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Esa gente pesada que habla mucho y lento porque está acostumbrada a que la escuchen
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Héctor G. Barnés

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Esa gente pesada que habla mucho y lento porque está acostumbrada a que la escuchen

Nuestra sociedad tiene muchas divisiones, y una de ellas podría ser entre la gente a la que se le escucha cuando se le habla y a la que no

Foto: Roman Polanski, un gran orador. (Reuters/Pascal Rossignol)
Roman Polanski, un gran orador. (Reuters/Pascal Rossignol)
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A los 18 años, como tantos otros, caí prendado de Víctor Erice tras ver la entrevista que le hicieron en el Café Barbieri de Lavapiés. En ella, el director de El sur hablaba lentamente, escogiendo cuidadosamente sus palabras, puntuadas por grandes pausas, que hacían que uno esperase con intriga qué iba a salir de su boca a continuación. La manera de hablar de Erice es hipnótica y transmite una especie de sabiduría ancestral. Pensé que a mí también me gustaría hablar así de mayor.

Entonces, llegó mi madre y me preguntó: "¿Qué le pasa a este, por qué habla así?" Las madres, que son prácticas y nos ponen los pies en el suelo, suelen tener razón. Nadie habla así en el mundo real, nadie puede permitirse esas pausas ni esa lentitud. Si lo puede hacer Erice es porque es uno de los grandes directores de la historia del cine español (y mundial), acostumbrado a que todo el mundo le escuche cuando habla. Si lo hacemos usted y yo, seguramente piensen que somos idiotas.

"Los ricos y los hombres habláis lento porque estáis acostumbrados a que os escuchen"

Es una situación parecida a la que se vive en tantas reuniones familiares en las que el cabeza de familia toma la palabra y, una vez más, cuenta con todo lujo de detalles la misma historia que lleva relatando treinta años, añadiendo cada vez más detalles inverosímiles, por supuesto. Todo el mundo se para y le escucha, que total, es una vez al año, y callan. Seguramente, cuente la historia lenta y con parsimonia, porque está acostumbrado a que no le interrumpan.

Al otro lado de la mesa —y de la historia— se encuentra tal vez su esposa, que habla rápido y mal porque se ha acostumbrado a que cuando abre la boca, la corten pronto si no va al grano. Sabe que la cantidad de tiempo de que dispone para relatar su historia es limitado. Como decía el historiador y periodista Marc Giró, "los ricos y los hombres habláis lento, porque estáis acostumbrados a que todo el mundo os va a escuchar, pero las que somos pobres, las mujeres, los maricones, tenemos que ir rápido a decir las cosas porque no hay espacio y hay que hablar como una metralleta porque a lo mejor no lo colocas".

Por eso los grandes oradores suelen ser hombres, porque tienen todas las características de lo que se considera que debe tener un buen discurso: son lentos, articulados, se toman su tiempo para exponer y detallar sus ideas, no se apresuran. Las biografías cuentan que Roman Polanski, un tipo bajito y feúcho, encandiló a Sharon Tate con sus largas y elaboradas historias que mezclaban la vivencia personal con la ficción. Por eso, quizá la característica esencial del buen orador es, básicamente, que le escuchen con atención y no le interrumpan.

Nuestra sociedad tiene muchas divisiones, y una de ellas podría ser entre la gente a la que se le escucha cuando se le habla y a la que no. Como tantas divisiones, suele generar un círculo vicioso en el que cuanto más hablas, mejor lo haces y más se te escucha, y cuanto más te callas, menos acostumbrado estás a participar en público y, por lo tanto, menos interesante resultas. Todos conocemos a ese pobre tipo que nunca abre la boca y que, cuando lo hace, sus amigos le reprochan lo estúpidas que son sus opiniones. Es decir, Donny en El gran Lebowski cuando Walter le responde que no está en su elemento cada vez que abre la boca.

Uno tiene todo el tiempo del mundo cuando es una de las personas más poderosas

¿Qué separa a unos y otros? Supongo que el poder, como sugería Giró. O, al menos, la percepción de que uno va a ser escuchado, que los demás no tienen prisa en escuchar sus palabras, que el cronómetro no corre en tu contra. Por eso se dice que algunas mujeres hablan como metralletas, porque no saben cuándo van a ser interrumpidas y cada segundo es oro. Cuenta Dan Lyons en su último libro, Cállate (Capitán Swing), que Steve Jobs estaba acostumbrado a hacer grandes y ensayadas pausas en sus exposiciones para captar la atención de su auditorio. Uno tiene por delante todo el tiempo del mundo cuando es uno de los hombres más poderosos.

Ahora, de repente, resulta que hablar mucho está mal visto, explica Lyons. Es tremendo ver cómo el periodista cuenta que ser un bocazas le ha perjudicado en la vida: llega a deslizar que estuvo a punto de costarle el divorcio de su mujer, hasta que pudo aprender a callarse y reconquistarla. Lo que me hace preguntarme si no confundimos el síntoma con la enfermedad y el problema del autor de Disrupción no es la cantidad de palabras emitidas por segundo, sino hacer constantemente de menos a los demás (sobre todo, a su esposa).

placeholder Dan Lyons, autor de 'Cállate'. (YouTube)
Dan Lyons, autor de 'Cállate'. (YouTube)

No se trata, por lo tanto, de callarse, sino de qué representa hablar y de qué representa callarse. Alargar porque sí un monólogo ("danálogos", los llama el autor, utilizando su propio nombre: qué ego), porque nuestro interlocutor no tiene más remedio que escucharlo, es una forma de robarle el tiempo a los demás. Muchas de esas personas que no callan ni debajo del agua y que alargan sus intervenciones a sabiendas de que le quitan tiempo a los demás no se dan cuenta de que son rehenes de su palabrería. Que, de poder evitarlo, no les seguirían escuchando. No, abuelo, no quiero que vuelvas a contar esa historieta de la mili una vez más, pero es que no me queda más remedio.

Oh, no, ahora está de moda callarse

En su defensa del silencio, el antiguo editor de Forbes no explica que esté bien porque sí, para dar a los demás la oportunidad de exponer sus pensamientos, sino porque te hace parecer poderoso, mejora tu salud y tus oportunidades en la vida. Esto es algo muy americano: vender todo aquello moralmente positivo, que deberíamos hacer porque sí, porque debemos hacerlo, como una oportunidad de crecimiento personal.

Hablar sin parar y callarse son las dos caras de la misma moneda del poder

De lo que no se da cuenta cuando elogia a Isabel II por guardar silencio tras la muerte de Lady Diana es que si la reina de Inglaterra puede mantener la boca cerrada es porque es la persona más poderosa de Inglaterra y nadie le va a pedir cuentas. No es que Isabel II sea Isabel II por su capacidad de guardar silencio, es que puede decidir cuándo habla y cuándo no precisamente porque es la reina de Inglaterra. Al final, hablar sin parar y callarse como una tumba cuando todo el mundo espera de alguien que hable son las dos caras de la misma moneda del poder.

Un artista famoso que pasa años sin publicar nada es un enigma, un ermitaño que acapara la atención del público mientras los medios intentan interpretar su silencio. Un artista desconocido que desaparece de la esfera pública simplemente cae en el olvido. Su silencio no significa nada. Callarse y que te presten atención es un privilegio, como hablar y que te hagan caso. Pocos pueden permitirse divagar durante horas sin que le interrumpan, de igual manera que pocos pueden permitirse callar y seguir en nuestras mentes.

placeholder Donny y Walter en 'El gran Lebowski'.
Donny y Walter en 'El gran Lebowski'.

En Mi padre alemán, Ricardo Dudda dice de su progenitor que "hoy ya no da discursos, aunque habla mucho; sobre todo porque le pregunto. Siempre estuvo acostumbrado a que lo escuchen, fue jefe desde muy joven". He conocido a lo largo de mi vida a muchos Gernot Dudda, quien tengo la sensación que no me caería muy bien, y todos reúnen esas características que de forma tan sucinta recoge su hijo: tienen más de sesenta años, son hombres, han ocupado puestos de responsabilidad, creen que tienen muchas cosas que contar y se toman su tiempo para hacerlo. Dan Lyons, Barack Obama o Steve Jobs encajan en ese prototipo.

Quizá sean todas esas personas que durante años no han dejado de hablar, es decir, de ocupar espacios, los que ahora se están dando cuenta del valor de medir las palabras. Y, por supuesto, tienen que contarlo a los cuatro vientos en libros o columnas como esta, porque se han dado cuenta de que es su manera de retener el poder. Al final, hablando o callando, todo se reduce a eso: no al interés genuino por los demás, sino a conseguir y retener el poder.

Atienda a cualquier conversación para ver cómo funcionan las dinámicas de poder

La próxima vez que esté en una cena familiar o en una conversación entre amigos o en una reunión de trabajo, fíjese bien en quién habla y en quién calla, en quién interrumpe y en quién deja que los demás se expresen, en quién acapara el tiempo y en quién es respetuoso con el de los demás. Porque estará viendo en vivo y en directo, en la más cotidiana de las situaciones, cómo funcionan las dinámicas de poder.

A los 18 años, como tantos otros, caí prendado de Víctor Erice tras ver la entrevista que le hicieron en el Café Barbieri de Lavapiés. En ella, el director de El sur hablaba lentamente, escogiendo cuidadosamente sus palabras, puntuadas por grandes pausas, que hacían que uno esperase con intriga qué iba a salir de su boca a continuación. La manera de hablar de Erice es hipnótica y transmite una especie de sabiduría ancestral. Pensé que a mí también me gustaría hablar así de mayor.

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