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'El castillo de Takeshi': hacer peor lo que ya es muy malo
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'El castillo de Takeshi': hacer peor lo que ya es muy malo

La vuelta a la fórmula de 'Humor amarillo' constituye un fiasco monumental

Foto: Una escena de la serie de Prime Video 'El castillo de Takeshi'.
Una escena de la serie de Prime Video 'El castillo de Takeshi'.

Muchos cables se me han debido de cruzar para ponerme en Prime Video El castillo de Takeshi, la payasada televisiva del momento. Uno de esos cables será el que conecta mi sensatez con la nostalgia, y por ahí le fui dando al botón. Otro cortocircuito puede tener que ver con el hartazgo de series todas iguales y con niña secuestrada o asesinato sin resolver o curas que violan. Quizá también mis años japoneses me dieron el pequeño empujón que necesitaba para ver a cien japoneses haciendo el idiota. Los vi.

El castillo de Takeshi se nos presenta como la recuperación de una fórmula en realidad muy interesante, quizá la televisión más pos-moderna que existe. Si Gran Hermano o el Un dos tres vendían su formato, y cada país replicaba el concurso, y si una serie se dobla o se subtitula, y se lanza al mundo a ver qué suerte corre, el programa japonés creado en los años ochenta por Takeshi Kitano llegó a España tal cual, o sea, el mismo que ponían allí, pero doblado con total libertad en nuestro país sin el menor respeto por nada. Eso fue Humor amarillo. Y fue un éxito precisamente porque no tenía respeto por nada.

placeholder Una escena de la serie 'El castillo de Takeshi'.
Una escena de la serie 'El castillo de Takeshi'.

Esta técnica grotesca (imagen si uno pudiera importar Oppenheimer a España y doblarla como si fuera la historia de un señor que busca su sombrero en el desierto, y listo) sólo recuerdo haberla visto en el debut como director de Woody Allen. Precisamente una película también japonesa le sirvió al genio del humor para firmar ¿Qué tal, Lily Tiger? (1966), película-collage o versión alternativa donde se cambiaban todos los diálogos, y también el montaje, y hasta se añadían escenas de otras películas japonesas. Debemos suponer que a los japoneses los derechos de autor les dan un poco igual, así como la dignidad.

Porque hay algo netamente ofensivo en importar un producto japonés y permitirse todo tipo de comentarios añadidos a las imágenes en los que la ignorancia y el prejuicio tienen barra libre. Así, muchos participantes de este concurso nipón visten ropa tradicional de su país, a veces no convergente con lo que nosotros consideramos ropa tradicional, y ahí viene el chiste y la burla. Lo mismo vale para la comida, la forma de expresarse, la gestualidad o el decorado, abundante de referencias nacionales japonesas.

Si el chiste hace gracia, en realidad nadie sale ofendido, porque sitúa el discurso en un plano de espectáculo. Eso sucedía en 'Humor amarillo'

Sin embargo, los límites del humor son simples: que haga gracia. Si el chiste hace gracia, en realidad nadie sale ofendido, porque sitúa el discurso en un plano de espectáculo. Eso sucedía en Humor amarillo. Cuando los geniales dobladores de aquella versión denominaban “chino cudeiro” a, de hecho, un japonés, no resultaba vejatorio (y les aseguro que nada ofende más a un japonés que ser llamado “chino”), porque lo que quedaba era la donosura verbal, y no una imprecisión políticamente incorrecta de razas.

En El castillo de Takeshi sucede exactamente lo contrario: el programa no tiene la menor gracia y encima es políticamente correcto. Quizá ambas cosas están relacionadas. Conscientes de los tiempos que vivimos, los guionistas del doblaje están tan obsesionados con los cuatro puntos cardinales del respeto absoluto a la Humanidad en su conjunto que acaban filtrando en su trabajo esa misma obsesión, y haciendo doctrina cada cinco minutos. Esto, paradójicamente, resulta más ofensivo para el programa japonés que una burla directa y de grano grueso.

placeholder Un momento de la serie 'El castillo de Takeshi'.
Un momento de la serie 'El castillo de Takeshi'.

Así, cuando en una de las pruebas aparece un estrafalario DJ rodeado de tías buenas en bikini, lo que busca muy obviamente subir audiencia en la más preclara tradición de las mamachichos, la versión española corrige esa anomalía política y hace leer a sus presentadores todo tipo de excusas, acusaciones y miramientos paulinos sobre poner a cuatro o cinco chicas en bikini a mover el culo alrededor de un señor. Es como para deciles: ¡pues no traigáis el programa a España, si no os gusta el uso del cuerpo de la mujer para subir audiencia! Porque esos mismos cuerpos semidesnudos siguen apareciendo en Prime Video España, con la hipocresía ridícula añadida de que los propios presentadores se muestran escandalizados de su aparición. Lo dicho: pues no hagáis el programa.

Muchos tacos (sobre todo “hostia” como “golpe”) buscan dar a El castillo de Takeshi la frescura y gamberrismo de Humor amarillo, pero sólo Eva Soriano consigue cierta naturalidad en la entrega de sus bromas. Lo demás es patético. Los letreros o rótulos, que buscan cierta pegada similar a los de Cachitos, son de una simpleza absoluta. Dani Rovira parece estar deseando acabar su participación en el doblaje, y el otro no sé cómo se llama, pero tampoco hace nada para que merezca la pena saber cómo se llama. Entre broma sin gracia y broma sin gracia, lecciones morales. “Ese cantante de reguetón ha humillado a esa mujer”, escuchamos.

Curiosamente, con los calvos se hacen muchos chistes en el primer capítulo, porque entre la gordofobia y la diversidad aún no ha habido ocasión de estar a buenas con los calvos.

Muchos cables se me han debido de cruzar para ponerme en Prime Video El castillo de Takeshi, la payasada televisiva del momento. Uno de esos cables será el que conecta mi sensatez con la nostalgia, y por ahí le fui dando al botón. Otro cortocircuito puede tener que ver con el hartazgo de series todas iguales y con niña secuestrada o asesinato sin resolver o curas que violan. Quizá también mis años japoneses me dieron el pequeño empujón que necesitaba para ver a cien japoneses haciendo el idiota. Los vi.

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