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¿Tiene ya sentido el 'juntos podemos' en Israel y Palestina? Ellos creen que sí
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La sangre de unos y otros

¿Tiene ya sentido el 'juntos podemos' en Israel y Palestina? Ellos creen que sí

En un ambiente extremadamente polarizado hay quien, tras casi cinco meses de conflicto entre Israel y Hamás, cree que una reconciliación con el tiempo entre árabes y hebreos es posible

Foto: Una mujer es abrazada por un hombre que porta un fusil, mientras se sientan en el Monte de los Olivos, con vistas a la ciudad de Jerusalén. (Reuters/Susana Vera)
Una mujer es abrazada por un hombre que porta un fusil, mientras se sientan en el Monte de los Olivos, con vistas a la ciudad de Jerusalén. (Reuters/Susana Vera)

"¿Cuánta sangre más se derramará antes de que comprendamos que el destino de israelíes y palestinos está interconectado? ¿Que o todos vivimos en paz y libertad o que ninguno lo hará?", dijo Rula Daood, codirectora de Omdim Beyajad, el pasado mes de enero en Tel Aviv a los manifestantes de la primera gran concentración en contra de la guerra que enfrenta a Israel y Hamás en Gaza.

En un Israel de pesadilla, con una guerra en dos frentes y medio —contra Hamás en Gaza, contra Hezbolá en la frontera con El Líbano y contra los extraños movimientos de los hutíes desde el lejano Yemen—, la polarización en la arena pública y privada es lo que manda. Suenan temas musicales que los más benévolos llaman de “motivación para los soldados” con ritmos galvanizadores, letras agresivas y racistas, otros de pérdida y más pérdida. El periodismo sigue sumido en las historias trágicas y de heroísmo; la muerte sobre muerte en Gaza es como mucho una referencia de pasada en el mejor de los casos (exceptuando los medios Haaretz y 972). Algunos miembros del Gobierno están en el horrible dilema de cómo proteger el país después de que Hamás y compañía lo rompieran de aquel modo el 7 de octubre, cómo rescatar a los 136 secuestrados (se cree que dos tercios de ellos están muertos) y cómo acabar con Hamás, porque algunos aún lo creen posible. Por no decir nada de cómo devolver a los 200.000 desplazados a sus casas.

En este mismo ambiente, las manifestaciones más multitudinarias en la calle Kaplan de Tel Aviv vuelven a ser las que gritan en contra del primer ministro, Benjamín Netanyahu, y son reprimidas por la Policía, que está bajo las órdenes del ministro kahanista (de la escuela del rabino y terrorista Meir Kahane), Itamar Ben Gvir.

En estas manifestaciones los asistentes se desgañitan contra Netanyahu, y los agentes del orden, montados a caballo, empujan a los congregados para disuadirles de bajar al arcén y detener el tráfico. Arrancan carteles, a veces también megáfonos. Arrestan y arrastran por los pelos.

Foto: El portavoz militar de las IDF israelíes, Daniel Hagari. (Reuters/Fuerzas de Defensa de Israel)

Unos metros más abajo se manifiesta un grupo mucho más pequeño: el Bloque Contra la Ocupación, y en ocasiones miembros de Omdim Beyajad (Juntos), claramente distinguibles por sus banderas y pancartas moradas. En las últimas semanas, algunos de los manifestantes de abajo, cuando se diluye la concentración menor, se unen a la anti-Bibi, y a veces no son bienvenidos. Efrat, una diseñadora gráfica, madre de dos hijos y férrea anti-Bibi, increpó el sábado pasado a una pareja que iba con un cartel que decía “Con ocupación no hay seguridad” diciéndoles que no era el momento de quejarse de la ocupación. Le respondieron que entonces estaba ciega al verdadero problema. Y así.

“La situación es supertrágica y muy confusa”, dice Maayan, simpatizante de Omdim. “Entre la gente que se manifiesta aquí hay familiares y amigos de soldados que están matando y muriendo en Gaza [240, según el Gobierno israelí frente a unos 30.000 gazatíes] y que en su mayoría deben ser gente maja, con valores humanos supongo que parecidos a los míos y que piensan que hacen lo correcto, que participar de la guerra es inevitable y que Netanyahu nos ha metido en esto. Es tan trágico como cuando el poli azuza al caballo para que nos pise. El caballo hace lo que se le exige. Así me parece que está el mainstream israelí, en una estructura de difícil escapatoria”, concluye.

Culpar a una sola persona de una tragedia y sus implicaciones parece otra manifestación de ese esencialismo que todo lo permea en el país.

placeholder Una manifestación en Tel Aviv pidiendo un acuerdo para asegurar el regreso de los rehenes en Gaza. (SOPA Images/Matan Golan)
Una manifestación en Tel Aviv pidiendo un acuerdo para asegurar el regreso de los rehenes en Gaza. (SOPA Images/Matan Golan)

“Señalar a Netanyahu como responsable de principio a fin de todos los problemas de Israel es darle demasiado crédito”, dice la socióloga Dahlia Scheindlin a El Confidencial. Al fin y al cabo, según Scheindlin, él solo ha dado continuidad a lo que hicieron todos los gobiernos israelíes desde 1967 con respecto a los territorios ocupados. “Con dos excepciones, los Acuerdos de Oslo y la retirada unilateral de Gaza, pero salvo eso, todos los gobiernos israelíes han expandido los asentamientos y han fracasado a la hora de firmar acuerdos permanentes con los palestinos. No digo que los palestinos estén libres de culpa de esta disfuncionalidad, pero Netanyahu ha mantenido la tendencia de profundizar en el agujero entre israelíes y palestinos y mantener el conflicto sin resolver”.

Y, visto lo visto, que tantos israelíes se manifiesten contra Netanyahu no quiere decir que sean de izquierdas ni que estén interesados en parar la guerra (algunos sí lo enuncian por el motivo pragmático de recuperar a los rehenes) y desde luego no están dispuestos a hablar de una solución de dos Estados. La frase de Netanyahu de que no es momento de “dar premios” a los palestinos ante la reciente propuesta estadounidense de empujar la creación de un Estado palestino muestra un sentir popular. Meses antes, el presidente del país, Isaac Herzog, dijo algo en la misma línea: “Mi país está en duelo, no es hora de hablar de los dos Estados”.

Gente de verdad

“La mayoría de los israelíes quiere seguridad y paz, pero no cree que esas cosas sean posibles”, dice Yael Drier Shilo, de Jerusalén, una de las fundadoras de Omdim Beyajad. “Nuestra fuerza como organización es que decimos y mostramos que sí hay otra opción y otro modo de vivir”, sostiene a El Confidencial.

El 20% de la población de Israel son descendientes de los palestinos que se quedaron dentro de las fronteras de Israel después de la guerra de independencia de 1948. Muchos de entre esos dos millones de personas, tan poco homogéneos como los israelíes, tienen familia y amigos en Gaza y Cisjordania, lo cual complica aún más las cosas.

“En 2015, en la Intifada de los cuchillos, por ser tan doméstica y brutal, temíamos que se fuera a desmoronar del todo la cooperación árabe-israelí, y por eso nos organizamos para manifestarnos en contra de la violencia, pero parecía una idiotez manifestarse e irse a casa y al día siguiente amanecer con más violencia”, rememora Drier Shilo.

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Empezaron entonces a reclutar a gente, con éxito, palestinos y judíos, de ciudades grandes, pero también de poblaciones más pequeñas. Antes de la guerra se centraron en temas de justicia social, trabajando en los últimos tiempos en el salario mínimo y encarecimiento de la vivienda.

“Pero ahora todo es guerra, y nuestro mensaje sigue siendo el mismo, uno muy básico: tenemos que vivir juntos y luchar por la igualdad social y justicia juntos. Hoy más que nunca la gente empieza a entender que es o paz o guerra eterna. El concepto de administración del conflicto está destruido, siempre lo dijimos”, explica Drier Shilo, refiriéndose a la doctrina implícita de los gobiernos israelíes, particularmente el de Netanyahu, de no tratar de resolver el conflicto sino de gestionarlo, como parte de la realidad del país, como algo manejable.

Manar Qeadan, residente en Baka el Garbiya (ciudad predominantemente árabe en el centro norte del país) y parte de la directiva de Omdim Beyajad, es originalmente de Beit Jala, en Cisjordania, y describe que “los muros enormes que este Gobierno construyó durante 20 años entre judíos y palestinos han dado sus frutos: el público mayoritario casi no sabe nada de los árabes. Y eso crea desconfianza, desconocimiento y deshumanización, piensan que cualquiera que sea palestino quiere tirarlos al mar. La situación es realmente muy compleja”, explica.

Foto: Un grupo de palestinos transporta el cadáver de una persona tras un bombardeo israelí en Gaza. (Reuters/Mahmoud Issa)

Y añade: “De modo muy parecido, los de Gaza nunca han visto a un judío y solo les cuentan que hay que matarlos y que son el enemigo, así se desconectan los sentimientos de uno frente al otro y es un peligro para todos”.

En las primeras semanas de la guerra, Manar cuenta que no salió de su casa, presa de ataques de pánico. “Por las noticias, por todo lo que pasaba, es muy difícil vivir en la costura de ambas sociedades”, explica.

Así como la derecha asegura que son ellos los que representan al verdadero pueblo israelí, Yael Drier Shilo asegura que es Omidm Beyajad quien lo hace. “La política de la derecha es elitista y nos daña como pueblo, frente al mundo. Si no estuviéramos en un conflicto eterno podríamos construir un país tantísimo mejor...”. Y está segura de que es posible. “Ese cambio gradual sucederá, el entendimiento de que nuestras vidas están entrelazadas y que hay que hacerlo diferente, porque no hay otra opción”.

Foto: Vista de la mezquita de Al-Aqsa en Jerusalén. (EFE/Manuel de Almeida)

“El público israelí es muy socialdemócrata”, analiza. Aunque en las últimas elecciones el clásico laborismo ha sacado apenas cuatro escaños en el Parlamento y las encuestas consistentemente apuntan a una derechización de todas las edades, pero especialmente los jóvenes. “El asunto de la seguridad es el que los inclina hacia la derecha. Pero eso sucede porque funcionamos con los paradigmas dictados por la derecha, ellos han pintado el mapa político y si todos seguimos jugando este juego que diseñó la derecha, ellos ganan. Pretendemos redibujar ese mapa de nuevo, alrededor de nuestros valores”. “Las visiones monolíticas, de palestinos e israelíes, no toleran la diversidad que realmente existe en el terreno”, defiende Yael.

Disfraz de normalización

Omidm Beyajad recibe críticas de derecha e izquierda, de sionistas radicales pero también de fuerzas propalestinas. La derecha y parte de la izquierda agitan el que asuman que el mundo odia a Israel y no hay con quién hablar, mientras que el BDS (boicot, desinversión y sanciones contra productos y personas israelíes) también los ha criticado duramente por considerarlos "un disfraz de normalización israelí para distraer del blanqueamiento que hace Israel en Gaza".

Y la socióloga Scheindlin confiesa que solía observar al grupo pensando que era una organización “de esas que te hacen sentirte bien con tu conciencia”, pero en este momento bélico “los veo como la salvación. Después de años de estar creando lazos y relaciones de confianza en todo el país, tienen la base para actuar y mover a gente verdadera, tranquilizan los ánimos y son absolutamente necesarios, porque no hay otra salida de esta pesadilla si no internalizamos dos cosas: una, que somos iguales, y dos, que somos interdependientes. Cuando digo nosotros, israelíes y palestinos, quiero decir que no somos lo mismo, pero somos inseparables”.

"¿Cuánta sangre más se derramará antes de que comprendamos que el destino de israelíes y palestinos está interconectado? ¿Que o todos vivimos en paz y libertad o que ninguno lo hará?", dijo Rula Daood, codirectora de Omdim Beyajad, el pasado mes de enero en Tel Aviv a los manifestantes de la primera gran concentración en contra de la guerra que enfrenta a Israel y Hamás en Gaza.

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