo necesita un procesador de texto, un conocimiento superficial de la gramática española (a veces, ni eso), cierta paciencia y sobre todo, gente que te aguante. A lo mejor, lo que nos pasa a los que no tenemos hijos y sufrimos alergia a los perros (¡snif!) es que no nos queda otra que escribir libros y cambiar el orden aquel de plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro, empezando por lo último.

Tenía sentido que en aquella enumeración de José Martí el libro fuese lo último, porque se entendía que solo publicaba el erudito, el que tenía algo que contar o el que había vivido lo suficiente como para transmitir su sabiduría a las siguientes generaciones. Hoy no: hoy puede escribir un libro cualquiera, incluso yo. La vieja meritocracia que apuntaba a que solo unos pocos intelectuales ilustrados o talentos imparables podían acceder a ser publicados ya no aplica.

placeholder Un niño en un árbol, falta el libro. (EFE/Farooq Khan)
Un niño en un árbol, falta el libro. (EFE/Farooq Khan)

Cuando alguien me felicita por el mérito que supone publicar un libro hoy en día, le intento explicar que no es así, que sobre todo en determinados campos lo difícil es no hacerlo y resistir a la tentación. En realidad, pienso para mí, el verdadero mérito es el de aquellos que aguantan al que está escribiendo un libro mientras lo hace, convivientes, amigos y parejas. Publicar un libro ya no tiene prestigio, aunque algunas personas sigan otorgándoselo. Si cada año se publican en España más de 90.000 nuevos libros, un autor publicado es alguien tan excepcional como ese tipo que está en el gallinero del Santiago Bernabéu viendo el fútbol un domingo cualquiera.

Hay un sector cultural en crecimiento que abarca desde los académicos hasta los periodistas, pasando por los entretenedores, en el que se da por hecho que publicaremos un libro tarde o temprano, como un rito de paso. (¿Hacia dónde? No lo sé) Lo que me pregunto es si todos estamos escribiendo libros que nadie nos ha pedido pensando en gente que nunca los va a leer. Si, en muchos casos, lo que publicamos no está pensado para leerse sino para funcionar como una tarjeta de visita que se incorpora a tu nombre ("hola, soy Héctor G. Barnés, el de Futurofobia") y así tener algo que vender ("sí, el del libro sobre el miedo al futuro").

A veces parece que publicamos porque es lo que se espera de nosotros

Por eso sacamos libros que se pueden resumir en una frase, para librar al lector de la necesidad de leerlo, que la gente compra mucho pero lee menos. Durante la presentación del libro me di cuenta de que muchos entrevistadores no es que no hubiesen terminado de leerlo —ahí hemos estado todos—, es que ni lo habían abierto. Lo que también supe es que era culpa mía, que quería darlo tan mascado, contar mi tesis de manera clara sin que hiciese falta prestarle mucha atención, que estaba desanimando a leerlo. En esto, los estadounidenses son unos maestros: esos voluminosos ensayos están tan pensados para que el lector no necesite pasar de la página cuarenta que, si lo hace, solo encontrará ruido y redundancia.

A veces tengo la impresión de que la gente sacamos libros porque es lo que se espera de nosotros. Y digo "gente" y no "escritores" porque hoy en día la mayor parte de autores publicados son eso, "gente". Al principio uno escribe libros porque se lo piden o tiene algo que contar, y luego una cosa lleva a la otra y escribe libros porque tiene el chip de que tiene que escribir libros, porque se supone que puede escribir libros, y porque se espera de él que publique más libros ("el siguiente, ¿para cuándo?", el equivalente a "el niño, ¿para cuándo?").

placeholder Cada año se publican 90.000 libros y la mitad de ellos son de Stephen King. (EFE/Maja Hitij)
Cada año se publican 90.000 libros y la mitad de ellos son de Stephen King. (EFE/Maja Hitij)

Es sospechoso tener algo nuevo que contar cada dos años exactamente, de igual manera que es sospechoso el músico que tiene doce canciones exactas listas para ser publicadas cada verano de años pares, y que en realidad están ahí para tener algo nuevo que tocar en el festival de turno. Uno publica libros, varios, uno detrás de otro, para que no se olviden de él, para recordar al mundo su existencia. Por eso tantos libros de un mismo autor se parecen, porque las obsesiones son recurrentes, sí, pero no hay nada como parecerse a uno mismo para que le sigan leyendo.

A pesar de todo esto, léame

No caigamos en el cinismo. A pesar de toda esta explicación que bien podría conseguir que nadie quisiera publicarme nunca más, creo sinceramente que la mayoría esa gente que publica libros los escribe pensando en que va a ser leído con atención. Al fin y al cabo, si uno es tan vanidoso como para querer que figure su nombre en la portada de un fajo de páginas, también lo es para intentar que aquello que figura en negro sobre blanco no le haga parecer un idiota.

Que aquí publique todo Dios no deja de ser una peculiar democratización

Aunque siempre habrá quien escriba con el piloto automático puesto, me sentiría un estafador si publicase algo que no creo que puede resultar interesante, instructivo o meramente entretenido para el lector. Que la industria editorial haya cambiado y que en la gran mayoría de casos el tiempo y esfuerzo que se dedica a cada libro haya disminuido sensiblemente porque a esa gran mayoría de gente-que-publica no le va la vida en ello, como a aquel antiguo novelista que vivía aterrado de que cada libro pudiese ser el último, no quiere decir que se haya convertido en una estafa piramidal. Simplemente, es el modelo del capitalismo cultural.

No queda otra que aceptar lo que publicar un libro significa hoy en día. Autoeditado, en editorial pequeña o en gran multinacional, es mucho más fácil acceder a aquello que hace no tanto tiempo solo estaba reservado para unos pocos, no siempre por una cuestión de mérito, sino también de contactos. ¿Que hay muchos libros? Mejor eso que haya pocos y publicados por unos elegidos. Son el engranaje de una rueda industrial mucho más grande que no deja de girar, pero que haya un afán comercial no excluye automáticamente que puedan seguir escribiéndose (y leyéndose) libros con amor, cariño y respeto al lector.

placeholder Montaigne también vendía sus libros a 19,90 euros.
Montaigne también vendía sus libros a 19,90 euros.

¿Y los ensayos, el género por antonomasia donde entramos por defecto todos aquellos que no tenemos talento para la ficción o la poesía ni tiempo para investigar? Pues tampoco han cambiado tanto desde los tiempos de Michel de Montaigne, cuando escribía que "anda desencaminado quien pretenda hallar aquí alguna ciencia, pues yo no me dedico en absoluto a ninguna profesión científica. Estos ensayos contienen mis fantasías, y con ellas no intento explicar las cosas, sino explicarme con franqueza, solo eso".

Ahí estamos todos, como Montaigne, cinco siglos después, explicando con franqueza nuestras fantasías y esperando que, en el mejor de los casos, encontremos a ese lector que está en algún lugar y que no sabemos muy bien cómo es. A mí me pasó: resulta que Futurofobia gustó más a los menores de 30 y a los mayores de 50 que a quien pensaba que interesaría, los hombres treintañeros, es decir, yo. Suena pretencioso, pero que aquí publique todo Dios no deja de ser un proceso de democratización de oportunidades. Un español, un voto, un libro. ¿Quieres leer el mío?

Ha llegado septiembre y con él, las novedades editoriales, y con ellas, la pregunta que mucha gente se hace: ¿qué pasa, que todo el mundo ha escrito un libro o qué? Bueno, no todo el mundo, pero sí una cantidad tan importante de gente como para que dé la impresión de que usted mismo, si no se anda con cuidado, podría ser el siguiente. Ningún español está ya a salvo de que le ofrezcan publicar.

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