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Por qué Italia se sienta a la mesa geopolítica de los adultos y a España le toca la cuchara de madera
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un sorpaso que no llega

Por qué Italia se sienta a la mesa geopolítica de los adultos y a España le toca la cuchara de madera

Es una potencia económica y un socio fiable que ha conseguido algo difícil: tener históricamente una estrecha relación con Washington y Moscú

Foto: El primer ministro italiano, Mario Draghi. (Reuters/Remo Casilli)
El primer ministro italiano, Mario Draghi. (Reuters/Remo Casilli)

Los análisis comparativos de política internacional entre países suelen desafinar. Generalmente, el fallo es hacer analogías entre ambos estados. En el caso de España e Italia es un error que ha llevado a relacionar, por ejemplo, a Podemos con el Movimiento 5 Estrellas o a hablar de la italianización de la política española cuando, más allá de la fragmentación parlamentaria, las diferencias son palpables.

Sin embargo, también es cierto que si en el mundo hay un país parecido socialmente a España ese es Italia. Por cultura, religión, clima, fragmentación social, geografía, modo de vida, ¿economía?... Esa similitud genera en ocasiones un, en términos futbolísticos, 'amigable' derbi, sobre todo desde la parte española, que desde hace tiempo mira a Italia como el siguiente escalón que trepar. Durante años, incluso, los gobiernos de los presidentes José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero presumieron de haber logrado el sorpaso económico a una Italia en constante decadencia. "Por primera vez desde el ingreso en la Unión Europea se ha superado la renta per cápita de la UE y se ha adelantado a un país, a uno de los grandes, a Italia", sacaba pecho Zapatero en el Congreso en 2007.

Foto: Mario Draghi. (Reuters)

La realidad es que se ha estado cerca, hasta algunos parámetros como el PIB per capita en 2016 confirmaban un nuevo adelantamiento. Pero nunca se ha cristalizado en un sorpaso, ni siquiera una igualdad de peso, en los organismos internacionales. El Gobierno español no ha conseguido sentarse en las mesas de los poderosos en las que sí está el romano, miembro del G-7 y la tercera pata de Europa con Alemania y Francia. Y todo eso lo consigue Italia pese a ser un país que ha tenido 66 gobiernos en 75 años, que alcanzó en 2021 una deuda pública del 155% —la segunda más alta de Europa—, una tasa de desempleo de casi el 10% —el 30% en menores de 25 años— y un enorme desequilibro económico y social entre el norte y sur del país.

Nada parece erosionar lo suficiente a Italia para quitarle su asiento entre los VIP globales, entre otras cosas porque la pujanza empresarial mantiene a Italia a flote. Según el FMI y Banco Mundial, sigue siendo la séptima economía mundial por PIB, mientras España es la decimotercera. Los transalpinos tienen un problema grave de cuentas públicas, lo que se traduce en determinadas zonas en un desastre de servicios públicos, pero su industria es la segunda más productiva de Europa tras la de Alemania y la séptima del mundo. Pero el dinero no es el único factor que explica el 'poder' italiano.

Un pie a cada lado del telón de acero

El último capítulo de Italia en la escena internacional ha sido doble. Por un lado, el presidente estadounidense Joe Biden realizaba el 24 de enero una videollamada con sus aliados europeos para tratar el conflicto de Ucrania. Entre los invitados estaban Reino Unido, Francia, Alemania, Polonia e Italia. España volvió a quedarse fuera pese a que el presidente Pedro Sánchez se ofreció como un entusiasta aliado de los estadounidenses, mientras que el presidente Mario Draghi fue invitado pese a que ha preferido, como ha hecho históricamente Italia desde los tiempos de la Guerra Fría, mantener un discreto perfil. "Este no es el comportamiento de alguien que se está preparando para la acción. Este es el comportamiento de alguien que quiere explorar todas las posibilidades de la diplomacia para alcanzar una solución", manifestó Draghi sobre el presidente Putin a finales de diciembre pasado.

Foto: El primer ministro italiano, Mario Draghi. (EFE)

Por otro lado, el miércoles 26, el presidente ruso Vladímir Putin mantenía un encuentro en otra videollamada con importantes empresas italianas interesadas en mantener e incrementar sus inversiones con Rusia. La iniciativa, pactada antes de que comenzara la amenaza de invasión a Ucrania, la promovió la asociación empresarial italo-rusa (CIIR). No contó con ningún representante institucional italiano, el embajador italiano en Moscú decidió no participar finalmente en el encuentro, pero no se suspendió tampoco, lo que ha generado polémica dentro y fuera del país.

Más allá de las aguas turbulentas de la prensa, algunas críticas y exigencia de explicaciones políticas, los italianos han sacado ya tajada: "A Italia le vendemos gas ya por debajo del precio de mercado", declaró Putin en el encuentro garantizando el privilegiado suministro. No es poco teniendo en cuenta que el 43,3% del gas que importó Italia en 2020 provino de Rusia, según datos del Ministerio de Transición Ecológica.

En esos dos ejemplos separados por apenas 48 horas y a ambos lados del viejo telón de acero hay un perfecto resumen de por qué Italia sigue formando parte del club de los elegidos: ha sabido históricamente navegar a dos aguas y tiene en el peso de su industria un arma diplomática de enorme fuerza.

Berlusconi, el ovacionado amigo

La figura política más importante de Italia en los últimos 30 años, el ex primer ministro Silvio Berlusconi, es otro perfecto ejemplo de esta medida dicotomía de la diplomacia italiana entre las dos potencias. El milanés, a finales de año, lanzó públicamente su campaña para ocupar el único cargo que le falta en su exitosa vida pública: ser el nuevo presidente de Italia (finalmente ha decidido renunciar por falta de apoyos). El pasado 31 de diciembre, Berlusconi subía a las redes sociales una foto con Putin, con el que mantiene una pública y notoria amistad, en la que se ve que le tiene tomado del hombro y le señala el horizonte: "He tenido una larga y cordial llamada con el presidente de Rusia, Vladimir Putin. Más allá de las felicitaciones por el nuevo año, hemos intercambiado opiniones sobre los principales temas de política internacional".

El 3 de enero, en redes de nuevo, Silvio recordaba que lo de Putin lo maneja con soltura y se dan abrazos de los que duelen, pero sus hilos llegan al otro lado del Atlántico también: "El 11 de marzo de 2006 fui invitado a hablar en el Congreso de EEUU en Washington. Gracias a 'Il Giornale' [periódico conservador afín] por haber publicado mi intervención". El texto figuraba junto a una foto de la cabecera del periódico: "Estadista internacional: cuando Berlusconi fue aclamado en el Congreso USA". Pocos días después, 'Il Cavaliere' recordaba directamente que él ha sido en la historia "el líder internacional más apreciado y aplaudido, 8 minutos, en el Congreso de EEUU".

No es poco, ni es fácil, haber conseguido darte abrazos y recibido ovaciones con las dos superpotencias sin que se tambalee nada. Es algo histórico, que viene de lejos, del fin de la Segunda Guerra Mundial.

Una pieza clave para los estadounidenses

Tras el final de la contienda, Italia, que oficialmente había formado parte de las potencias del Eje junto a Alemania y por tanto enemigo de los aliados, pasa a ser una pieza clave en la estrategia americana en Europa. El país está partido política y socialmente: en el sur hay una tendencia conservadora y monárquica y en el norte, cuna de la resistencia partisana, hay una fuerte influencia socialista y comunista y una apuesta por una república. En el referéndum institucional de 1946 vence finalmente la república como forma de gobierno por un 54% a un 45% de los votos. Muchas voces, es un tema recurrente, hablan de amaños en una votación en la que de Roma para abajo ganó aplastantemente la monarquía y de Roma para arriba lo hizo la república.

Pero lo realmente importante para la geopolítica internacional no era tanto si habría monarquía o república sino quién iba a ocupar el Gobierno en esas mismas elecciones. El fantasma socialista y comunista era un riesgo temible para Washington que veía la posibilidad de que en el centro de la Europa occidental venciera la extrema izquierda e Italia pasara a formar parte del bloque de la Unión Soviética. El papel de la Democracia Cristiana (DC), vencedor de los comicios tras la división entre socialistas y comunistas, fue clave en ese proceso y en las elecciones posteriores para ahuyentar el 'fantasma' del comunismo que aterraba a los estadounidenses. El país, sin embargo, sería un aliado de EEUU y la URSS a la vez bajo el dominio de los conservadores. ¿Cómo?

Foto: El presidente francés, Emmanuel Macron, junto al primer ministro italiano, Mario Draghi. (Reuters/Gonzalo Fuentes)

El 'milagro' se consiguió con una diplomacia empresarial paralela. No era el Gobierno italiano el que entabló relaciones con Moscú, como no ha sucedido tampoco el pasado miércoles 26 en el encuentro con Putin, sino sus empresas. La energética ENI, en 1957, fue la primera empresa energética occidental en negociar, con la entonces URSS, compra de petróleo. Desde entonces esas relaciones se han estrechado y durante años el Gobierno de Roma mantuvo una diplomacia discreta con los soviéticos, pese a su entrada en la OTAN, que reforzaba sus alianzas con Estados Unidos. Gracias a esos movimientos ha podido mantener una voz significativa con ambos bloques y, como recordaba un anuncio en prensa pro-Berlusconi de hace pocos días en un ejercicio de desvarío, atribuirse el fin de la Guerra Fría: "Berlusconi puso fin a la Guerra Fría realizando el acuerdo en Pratica di Mare entre George Bush y Vladimir Putin en el año 2002".

Esa tendencia de ser un miembro de la OTAN y amigo de Moscú se mantiene. La web 'Il Post' recordaba tras el encuentro empresarial entre Putin y empresarios: "Sobre Ucrania, Italia va con calma". Y recordaba en el subtítulo que "siempre Italia es cauta cuando se habla de Rusia". El portavoz del Kremlin, Dmitrij Peskov, dijo sobre la posibilidad de que el Gobierno de Roma hubiera pedido la cancelación del encuentro empresarial que "no hemos recibido ninguna declaración oficial de Italia en este sentido". No la hubo, hubo un discreto silencio.

Todo eso es diplomacia 'marca Italia'. No le ha ido mal hasta ahora con una combinación de perfil bajo y acuerdos económicos concretos donde su industria y empresas energéticas son avanzadilla de sus embajadas, además de ser un socio fiable y no dar grandes bandazos en sus alianzas y compromisos con los cambios de gobierno, algo que sí sucede en España. Y cuando ha habido hasta la fecha algún exceso como el inicio del Gobierno populista y de extrema derecha de 2018, de carácter soberanista y antieuropeo, el presidente ha asumido un rol ejecutivo y no le ha temblado el pulso en impedir nombramientos de ministros antieuro o unas nuevas elecciones donde el futuro dentro de la UE estaba en juego en un momento en el que Italia dependía del dinero de los aliados de Bruselas.

Los análisis comparativos de política internacional entre países suelen desafinar. Generalmente, el fallo es hacer analogías entre ambos estados. En el caso de España e Italia es un error que ha llevado a relacionar, por ejemplo, a Podemos con el Movimiento 5 Estrellas o a hablar de la italianización de la política española cuando, más allá de la fragmentación parlamentaria, las diferencias son palpables.

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