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Contra la opinión sin criterio y su uso como cebo mediático
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'TRINCHERA CULTURAL'

Contra la opinión sin criterio y su uso como cebo mediático

Redes y medios se llenan a diario de opiniones de todo tipo. Preservarlas como herramienta para la democracia es una tarea de la que debemos responsabilizarnos colectivamente

Foto: Foto: EFE.
Foto: EFE.

Te levantas temprano, preparas café. Enciendes la radio, bajita y sin molestar. Pero, antes de llegar al siguiente boletín informativo, ya has oído la opinión de un caballero sobre unas facturas que él sí puede pagar, pero tú no. A veces varías, cambias de emisora, sobre todo camino al trabajo, y escuchas algo ligerito. Sin embargo, entre bloques de canciones, de algún modo, has tenido que tragar con la opinión de un analfabeto científico en torno a, por ejemplo, las vacunas.

Aunque no le prestas atención, sueles comer con la televisión encendida. En ella, personajes con los dientes de un blanco radiactivo especulan banalmente sobre una posible guerra nuclear. Terminas la jornada, cenas, te duchas y, haciendo algo de zapping, te encuentras con un señor con aspecto de arrendar en negro que te sugiere a qué municipio deberías mudarte, si es que sobrevives antes al armagedon.

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Entre los bloques de anuncios, entras quizás en WhatsApp, en Twitter, en Facebook y parece que la vida se haya paralizado por un acontecimiento que no tendrá la mínima relevancia la próxima semana. Tus amigos, familiares, compañeros de trabajo, todos tienen una opinión formada e inamovible sobre hechos que no conocían hace unas horas. Todos la comparten; te preguntan la tuya.

Más allá de polémicas dinamizadoras, el carrusel de temas para la opinión es recurrente pero interminable. Se opina sobre lo desconocido —la experiencia ajena—, sobre lo indiscutible —el hecho probado—, sobre lo imposible —la existencia del otro—, o sobre lo inefable —la aniquilación de la especie—. Más allá de que algo sea o no opinable, o la posible utilidad de esa opinión, como profesional que opina por dinero, me pregunto a diario qué temas puedo o no comentar. Sin entrar en cuestiones morales, tengo que cuestionarme cuáles de mis opiniones tienen un valor; en definitiva, sobre qué tengo criterio.

La pregunta es incesante y peligrosa, porque puede tambalear la seguridad con la que se marca el papel con tinta, pero también es necesaria. He experimentado personalmente unas cosas, he estudiado otras y algunas, las menos por supuesto, las he reflexionado profundamente, como solo ocurre con las manías que te persiguen de por vida. Más allá de estas formas de obtener conocimiento, ni yo ni nadie puede saber y, por consiguiente, opinar. El problema está cuando debemos aparentar tener criterio respecto a todo. ¿Pobreza? Por supuesto. ¿Presupuestos Generales? Esta me la sé. ¿Relaciones internacionales? Opino de qué. Y así profesionales y amateurs.

Más allá de estas formas de obtener conocimiento, ni yo ni nadie puede saber y, por consiguiente, opinar

El uso de la opinión indiscriminada como cebo mediático es tan viejo como la comunicación de masas, pero la situación ha empeorado con las redes sociales. El aumento de tráfico en ellas, donde cada cuenta es una tribuna de severidad, aumentó la competencia por la atención del público y bajó los presupuestos. Nada alienta más las polémicas ni es más barato de producir que gente hablando, con o sin conocimiento.

La misma dinámica según funcionan las redes sociales supone un cambio de tono general en torno al que pensamos nuestras propias opiniones, hasta hace bien poco apenas si privadas, íntimas en muchas ocasiones. Formular y compartir la opinión, lanzarla junto al resto, formadas y no formadas de igual forma, criticar la opuesta y valorar la propia. Al contrario del sueño democratizador que pudiera parecer en su origen, esta mecánica ha reforzado posturas, anclándolas al suelo, y ha legitimado el tomarse en serio a uno mismo a través de la aprobación de compadres y desconocidos.

Al mismo tiempo, las redes sociales han creado un reflejo digital de las cámaras de eco que se dan fuera de internet, un fenómeno por el cual las personas terminan rodeadas inevitablemente por aquellos que comparten su opinión, que se repite como el eco. Se construye una percepción errónea del sentir mayoritario y de los sectores sociales y se pierde la perspectiva de debate al habitar, pero no convivir, cada usuario en su propia cámara aislada. Así, cada cámara valida su propia versión de la desinformación y el desconocimiento.

Las personas terminan rodeadas inevitablemente por aquellos que comparten su opinión, que se repite como el eco

Históricamente, la opinión ha sido primero privilegio, luego arma de defensa, herramienta de construcción y, finalmente, derecho de todos. Tenemos el deber de conservarla como lo que es y no convertirla, entre todos, en obligación social y mero entretenimiento. Antes he apuntado al criterio del conocimiento como el rasgo distintivo, lo que diferencia la opinión del parecer personal. Criterio comparte etimología con crítica y, posiblemente, sea por ahí por donde podamos empezar a separar el grano de la paja, con una crítica sincera no a los otros, sino a nosotros mismos. Reconocer las limitaciones en el saber propio y descubrir en otras personas las perspectivas y vivencias que no podemos tener. De esta manera poder usar las herramientas de comunicación como ágoras públicas y no como púlpitos individuales. En resumidas cuentas: leer más, conocer mejor, escribir menos.

Te levantas temprano, preparas café. Enciendes la radio, bajita y sin molestar. Pero, antes de llegar al siguiente boletín informativo, ya has oído la opinión de un caballero sobre unas facturas que él sí puede pagar, pero tú no. A veces varías, cambias de emisora, sobre todo camino al trabajo, y escuchas algo ligerito. Sin embargo, entre bloques de canciones, de algún modo, has tenido que tragar con la opinión de un analfabeto científico en torno a, por ejemplo, las vacunas.

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