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Desentrañando la lealtad histórica a los viejos imperios: "Somos hijos de la Unión Soviética"
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Desentrañando la lealtad histórica a los viejos imperios: "Somos hijos de la Unión Soviética"

Una minoría de origen túrquico goza de autonomía en el sur de Moldavia. Muy influenciados por la propaganda rusa, simpatizan con la invasión, pero sufren sus consecuencias en forma de refugiados y el coste del gas

Foto: Bandera de Gagauzia en la entrada de la ciudad de Comrat. (Getty/Andreea Campeanu)
Bandera de Gagauzia en la entrada de la ciudad de Comrat. (Getty/Andreea Campeanu)
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Ahí lo tienen, fuerte en su pedestal. El hombre que puso fin a 500 años de monarquía rusa, el constructor del socialismo, el revolucionario que dejó de escuchar a Beethoven para no ablandarse. Vladímir Ílich Uliánov, alias 'Lenin', domina el centro de la ciudad de Comrat desde una arteria que lleva su nombre. Es una de sus estatuas más amables: un Lenin otoñal que va de boina y gabardina, con una cartera bajo el brazo, como si fuera un profesor universitario dirigiéndose a clase. Si no nos fijamos demasiado, hasta pareciera bosquejar la suave sonrisa del vecino que te reconoce desde lejos. Y no es el único Lenin que vigila los pueblos de Gagauzia, una hospitalaria región agrícola que produce 400.000 toneladas de vino al año.

Nunca había escuchado hablar de esta tierra, ni de sus moradores, los gagauz, hasta que llegué a Moldavia. Pero todas las entrevistas que hice en Chisináu acerca de la invasión rusa de Ucrania, la crisis de los refugiados o la seguridad general de la región acabaron, de una forma o de otra, abordando el tema de los gagauz: una minoría de origen túrquico que vive en el sur de Moldavia y que tuvo su pequeña república independiente 'de facto' entre 1991 y 1994. Una minoría que nos transporta a la lealtad misteriosa que inspiran los viejos imperios multinacionales, y que tiene fama de ser, tal y como afloró en estas entrevistas, bastante prorrusa.

placeholder Estatua de Lenin en Gagauzia. (A. B.)
Estatua de Lenin en Gagauzia. (A. B.)

“Fueron independientes hasta 1994, como una república que no reconocía nadie, ni siquiera Rusia”, explica el Dr. Dareg Zabarah-Chulak, experto en historia de los pueblos túrquicos de la Balkan History Association. “Los gagauz tienen una relación específica con Rusia: son una minoría cristiana, una de las pocas minorías túrquicas cristianas. Y siempre han encontrado en Rusia a un aliado, un Estado con connotaciones positivas que los apoyaba. Todos ellos son rusohablantes”.

De dónde salen los gagauz

El origen concreto de los gagauz, a qué pueblo túrquico pertenecen, sigue siendo motivo de discusiones académicas. El episodio significativo es que abandonaron el Imperio otomano, los dominios de la actual Turquía, debido en parte a que profesaban el cristianismo ortodoxo. En la primera mitad del siglo XIX, los zares acudieron en su auxilio. Rusia estableció a los gagauz en sus dominios actuales y entre ambos pueblos surgió una amistad, a todas luces, sólida y duradera.

Muchas generaciones después, cuando la Unión Soviética se deshacía presionada por los nacionalismos internos, los gagauz fueron a contracorriente: en el referéndum de marzo de 1991 votaron por inmensa mayoría a favor de preservar la URSS. El 19 de agosto siguiente, a la vista de que el imperio no aguantaba, declararon su independencia. El mismo día que los partidarios de la línea dura del Gobierno soviético intentaron dar un golpe de Estado para revertir las reformas aperturistas de Mijaíl Gorbachov y el consiguiente desmembramiento del sistema.

El Dr. Zabarah-Chulak explica que esos fueron años de gran ansiedad para las minorías étnicas de la URSS, arrojadas a un remolino de incertidumbre en el que aparecían nuevos Estados independientes, como por ejemplo Moldavia, en el que su estatus y sus derechos podrían cambiar. Lo cual habría animado a algunas de ellas a crearse un Estado propio en el que vivir según sus términos. En el caso de los gagauz, su principal miedo era que Moldavia se uniera a Rumanía. De hecho, si hoy se diera esta unión, como apunta Zabarah-Chulak, Gagauzia tiene el derecho reconocido de independizarse. Lo cual no tiene parangón en el resto del espacio postsoviético.

Entre 1991 y 1994, los años que duró esta independencia 'de facto', la sombra del conflicto civil con las autoridades moldavas sobrevoló la vida de los gagauz, hasta que finalmente consiguieron, de forma pacífica, una autonomía dentro de Moldavia. El hecho de ser una región altamente rural, cuya capital apenas tiene 20.000 habitantes, habría favorecido la opción de alcanzar un acuerdo con Chisináu. “Desde 1994, nuestra república autónoma es reconocida por las autoridades de la capital”, dice el Dr. Piotr Pashaly, decano de la Facultad de Cultura e Historia de la Universidad Estatal de Comrat. “Todo es legal desde 1994. La ley, nuestros departamentos de gobierno, todo”, insiste.

placeholder Piotr Pashaly, decano de la Facultad de Cultura e Historia de la Universidad Estatal de Comrat. (A. B.)
Piotr Pashaly, decano de la Facultad de Cultura e Historia de la Universidad Estatal de Comrat. (A. B.)

Esta es la primera indicación que me hace todo el mundo en Comrat: que el estatus de Gagauzia es legítimo, constitucional, de pleno derecho. Producto del diálogo. No como ese otro territorio moldavo, Transnistria, que se independizó con una breve guerra que dejó unos 1.000 muertos, y que se ha quedado desde entonces en el limbo postsoviético, flotando en el éter de los Estados no reconocidos.

La segunda indicación importante que hace el Dr. Pashaly es que, en Gagauzia, hay tres lenguas oficiales que se hablan con total libertad: el rumano, el gagauz y el ruso, que es el más utilizado. Una de las conquistas clave de su autonomía. “Todos somos hijos de la Unión Soviética”, dice el decano. “Aún vive mucha gente que nació y creció en la Unión Soviética. No podemos pretender que desaparezcan. Abuelos, abuelas. Tenemos que cuidar de las viejas generaciones porque ellas nos criaron e invirtieron sus vidas en nuestro crecimiento y educación, y hemos de respetarlos”.

Como testimonio de la holgada multiculturalidad que se practica en Gagauzia, Pashaly destaca los retratos que decoran la sala de conferencias en la que estamos: en la pared principal, rodeado de libros y placas 'condecorativas', tenemos a Stefan cel Mare, o Stefan el Grande, el padre de la nación moldava. Muy visible también está Mustafá Kemal Atatürk, fundador de la Turquía moderna, y el retrato de frondosos bigotes del gran poeta nacional ucraniano, Tarás Shevchenko.

La guerra, vista desde Gagauzia

Llegados a este punto, es hora de meter el dedo en la purulenta, dolorosa, desagradable actualidad: la invasión rusa de Ucrania. Una catástrofe que crece cada día y que pocos países notan tanto como este. Moldavia ha recibido más de 400.000 refugiados ucranianos en menos de un mes. Una cifra que se antojaría pequeña en comparación con los dos millones de personas que han llegado a Polonia, de no ser porque Moldavia tiene la población de Galicia. 2,6 millones de habitantes. Los más de 100.000 ucranianos que permanecen allí han inflado el censo moldavo un 4%.

“No queremos guerra. Nosotros sabemos lo que es el conflicto, lo que es la sangre. En 1990 tuvimos una guerra en Transnistria”, dice Pashaly. “Hay 20.000 gagauz en Rusia y 47.000 en Ucrania. Ese es nuestro dolor. Cuando mueren jóvenes ucranianos y rusos, ese también es nuestro dolor. Mi tristeza no es solo por los gagauz. Queremos que haya paz en Europa y que haya diálogo entre los gobernantes de Ucrania y Rusia para detener esta guerra”.

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Cuando le pregunto por los motivos de la invasión, Pashaly no la considera como tal. “No hay una agresión de Rusia contra Ucrania. Allí hay guerra desde hace ocho años”, dice. “Era una situación conflictiva y la gente del Donbás ha estado en guerra desde hace ocho años. Nosotros, los gagauz, comprendemos bien esta situación, porque en los cuatro años anteriores al reconocimiento de nuestro territorio estábamos en esa misma posición, en Moldavia. Tuvimos muertes, granadas, grupos de sabotaje. Yo entiendo a la gente del Donbás”.

La opinión de Pashaly se asemeja a la propaganda rusa, que plantea la invasión, que en Rusia se llama, bajo amenaza de cárcel, “operación especial”, como una manera de detener ocho años de presunta agresión ucraniana contra la minoría rusa del Donbás. Una perspectiva que no coincide con los hechos, por varias razones. La primera, que la insurrección prorrusa de 2014 fue orquestada por Moscú, que alimentó estos años de guerra con armamento, combustible y soldados. Su objetivo era mantener el conflicto abierto para lograr concesiones de Ucrania e influir en su devenir interno. La segunda, aunque Pashaly no incurre en ninguna de estas calificaciones, es que la parafernalia propagandística que rodea esta presunción, el “genocidio”, el “Gobierno neonazi”, etc., está rigurosamente desacreditada.

Foto: Ursula von der Leyen saluda al primer ministro de Georgia, Irakli Garibashvili. (EFE/ Stephanie Lecocq)

Los presupuestos de la propaganda del Kremlin circulan ampliamente ya no entre los gagauz, sino en todo este país. “La influencia mediática rusa en Gagauzia es la misma que en Moldavia”, dice el Dr. Dareg Zabarah-Chulak. “Es como la influencia americana en el mundo entero: canales, series, televisión por cable con buenos programas. Los moldavos ven la televisión rusa porque la televisión moldava no es tan interesante. Es una influencia de elección, no forzosa”.

Alina Radu, periodista y directora del portal de noticias 'Ziarul de Gardă', dice que, para los medios independientes, se hace difícil competir con el volumen de contenidos que llega del este. “Rusia siempre ha tenido los medios de comunicación más grandes de este país: las televisiones más importantes. Y tienen muchos portales”, dice Radu. La periodista añade que, hasta el año pasado, el periódico más leído de Moldavia era un tabloide ruso, 'Komsomólskaya Pravda', donde se recogen habitualmente las posturas del Kremlin.

Una encuesta de International Republican Institute, elaborada en 2019, refleja que los canales más populares de Moldavia son rusos o prorrusos, tales como Primul, NTV o Pervyi Kanal, el buque insignia de los canales estatales del Kremlin. El 80% de los moldavos habla ruso perfectamente, sobre todo en Gagauzia y en las ciudades más grandes. Esta red bien lubricada de medios de comunicación actúa a la par que los partidos políticos prorrusos. Si Pervy Kanal emite en Moldavia, es por la licencia otorgada por el expresidente Ígor Dodon, del prorruso Partido de los Socialistas.

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A la luz del aumento de la propaganda de guerra rusa este mes, el actual gobierno moldavo, presidido por la proeuropea Maia Sandu, ha decretado el cierre de la agencia rusa Sputnik y del pequeño medio local Gagauz News, considerado prorruso. Una medida que, sin embargo, puede no tener un gran impacto en el paisaje mediático nacional, ya que muchos líderes de opinión, y sus audiencias, se han trasladado a Telegram, donde Sputnik y otros medios continúan funcionando.

Los tentáculos de Moscú

Aunque su influencia es general, Moscú también efectúa maniobras concretas para estimular los sentimientos étnicos minoritarios. Una forma de mantener una palanca de influencia regional en los asuntos internos de las antiguas naciones vasallas, sea a través de los abjasios, los sudosetios, los transnistrios o las minorías rusas de los países bálticos. Los gagauz serían parte de esta red de lealtades engrasadas.

“Boris Yeltsin no quería ningún separatismo, porque las minorías en Rusia podrían querer lo mismo”, dice Dareg Zabarah-Chulak. “Pero los conservadores de la derecha apoyaban ampliar el imperio, sobre todo en Transnistria. Con Vladímir Putin, con los halcones, Rusia dijo: oh, aquí hay una minoría a la que podemos utilizar (...). Hay 'lobbies' que tratan de usar la amistad rusa con los gagauz para presionar a Moldavia”.

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Según Irina Corobcenco, experta en comunicación política de Promo-LEX, donde monitoriza los mensajes de odio en los medios moldavos, “los políticos manipulan los sentimientos étnicos cuando tienen oportunidad. En el sur de Moldavia, en Gagauzia, existen sentimientos y actitudes separatistas, que también existen en el norte de la república [más cercano a la idea de unirse a Rumanía]”, explica. “En este momento tenemos en Gagauzia uno o dos medios independientes que intentan informar objetivamente. Pero esta región está conectada con los medios prorrusos”.

La guerra de Ucrania no solo entristece a Pashaly, sino que, además, le afecta en su vida diaria. En estos momentos el profesor acoge en su casa a cuatro refugiados ucranianos. Su madre, dice, hospeda a 10. “Todos vienen de la región de Odesa. Están muy estresados, no dejan de leer las noticias. Han dejado todo atrás en su país y no saben cuándo van a volver”.

"Mi factura mensual del gas ascendió a 400 euros. Mi salario entero fue destinado a pagar el gas. Un mes de trabajo"

Nuestra conversación deriva inevitablemente hacia lo que, más allá de la guerra, impacta en el corazón de los hogares moldavos: el precio del gas. “Ahora nuestra gente está experimentando pobreza porque tiene que pagar mucho dinero por el gas”, dice Pashaly. “Un pensionista gana 100 euros al mes, pero paga 250 de gas. En mi caso, no puedo cerrar el gas cuando voy al trabajo. Esta gente se quedaría helada en mi casa. Así que mi factura mensual del gas ascendió a 400 euros. Mi salario entero fue destinado a pagar el gas. Un mes de trabajo. El 100%. Solo para el gas”.

El decano dice simpatizar con algunas de las medidas llevadas a cabo por el Gobierno de Maia Sandu, como la reforma judicial o la lucha contra la corrupción. Pero, en el caso del gas, acusa al ejecutivo de carecer de la experiencia necesaria para negociar con los rusos, para quienes el gas es una de sus principales llaves de influencia en Moldavia. Transnistria, por ejemplo, lo recibe técnicamente gratis.

Le pregunto a Pashaly si habla de política con los ucranianos que aloja en su casa. En concreto, me interesa saber qué opinan estos de Rusia. “Ellos detestan a Rusia y a Vladímir Putin”, confiesa el decano. “Pero es normal. Llevan ocho años escuchando propaganda ucraniana”.

Ahí lo tienen, fuerte en su pedestal. El hombre que puso fin a 500 años de monarquía rusa, el constructor del socialismo, el revolucionario que dejó de escuchar a Beethoven para no ablandarse. Vladímir Ílich Uliánov, alias 'Lenin', domina el centro de la ciudad de Comrat desde una arteria que lleva su nombre. Es una de sus estatuas más amables: un Lenin otoñal que va de boina y gabardina, con una cartera bajo el brazo, como si fuera un profesor universitario dirigiéndose a clase. Si no nos fijamos demasiado, hasta pareciera bosquejar la suave sonrisa del vecino que te reconoce desde lejos. Y no es el único Lenin que vigila los pueblos de Gagauzia, una hospitalaria región agrícola que produce 400.000 toneladas de vino al año.

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