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Stoltenberg, de estratega del 'Age of Empires' a inesperado líder de una OTAN resucitada
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RENOVADO EN EL CARGO HASTA 2023

Stoltenberg, de estratega del 'Age of Empires' a inesperado líder de una OTAN resucitada

El político noruego se ha convertido en el segundo líder de la OTAN más longevo gracias a su habilidad política con la Administración Trump y a la confianza de los Estados miembros

Foto: El secretario general de la OTAN visita el aeropuerto militar de Bardufoss, en Noruega, durante maniobras de la Alianza. (Reuters/NTB/Annika Byrde)
El secretario general de la OTAN visita el aeropuerto militar de Bardufoss, en Noruega, durante maniobras de la Alianza. (Reuters/NTB/Annika Byrde)
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Ninguna victoria es total, ninguna derrota es absoluta. Una de las principales virtudes de Jens Stoltenberg (Oslo, 1959) es la perseverancia. El político noruego tiene su propio “manual de resistencia”, y lo está aplicando al puesto de secretario general de la OTAN, un cargo que ocupa desde 2014. Lo habitual es que el mandato, de cuatro años, se prorrogue un año más para , cumplir los cinco en el puesto. Pero Stoltenberg sigue en la misma oficina siete años después y se acaba de extender su mandato hasta septiembre de 2023. Es ya el segundo jefe de la Alianza más longevo después de Joseph Luns, un holandés que dirigió el bloque entre 1971 y 1984.

En realidad Stoltenberg no estaba destinado a este puesto. Nadie esperaba que fuera a ocupar el cargo alguna vez. Economista por la Universidad de Oslo, arrancó su carrera escribiendo artículos para el periódico ‘Arbeiderbladet’ antes de entrar en el servicio de información del Partido Laborista. Accedió al Parlamento y al Gobierno noruego en 1993, ocupó los cargos de ministro de Industria y de Finanzas, y de 2000 a 2001 fue primer ministro, cosechando después el peor resultado electoral de los laboristas desde 1924. Pero el noruego se revolvió y resistió al frente del partido, volviendo al cargo de jefe de Gobierno en 2005 y ocupándolo hasta 2013. Una campaña en la que condujo como incógnito un taxi por las calles de Oslo no le salvó de una nueva derrota electoral.

Stoltenberg era, ya entonces, un hombre consciente de que tenía más vida por detrás que por delante. Había trabajado de manera compulsiva durante años y quería buscar más tiempo para él y su familia; tiene mujer, que ha sido embajadora en Bélgica hasta hace poco, y dos hijos. También era momento de seguir cultivando sus aficiones. Deportista empedernido, le gusta correr y el esquí. Sigue siendo muy activo todavía ahora. Pero no solamente hacía deporte: como explica el periodista Thor Viksveen en su biografía, Stoltenberg dedicaba algunas horas a jugar al ‘Age of Empires’ o al ‘Medieval Total War’, populares videojuegos de estrategia en los que, ya ocupando el primer plano de la política noruega, tuvo que dejar de utilizar su nombre real. Escogió jugar con el nombre de Steklov. Pero no usaba ese usuario en honor al matemático ruso Vladímir Steklov. Era el apodo que le habían puesto en la KGB. Al terminar su tiempo como primer ministro, quizás habría encontrado tiempo para retomar todo eso.

placeholder Stoltenberg reunido con Putin durante su etapa como primer ministro noruego. (EFE)
Stoltenberg reunido con Putin durante su etapa como primer ministro noruego. (EFE)

Pero entonces llegó 2014 y se convirtió, por sorpresa para muchos, en secretario general de la OTAN, al ser un candidato sin experiencia y sin fondo de armario en temas militares y de defensa. Estaba en realidad cumpliendo el destino de su padre. Thorvald Stoltenberg (1931-2018), ministro de Defensa y de Asuntos Exteriores, llevó a su familia por muchos destinos como diplomático: trabajó en Yugoslavia, Laos o en Nueva York en Naciones Unidas. Y en 1994 sonó como un posible candidato a secretario general de la OTAN. 20 años después, su hijo completó ese camino.

El pasado 4 de febrero, Jens Stoltenberg había sido anunciado como próximo gobernador del banco central de Noruega, un cargo que ocuparía a partir de diciembre de 2022, poco después de que terminara su mandato al frente de la OTAN en septiembre. Seis años de mandato. Quizá sería su último servicio a un país en el que lo había sido prácticamente todo.

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Pero, 20 días después de aquel anuncio, Rusia invadió a Ucrania y los líderes volvieron a mirar al hombre que ha estado al frente de una organización que ha pasado por años turbulentos. Llegó pocos meses después de la anexión ilegal de Crimea por parte de Moscú y ha tripulado la Alianza Atlántica por los complicados años de la Administración de Donald Trump, pasando por momentos complicados, como cuando Emmanuel Macron, presidente francés, aseguró que la organización estaba en “muerte cerebral”.

Otra vez, en un momento clave, los líderes vuelven a tomar la misma decisión que ya tomaron en 2017 hasta 2020 y de nuevo en 2019 hasta 2022: que Stoltenberg siga llevando las riendas de la alianza mientras se calman las aguas. Porque es la mejor opción, porque no hay alternativas demasiado convincentes. Porque no es el momento de cambios. Otra vez, en una situación complicada, los jefes de Estado y de Gobierno de la alianza militar más potente del mundo han decidido que el noruego es su hombre de confianza. Lo han hecho por una razón totalmente distinta a la de entonces. Pero la realidad es la misma: Stoltenberg es su hombre. Otra vez. ¿Por qué?

placeholder Stoltenberg junto al actual presidente de los Estados Unidos, Joe Biden. (Reuters)
Stoltenberg junto al actual presidente de los Estados Unidos, Joe Biden. (Reuters)

Hegemonía trumpiana

Stoltenberg tiene un liderazgo tranquilo, sabe manejar sus nervios y leer la habitación. Sabe cuál es su situación y cómo manejarla. A lo largo de toda su carrera política supo ser paciente, construir consensos, buscar su hueco. Cuando fue nombrado en 2014, preocupó en algunos sectores, especialmente del este, porque, como primer ministro noruego, había construido buenas relaciones con la Rusia de Putin. Poner al frente de la OTAN a un hombre que había sabido entenderse con Moscú justo cuando se acababa de anexionar ilegalmente Crimea no parecía la mejor idea para algunos.

Pero Stoltenberg, un realista, supo adaptarse a las circunstancias. De nuevo, la inteligencia política le hace adoptar la postura necesaria. Eso es lo que le convirtió en el secretario general ideal cuando, dos años después de llegar al cargo, Donald Trump ganó las elecciones. El noruego aprendió a manejar a la Administración y salvó la Alianza de lo que podría haber sido su muerte clínica: la salida de EEUU o bien un cambio en la naturaleza de la misma que habría matado la idea original del bloque. Lo que parecía su debilidad cuando se le eligió en 2014 se convirtió en su fortaleza: él era un político. Quizá no tendría demasiados conocimientos sobre seguridad y defensa. Pero a la OTAN, en esos momentos, lo que le podía salvar de la quema era un político hábil al frente.

La misión de Stoltenberg era clara: mantener viva la Alianza. No era una misión sencilla porque el presidente americano planteó un “desafío hegemónico”. La OTAN es, en teoría, una alianza de 30 Estados miembros iguales. La realidad es distinta: hay un poder hegemónico, uno que pone el dinero, las botas y el material. Y, cuando una organización internacional depende de un único poder hegemónico, todo está a merced de su voluntad.

placeholder Stoltenberg junto al antiguo presidente de los EEUU Donald Trump. (Reuters)
Stoltenberg junto al antiguo presidente de los EEUU Donald Trump. (Reuters)

El “desafío hegemónico” de Trump tenía dos vertientes: quería que todo el mundo gastara más, cumpliendo con el objetivo de gasto militar del 2% del PIB, y quería que la Alianza cambiara su actitud hacia Rusia. Este segundo punto era el cambio de naturaleza del bloque que habría provocado una ruptura en su seno, ya que la Alianza tiene sentido para los socios del este precisamente como garantía ante Moscú. Stoltenberg demostró ser útil para ambos lados del Atlántico, convirtiéndose en aliado de todos: apoyó las reclamaciones de Trump de un mayor gasto en defensa y, al mismo tiempo, utilizó sus mejores argumentos y los mecanismos que tenía a su disposición para apoyar al 'establishment' de la política exterior americana y evitar que Trump hiciera a la OTAN cambiar su actitud hacia Moscú. Su papel fue fundamental en la cumbre de la OTAN de 2018 en la que muchos temieron que el presidente americano pudiera sacar a EEUU la organización.

Como explicó Leonard Schuette, de la Universidad de Maastricht, en un largo artículo académico publicado en agosto de 2021 en el que destacaba el papel de Stoltenberg en esos años críticos de Trump, cuando un poder hegemónico, como es EEUU en la OTAN, hace peticiones que, si son rechazadas por completo, pueden provocar la muerte de la organización, pero, si son aceptadas totalmente, provocan un cambio fundamental en la naturaleza que equivaldría también a su muerte (en este caso el cambio de actitud hacia Rusia), hay que proceder con extrema cautela: se trata de “implementar una respuesta deliberadamente diseñada para abrazar abiertamente aquellas demandas hegemónicas menos dañinas para la organización mientras resiste sutilmente aquellas que se consideran dañinas para su integridad”.

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Precisamente su capacidad de gestionar a Washington, además de su manejo personal de Trump, fueron claves para decidir la extensión de su mandato una y otra vez hasta ahora, la extensión final. Su papel entre 2016 y 2020 es “explicar y contextualizar la OTAN a Trump y gestionar la imagen de Trump en OTAN, y parece que la opinión generalizada es que ese juego lo maneja bien dada la delicada situación”, señala Luis Simón, director de la oficina del Real Instituto Elcano en Bruselas. Michal Baranowski, director de la oficina de Varsovia (Polonia) del German Marshall Fund, señala que, durante esos años, Stoltenberg “juega el papel de traductor de Trump para el resto de la alianza”.

Llegó 2020 y el final de la era Trump. Stoltenberg había sabido navegar por aguas complicadas. La tormenta trumpiana había acabado, y su misión, en gran parte, empezaba a concluir. La elección de Joe Biden sacó del cajón algunas ideas que se habían guardado durante la etapa del anterior presidente, ya de cara a la cumbre de Madrid. Pero se trataba del final del camino. La guerra en Ucrania lo ha cambiado todo. Macron, que en 2019 habló de la "muerte cerebral" de la Alianza, ha admitido ahora que se ha vivido un "electroshock" que la ha devuelto a la vida. Nadie duda de la utilidad de la OTAN. Nadie duda de la necesidad de seguir avanzando en ella.

Pero precisamente por eso tampoco nadie se sentía cómodo teniendo que escoger a un líder nuevo y sin experiencia en el cargo en la cumbre de Madrid a finales de junio, poniendo al frente de la Alianza a alguien nuevo en una de las crisis más importantes de la historia de la organización. La apuesta es Stoltenberg, el hombre que ha llevado la Alianza desde la anexión de Crimea a este punto. “Durante su mandato se ha pasado de la competencia a la confrontación con Rusia”, señala Baranowski. Nadie como él entiende ese camino. Y es una buena opción también en estos momentos, porque es “alguien que conoce bien a Moscú, que es consciente de la amenaza estratégica, pero que no tiene una frontera con Rusia”, explica Simón, y que, por lo tanto, no forma parte del núcleo duro de los halcones.

La elección de un sucesor queda así pospuesta, pero no hay demasiado tiempo que perder. Los nombres que se han estado moviendo desde hace meses no han terminado de convencer a nadie, y esa es otra poderosa razón para que Stoltenberg siga al frente. Hay cierto consenso en que toca que una mujer se ponga a las riendas de la OTAN, y que ya ha habido demasiados líderes nórdicos en los últimos años. Pero se tiene que buscar un equilibrio delicado: hay que encontrar un nombre que convenza a EEUU, pero los socios de la Unión Europea quieren sea un nombre de un país de la UE. Hace falta que quien esté al frente de la Alianza Atlántica entienda también el club comunitario.

Ninguna victoria es total, ninguna derrota es absoluta. Una de las principales virtudes de Jens Stoltenberg (Oslo, 1959) es la perseverancia. El político noruego tiene su propio “manual de resistencia”, y lo está aplicando al puesto de secretario general de la OTAN, un cargo que ocupa desde 2014. Lo habitual es que el mandato, de cuatro años, se prorrogue un año más para , cumplir los cinco en el puesto. Pero Stoltenberg sigue en la misma oficina siete años después y se acaba de extender su mandato hasta septiembre de 2023. Es ya el segundo jefe de la Alianza más longevo después de Joseph Luns, un holandés que dirigió el bloque entre 1971 y 1984.

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