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"Entre los que entraron a matarme estaba el fontanero"
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Ataque a los 'kibutz'

"Entre los que entraron a matarme estaba el fontanero"

Cuando los infiltrados de Hamás entraron en las diversas comunidades alrededor de la frontera con Gaza, Polanski fue uno de los primeros en salir a defender la zona

Foto: Restos de sangre en la pared del 'kibutz' de Nir Oz. (Reuters/Amir Cohen)
Restos de sangre en la pared del 'kibutz' de Nir Oz. (Reuters/Amir Cohen)
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Al saludo de “¿cómo estás?”, Eduardo Polanski, ganadero de 64 años, responde “vivo”.

Es del kibutz Or Haner, colindante con la franja de Gaza por el sur. Antes del sábado 7 de octubre, la comunidad tenía unos 809 habitantes. Hoy solo quedan cuatro personas allí y Eduardo Polanski, nacido en Argentina, es una de ellas. Los que no están muertos, han sido evacuados.

“Mi tambo [unidad de producción de leche] es uno de los pocos que no fueron dañados, se llevaron unas 400 vacas a Gaza. En otros lugares las mataron, las degollaron, les pegaron tiros hiriéndolas...”, explica. “Yo tuve suerte”. El Ejército israelí desalojó la zona hace una semana, pero Eduardo dice que es su casa, “además, hay un grupo de trabajadores tailandeses trabajando conmigo, tengo que protegerles, y a las vacas”.

placeholder Eduardo Polanski, en el 'kibutz'. (Cedida)
Eduardo Polanski, en el 'kibutz'. (Cedida)

Cuando los infiltrados de Hamás entraron en las diversas comunidades alrededor de la frontera con Gaza, Polanski fue uno de los primeros en salir a defender la zona. “Yo tengo un revólver con 13 balas, cuando salí de mi kibutz para detener a los terroristas, oía disparos de ametralladoras. Había un tipo que estaba muerto en el suelo [un vecino] y agarré su arma”. “Nosotros sabíamos que teníamos que mantener la situación entre 10 y 20 minutos hasta que llegasen las fuerzas especiales, [pero] pasaron 17 o 18 horas hasta que llegó el ejército”, recuerda.

Las fuerzas del Ejército israelí no llegaron porque los combatientes de Hamás las esperaban por tierra, en las cercanías de donde se celebraba la ahora tristemente célebre rave, y también las diezmaron.

Foto: Ron Lobel, médico de Ashkelon, última ciudad israelí antes de la Franja. (Fermín Torrano)

“Tengo amigos de mi kibutz y otros que salieron a defenderse con lo que tenían, pistolas con seis balas, mientras el cargador de los Kaláshnikov que llevaban ellos tienen 35 balas, ¡en cada cargador!”, recuerda Eduardo. “Estaban armados de forma increíble, no teníamos ninguna posibilidad de frenarlos”.

Soldados de Hamás y civiles

Mientras la mayoría de los habitantes de las localidades israelíes fronterizas estaban en los refugios, Eduardo estaba fuera. “Los de negro eran soldados de Hamás y los vestidos de civil eran civiles de Gaza, gente que trabajó con nosotros, nos conocían, sabían dónde había armas, dónde había herramientas, con estas herramientas forzaron las puertas de las casas”, recuerda, con tristeza.

"No quiero ni pensar en esa posibilidad", lamenta por su parte Janet Cwaigenbaum, del kibutz Nir Yzhak. "He oído que algunos lo comentaban. Yo no vi nada porque no salí del refugio en 15 horas, no me parece que esa gente fuera conocida del kibutz. Aunque sí que tenían información precisa de qué hacer, la tenían, pero no sabemos cómo la recibieron".

Foto: Israel lanza la operación 'Espadas de Hierro' tras el ataque de Hamás. (EFE/EPA/Atef Safadi)

“En la comunidad de Netiv Hasara había un muchacho de Gaza que conocíamos, venía desde hacía tiempo, era fontanero, y lo vieron entre la gente que entró el sábado”, cuenta Eduardo. “Se sabe fehacientemente que algunos palestinos que trabajaban en nuestros kibutzim entraron aquella mañana”.

Alon Pauker, del kibutz Be’eri, que ha enterrado a más de 130 miembros tras la masacre de Hamás, recuerda que ya desde la primera intifada (1987) “hubo momentos en que los trabajadores palestinos de Gaza que venían aquí eran extorsionados por Hamás para que le dieran información, amenazaban con matar a sus familias de lo contrario”.

Foto: Una madre tailandesa sostiene la foto de su hijo asesinado por Hamás. (Reuters)

Be’eri era un kibutz conocido por ser uno de los más ricos del país. Todavía conserva el antiguo modelo cooperativo, frente a la mayoría, que ya han sido privatizados. La principal fuente de ingresos es su imprenta. También tiene una empresa de tecnología alimentaria, cultiva jojoba y comercializa el aceite de la fruta para la industria cosmética. "En los kibutzim somos de izquierdas o de centro, lo que nos condujo durante años a luchar por la paz", explica Eduardo. "El kibutz Be’eri ayudaba todo el tiempo a la gente de Gaza, con trabajo para sus habitantes, con dinero, con libros escolares, a diario".

"Uno de los primeros muertos en el kibutz Kfar Aza el 7 de octubre fue Ofir Libstein. Ofir era el intendente de nuestra zona, trabajamos juntos durante años en la construcción de un edificio en la frontera con Gaza donde iba a haber un hospital internacional, una zona de comercio de alta tecnología, centros de estudio, todo eso para darle un futuro a la gente de Gaza. Y a uno de los primeros que mataron fue a la persona que más ha tratado de ayudarles. Lo enterramos ayer", recuerda con resentimiento Polanski.

En los kibutzim ya no es tan fácil encontrar esas personas que se consideraban a sí mismas pacifistas. El horror de lo que vivieron ha borrado muchas certezas. “Yo soy una persona pacifista, así somos la mayoría de los que vivimos en esta zona. Ahora no sé nada”, dice a duras penas Alon, quien no quiere hablar mucho.

Foto: El material que llevaban un combatiente de Hamás abatido cerca de Sderot. (DPA/Ilia Yefimovich)

Se han encontrado cuadernitos con cosas anotadas en los bolsillos de los terroristas muertos y en los que tomaron prisioneros”, dice Polanski. “Tenían escritas cosas muy específicas, quién vivía en cada casa, mapas de las casas, cuántos niños tenían, si tenían o no perro… Por eso es evidente que había gente que había estado con nosotros y pasaba esa información”.

Todavía continúan sus labores de recogida e identificación de cadáveres. “Hay muchos cuerpos de amigos nuestros que no podemos identificar porque no encontramos las cabezas, y no quiero contar más cosas, nadie debería ver ni oír cosas así”. “Hasta el sábado, tenía muchos amigos, ahora tengo muchísimos menos”, concluye.

Al saludo de “¿cómo estás?”, Eduardo Polanski, ganadero de 64 años, responde “vivo”.

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