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'Cielos': tedio y Blockbuster en el búnker de Wajdi Mouawad
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'Cielos': tedio y Blockbuster en el búnker de Wajdi Mouawad

Sergio Peris-Mencheta dirige un 'thriller' del autor de 'Incendios' sobre la venganza de los jóvenes por las guerras provocadas por la generación de sus padres

Foto: Un momento de la obra de teatro 'Cielos', que transcurre en un búnker. (Marcos G. Punto)
Un momento de la obra de teatro 'Cielos', que transcurre en un búnker. (Marcos G. Punto)

Esta historia comienza con un latido sordo y grave, una base rítmica sutil, pero poderosa, que acompaña la respiración del público en el patio de butacas, un latido que funciona como una banda sonora que anticipa la tensión y alimenta la angustia, como si esto que está a punto de suceder fuera una película de acción o de terror, un latido como puerta de entrada a ese búnker de tres alturas que vemos en escena, un espacio frío, gris, de líneas rectas, una especie de cápsula oculta en un lugar indeterminado en el que viven y conviven cinco personas, cuatro hombres y una mujer que intentan evitar que se produzca un atentado terrorista a escala planetaria. La historia comienza cuando el que más sabía y el que más cerca estaba de evitarlo se suicida y a esa célula antiterrorista llega un nuevo investigador. Antes de eso, una voz en off, distorsionada y mucho más grave que ese latido que no nos da tregua, dice: “Nos habituasteis a la sangre. Pero el perro, que no es más que piel sobre huesos, además tiene la rabia. Contar los muertos no nos basta para llorar a los muertos”. La voz que se esconde bajo esa distorsión es la de un joven que aún no ha cumplido los 30.

placeholder Un momento de la obra de teatro 'Cielos'. (Marcos G. Punto)
Un momento de la obra de teatro 'Cielos'. (Marcos G. Punto)

Esto es, obviamente, un thriller, se titula Cielos, lo dirige Sergio Peris-Mencheta en el Teatro de La Abadía de Madrid y es la obra con la que el dramaturgo libanés-canadiense Wajdi Mouawad cerró su tetralogía La sangre de las promesas tras Incendios, Litoral y Bosques. Mouawad estrenó esta pieza en el Festival de Aviñón de 2009 y la describió entonces como “una acusación”, como eso que “diría cada uno de nosotros si tuviera la posibilidad de pararse en una plaza y dirigirse al mundo para arengarlo en un momento de desconcierto”. Y ese término, arenga, que también significa alegato o soflama es lo que articula esta historia, una especie de sermón que nos suelta Wajdi Mouawad a partir de una historia de venganza de hijos contra padres, esos hijos que forman parte de una generación nacida durante las guerras de Irak, Siria, Afganistán, Sudán, Líbano o Palestina, una juventud que proclama que el tiempo de las reivindicaciones ha terminado, que la poesía también puede usarse para derramar sangre y que en sus planes está obligarnos “a mirar una obra de arte a la altura del siglo que os recordará que cada época merece una belleza a la altura de la fealdad engendrada por ella”.

Un 'Código Da Vinci' con pretensiones poéticas

Wajdi Mouawad deja de mirar al pasado, al exilio y al desarraigo de sus obras anteriores y se centra en el futuro para hablar de toda esa herencia recibida de violencia y sufrimiento, de la conversación generacional entre padres e hijos y de esa dicotomía entre terrorismo y arte, entre belleza y brutalidad. “¡La poesía es deseo y si es necesario que el deseo se convierta a su vez en destrucción de la sangre por la sangre, entonces verdaderamente no nos quedará nada!”, dirá en escena uno de los personajes de esta obra, a los que Mouawad dibuja pobremente, pero usa como portavoces de sus disertaciones en un universo eminentemente masculino: el líder de esa revolución violenta es un hombre y también son hombres los que intentan salvar el mundo, hombres que compiten por el liderazgo, por el poder, por tener la razón, hombres que terminan las discusiones “por cojones”, que vociferan al teléfono con su abogado “que le den a la muy puta” de su expareja.

placeholder El búnker de 'Cielos'. (Marcos G. Punto)
El búnker de 'Cielos'. (Marcos G. Punto)

A su lado, una sola mujer, que Mouawad ha decidido llamar Dolorosa Haché, un personaje que apenas habla, que solo traduce lo que dicen otros, que no toma decisiones, el personaje menos explicado y peor escrito de esta obra, a quien su autor dota de un pasado de Medea, de madre que asesina a sus hijas antes de llegar a ese búnker, y a la que luego hará parir un hijo que, quizá, salve a la humanidad o la destruya del todo. ¿Qué aporta a la historia ese pasado de asesina que esta mujer cuenta de repente, sin venir a cuento? No tenemos ni idea. En la piel de todos esos personajes, cinco de ellos en escena y tres en pantalla, Marta Belmonte, Álvaro Monje, Pedro Rubio, Javier Tolosa, Sergio Lanza, Rodrigo Simón, Ricardo Gómez y Jorge Kent, una de las voces más portentosas del teatro español.

Cielos es un thriller con bastante testosterona, suponemos que para evidenciar toda esa herencia patriarcal que impregna la historia bélica de la humanidad, pero, sobre todo, es una historia con un misterio a resolver y un reloj que avanza implacable en la que Mouawad usa los códigos del besTseller y el Blockbuster. ¿Se acuerdan de El código Da Vinci, aquella novela de Dan Brown que vendió millones de ejemplares y que tuvo también adaptación cinematográfica. Pues Cielos es algo parecido. Si en aquella novela los investigadores analizaban La Gioconda o El hombre de Vitruvio y usaban la figura de la pirámide para resolver el misterio en el Museo del Louvre, en esta obra Mouawad utiliza también los grandes museos de arte como escenarios de violencia y elige la figura del triángulo y su hipotenusa para resolver un misterio cuya resolución está en un cuadro, La Anunciación, de Tintoretto.

Parece cine, pero solo es teatro

La puesta en escena que propone Sergio Peris-Mencheta es vertical, con toda la acción situada en un espacio reducido y opresivo, ese búnker divido en tres niveles, dos bajo tierra y otro en la superficie, diseñado por Alessio Meloni: varios habitáculos a modo de habitaciones, una sala de operaciones y un jardín en la parte superior, el único lugar en contacto con ese cielo que da título a la obra, que parece aludir más a ese escenario virtual y tecnológico en el que se desarrollan las guerras contemporáneas y que inunda esta pieza con imágenes de videoconferencias, videollamadas, mapas, fórmulas matemáticas y ondas de audio proyectadas en la pared frontal e invisible de ese búnker. Peris-Mencheta mueve poco a sus actores en un espacio tan limitado y, aunque juega al plano corto y al general, el uso de recursos visuales está muy lejos de esa concepción cinematográfica de la escena tan habitual en trabajos de creadoras como Christiane Jatahy o Katie Mitchell, aunque en el proceso de ensayos el director del montaje le dijera a uno de sus actores, Álvaro Monje, que se olvidara del teatro porque “esto era cine”.

placeholder Un instante de la obra de teatro 'Cielos'. (Marcos G. Punto)
Un instante de la obra de teatro 'Cielos'. (Marcos G. Punto)

No siempre se entiende con claridad la voz en off y distorsionada que aparece varias veces en la obra y esa escena de la videoconferencia con los directores de otras células antiterroristas es vistosa, pero pobre en su ejecución, con un doblaje en tiempo real a cargo de la actriz que interpreta a Dolorosa Haché, una única voz para doblar a un montón de voces en otros idiomas que apenas se escuchan. Peris-Mencheta recurre a esa visión lúdica y juguetona que caracteriza su trayectoria como director de escena para darle ritmo a una obra coral y polifónica en la que hay poca acción y mucho texto, pero, a pesar de sus esfuerzos, el montaje resulta tedioso, aburrido por momentos y simplón en su planteamiento ideológico.

Nada brilla demasiado en esta obra de Mouawad que está muy lejos de su monumental Incendios, una obra lejos también del brillo y el brío como director de Peris-Mencheta en montajes como Una noche sin luna o Un trozo invisible de este mundo. Nada brilla demasiado a pesar del despliegue técnico, visual y escenográfico y del trabajo correcto de los intérpretes, a excepción del formidable diseño de luces de David Picazo, que construye un universo oscuro y opresivo para esta obra que seguramente agote entradas y que ha prorrogado una semana más de lo previsto sus funciones en La Abadía.

‘Cielos’. Autor. Wajdi Mouawad. Traducción y dirección: Sergio Peris-Mencheta. Intérpretes: Jorge Kent, Marta Belmonte, Álvaro Monje, Pedro Rubio, Javier Tolosa, Sergio Lanza, Rodrigo Simón y Ricardo Gómez. Hasta el 16 de julio en el Teatro de La Abadía.

Esta historia comienza con un latido sordo y grave, una base rítmica sutil, pero poderosa, que acompaña la respiración del público en el patio de butacas, un latido que funciona como una banda sonora que anticipa la tensión y alimenta la angustia, como si esto que está a punto de suceder fuera una película de acción o de terror, un latido como puerta de entrada a ese búnker de tres alturas que vemos en escena, un espacio frío, gris, de líneas rectas, una especie de cápsula oculta en un lugar indeterminado en el que viven y conviven cinco personas, cuatro hombres y una mujer que intentan evitar que se produzca un atentado terrorista a escala planetaria. La historia comienza cuando el que más sabía y el que más cerca estaba de evitarlo se suicida y a esa célula antiterrorista llega un nuevo investigador. Antes de eso, una voz en off, distorsionada y mucho más grave que ese latido que no nos da tregua, dice: “Nos habituasteis a la sangre. Pero el perro, que no es más que piel sobre huesos, además tiene la rabia. Contar los muertos no nos basta para llorar a los muertos”. La voz que se esconde bajo esa distorsión es la de un joven que aún no ha cumplido los 30.

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