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Los tailandeses que araban la Tierra Prometida: 28 muertos en los 'kibutz' atacados por Hamás
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Los tailandeses que araban la Tierra Prometida: 28 muertos en los 'kibutz' atacados por Hamás

Hasta ahora son 28 los tailandeses fallecidos confirmados en los ataques terroristas. La cifra puede subir, hay aún 17 desaparecidos y 16 heridos

Foto: Una madre tailandesa sostiene la foto de su hijo asesinado por Hamás. (Reuters)
Una madre tailandesa sostiene la foto de su hijo asesinado por Hamás. (Reuters)
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La diáspora tailandesa es rural. Tailandia no es un país pobre, las gentes de sus campos sí. El país se vio el pasado 7 de octubre envuelto en una pesadilla que parecía demasiado lejana como para afectarle. Israel y Palestina son lejanas historias de las noticias. Los tailandeses, una de las pocas naciones asiáticas que nunca han sido colonizadas, entienden la política global como un campo ajeno. Y de pronto, una mañana, el país radicalmente neutral, obsesionado siempre con no escorarse a ningún extremo en sus relaciones internacionales, ha descubierto que son ellos, tras los estadounidenses, la segunda nacionalidad extranjera con más víctimas mortales en los sangrientos ataques de Hamás en Israel. Un shock que habla mucho de la pobreza, de religiones y de esa inmigración que deambula por el planeta en busca un plato de comida y en ocasiones acaba con un tiro en la espalda sin que nadie sepa explicar el porqué.

Hasta ahora son 28 los tailandeses fallecidos confirmados en los ataques terroristas. La cifra puede subir, hay aún 17 desaparecidos y 16 heridos. ¿Qué hacían tantos tailandeses en la frontera entre Israel y Gaza? Ganar dinero, trabajar, esquivar el hambre...

Foto: El material que llevaban un combatiente de Hamás abatido cerca de Sderot. (DPA/Ilia Yefimovich)

Las cifras oficiales dicen que hay o había, porque muchos están volviendo a casa tras los ataques, alrededor de 30.000 trabajadores tailandeses en los campos israelíes. Una tropa de jornaleros que han decidido irse a uno de los lugares más inseguros del planeta para ganarse la vida y mantener desde la distancia a sus familias. El salario de algunos de esos jornaleros en Israel podía ascender con los años hasta a 80.000 bath al mes (unos 2.100 euros). El estipendio inicial, pactado en el marco de los diversos acuerdos entre los Gobiernos de Israel y Tailandia para que los segundos proporcionaran trabajadores a los primeros, es de aproximadamente 56.000 bath (1.470 euros).

El número de trabajadores thais dispuestos a ir desde el Oriente lejano al Oriente próximo ha ido aumentando cada año. El número total fijado es de un total de 30.000. El pacto entre ambos gobiernos hizo que en 2022 se aumentara la cifra anual de envío hasta 6.500 jornaleros, por los 5.000 pactados hasta 2021. Las condiciones, según el acuerdo oficial, fijan que los jornaleros reciben una capacitación antes de partir y un primer contrato por dos años que se puede extender hasta un máximo de 5 años y 3 meses. La oferta es golosa, el riesgo existente, pero nadie previó un ataque en el que terroristas de Hamás acabarían asesinando a simples trabajadores que con dificultad colocaban antes de llegar allí a Israel y Palestina en un mapa. La respuesta a aceptar todo eso se llama hambre, o pobreza, o ganas de vivir y dar una vida mejor de la que te ha tocado en el parto.

El salario mínimo en Tailandia es 337 bath al día. Es decir, trabajando como se trabaja en muchos campos aquí, 30 días, sin descansar ninguno, se alcanza unos 10.000 bath mensuales (261 euros). Hay entre 70.000 y 45.000 bath convertidos en razones para acabar labrando la tierra en un lugar donde llovían balas, misiles o piedras sobre las cabezas de aquellos recogedores de tomates, calabazas o bananas.

Foto: El primer ministro israelí. (Reuters/Abir Sultan) Opinión
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Los tailandeses, además, tenían otra virtud para los empleadores: no eran musulmanes, como pasa en muchos países del entorno donde la barata mano de obra viene de Pakistán, Bangladés, Sudán... La religión es esa parte del mundo es una trinchera y los budistas tailandeses, como les sucede en tantos ámbitos, son también ahí campo neutral entre tanta cruel desavenencia.

Pero ese escenario laboral prometedor se ha borrado de un plumazo. Israel y Gaza son ahora un campo de batalla. La frontera judía ya no es ese espacio seguro en el que no se filtraba nada. El aeropuerto de Bangkok no para de recibir nacionales que huyen. 7.446 han pedido ya ser repatriados desde la embajada de Tel Aviv. El Gobierno estás fletando aviones comerciales para poder traer a todos de regreso. De todos los tailandeses que se han puesto en contacto con su representación diplomática en Israel, solo 94 han solicitado permanecer en el país trabajando. Algunos tuvieron problemas porque salieron huyendo y perdieron sus pasaportes, por lo que las autoridades han mandado con las aeronaves 8.000 pasaportes adicionales. Además, se está procediendo a regular las compensaciones mensuales o de un solo pago que entregará el Gobierno de Israel a los familiares de los fallecidos y afectados. Pensiones por viudedad e hijos, heridos, ayudas para funerales…, que van entre los 1.100 dólares y los 300, ha explicado el Gobierno tailandés.

"Estoy muy triste. Yo trabajaba en un campo a siete kilómetros de algunos tailandeses que mataron. Algunos eran familiares", ha declarado a la televisión Boonchai Sae Yang, un tailandés de 35 años que ha decidido que prefiere perder dinero a perder la vida.

Foto: Isaac Rabin y Arafat firman los acuerdos con Clinton en 1993. (Reuters/G.Hershorn)

Los relatos se van sucediendo entre muestras de dolor. La incertidumbre de aquellos de los que no se sabe nada está consumiendo a sus familias. "Mi madre no duerme y mi padre está enfermo. Solo quieren que vuelva su hijo", ha dicho el hermano de uno de los aún desaparecidos. El entorno mediático no ayuda. Hoy todo se retransmite de teléfono en teléfono y hay videos circulados en redes sociales donde se ve como decapitan con una pala a alguien que parece tailandés o se llevan secuestrados a un grupo de ellos en una carretilla agrícola.

El testimonio de uno de los primeros repatriados a Bangkok asegura que los terroristas iban a por los trabajadores tailandeses: "Se llevaron a un matrimonio y dispararon al resto. Nosotros nos encerramos en un búnker y aunque tiraron granadas no consiguieron entrar", explicó Suriyan, uno de los que consiguieron escapar de la matanza, según la revista Thai Enquirer.

Foto: Los gazatíes escapan de la ciudad de Gaza después del ultimátum de Israel. (EFE/Mohammed Saber)

La matanza, que aún tiene en shock al país, no ha modificado en todo caso la neutralidad tailandesa en este conflicto. La embajadora israelí en Tailandia, Orna Sagiv, se ha reunido con el primer ministro, Srettha Thavisin, que le ha trasladado sus condolencias. "Condenamos enérgicamente este ataque, que trágicamente ha provocado la pérdida de vidas inocentes y heridos entre la población civil", dijo en un primer momento Thavisin. Sin embargo, el Gobierno ha dejado claro que "el reino de Tailandia tiene una posición neutral ante un conflicto del que no forma parte" y ha pedido a todos los actores que "trabajen para proteger la vida de los tailandeses", explicó el Ministerio de Asuntos Exteriores.

El hambre muerde, el odio aniquila. Los jornaleros tailandeses, inesperadamente, se han visto envueltos entre ambas opciones.

La diáspora tailandesa es rural. Tailandia no es un país pobre, las gentes de sus campos sí. El país se vio el pasado 7 de octubre envuelto en una pesadilla que parecía demasiado lejana como para afectarle. Israel y Palestina son lejanas historias de las noticias. Los tailandeses, una de las pocas naciones asiáticas que nunca han sido colonizadas, entienden la política global como un campo ajeno. Y de pronto, una mañana, el país radicalmente neutral, obsesionado siempre con no escorarse a ningún extremo en sus relaciones internacionales, ha descubierto que son ellos, tras los estadounidenses, la segunda nacionalidad extranjera con más víctimas mortales en los sangrientos ataques de Hamás en Israel. Un shock que habla mucho de la pobreza, de religiones y de esa inmigración que deambula por el planeta en busca un plato de comida y en ocasiones acaba con un tiro en la espalda sin que nadie sepa explicar el porqué.

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