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Marejadilla en el Egeo: la guerra de Turquía y Grecia entra en la campaña electoral de Erdogan
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Amenazas de Ankara a Atenas

Marejadilla en el Egeo: la guerra de Turquía y Grecia entra en la campaña electoral de Erdogan

Tras intentar lanzar una nueva operación en Siria este verano, pero no recibir el visto bueno de Putin, Erdogan ha dirigido su artillería verbal contra Grecia, amenazando con una invasión "cualquier noche, de repente"

Foto: Erdogan observa un barco perforador turco en el Mediterráneo (EFE)
Erdogan observa un barco perforador turco en el Mediterráneo (EFE)

Estado de la mar en el Egeo: marejadilla. No, no llega a marejada y mucho menos a mar gruesa. Esas advertencias repetidas día sí, día también, de que Turquía invadirá Grecia el día menos pensado no son más que espuma. La sangre no llegará a la arena.

Advertencias no faltan. “Podemos llegar una noche, de repente”, avisó el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, el primer fin de semana de septiembre. Lo reiteró tres días más tarde en una conferencia en Sarajevo. Lo recalcó en el avión de vuelta a Ankara. Lo repitieron ministros, altos cargos, el presidente del Parlamento, asesores. La frase es el título de una canción de una diva del pop de 1974, no sabemos si Gönül Yazar o Emel Sayin. Pero lo inquietante no es el copyright, sino el historial: no es la primera vez que Erdogan utiliza la frase. Y en las anteriores, cumplió la amenaza, al poco rato dieron el coro los cañones. Eso era en Siria.

Foto: Esmirna

"Podemos llegar una noche, de repente”, dijo Erdogan antes de lanzar la primera ofensiva turca en el norte de Siria en 2016. La tuiteó al año siguiente para anunciar una operación en Idlib, la reiteró en 2018 al preparar la toma del cantón kurdo de Afrin, y la dijo de nuevo un día antes de que la artillería turca lanzara lo que hasta ahora ha sido la última operación militar turca en Siria, alrededor de Ras al Ain y Tel Abiad, en octubre de 2019. Cuando empezó a repetirla de nuevo, semana tras semana, este verano, insistiendo en que era imprescindible “terminar el trabajo” y acabar con el YPG, la milicia kurda de Siria, los periodistas empezaron a mirar vuelos a la frontera y discutir sobre los inconvenientes de llevar chaleco antibalas. Quedaban pocas dudas, salvo la fecha concreta. Y quedaba Vladímir Putin.

Putin puso su habitual cara de pocos amigos en la cumbre con Erdogan y el presidente iráni, Ebrahim Reisi, en Teherán en julio, pero firmó un comunicado lo suficientemente ambiguo como para que algún diario titulara que Rusia, Irán y Turquía acordaron “eliminar el terrorismo en Siria”, lo que para Ankara significa ir contra el YPG. Solo que para Irán, los terroristas son otros, las milicias islamistas aliadas con Ankara. El 5 de agosto, tras la entrevista de Erdogan y Putin en Sochi, el comunicado volvía a subrayar la necesidad de “combatir todos los grupos terroristas”, pero el dirigente turco no volvió con buena cara. Estaba claro que Putin no le había dado la luz verde que esperaba Erdogan como recompensa por haber metido el palo en las ruedas de la OTAN. Cuando volvió a decir la frase el tres de septiembre, de repente el destinatario había cambiado: ahora era Grecia.

El giro nos puede recordar un relato satírico de 1910 sobre el emperador austrohúngaro declarando la guerra al inaugurar una exposición de ganadería, tras sacar del bolsillo el papelito equivocado. Pero la exposición que estaba inaugurando Erdogan formaba parte del atrezzo, era de tecnología, y el mandatario estaba rodeado de los ultimos modelos de drones de ataque. “Grecia, mira la Historia. Como sigas adelante mucho más, el precio que pagarás será alto, muy alto”, tronó el presidente. “Cuando llegue el día y la hora haremos lo que haga falta. Podemos llegar una noche, de repente”.

Foto: El ministro de Exteriores turco, Mevlut Cavusoglu. (EFE/ Olivier Hoslet)

Lo de la Historia era una alusión a las victoriosas batallas finales de las fuerzas turcas contra el Ejército griego en la guerra de independencia turca de 1922, cuando, en palabras del propio Erdogan al celebrar la efeméride la semana anterior, “esta nación, con la fe en el corazón, arrojó al mar a los infieles en Esmirna”. Lo que quedaba menos claro era en qué dirección Grecia no debería “seguir adelante mucho más” para evitar un ataque turco.

La confrontación en el Egeo no es algo nuevo. No hay reclamaciones territoriales, salvo por una serie de arrecifes e islotes deshabitados que Grecia considera griegos y Turquía “no definidos” y sujetos a negociación. Las rocas no tienen valor comercial ni estratégico salvo para buscar pelear. El desplome de un helicóptero griego, con un balance de tres muertos, en 1996, enfrió algo los ánimos porque entonces nadie tenía interés en una guerra de verdad. Pero la enemistad siguió en el aire. En el aire, porque en las aguas hay un acuerdo entre caballeros de limitar la soberanía en cada lado a seis millas náuticas en lugar de las 12 habituales. Esto favorece a Turquía porque hay pocas franjas costeras en las que podría realmente extender sus aguas a doce millas sin tener que consensuar una mediana respecto a las islas griegas de enfrente; sin embargo, Grecia ganaría una importante cantidad de espacio marítimo detrás, entre sus propios archipiélagos. Ningún buque podría ya cruzar de Estambul al Mediterráneo sin pasar por aguas territoriales griegas. El Egeo se convertiría, así lo teme Ankara, en un “lago griego del interior”. Hacerlo sería motivo de guerra, advierte.

Foto: El barco Oruç Reis junto a varios barcos militares de la Armada turca. (Ministerio turco de Defensa)

Es en el aire donde no hay acuerdo. Atenas considera que el espacio territorial aéreo se extiende a diez millas de sus costas y Ankara responde que es imposible reclamar un control del aire sobre un espacio terrestre o marino que no es parte del país. Pero es que debería serlo, responde Atenas. Si hay derecho a doce millas, quedarse en diez es hasta modestia, y además, está declarado así desde 1931 y aceptado por Turquía hasta 1975. No hay acuerdo, y para no olvidar que no lo hay, los cazabombarderos turcos entran rutinariamente en esa franja de cuatro millas en disputa, e igual de rutinariamente, los cazas griegos intentan interceptarlos. Atenas denuncia vulneración de su territorio, Ankara denuncia acoso injustificado en aire internacional, y todos contentos.

Así estaban las cosas en mayo pasado cuando el primer ministro griego, Kyriakos Mitsotakis, sugirió a los legisladores estadounidenses en Washington que no deberían dar luz verde a la exportación de cazas F-16 a Turquía para no alimentar sus “fantasías imperiales”. Eso no sentó nada bien en Ankara. Y menos aún que Mitsotakis se marcara a inicios de junio una gira por islas del Egeo, incluida Pserimos, a menos de cinco millas de las costas turcas, donde según la prensa turca, Grecia está llevando a cabo una activa “militarización”. Empezaban a circular vídeos y fotos en los que se veían unos barracones prefabricados, un helipuerto... y “artillería pesada escondida”. Y eso, clamaban, vulnera los tratados. El de Lausana de 1923 y el de París de 1947.

¿Militarización de las islas?

El tratado de Lausana, por el que se reconocía internacionalmente la República de Turquía tras la caída del Imperio otomano, especifica que en las islas griegas de Lesbos, Samos, Quíos e Icaria “no se pueden establecer fortificaciones ni bases navales” y que el volumen de las tropas en estas islas debe limitarse al número de residentes locales que puedan ser reclutados para el servicio militar y entrenados localmente, además de una fuerza policial que no debe ser superior en proporción a la población que en el resto de Grecia. El resto de las islas no aparece porque eran italianas entonces. Cuando el archipiélago del Dodecanes, incluida Pserimos, pasa a Grecia, derrotada Italia en la II Guerra Mundial, el tratado de París de 1947 es sucinto: “Serán y permanecerán desmilitarizadas”.

Foto: Un F-16 sobrevolando el cielo de Irak. (USAF)

Los historiadores discuten apasionadamente sobre si la palabra “desmilitarizado” se debe interpretar como análoga a lo especificado en Lausana —lo que dejaría posiblemente en el lado legal los barracones y los cuatro o cinco soldados visibles en los vídeos de Pserimos— y si Turquía puede considerarse parte agraviada, visto que el tratado de París lo firmaron las potencias ganadoras de la II Guerra Mundial con Italia, sin presencia de Turquía. Atenas ni siquiera niega la militarización: simplemente insiste en que las islas son territorio suyo indiscutible y punto.

¿Indiscutible? Si Grecia no pone fin a la militarización “se cuestionará su soberanía sobre esas islas”, lanzó el guante el ministro de Exteriores turco, Mevlüt Çavusoglu, en junio. Porque esta soberanía, aseguró, viene “con condiciones”. Eso sí era artillería gruesa. Cien años después de establecerse la República, ¿se plantea Ankara rediseñar las fronteras de la nación?

No parece ni remotamente verosímil, pero la derecha turca atiza las llamas. En julio, Ahmet Yigit Yildirim, presidente de la fundación ultranacionalista Hogares Idealistas —que se conocen como Lobos Grises en el extranjero— se hizo una foto con el no menos ultranacionalista jefe del partido MHP, agarrando entre ambos un enorme mapa que muestra el Egeo dividido por la mitad, con todas las islas de la parte oriental bajo soberanía turca... y de paso, también Creta. No era una interpretación histórica del glorioso pasado otomano sino una propuesta para el futuro. Y aunque al anciano Bahçeli se le hace un favor si no se le toma demasiado en serio, el MHP —un 11% de votos— no deja de ser el partido con el que formó coalición el AKP de Erdogan para ganar las últimas elecciones. Para terminar de arreglarlo, el vicepresidente del MHP, Semih Yalçin, remachó el clavo calificando la nación turca de “auténtica propietaria de las islas del Egeo”.

Se han lanzado guerras con menos fanfarrias previas en internet. Pero en este caso es ocioso discutir la probabilidad de que se produzca un desembarco turco en una isla griega, una noche, de repente. Sería una enorme ironía de la historia que la OTAN invocara por primera vez en su historia el famoso artículo 5 contra un Estado agresor... y que ese Estado fuese miembro de la OTAN. Con el resto de la Alianza Atlántica ya razonablemente cabreado con Ankara por el bloqueo al ingreso de Suecia y Finlandia, no habría mucho motivo de neutralidad. Las fragatas francesas no andan lejos del Egeo, para empezar. Un boicot de la Unión Europea pondría candado, además, a la mitad del mercado de exportación turco. Salvo que haya intención de darse de baja del llamado mundo occidental y convertirse en una república autónoma de un futuro imperio ruso, Turquía simplemente no tiene posibilidad de disparar contra Grecia. Y esa intención, Erdogan no la tiene: si intenta bailar sobre la cuerda del equilibrismo entre Washington y Moscú no es porque uno le guste más que otro, sino porque cree que así puede perfilarse como líder de un tercer mundo, el islámico. Un mundo que solo existe en su cabeza.

¿Por qué tanto tambor de guerra, entonces? Porque una guerra siempre viene bien para unir las masas alrededor de un gran líder que guía el pueblo hacia la victoria, especialmente en un país con una tradición nacionalista tan fuerte como Turquía, donde el retrato del fundador, Mustafa Kemal Atatürk, sigue decorando toda oficina, todo colegio, aunque se notan las ganas de Erdogan de superimprimir su propia efigie a los rasgos del fundador. Atatürk se ganó la gloria venciendo a los griegos en Esmirna; Erdogan debe repetir la hazaña.

Foto: Un espejo que perteneció a Atatürk. En la foto, Agca Kuzulu, uno de sus descendientes vivos, en Iskenderun (Alejandreta), en el sur de Turquía. (Onur Çakir)

Para ganar una guerra hoy día, lo más fácil es librarla en las portadas de los periódicos y en redes sociales: casi no se aprecia la diferencia, pero ahorra mucho gasto de munición y no hay que oficiar funerales. Nos lo lleva demostrando desde hace quince años Israel, que cada verano escenifica con enorme eficacia su guerra ficticia contra Irán. Si Tel Aviv puede ganar elecciones agitando el espantapájaros de un ataque que nunca se produce, ¿por qué no Ankara?

Faltan exactamente nueve meses para las elecciones, tanto parlamentarias como presidenciales, en los que Erdogan se juega absolutamente todo; no solo él sino el país entero. Si pierde, es prácticamente imposible que vuelva a ocupar un alto cargo en el futuro. Si gana, es relativamente poco probable que sigan existiendo altos cargos en el futuro, salvo el suyo. Las encuestas dicen que pierde. Con un margen muy escaso.

Puede parecer pronto hacer la campaña electoral nueve meses antes de las elecciones, porque es difícil mantener los tiroteos verbales hasta la fecha de las elecciones sin gastarse toda la munición de titulares disponible. Probablemente no sea una estrategia cuidadosamente planificada sino un recurso de emergencia tras mover Putin el pulgar hacia abajo ante el mapa de Siria. Algo así como el nerviosismo del estado mayor austrohúngaro en el citado relato alemán —'La toma de Sarajevo', de Gustav Meyrink— para encontrar rápidamente un país atacable después de declarar el emperador la guerra en la exposición de ganado vacuno. A veces, la realidad se acerca a la ficción. Especialmente en la insistencia de Erdogan de ilustrar el peligro en el que se halla Turquía, subrayando que Grecia alberga no menos de nueve bases militares estadounidenses. “¿Contra quien las han establecido? Responden que contra Rusia. Con perdón, esto no se lo cree nadie”, dijo Erdogan, y lo repitió varias veces: “Todo esto es contra Turquía”.

Los redobles de los tambores de guerra invocando victorias históricas contra una nación vecina que no aguantará un asalto casan mal con la sugerencia, en la misma frase, de que realmente el enemigo es Estados Unidos, que también mantiene una base aérea en Turquía y al que Ankara le quiere comprar los cazabombarderos F-16. Si la literatura es una advertencia, ahí va el final del relato de Meyrink: declarada la guerra contra un principado griego desconocido, las tropas austrohúngaras se cubrieron de gloria tomando la ciudad de Sarajevo, desde hace siglos territorio del propio Imperio.

Estado de la mar en el Egeo: marejadilla. No, no llega a marejada y mucho menos a mar gruesa. Esas advertencias repetidas día sí, día también, de que Turquía invadirá Grecia el día menos pensado no son más que espuma. La sangre no llegará a la arena.

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