Renzo Piano: "La palabra arquiestrella es insultante, construir edificios es un oficio noble"
El arquitecto italiano acaba de concluir el magnífico Museo de Arte Moderno y Contemporáneo en Estambul, el primer proyecto que realiza en Turquía. "Un edificio debe ser para siempre", sostiene
Si algún día se cruza con Renzo Piano, por nada del mundo se le ocurra decirle que es una arquistrella, un arquitecto-estrella. A punto de cumplir los 86 años, este esbelto y elegante genovés de ojos azul semitransparente es un señor profundamente tranquilo y educado, pero no puede evitar sulfurarse cuando oye la dichosa palabrita. "Arquiestrella me parece un término horrible, transmite la idea de que haces las cosas para aparentar, por fama, por espectáculo. Es insultante", sentencia. "Además, yo no visto nunca de negro, no me gusta el negro", añade con sorna en alusión al uniforme, negro de los pies a la cabeza, que los arquistrellas suelen lucir.
Vale, nada de arquiestrella. Sin embargo, no hay duda de que Renzo Piano es una estrella de la arquitectura. Considerado uno de los más influyentes y prolíficos arquitectos del mundo, la lista de premios que ha recibido (empezando por el Pritzker) es muy extensa, aunque todavía es más largo el inventario de edificios que llevan su nombre: el rascacielos Shard en Londres, el Centro Pompidou en París, el Museo Whitney en Nueva York, la torre de 52 pisos del New York Times en Manhattan, la Academia de las Ciencias de California, el Centro Botín en Santander o el Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de Estambul —su última criatura—, solo por citar algunos.
Piano tiene un sentido profundamente ético de la arquitectura, para él es exactamente lo contrario que un vehículo para alcanzar estrellato y notoriedad. "La arquitectura es un arte cívico", asegura sentado en la biblioteca del fabuloso Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de Estambul, su primera construcción en Turquía. "Este edificio, por ejemplo, es político. Político deriva de la palabra griega polis, ciudad. Es político en su sentido más profundo, porque está hecho para la comunidad, pensando en hacer de Estambul un lugar mejor".
Fue seguramente durante su infancia cuando Renzo Piano empezó a consolidar todos esos altos valores que asocia al arte de levantar edificios. "Mi padre era un pequeño constructor con 12 empleados. Yo crecí con la idea de que construir era un oficio noble, pasé mi niñez en Génova contemplando la magia de hacer edificios", nos cuenta. "Para mí no hay ninguna diferencia entre un arquitecto y un constructor. Mi padre fue de hecho mi maestro, y cuando le dije que quería ser arquitecto me pregunto: ¿pero por qué? No lo entendía".
Aprendí que la arquitectura va de patearte las calles, de hablar con la gente. La arquitectura es social, es cívica
Dice que tuvo suerte, que nació en el lugar correcto, con los padres correctos, en el momento correcto. Tenía ocho años cuando concluyó la Segunda Guerra Mundial, dejando un continente devastado y abriendo paso a un periodo de reconstrucción y recuperación. "En esa época, inevitablemente, te convertías en constructor mental. Además, cada año era mejor, había un optimismo increíble, la sensación de que las cosas solo podían mejorar y mejorar".
Se fue a estudiar arquitectura a la Universidad Politécnica de Milán. "Allí aprendí que la arquitectura va de patearte las calles, de hablar con la gente. La arquitectura es social, es cívica", insiste.
Tras acabar sus estudios en Milán, a finales de los 60 puso rumbo a Londres. "Era el Londres de Los Beatles, de Mary Quant… Era su gran momento", recuerda ahora. Allí conoció a Richard Rogers, quien acababa de romper su asociación con Norman Foster. Total: Piano y Rogers se aliaron y crearon su propio estudio de arquitectura.
"La cultura era importante para nosotros, íbamos a museos, a conciertos… Pero los museos en aquella época eran intimidantes, llenos de polvo", rememora. Por eso, él y Rogers decidieron presentarse al concurso internacional para la construcción del Centro Georges Pompidou, en el centro de París, con un proyecto absolutamente rompedor y revolucionario.
"Éramos jóvenes y además éramos chicos malos", recuerda ahora. "No pensábamos para nada que pudiéramos ganar, nos parecía absolutamente imposible".
Quizás por eso, se permitieron arriesgar, hacer locuras. Y ganaron el concurso, imponiéndose a los otros 681 proyectos participantes. Piano tenía entonces 34 años, Rogers 38, y ambos se hicieron famosos a partir de ese momento.
Un edificio debe de ser para siempre, y más si se trata de un edificio público. La arquitectura tiene un deber civil
"Desde entonces he hecho muchos museos a lo largo de mi vida y todos tienen la misma función: ser espacios para la gente. Hace 50 años los museos eran lugares oscuros. Pero el mundo ha cambiado, y la arquitectura ha ayudado a ese cambio. Desde finales de los 60 los museos son lugares para la gente. Los museos que yo he hecho son muy diferentes entre sí, pero todos están pensando para albergar belleza, arte, curiosidad… Y eso es algo que no se mide en años, se mide en siglos".
Porque esa es otra de las obsesiones de Piano: para él los edificios tienen que durar en el tiempo, han de ser eternos, inmortales. "Un edificio debe de ser para siempre, y más si se trata de un edificio público", sentencia. "La arquitectura tiene un deber civil: los edificios tienen que durar". Por eso, el Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de Estambul, al encontrarse en una zona altamente sísmica, incluye una estructura dúctil que le permitirá resistir en caso de que se produzca un fuerte terremoto.
Pero a Renzo Piano en realidad no le gusta traducir a palabras sus edificios, explicarlos. "No hay motivo para que un arquitecto hable, igual que un músico no debe de explicar una canción", sentencia.
Aun así, hay algunas cosas que sí quiere dejar claro. Por ejemplo: que "hacer un edificio nunca es una obra individual, es siempre un trabajo coral", que "no hay ningún buen edificio sin una buena historia detrás".
Y el nuevo Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de Estambul tiene una buena historia detrás: era un almacén portuario que en 2004 se transformó en museo conservando su esencia, y que ahora el estudio de arquitectura de Renzo Piano ha mejorado y ampliado, pero respetando siempre su historia y su tradición.
"Estambul es una ciudad fantástica, muy compleja y muy rica, son tres ciudades en una: Constantinopla, Bizancio y Estambul. Me atraía mucho la idea de hacer un espacio para la gente en medio de esta ciudad, en una zona fundada además por genoveses. La otra razón es el agua. El agua hace las cosas bellas, y esta es una ciudad rodeada de agua".
"Lo habría podido hacer un niño"
El edificio que ha creado Piano para el Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de Estambul es ligero y elegante, como una nave que hubiera salido de las aguas del Bósforo y se hubiera posado suavemente en tierra, pero manteniéndose en suspensión.
"No ha sido difícil diseñar este edificio, lo habría podido hacer un niño", asegura con su habitual humildad. Aunque no puede ocultar su satisfacción porque no haya costado una fortuna levantarlo: 35 millones de euros en total.
Le preguntamos si realmente es tan modesto como aparenta o si es una pose. "Creo que más o menos soy lo que parezco. No soy un actor", concluye. Y eso que tiene un pequeño papel en la nueva película de Nanni Moretti, El sol del futuro. "No soy un actor, Nanni es un amigo".
Si algún día se cruza con Renzo Piano, por nada del mundo se le ocurra decirle que es una arquistrella, un arquitecto-estrella. A punto de cumplir los 86 años, este esbelto y elegante genovés de ojos azul semitransparente es un señor profundamente tranquilo y educado, pero no puede evitar sulfurarse cuando oye la dichosa palabrita. "Arquiestrella me parece un término horrible, transmite la idea de que haces las cosas para aparentar, por fama, por espectáculo. Es insultante", sentencia. "Además, yo no visto nunca de negro, no me gusta el negro", añade con sorna en alusión al uniforme, negro de los pies a la cabeza, que los arquistrellas suelen lucir.
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