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Este robot de Apple desguaza un iPhone cada 18 segundos y dice mucho del reto de la electrónica
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SE LLAMA DAISY

Este robot de Apple desguaza un iPhone cada 18 segundos y dice mucho del reto de la electrónica

Un móvil de la manzana contiene casi 50 materiales. Desde cristal o aluminio hasta cobalto o tierras raras. Esta es la máquina que puede revolucionar el reciclaje de la basura electrónica

Foto: Parte de los componentes recuperados por Daisy. (M. McLoughlin)
Parte de los componentes recuperados por Daisy. (M. McLoughlin)
Las claves
placeholder Hay otro 'islote Perejil' bajo el mar y está lleno de tierras raras: el negocio olvidado de España

UN MERCADO DOMINADO POR CHINA, ¡CÓMO NO!

Hay otro 'islote Perejil' bajo el mar y está lleno de tierras raras: el negocio olvidado de España
Michael Mcloughlin Infografía: Rocío Márquez

Hay un dicho en la sabiduría popular que viene a decir que del cerdo se aprovechan hasta los andares. Pues Apple quiere hacer algo parecido, pero con sus teléfonos una vez pasen a mejor vida. Los de Cupertino imaginan un futuro en el que sus productos se fabriquen única y exclusivamente con materiales recuperados de los mismos dispositivos que ellos mismos vendieron. Una y otra vez. Es imposible poner fecha a este hito, por los múltiples retos técnicos y logísticos que quedan por resolver. Pero la empresa ya ha empezado a marcarse pequeñas metas volantes. Los californianos quieren que el iPhone 17, que si nada se tuerce y no cambian de estrategia debería salir al mercado en 2025, utilice una batería con cobalto 100% reciclado.

Si lo logran, parte del mérito recaerá en Daisy. Ese nombre no es el de ningún alto cargo de la compañía. Se trata de un robot que es capaz de desguazar un iPhone en tan solo 18 segundos. Su misión es extraer las diferentes partes que componen estos móviles para que posteriormente sean tratadas y que sus ingredientes, como metales preciosos o las cotizadísimas tierras raras, puedan ser recuperados.

Solo existen dos de estas máquinas. Una está en Austin (Texas, EEUU). La otra se guarda en un polígono a las afueras de la localidad holandesa de Breda. Una instalación que ha podido visitar este periódico y que sirve para entender los retos a los que se enfrenta la industria de la electrónica si quiere reducir la enorme huella medioambiental que genera con los miles de millones de aparatos que cada año crea y distribuye por todo el mundo.

placeholder Vista exterior de Daisy. (M. McLoughlin)
Vista exterior de Daisy. (M. McLoughlin)

Aunque se llame robot, Daisy tiene un aspecto parecido a una especie de línea de montaje. Mide 20 metros de largo y está compuesta por una serie de módulos acristalados que permiten ver lo que ocurre en su interior y cómo bailan y se mueven de un lado a otro los distintos brazos mecanizados.

La mayoría del proceso está automatizado, pero siempre hay un pequeño grupo de trabajadores de carne y hueso que vigilan que todo ocurra según lo previsto. Además de supervisar la tarea, estos operarios se ocupan de clasificar los diferentes módulos que les va entregando el robot para evitar que se mezclen, y garantizar que cada uno viaje a su destino correcto para ser procesados como es debido. Y es que no hay las mismas sustancias en un lector de huellas que en el sensor fotográfico. “No podemos afrontar solos todo el proceso y el ciclo completo, nos apoyamos en socios y especialistas en reciclaje y recuperación”, comenta Frank Lenderink, responsable de iniciativas medioambientes de la compañía para EMEIA (Europa, India, África y Oriente Medio), que ejerce de guía durante la visita a las instalaciones.

Daisy es el robot más avanzado de Apple para recuperar y reciclar piezas del iPhone

En realidad, Daisy es la tercera máquina de este tipo que crea Apple. Todo empezó hace más de una década con Liam 1.0, un brazo robótico que era capaz de recuperar una docena de piezas clave de un iPhone 5. Hacerlo le llevaba unos 12 minutos. Apenas podía desmontar cinco dispositivos en una hora. Un ritmo a todas luces insuficiente.

Su sucesor, Liam 2.0, consiguió ser mucho más veloz y eficiente. Para ello, su espacio de trabajo se multiplicó hasta los 30,4 metros, frente a los 12 del anterior. El proceso ya no dependía de un único brazo, sino que era ejecutado por casi una treintena de equipos diferentes. Su especialidad eran los iPhone 6 y conseguía desmenuzarlos en unos pocos segundos para rescatar ocho componentes. Y en 2018 llegó Daisy, capaz de recuperar y separar un total de 11 partes.

Al principio, trabajaba con todos los modelos comprendidos entre el iPhone 5 y el iPhone Xs. El pasado curso, este robot fue actualizado y ahora puede lidiar con cualquier modelo y versión hasta el iPhone 12. Una de las claves de las mejoras logradas desde el primer Liam hasta la actualidad es que Daisy no tiene que desatornillar cada teléfono, sino que lo agujerea en puntos clave, algo que le ha permitido ser muchísimo más rápida.

placeholder Los viejos iPhone, a punto de entrar en Daisy. (M. McLoughlin)
Los viejos iPhone, a punto de entrar en Daisy. (M. McLoughlin)

¿Cómo funciona? Un operario se encarga de meter los iPhone viejos en un depósito. A través de una pequeña cinta transportadora, van accediendo al interior de la máquina. El primer brazo robótico, gracias una cámara y una serie de algoritmos, es capaz de reconocer si la pantalla está hacia arriba o hacia abajo. Es imprescindible que sujete los teléfonos por la parte trasera, así que si no se cumple este requisito deja pasar el terminal, confiando en que al dejarlo caer a la cubeta del principio y cuando vuelva a subir por la cinta, se dé la vuelta. “Se estudiaron varias formas y esta resulta la más eficiente”, comenta Lenderick.

Una vez se agarra el móvil, el proceso de deconstrucción ocurre muy rápido. La primera tarea es quitar el cristal delantero. Daisy introduce una suerte de punzones en uno de los bordes y en un abrir y cerrar de ojos lo extrae. La segunda parada es la de la batería. Para ablandar el pegamento que une este componente a la placa no se puede utilizar calor, por la posibilidad de que se inflame alguno de sus compuestos. Lo que hacen es aplicar aire gélido, a menos 80 grados, para que el adhesivo pierda sus propiedades. Luego se da un golpe para separarlo del cuerpo y la batería cae a una bandeja donde la recoge el operario de turno. Se coloca celo en la zona de los pines para evitar incidentes, se comprueba que no esté dañada y se guarda en un bidón junto a otras.

placeholder Daisy selecciona los iPhone para empezar el proceso. (M. McLoughlin)
Daisy selecciona los iPhone para empezar el proceso. (M. McLoughlin)
placeholder Daisy quita la pantalla del iPhone. (M. McLoughlin)
Daisy quita la pantalla del iPhone. (M. McLoughlin)

En la tercera estación, Daisy agujerea del teléfono en puntos clave para separar las diferentes piezas. A partir de ahí, estos caen a una cinta donde un trabajador se encarga de ir recogiendo cada componente y colocándolo en su correspondiente cajón. El motor háptico va por un lado, Touch ID o Face ID por otro, y así sucesivamente con la carcasa, la placa base o el módulo fotográfico. Por recuperar, se recupera hasta el logotipo de la manzana que adorna la espalda de los terminales más antiguos, que contiene trazas de acero. Junto a la máquina se pueden ver unas enormes cajas donde se van almacenando todos estos componentes para enviarlos a la empresa que se ocupa de tratarlos.

Una sola unidad de Daisy puede desmontar cada año más de 1,2 millones de terminales. La de Breda trabaja con dispositivos recuperados en territorio europeo. La de Texas, se ocupa de los de Estados Unidos y Canadá. En total, pueden dar cuenta de 2,5 millones de teléfonos cada año. Un porcentaje muy pequeño, ínfimo más bien, en comparación con los más de 100 millones de iPhone que cada año vende en todo el mundo.

placeholder Daisy utiliza aire a menos 80 grados para despegar la batería. (M. McLoughlin)
Daisy utiliza aire a menos 80 grados para despegar la batería. (M. McLoughlin)
placeholder Baterías recuperadas por Daisy. (M. McLoughlin)
Baterías recuperadas por Daisy. (M. McLoughlin)

El problema no pasa únicamente por aumentar la capacidad y extenderlo a nuevos mercados. También pasa por conseguir que el usuario entregue su terminal a Apple cuando empiece a dar signos de fatiga o no de ya más de sí. Para ello ha creado, entre otras cosas, programas de recompra y bonificaciones al entregar un terminal viejo, como aquellos descuentos que se recibían antiguamente en el supermercado cuando se entregaban los botellines de cerveza vacíos para reutilizarlos. Otra cosa es que esto sea suficiente incentivo para que todo el mundo lo haga.

Si se quiere reducir la huella de carbono, hay más complicaciones y no todas tienen que ver con el reciclaje y lo que se conoce como economía circular. En otro orden de cosas, están las emisiones que se generan con el transporte y el envío de los terminales desde las fábricas a las tiendas y almacenes de todo el mundo. Han trabajado en reducir el tamaño y el peso de los embalajes. Algo que avanzó mucho cuando Apple tomó la polémica decisión de dejar de incluir el cargador a partir del iPhone 12 (en los Mac y los iPad todavía sobrevive). Eso le permitió crear cajas mucho más pequeñas y enviar muchos más terminales en el mismo espacio que antes. También le proporcionó el beneficio de vender por separado algo que antes se incluía en el precio.

Todavía hay más frentes en los que actuar. El más básico es prolongar la vida útil de los aparatos, tanto en el proceso de fabricación como en las actualizaciones. Los iPhone son probablemente los móviles que mayor esperanza de vida tienen a día de hoy. Prueba de ello es que la manzana ofrece actualizaciones de iOS para dispositivos de hace 6 años, frente a los 4 años de actualizaciones de sistemas operativos que se ofrecen en Android en el mejor de lo casos. Otra cosa es que el cliente decida cambiarlo antes. Pero eso depende de cada usuario, de cómo haya resistido el paso del tiempo el terminal, cómo lo haya cuidado o de si cambiar ciertas piezas (batería, por ejemplo) le sale a cuenta. Otro aspecto que da fe de que los iPhone pueden durar más años en buena forma, es que también se están comiendo el mercado de segunda mano, como demuestran diversos estudios. A pesar de todo esto, existe la percepción generalizada de que todavía queda mucho trabajo, mejorando las posibilidades de reparación de manera sencilla y económica.

placeholder Sensores de cámara, una vez desguazados. (M. McLoughlin)
Sensores de cámara, una vez desguazados. (M. McLoughlin)
placeholder Aluminio recuperado de los iPhone más antiguos. (M. McLoughlin)
Aluminio recuperado de los iPhone más antiguos. (M. McLoughlin)

Volviendo al tema de la recuperación de materiales, otro de los desafíos es que esto sea algo generalizado y no un puñado de islotes inconexos incapaces de armar un archipiélago. Los de Cupertino ganan mucho dinero (más que nadie) con este negocio, pero apenas suponen un 20% de los terminales que se venden en todo el mundo. Para que sea efectivo, hay que generalizarlo en el gremio. Apple dice que estos esfuerzos conforman parte de un plan ambicioso "para ser neutros en carbono en 2030", pero que esto no es sinónimo de querer mantener bajo llave esta tecnología. Están dispuestos a abrirla a otros competidores.

Hasta ahora solo hemos hablado de móviles. ¿Qué ocurre con los relojes inteligentes, tabletas u ordenadores de la compañía, que también se venden como churros cada año? “Me gustaría contar que este proceso también se puede aplicar al iPad o al Apple Watch. Pero de momento solo lo aplicamos al iPhone”, explica Lenderick. “Esto es un primer paso. Empezamos por aquí porque es nuestro producto más vendido y el impacto va a ser mayor”.

Estos esfuerzos quieren dar una vuelta al tradicional sistema de reciclaje de basura electrónica, en el que la norma son procesos de brocha gorda. Muchas veces se trituraba todo y a partir de ahí se intentaba salvar lo que se pudiese. Hasta ahora, lo habitual era triturar todo y ver qué se podía recuperar. Esto hace que haya mucha disparidad en la cantidad que se logra recuperar dependiendo el material. Mientras que el oro, el cobalto, el cobre, el hierro o el aluminio se suelen recuperar en un alto grado, materias primas como las tierras raras, el litio, el tántalo o el tungsteno se iban, por así decirlo, por el desagüe.

Si procesos e inventos como los de Apple se popularizan, se puede reducir la demanda de productos mineros. Hay que tener en cuenta que la concentración del material es mucho mayor en un teléfono viejo, donde se han utilizado materias primas puras. Se calcula que en una tonelada de smartphones puede haber 80 veces más de oro que en una tonelada de roca de una mina. De cada 100.000 dispositivos desmontados por Daisy, según estadísticas de la propia compañía, se pueden recuperar casi dos toneladas de aluminio, 710 kilos de cobre, 7,5 de plata o 770 de cobalto.

Aunque la firma de Tim Cook está tratando de dar con un sistema que le permita recuperar materias primas como las mencionadas hasta ahora, lleva varios años incorporando materiales reciclados en sus aparatos y embalajes. Empezó con los básicos (plástico, papel y cristal) y, posteriormente, comenzó a trabajar con otros materiales. Actualmente, por ejemplo, algunos de sus portátiles están hechos totalmente con aluminio reciclado.

placeholder Una de las piezas recuperadas por Daisy. (M. McLoughlin)
Una de las piezas recuperadas por Daisy. (M. McLoughlin)

El tungsteno de los iPhone 14 o de la última generación de Apple Watch también tiene este origen. En el iPhone 13 consiguió por primera vez sustituir el oro del revestimiento de la placa base por oro recuperado de antiguos gadgets. Estas iniciativas no son únicas y otras compañías como Samsung, el mayor vendedor de teléfonos del mundo, han puesto en marcha medidas similares. Como curiosidad, los últimos dispositivos de la factoría asiática, además de aluminio reciclado, ha utilizado el plástico de viejas redes de pesca para construir la bandeja de la tarjeta SIM.

El último gran titular que Apple dio sobre todo este asunto es el de que todo el cobalto de las baterías de sus móviles en 2025 será reutilizado. El pasado año esta estadística se situaba en el 25%. Es decir, la manzana pretende cuadriplicar esa cantidad en tan solo cuatro años. Aquí de nuevo se plantea el dilema de las ovejas que salen por las que entran.

Obviamente, con Daisy solo consigue recuperar las baterías de poco más de un 2% de sus teléfonos, por lo que la autosuficiencia parece poco más que imposible y toca recurrir a cobalto limpio de otras fuentes. A esto hay que sumar que la multinacional no es la única que demanda esto, ya que hay otros fabricantes de electrónica o de automóviles eléctricos que cada vez emplean más material reciclado en sus productos. No hace falta tirar de calculadora para ver que existen todas las papeletas para un cuello de botella en la demanda y eso sin tener en cuenta el aumento exponencial en la venta de dispositivos móviles o coches eléctricos en los próximos tiempos.

Tierras raras

Pero si esto suena a reto mayúsculo, hay uno todavía mayor: el de las tierras raras. ¿Por qué? Diversos estudios firmados por la Agencia Internacional de la Energía o por el Servicio Geológico de EEUU sitúan el reciclaje de estos óxidos magnéticos entre un 1% y un 4%. En el caso de metales de alto uso, como el acero o el cobre, hablamos de tasas que incluso, dependiendo el territorio, superan el 70%. Las diferencias son sustanciales.

La cuestión es que son imprescindibles para muchas más cosas que las que se piensa. Son fundamentales para móviles, monitores, cámaras u ordenadores. Pero también para lámparas fluorescentes, los paneles solares, las máquinas de rayos X, la fibra óptica o algunos pigmentos. Se estima que solo en 2021 se extrajeron 280.000 toneladas en todo el mundo. 50 veces más que lo que se extraía a mitad del pasado siglo. Se espera que en las dos próximas décadas la necesidad se multiplique por siete.

Aunque se llamen tierras raras, en realidad, no lo son tanto. Probablemente el suelo que haya pisado hoy contenga trazas. Lo realmente extraño es encontrarlo en una concentración lo suficientemente alta como para que merezca la pena explotarlo. Recientemente, países como Turquía o Suecia han cantado victoria, aunque todavía queda certificar que los yacimientos sean tan atractivos como han adelantado las autoridades locales. En otros lugares, como España, existen importantes caladeros. Sin embargo, las autoridades se han inclinado por no explotarlos por el eventual impacto medioambiental que podían suponer estos proyectos, algo que ha generado una fuerte controversia entre los especialistas.

El resultado de todo esto es que China ha acabado convirtiéndose en el líder mundial, tanto en la extracción como en el tratamiento. Esto, además de generar una dependencia evidente, otorga a la segunda economía del mundo una importante maquinaria para presionar a otras economías en el contexto de una guerra comercial y tecnológica que mantiene con EEUU y sus socios. Recientemente las autoridades impusieron limitaciones a la exportación de galio y germanio, dos ingredientes necesarios para cosas como los microchips. No es la primera vez que recurren a eso. En 2003, en el contexto de una crisis diplomática, cortaron el grifo a Japón. Aquello precipitó una serie de investigaciones en el país nipón que empezaron a investigar con la posibilidad de obtener tierras raras de los sedimentos en el fondo marino. Tras dos décadas de trabajo, están entrando en una fase crítica para hacer realidad sus tesis.

En este contexto, el reciclaje de tierras raras ya no tiene solo tintes económicos o medioambientales, también geopolíticos. El problema es que las técnicas existentes, casi todas ellas experimentales, conllevan el uso de químicos como ácido clorhídrico en procesos que pueden llegar ser altamente contaminantes y los procesos demandan altas cantidades de energía.

Aunque se pase por el aro y se acepten estos peajes, la complicación del reciclaje de estas sustancias viene en la gran mayoría de casos por la ínfima cantidad de material que se recupera. Como se mencionaba anteriormente, las tierras raras se suelen mezclar con otras tierras raras en el mismo componente. Al tener una naturaleza similar y compartir muchas características, la separación y cribado no resulta nada sencilla. Todos estos detalles, en conjunto, no incentivan el cambio del actual status quo, porque algunos no ven suficientes beneficios en dar el salto de la extracción al reciclaje.

En este sentido, investigadores y empresas de medio mundo están experimentando con soluciones alternativas como los ácidos bacterianos o las sales de cobre, con menos impacto medioambiental. El problema que no son tan efectivos como las recetas basadas en ácido clorhídrico, que tienen el peaje de dejar residuos altamente contaminantes.

Apple también ha metido un pie aquí y ha empezado a experimentar. Daisy es su robot más conocido y avanzado, pero no es el único. Recientemente se unieron a la familia Dave y Taz, que se están poniendo a punto y probando en el centro de recuperación de materiales en Austin. Taz va un paso más allá, porque utiliza una trituradora para recuperar imanes de los módulos de audio y así poder recuperar de manera más efectiva las tierras raras.

Hay un dicho en la sabiduría popular que viene a decir que del cerdo se aprovechan hasta los andares. Pues Apple quiere hacer algo parecido, pero con sus teléfonos una vez pasen a mejor vida. Los de Cupertino imaginan un futuro en el que sus productos se fabriquen única y exclusivamente con materiales recuperados de los mismos dispositivos que ellos mismos vendieron. Una y otra vez. Es imposible poner fecha a este hito, por los múltiples retos técnicos y logísticos que quedan por resolver. Pero la empresa ya ha empezado a marcarse pequeñas metas volantes. Los californianos quieren que el iPhone 17, que si nada se tuerce y no cambian de estrategia debería salir al mercado en 2025, utilice una batería con cobalto 100% reciclado.

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