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Por qué se critica tanto a los compañeros de trabajo
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'TRINCHERA CULTURAL'

Por qué se critica tanto a los compañeros de trabajo

Una de las características más frecuentes del entorno laboral contemporáneo es que casi nadie está satisfecho con lo que consigue. Lo llamativo es cómo el malestar se convierte en una dinámica ególatra

Foto: Foto: iStock.
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La ficción audiovisual de Corea del Sur está especializándose en tramas que se articulan alrededor del desprecio de clase. 'Las hermanas' es la última de esa categoría, a la que también pertenecen la oscarizada 'Parásitos' o la exitosa serie 'El juego del calamar'. Ya sea porque las desigualdades están muy marcadas en la sociedad coreana o por sus características culturales, sus producciones son muy expresas a la hora de mostrar ese desdén que se muestra con una simple mirada de arriba abajo, con palabras más o menos amables acompañadas de una actitud altiva, con el brillo de superioridad en los ojos o con una altanería apenas disimulada. Ahora que parece ponerse de moda la lucha de ricos contra pobres, según Garamendi, obras como estas quizá nos estén diciendo algo de nuestro tiempo.

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En Europa las cosas son distintas, y no porque ese desprecio sea inexistente, sino porque se vehicula por caminos distintos. Aquí también hay marcas de clase, aunque el desdén opera en muchos ámbitos, y no solo en función de motivos económicos. Desde luego, existe una sensación de superioridad en las clases altas respecto de las medias altas, de estas con las medias y así sucesivamente, pero también aparece en lugares menos esperados, que son analizados el 'El rencor de la clase media alta y el fin de una era' (Ed. Akal, 24 de octubre) y que dicen mucho del humor social de nuestra época.

Del café al WhatsApp

Quizá uno de los terrenos más significativos en que estas tensiones aparecen sea el ámbito laboral. El trabajo es importante (como lo es su ausencia) porque consume buena parte de nuestro día, porque de él suelen depender nuestros recursos, por las expectativas que genera y porque no se puede desligar de las relaciones personales que en él se forjan. Los vínculos con jefes, compañeros y subordinados, y los sentimientos de afinidad, satisfacción, orgullo, humillación, desánimo o resentimiento que suelen desatar, provocan que las conversaciones sobre el trabajo salpiquen los momentos no laborales, como las pausas para el café o las comidas, el 'after work' o los grupos de WhatsApp.

La insatisfacción es general, ya sea con los salarios, las condiciones laborales o el recorrido profesional: casi nadie consigue lo que quiere

Sería extraño que ocurriese de otra manera. No obstante, cada época tiene sus conversaciones dominantes. Hay constantes: quejarse de los jefes forma parte de ese juego, como lo es comentar su ineficiencia, su escaso mérito, su inconstancia o cualesquiera puntos débiles que se perciban. También funciona a la inversa. Sin embargo, lo específico de este tiempo no sea que eso suceda, sino su frecuencia.

Una característica distintiva de nuestra época es la insatisfacción, ya sea con los salarios, con las condiciones laborales o con el recorrido profesional, lo que demuestra que casi nadie consigue lo que quiere, por unos motivos u otros. En algunos ámbitos, y especialmente en aquellos que requieren algún tipo de cualificación, hay una sensación generalizada (en hombres y mujeres, en jóvenes y viejos) de que lo conseguido y lo merecido no están a la altura: unos se sienten estancados, otros dicen cobrar muy por debajo de lo que deberían, otros lamentan la falta de oportunidades o temen el despido, o se lamentan de que no les dejan desarrollar sus ideas, o están dolidos por no ascender.

Los grupos informales

Lo llamativo es que la reacción a ese descontento suele ser mucho más destructiva que constructiva. Además, se articula a través de esos grupos informales, que tan frecuentes son en las empresas, y no desde la institucionalización mediada por un sindicato o una asociación profesional. Proliferan así colectivos difusos que funcionan como redes de interés y como refugios emocionales.

En lugar de aspirar a cambiar las cosas, el malestar conforma reuniones coyunturales de resentimientos y de aspiraciones insatisfechas

Esta forma de actuar nos dice mucho de cuáles son los mecanismos de canalización del descontento. En lugar de aspirar a cambiar las cosas o de empujar para transformar las condiciones generales, el malestar tiende a conformar reuniones coyunturales de resentimientos y de aspiraciones insatisfechas. Y quizá el mecanismo más cohesionador de estos grupos sea el sentimiento de superioridad de quienes los conforman, porque lo que los mantiene unidos es la convicción de sus integrantes de que cada uno de ellos tiene algo especial, algo que les diferencia y que no se les reconoce; merecen más de lo que tienen, y la misma pertenencia al grupo ratifica su impresión.

Por eso, muchas de las críticas consisten en menosprecios formulados a la espalda de quienes tienen cerca, de quienes ocupan situaciones similares en la estructura empresarial, que son el objeto primero de su desdén: son mediocres, o estúpidos, o carecen de mérito, o cualquier otra cosa que se les ocurra; dado que creen que merecen más, que deberían tener más reconocimiento, o un salario mucho mayor, o más poder dentro de la empresa, y no lo consiguen, la manera de sentirse en un escalón superior es el uso del desprecio. Es un mecanismo compensador sencillo y efectivo: nosotros somos los buenos, los demás los malos. Y una vez que se actúa así, no suele haber freno; por eso, cuando uno de ellos abandona la reunión, el resto de los integrantes habla mal del que se ha marchado.

Las redes rencorosas de influencia

Al actuar de esa manera, se genera un clima en el que florecen quienes mejor saben jugar el juego: prosperan los hipócritas, los que dedican más tiempo a venderse que a hacer, los que saben canalizar el resentimiento ajeno, los que saben manipular. Estas coaliciones de rencores suelen resolverse en redes de influencia, ya que reconvierten el resentimiento en conspiración para conseguir ventajas privadas.

El descontento en el trabajo es inevitable, como ocurre en todas las instituciones. El actual, sin embargo, es improductivo, porque no tiende a generar avances, sino luchas de egos. Y en especial en entornos que requieren cualificación, donde las salidas que se buscan suelen ser individuales y los rencores son alentados como forma de mantenimiento del orden general y como manera de medrar. No promueven cambios ni mejoras, sino beneficios privados. La competitividad propia de un buen número de empleos fomenta este tipo de actitudes, pero también cabe entenderlas como una salida de época: no son los sindicatos ni las asociaciones profesionales, es decir, colectivos institucionales que pueden negociar en nombre de todos quienes tienen una posición destacada, ni siquiera esos grupos informales que buscan mejorar las cosas; triunfan estas coaliciones de intereses que se alimentan del resentimiento para prosperar privadamente. A muchos de quienes las integran tampoco les son particularmente útiles en términos profesionales, pero al menos pueden sentirse superiores a los demás durante un rato, que siempre es terapéutico.

La ficción audiovisual de Corea del Sur está especializándose en tramas que se articulan alrededor del desprecio de clase. 'Las hermanas' es la última de esa categoría, a la que también pertenecen la oscarizada 'Parásitos' o la exitosa serie 'El juego del calamar'. Ya sea porque las desigualdades están muy marcadas en la sociedad coreana o por sus características culturales, sus producciones son muy expresas a la hora de mostrar ese desdén que se muestra con una simple mirada de arriba abajo, con palabras más o menos amables acompañadas de una actitud altiva, con el brillo de superioridad en los ojos o con una altanería apenas disimulada. Ahora que parece ponerse de moda la lucha de ricos contra pobres, según Garamendi, obras como estas quizá nos estén diciendo algo de nuestro tiempo.

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