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Por qué a Italia le va tan bien si le va tan mal (y que podría aprender España de ellos)
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Por qué a Italia le va tan bien si le va tan mal (y que podría aprender España de ellos)

¿Cómo consigue Italia mantener la influencia en el exterior? La clave está en que los italianos saben moverse en el gran tablero europeo

Foto: Las banderas italiana y comunitaria ondean en Fráncfort. (EFE/Armando Babani)
Las banderas italiana y comunitaria ondean en Fráncfort. (EFE/Armando Babani)

La pregunta que se acaba haciendo cualquier persona que siga de cerca la política italiana y la europea es: ¿cómo? ¿Cómo un país condenado a una volatilidad política casi perpetua y que es considerado por muchos como una bomba de relojería para la Unión Europea sigue siendo tan influyente en el tablero político del continente? ¿Cómo es posible que tantos italianos ocupen altos cargos en las instituciones europeas de forma sistemática, incluso cuando en Roma no paran de sucederse los golpes palaciegos?

En 2018, en plena crisis de Bruselas y con el Gobierno italiano compuesto por los populistas antisistema del Movimiento 5 Estrellas y la extrema derecha de Matteo Salvini, el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, era italiano. También lo eran la jefa de la diplomacia europea, Federica Mogherini, y el presidente de la Eurocámara, Antonio Tajani. Eso sin bajar en las capas altas —pero desconocidas—, de todas las instituciones europeas, repletas de italianos que influyen en el futuro de todo el continente. Tras la crisis reputacional de aquellos años, sin haberse terminado de recuperar, Italia obtuvo, tras las elecciones europeas de 2019, los puestos de comisario de Economía y la presidencia de la Eurocámara. ¿Cómo ocurre eso? ¿Por qué Italia sí y España no?

Foto: El primer ministro italiano, Mario Draghi. (EFE/Angelo Carconi)

Lo primero es comprender que, aunque España se compara normalmente con Italia, hay enormes diferencias. Una es intangible: la autoridad que otorga el ser un socio fundador de la UE no disminuye con el tiempo y tiene mucha importancia a la hora de la verdad en la política comunitaria. El segundo elemento es que el peso de Italia, en términos específicos, es mucho mayor. En datos de 2020, el país transalpino representaba el 12,3% del PIB de la UE, frente al 8,4% de España. No es una diferencia pequeña. Italia cuenta con una locomotora de dimensiones europeas en el norte del país con la que no cuentan ni España ni Francia. El país mediterráneo representa el 18% de la producción manufacturera de la Unión, solamente por detrás de Alemania, con el 29%. Eso es el doble de lo que representa España.

La enorme cantera italiana

Italia tiene, por lo tanto, un peso real bastante más grande del que su permanente crisis política puede hacer ver desde fuera. Pero la clave aquí es esa, "desde fuera". Los italianos son conscientes del peso que tienen y tienen una agenda bastante bien definida sobre sus intereses en una serie de campos. Aunque es complicado explicar por qué Italia tiende a producir tantos "gigantes", la respuesta más o menos suele situarse en que, en general, los hombres y mujeres brillantes —aunque existen en todos los países europeos— tienen mucha más predisposición a asumir las responsabilidades públicas en el caso italiano.

Por eso, en su momento, el profesor Mario Monti aceptó formar un Gobierno técnico, aunque con nefasto resultado. Por ese mismo motivo, Mario Draghi, el hombre que salvó al euro, venerado en Italia y respetado en el resto de la Unión Europea, decidió asumir el cargo de primer ministro. Por eso, cada vez que el país se encuentra en aprietos, los partidos políticos pueden tirar de una larguísima lista de personas excepcionales en sus campos —y que cuentan con una fuerte autoridad— para hacerse cargo de la situación.

placeholder Mario Draghi en su etapa como presidente del BCE. (Reuters/Kai Pfaffenbach)
Mario Draghi en su etapa como presidente del BCE. (Reuters/Kai Pfaffenbach)

El largo historial de presidentes de la república (que suelen ser también servidores públicos muy respetados) de imponer nombres a las mayorías en el Senado, también ha alimentado esa enorme cantera con la que cuenta Italia. Muchos de los gigantes que ha tenido Roma no tienen que mancharse en el fango político para llegar al poder. Y eso marca una diferencia importante.

Pero todas estas condiciones ni se dan en España ni se van a dar en el futuro. De lo que sí puede aprender España es de cómo los italianos se mueven por debajo de la capa de la política y del gran tablero europeo; es decir, de cómo los italianos son capaces de estar en todos lados, todo el tiempo. En las instituciones europeas, los grandes países están infrarrepresentados… salvo Italia. Si sale un italiano de una determinada dirección general de la Comisión Europea, entra otro.

Foto: El primer ministro italiano, Mario Draghi. (Reuters/Albert Gea)

No se trata de un plan minuciosamente preparado. El país transalpino cuenta con redes informales de contacto y de apoyo permanente como ningún otro país tiene. Muchos italianos, especialmente del sur, donde hay menos perspectivas laborales, todavía ven en Bruselas la forma de proyectar su carrera, obtener un buen sueldo y tener buenas perspectivas. Frente a los 2.554 funcionarios y agentes temporales españoles en la Comisión Europea, o los 3.171 franceses, hay 4.172 italianos. Y se ayudan entre ellos.

Así es como echa raíces una forma de "influencia blanda" en las instituciones. Por mucho que desde Roma no llegue un claro mensaje sobre lo que los italianos deben defender, qué tipo de idea tienen que conseguir que cale en las instituciones o cuál es el interés específico del país en un determinado tema; hay una serie de ideas que no hace falta coordinar. España aprendió en la crisis independentista catalana de 2017 lo crucial que es contar con personas a estos niveles. A pesar de ello, todavía está lejos de contar con un plan para mejorar su presencia e influencia.

Foto: El primer ministro italiano, Mario Draghi. (Reuters/Remo Casilli)

En todo caso, los italianos en las instituciones saben que tienen dos prioridades, dos asuntos que sí son política de Estado y es sobre la que utilizan su influencia: los asuntos económicos y el comercio con su vecindad. En resumen, con un gran número de italianos en las instituciones europeas, buenas redes de apoyo y contacto y un par de objetivos prioritarios, Italia escribe su influyente papel en la política comunitaria.

La influencia no es eterna

Nadie duda de que Italia tiene un talento especial para fabricar a políticos de gran calado. Tampoco de que es muy probable que en Bruselas haya un italiano detrás de cada puerta. También es cierto que su peso, en términos económicos y como fundador de la Unión, siempre va a estar ahí. Pero esa capacidad de influir no es eterna. Cuando el M5S y la Lega formaron un Gobierno populista y euroescéptico, Roma perdió mucho terreno en Bruselas. Aquí es donde la inestabilidad y la enorme fragmentación juegan a favor del país y su influencia exterior.

Foto: Moción de confianza en el Senado de Italia. (EFE/Angelo Carconi)

Cuando Salvini quiso hacer caer el Gobierno para ponerse él al frente de un Ejecutivo ultraconservador, una perspectiva que aterrorizaba en la capital comunitaria, la política italiana y Mattarella hicieron el resto: el líder de Lega se quedó en fuera de juego, el presidente de la república volvió a meter a los partidos tradicionales en el tablero y, al final, puso a Draghi al frente. La inestabilidad política italiana es, al mismo tiempo, una condena y una garantía para mantener su influencia.

O al menos lo será hasta 2023. Si no hay comicios anticipados, en primavera se celebrarán elecciones que solamente beneficiarán, 'a priori', a Giorgia Meloni, líder del partido de extrema derecha Fratelli d'Italia. El país sigue siendo una bomba de relojería económica, social y política. Tiene un enorme peso económico en la Unión, pero sus indicadores son enormemente preocupantes. Si el resultado de Meloni y su bloque es muy bueno y ya ni siquiera la inestabilidad política sirve como garantía, la influencia italiana sufrirá mucho (y con ella toda la Unión).

La pregunta que se acaba haciendo cualquier persona que siga de cerca la política italiana y la europea es: ¿cómo? ¿Cómo un país condenado a una volatilidad política casi perpetua y que es considerado por muchos como una bomba de relojería para la Unión Europea sigue siendo tan influyente en el tablero político del continente? ¿Cómo es posible que tantos italianos ocupen altos cargos en las instituciones europeas de forma sistemática, incluso cuando en Roma no paran de sucederse los golpes palaciegos?

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