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Cuando Montaigne se confinó diez años en su castillo
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CRONICA CULTURETA

Cuando Montaigne se confinó diez años en su castillo

El pensador francés decidió retirarse en su torre e iluminó allí su camino de integridad, tolerancia y escepticismo

Foto: Retrato de Montaigne
Retrato de Montaigne

La situación de arresto domiciliario en que nos encontramos ha precipitado problemas de convivencia no ya con el prójimo, sino con nosotros mismos. Estamos expuestos a un ejercicio inducido o forzado de introspección, más o menos como si tuviera procediera inscribir en el felpudo de nuestros hogares el eslogan que presidía el templo de Apolo en Delfos: 'Conócete a ti mismo'. El aforismo aloja una oportunidad. Ya que no podemos viajar a la playa ni a la montaña sí podemos hacerlo hacia nosotros, aunque conviene valerse de un buen sherpa. Por ejemplo, Michel de Montaigne (1533-1592), cuyo periodo de confinamiento voluntario se prolongó durante una década en el torreón del castillo que su familia poseía en la campiña de Burdeos.

Ciertamente, para confinase en un castillo el primer requisito consiste en tener un castillo, aunque semejante perogrullada no implica que la vida de Montaigne fuera sencilla. Su padre lo educó en el latín y el griego. No le enseñó una palabra de francés hasta los ocho años. Y lo “sometió” a una severa disciplina de responsabilidad en relación con sus privilegios y deberes.

Fue el embrión cultural y conceptual en que se cultivó un hombre ilustrado y un espíritu tolerante. Ilustrado en tiempos de oscurantismo. Tolerante en tiempos de guerras de religión. La rama española de Montaigne, judía, había sido exterminada por la Inquisición, de tal manera que a Montaigne no iban a involucrarlo en el antagonismo que opuso a católicos y protestantes, ni siquiera cuando Enrique IV, “París bien vale una misa”, le propuso un lugar de honor en la corte.

No fue un simple teórico Montaigne ni un animal de biblioteca que se relacionaba con el prójimo desde la majestad

No fue un simple teórico Montaigne ni un animal de biblioteca que se relacionaba con el prójimo desde la majestad. Conoció la guerra, ejerció la judicatura, hizo política en París y hasta desempeñó unos años la alcaldía de Burdeos, aunque su mayor contribución a la Humanidad la formalizó en las paredes del torreón de su castillo. Allí originó el género del ensayo. Y definió las razones por las que ha logrado instalarse entre las luminarias del pensamiento occidental. No lo hizo por medio del dogma, sino por el camino de la duda: “Que sais-je?”

¿Qué sé yo?

“¿Qué sé yo”?, se pregunta Montaigne, no apelando a su erudición ni al dominio apabullante de la cultura grecolatinas, sino comprendiendo que la sabiduría le ha llevado a la conclusión de la ignorancia. Sostiene que es una obscena aspiración del hombre saber y aprehender, con “h” intercalada. La pregunta de Montaigne hacia sí mismo es tan representativa por el contenido como por la interrogación. Porque a interrogación resume su posición escéptica su proceso de indagación dialéctico, su método de exploración. Y predispone al fin y al cabo una posición desasosegada. La única certeza es la duda, aunque la duda también le proporciona un salvoconducto para renunciar a elegir una fracción religiosa, un bando y hasta una idea.

Montaigne no se adhiere al humanismo entusiasta que él mismo ha heredado de los maestros del Renacimiento

Montaigne no se adhiere al humanismo entusiasta que él mismo ha heredado de los maestros del Renacimiento. Abjura de la oscuridad medieval, pero le angustia el recrudecimiento del fanatismo. Lo describe muy bien Stefan Zweig en la biografía que le escribió: "A pesar de su lucidez infalible, a pesar de la piedad que le embargaba hasta el fondo de su alma, debió asistir a esta despreciable caída del humanismo en la bestialidad, a alguno de esos accesos esporádicos de locura que constituyen a veces lo humano. [...] Esa es la verdadera tragedia de la vida de Montaigne". No llegó a publicar Zweig el homenaje a Montaigne. Se suicidó antes de hacerlo, pero la biografía tanto redunda en el afrancesamiento del escritor austriaco como establece una conexión con los textos más sensibles al pensamiento renacentista y sus derivadas. Stefan Zweig escribió la biografía de Erasmo de Rotterdam y recurrió al antagonismo de Castellio y Calvino como respectivos paradigmas de la tolerancia y del fanatismo .

Montaigne estaba alineado con Castellio tanto como recelaba de la vanidad. La consideraba el principal obstáculo en el camino del conocimiento. Tenía una visión compleja y nuclear del mundo. Fue un cosmopolita. Un viajero. Busco la virtud con el mismo énfasis de Marco Aurelio. E hizo suyo un camino de integridad y de lucidez cuya repercusión alcanza a Pascal, a Goethe, a Proust, a Flaubert. Y a George Sand, cuyas observaciones a los “Ensayos” -hay una magnífica edición en Acantilado- adquieren la definición circular de una torre parecidas a la que Montaigne convirtió en su mayor empresa interior: “leedlos de principio a fin, y cuando los terminéis, empezad a leerlos otra vez”.

La situación de arresto domiciliario en que nos encontramos ha precipitado problemas de convivencia no ya con el prójimo, sino con nosotros mismos. Estamos expuestos a un ejercicio inducido o forzado de introspección, más o menos como si tuviera procediera inscribir en el felpudo de nuestros hogares el eslogan que presidía el templo de Apolo en Delfos: 'Conócete a ti mismo'. El aforismo aloja una oportunidad. Ya que no podemos viajar a la playa ni a la montaña sí podemos hacerlo hacia nosotros, aunque conviene valerse de un buen sherpa. Por ejemplo, Michel de Montaigne (1533-1592), cuyo periodo de confinamiento voluntario se prolongó durante una década en el torreón del castillo que su familia poseía en la campiña de Burdeos.

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