'No olvides Esmirna': así fue la matanza con la que Turquía amenaza a Grecia con la guerra
La tensión en el Egeo entre las dos enemigas históricas se ha recrudecido hasta el punto de que Erdogan ha amenazado a los griegos recordando la masacre ocurrida hace un siglo
El 9 de septiembre de 1922 la mayoría cristiana de una próspera y cosmopolita ciudad del Egeo aguardaba en una calma tensa la entrada de la caballería turca temiéndose lo peor. En Esmirna habían convivido más o menos pacíficamente durante siglos musulmanes, armenios y cristianos ortodoxos griegos, pero los últimos diez años de guerra habían hecho saltar los delicados equilibrios interétnicos de la ciudad. Ahora las confesiones derrotadas depositaban sus esperanzas en las garantías ofrecidas por la presencia de veintiún buques de guerra de los Aliados occidentales fondeados en el puerto de Esmirna. Aquello fue un terrible error: cuando se desató la masacre de 30.000 griegos y armenios en apenas dos semanas, británicos y franceses lo observaron todo desde sus barcos sin mover un dedo.
"Para Grecia sólo tenemos una frase: 'No olvides Esmirna'". La amenaza que el presidente Recep Tayyip Erdoğan lanzaba esta semana ante el recrudecimiento de la tensión militar en el mar Egeo entre esas dos incansables enemigas históricas que son Turquía y Grecia ha debido sobrecoger a todos aquellos no hayan olvidado la historia del sangriento siglo XX. Los turcos llevan meses acusando a los griegos de militarizar las islas del Egeo, algunas de ellas aún disputadas entre las dos potencias, pero la rivalidad no es nueva, desde la crisis de refugiados 2012 abierta por la guerra en Siria y más atrás. De hecho, el origen del conflicto lo hallamos hace un siglo, cuando tras la Primera Guerra Mundial al otrora todopoderoso Imperio Otomano se derrumbó y, contra toda sorpresa, nació una nueva Turquía laica y agresiva de la mano de Mustafa Kemal Atatürk.
"Grecia, mira la Historia. Como sigas adelante mucho más, el precio que pagarás será alto, muy alto", clamó Erdogan. "Cuando llegue el día y la hora haremos lo que haga falta. Podemos llegar una noche de forma repentina". ¿Qué ocurrió en aquellos tristes días de septiembre, una de las masacres más espantosas de un siglo tan pródigo en derramamientos de sangre, cuando los turcos "arrojaron a los infieles al mar?
Los vencidos
Un marinero francés, testigo ocular de los hechos, recordaba que todo empezó cuando los soldados turcos detuvieron al arzobispo ortodoxo: "Los manifestantes cayeron sobre Crisóstomo emitiendo gritos guturales, y lo arrastraron por las calles hasta que llegaron ante una barbería, donde Ismael, su propietario judío, observaba la escena temerosamente desde la puerta de su establecimiento. Alguien apartó al barbero de un empujón, agarró un paño blanco y se lo anudó a Crisóstomo alrededor del cuello, gritando, '¡Vamos a darle un buen afeitado!'. Le arrancaron la barba al prelado, le sacaron los ojos con sus cuchillas, le rebanaron las orejas y la nariz y le amputaron las manos". La orgía de violencia solo acababa de empezar.
En las siguientes dos semanas fueron asesinadas 30.000 griegos y armenios y muchas más fueron a paleadas y violadas. Los barrios cristianos fueron pasto de las llamas en un incendio estremecedor del que otro testigo, el reportero británico George Ward Price informaba así: "Lo que veo desde la cubierta del Iron Guard es un muro ininterrumpido de fuego, de más de tres kilómetros de largo, en el que destacan veinte volcanes de furiosas llamaradas que escupen puntiagudas lenguas de fuego que se contorsionan hasta una altura de treinta metros. (...) Lo peor de todo es que, desde la densa multitud de miles de refugiados que se apretujan desde los estrechos muelles, entre la abrasadora muerte que va avanzando poco a poco hacia ellos por detrás y las profundas aguas que tienen por delante, surge constantemente un griterío frenético de puro terror que puede oírse a muchos kilómetros de distancia".
De la multitud de refugiados surge un griterío frenético de puro terror que puede oírse a muchos kilómetros
En su excepcional
El padre de los turcos
Tras perder casi todos sus territorios europeos en las guerras balcánicas de 1912-1913, el Imperio otomano entró en la Primera Guerra Mundial como aliado de Alemania en agosto de 1914 para acabar una vez más formando parte del bando derrotado. Perdió entonces también sus posesiones en Oriente Próximo y, para colmo, la humillada población tuvo que ver como un poderoso ejército británico desembarcaba en Esmirna en 1919 para forjar "un nuevo imperio para Grecia". Pero tras dos años de guerra, los griegos fueron sorprendentemente derrotados en la Anatolia Central por el competente líder Atatürk, el padre de los turcos, cuya contraofensiva durante el verano de 1922 le abrió de nuevo las puertas de Esmirna.
Tras la matanza, la deportación, la limpieza étnica, llegarían los Tratados de Lausana de 1923 y de París de 1947, después de la Segunda Guerra Mundial, que dejarían un puñado de islas en el Egeo de soberanía disputada, y una tensión bélica latente entre dos potencias que forman parte de la OTAN pero no han perdido por ello, al calor de la guerra de Ucrania y de la posición de fuerza de un Erdogan que juega todas las bandas, las ganas de volver a matarse entre sí.
El 9 de septiembre de 1922 la mayoría cristiana de una próspera y cosmopolita ciudad del Egeo aguardaba en una calma tensa la entrada de la caballería turca temiéndose lo peor. En Esmirna habían convivido más o menos pacíficamente durante siglos musulmanes, armenios y cristianos ortodoxos griegos, pero los últimos diez años de guerra habían hecho saltar los delicados equilibrios interétnicos de la ciudad. Ahora las confesiones derrotadas depositaban sus esperanzas en las garantías ofrecidas por la presencia de veintiún buques de guerra de los Aliados occidentales fondeados en el puerto de Esmirna. Aquello fue un terrible error: cuando se desató la masacre de 30.000 griegos y armenios en apenas dos semanas, británicos y franceses lo observaron todo desde sus barcos sin mover un dedo.
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