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La odisea de musicalizar 'La Ruta': el valor cultural de las discotecas, entre 'samplers' y licencias
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LAS ENTRAÑAS DE LA BANDA SONORA

La odisea de musicalizar 'La Ruta': el valor cultural de las discotecas, entre 'samplers' y licencias

La ficción, la más nominada en los premios Feroz, ha resucitado la fascinación por la danzamanía valenciana. Así se reconstruye musicalmente una cultura olvidada

Foto: Una imagen de 'La Ruta'. (Atresmedia)
Una imagen de 'La Ruta'. (Atresmedia)

Marc Ribó deja caer la frase como quien suelta una maleta: “Las máquinas son muy sensibles”. El protagonista de La Ruta, la serie de Atresplayer Premium creada por Borja Soler y Roberto Martín Maiztegui, es un productor musical y DJ que despunta en los estertores de la movida valenciana del Bakalao, y su equipaje —una cita prestada de Kraftwerk— pesa mucho. En concreto, unos diez años: es lo que ha durado su viaje a través de un tornado cultural que sacudió la España de finales del siglo XX y redefinió la música para siempre.

La ficción, seleccionada entre las mejores series del recién liquidado 2022 por El Confi TV, recorre hacia atrás la década esplendorosa de la Ruta Destroy, el movimiento de clubbing más relevante del país. Y lo hace de la mano de Marc, un joven pinchadiscos que, como hizo la propia vorágine musical levantina, resbala del brillo enérgico a la oscura decadencia en cosa de una década. En la serie, la historia de la fiebre del Bakalao, que trascendió la música para revolucionar también el ocio, la química recreativa y hasta la política nacional, se cuenta a golpe de single. Hablamos con los encargados de reconstruir esa cultura olvidada.

"Las canciones que aparecen en los guiones son como una carta a los Reyes Magos"

Juan Ibáñez es el supervisor musical de La Ruta. En cualquier otra película o serie, se habría dedicado a conseguir la mejor ambientación sonora posible para la historia contada. En la ficción de Atresmedia, en cambio, su trabajo cuenta esa misma historia tanto o más que el de los actores, los directores o los guionistas.

placeholder Un momento de 'La Ruta'. (Atresmedia)
Un momento de 'La Ruta'. (Atresmedia)

“Es un oficio que, aunque lleva muchísimos años existiendo en otros países, aquí en España se empezó a profesionalizar hace poco tiempo”, explica, “probablemente a raíz de la introducción de las plataformas”. Dicho oficio consiste en diseñar y ejecutar una propuesta sonora a partir del guion de una película o una serie. Esto es, gestionar el presupuesto musical de una producción negociando y licenciando las canciones preexistentes que pida el libreto y, en caso de negativa, ofrecer alternativas más factibles.

“Las canciones que aparecen en los guiones son como una carta a los Reyes Magos”, cuenta Ibáñez. “Luego te encuentras con la verdad de los hechos: tienes que licenciar esas canciones en un plazo y en un presupuesto”. Detrás de cada pista conseguida para una serie como la de Atresplayer hay otras tantas que se quedan por el camino por las razones más variopintas. Por ejemplo: “Hay autores que no quieren que sus canciones aparezcan en ficción, pero eso no lo sabes hasta que los contactas, y a lo mejor puedes tardar dos o tres meses en hacerlo”.

Remixología

El contexto en el que se ambienta La Ruta, además, tiene sus propias complejidades. El sampleo, el uso de temas ajenos por parte de un productor para crear nuevas mezclas, era uno de los ingredientes naturales en la música electrónica de los ochenta. Por razones obvias, trabajar con ese tipo de música no es sencillo. “Una cosa es que a nivel creativo funcione, pero muchas de aquellas canciones no tienen los derechos firmados de todas las partes”, señala Ibáñez. “Todo lo que funciona como collage creativo, que es muy interesante, sugerente y necesario, a nivel legal puede ser una pesadilla”.

Además de lidiar con las licencias, es responsabilidad del supervisor musical proponer compositores originales para las ficciones. En La Ruta, esta tarea se la han repartido dos equipos distintos. De la música de los tres primeros episodios, que se ambientan entre los años 1993 y 1989, se encargó el productor de electrónica Pional. Por su parte, Álex de Lucas y Raúl Santos compusieron la banda sonora del resto de la serie, que alcanza en su regresión hasta 1981.

placeholder Guillem Barbosa, pinchando en 'La Ruta'. (Atresmedia)
Guillem Barbosa, pinchando en 'La Ruta'. (Atresmedia)

“La música que suena en esos primeros capítulos se acerca más a los grupos de la movida madrileña: Dinarama, Pegamoides y cosas así; más un montón de grupos de Valencia, como Glamour”, detalla De Lucas. “Más adelante, llega mucha influencia alemana, que mezcla una electrónica muy ruda y agresiva con guitarras, coros locos… Empieza a convertirse en una cosa un poco psicodélica”.

A medida que la música de las máquinas sensibles iba ganando terreno en las pistas de baile, la influencia de las guitarras en la Ruta Destroy se fue diluyendo hasta desaparecer. Con aquella transformación sonora, el movimiento fue mutando también en lo químico, lo político y lo ritual. Esa última cara de la Ruta, quizá la más mediática, es también la más desagradable: ni la música ni las drogas ni España fueron ya las mismas. En ese sentido, el trabajo de reconstrucción de los compositores ha proporcionado un atrezo crucial.

La música funcional hace de la cultura de la discoteca un movimiento más comunitario

“Lo primero que hicimos fue buscar qué instrumentos se habían utilizado en esa época”, cuenta De Lucas, que también se encargó de la banda sonora de Cardo y que además es actor. Para él, musicar una escena tiene en sí algo de interpretación: “Estaba la tensión de que la gente percibiera esas canciones como canciones de la época, que no se notara la diferencia. Y, según me dice el director, se ha conseguido, porque la gente pregunta por canciones que le suenan de algo y no existen, las hemos hecho nosotros”.

Al saber del proyecto, varios DJ clave del movimiento quisieron sumarse al homenaje de Atresmedia a la subcultura musical valenciana: Fran Lenaers, el pincha de Spook Factory, que preparó a los actores para mezclar discos de forma verosímil y aparece en la serie; Carlos Simó, de Barraca, que hace otro cameo; Kike Jaén, residente en N.O.D., ACTV o Puzzle. Además de ellos, la serie ha contado con el respaldo de figuras esenciales de la época, como Artur Roger, Jesús Brisa, Toni el Gitano, Jose Conca o Los Gemelos.

placeholder Los protagonistas de 'La Ruta'. (Atresmedia)
Los protagonistas de 'La Ruta'. (Atresmedia)

Aunque La Ruta rebosa música de artistas de entonces que han querido subirse al barco, las imposibilidades dan una medida todavía más exacta del tremendo esfuerzo puesto en la confección de la banda sonora de la serie. “Había una canción que estaba en guion, pero pedían cantidades inasumibles para que entrara: la versión de Nina Simone de My Way”, cuenta Ibáñez. El tema empezó a popularizarse entre las discotecas de Valencia como hilo musical para cerrar la noche a partir de que Carlos Simó lo pinchara en Barraca, por lo que los creadores quisieron tenerlo en la ficción.

Escribí una carta a los herederos de Nina Simone”, revela Ibáñez, “para que ellos entendieran la importancia que tuvo esto, incluso en la promoción de su propia música en esa época, porque, cuando ella fue a cantar a Valencia, se encontró con un público que no esperaba, uno de los mayores de su gira española. Y eso lo hizo la Ruta del Bakalao. Pero, al final, money talks”. Antes de aquello, Simó despedía a las cocteleras humanas asiduas a sus noches de euforia sónica con La baraka, de Charles Aznavour. Ibáñez sí consiguió esta para La Ruta.

Héroes de una sola noche

La palabra baraka, que da nombre a la canción del crooner francés, es un préstamo árabe adoptado durante la colonización de Argelia y su significado, “bendición divina” o “suerte providencial”, parece definir las sensaciones propias de los circos de percepción alterada en que los DJ convertían las pistas de baile de la Ruta. Seguir traduciendo a Aznavour es ahondar más en la filosofía mántrica de ese rosario moderno que es la música electrónica: “La baraka es esta vida nuestra que quemamos descuidadamente / La baraka es nada más que tú y nada más que yo en la existencia”.

Aunque, siendo justos, la verdad de la música electrónica nunca ha estado en las letras de las canciones. Es lo que plantea en su libro Energy Flash el crítico musical Simon Reynolds, quizá el autor que más concienzudamente ha estudiado las culturas del dance y, en concreto, la corriente rave británica, influida por la movida valenciana. Reynolds sugiere que una música que toma forma por y para las drogas, como hasta cierto punto ocurrió con la de la Ruta, no debería escrutarse desde el punto de vista lírico.

placeholder Àlex Monner, en una imagen de 'La Ruta'. (Atresmedia)
Àlex Monner, en una imagen de 'La Ruta'. (Atresmedia)

El viaje estético que experimentaron los subgéneros de la Ruta valenciana, retratado elocuentemente en la serie, fue paralelo a un proceso de reordenación de las drogas recreativas consumidas antes, durante y después de las sesiones. Un panorama como ese, según Reynolds, abre nuevas posibilidades sonoras: la música puede ir más allá “precisamente porque no está hecha con el objetivo de ser un arte duradero o de distinguirse como algo novedoso”.

Hay algo de funcionalismo en la música de baile que hace de la cultura de la discoteca un movimiento más participativo y comunitario que otras formas de música en directo, donde las figuras que bailan entre espasmos en la pista son tan parte del espectáculo como las canciones que suenan o los propios DJ. Así es en La Ruta: personajes que aparecen, lo son todo y luego se esfuman, auténticos héroes por una sola noche, puntúan una estructura dramática que visita una discoteca distinta en cada episodio. Es la memoria de una vida organizada por garitos.

“La Ruta es un movimiento que sigue entre nosotros y que no morirá”

Como recuerda Simon Reynolds, pese al interés posterior a Irvine Welsh y su Trainspotting por la “ficción rave”, documentar las experiencias de la cultura del clubbing entraña una dificultad singular. Los registros de movidas como la valenciana suelen basarse en recuerdos de noches de drogas, y ahí nunca hay mucho que rascar. La Ruta repara ese silencio construyendo, desde la ficción, un diario de bitácora de las revoluciones que tuvieron lugar en las discotecas levantinas.

El éxito de la serie —la más nominada a los premios Feroz— ha servido para poner en valor esas transgresiones, llevadas a cabo en rincones oscuros de las discotecas o en aparcamientos a pleno sol. “Me ha sorprendido conocer lo pioneros que fueron en Valencia a la hora de proponer espacios musicales donde sonaba música que no sonaba en ningún otro sitio”, recapitula Ibáñez. “En discotecas que, además, estaban fuera de la ciudad, tenías que ir al campo. Eso me parece algo muy sorprendente: que incluso gente de los pueblos tuviera acceso a la vanguardia que se escapaba de la ciudad. En general, es un buen momento para reivindicar todo lo positivo que hubo. Lo negativo ya lo sabemos”.

placeholder Un 'clubber' en la discoteca Espiral, retratada en 'La Ruta'. (Atresmedia)
Un 'clubber' en la discoteca Espiral, retratada en 'La Ruta'. (Atresmedia)

“Musicalmente, cantidad de productores vuelven a los sonidos que se usaban entonces”, valora De Lucas. “Es lo que pasa con la cultura: cada 30 años, vuelve lo que estaba de moda antes. La Ruta es un movimiento que sigue entre nosotros y que no morirá”. Pero tal vez el sino de la revolución Destroy sea precisamente ese: morir. Carlos Simó, el DJ de Barraca, cuando una de sus canciones más pinchadas se convertía en un éxito mainstream, rompía el vinilo frente a los contagiados de la danzamanía valenciana, como en una eucaristía futurista. El pinchadiscos lo entendió: la Ruta debía arder cada noche para no aletargarse, como un Sísifo atrapado en un beat infinito. Y muy bailable.

Marc Ribó deja caer la frase como quien suelta una maleta: “Las máquinas son muy sensibles”. El protagonista de La Ruta, la serie de Atresplayer Premium creada por Borja Soler y Roberto Martín Maiztegui, es un productor musical y DJ que despunta en los estertores de la movida valenciana del Bakalao, y su equipaje —una cita prestada de Kraftwerk— pesa mucho. En concreto, unos diez años: es lo que ha durado su viaje a través de un tornado cultural que sacudió la España de finales del siglo XX y redefinió la música para siempre.

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