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Feria de San Isidro | ¡Carlos, trata de arrancarlo!
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Feria de San Isidro | ¡Carlos, trata de arrancarlo!

Lleno de no hay billetes en la primera de feria, que arranca con un cartel de relumbrón y con magnífico y prometedor ambiente para el resto de la feria

Foto: El diestro Julián López, 'El Juli'. (EFE/Kiko Huesca)
El diestro Julián López, 'El Juli'. (EFE/Kiko Huesca)

Plaza Monumental de Las Ventas, 10 de mayo de 2023

de la Feria de San Isidro.

Lleno de no hay billetes en la primera de feria, que arranca con un cartel de relumbrón y con magnífico y prometedor ambiente para el resto de la feria. Tarde primaveral y calurosa, con algo de viento que por momentos puntuales molestó la lidia sobre todo en quinto y sexto.

Seis toros de La Quinta de entre 510 y 560 kilos, tres de ellos cinqueños, bien presentada para su encaste pero justos para el estándar de Madrid. Con la cara lavada, estrechos de pecho y caja, con poca plaza en general. Bajitos, cárdenos y entrepelados todos, con mil matices en la descripción de su pelo: caretos, salpicados, bocinegros... Bonitos y astifinos pero por debajo de la expectativa de un cartel con semejantes figuras. Sosos y sin entregarse. El primero, noble, se apagó pronto tras unas buenas embestidas por el pitón izquierdo, el tercero embistió con brío pero deslavazado. El resto sin pena ni gloria, desarrollando los defectos típicos de su encaste. Cuarto y sexto los peores.

Julián López El Juli, de gris plomo y oro, palmas y silencio. Roca Rey, de rosa palo y poca plata con cabos y remates blancos, silencio y silencio. Álvaro Alarcón que tomaba la alternativa, de blanco y oro como es tradición en un toricantano, ovación y silencio.

Buena lidia de José Chacón en el primero.

Foto:  El diestro Morante de la Puebla. (EFE/Julio Muñoz) Opinión
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Rubén Amón

No todo arranca a la primera. Lo sé desde bien pequeño. Tiraba del calentador incandescente de debajo del volante con la paciencia ilusionada de que ese día, de nuevo, conduciría yo el coche. Tendría yo década y poco. El motor de arranque requería calor eléctrico externo que facilitara la inicial, y no sencilla, combustión de aquel potente motor Perkins. O Barreiros, que tuvimos de los dos y no recuerdo bien el orden. Un rústico mecanismo que portaba como extra ese inolvidable Seat 1500 de los muy primeros ochenta. Mi padre justificaba su adquisición, como todo por entonces muy fuera de presupuesto, por lo numeroso de la familia. Sumaba la de su hermano, pegada como una lapa, como excusa universal e incontestable. Aun así, siempre presentí que en el fondo de ese gasto, y del resto de sacrificios que tal inversión conllevaba, prevalecía sin maldad cierta pretensión de estatus. Que fuera de cuarta mano desmontaría mi teoría, pero la adquisición de aquel Dodge, solo unos meses más tarde, ratificó mis sospechas y confirma mi postrero y ventajista análisis. O no, quién sabe, no es el tema.

Aquel enorme tanque nos trasladó, sin queja mecánica reseñable, del esfuerzo aspiracional permanente en nuestras vidas a una incipiente solvencia. Veo nítida la palanca a la derecha del volante que hacía de cambio de marchas, pero sobre todo recuerdo los tres o cuatro minutos que exigía de tirón antes de darle a la llave para que el motor arrancara.

También los Dumpers de obra, esas carretillas mecánicas que pareciendo juguetes me hacían aportar algo en la marcha de la obra, requerían mecanismos rudimentarios de arranque. Eran una especie de zeta con un sencillo engranaje. Como esa palanca de cine mudo o dibujos animados con la que empezaban a andar los autos más antiguos y los primeros aviones. Girabas con dos cojones o se te daba la vuelta de golpe facilitando el reproche a una débil adolescencia. Omito la literalidad de las burlas y sus referencias al onanismo juvenil porque lo políticamente correcto, y la educación Montesori y de refuerzo, no abundaba aquellos días.

Recuerdo arrancar los coches sin gota de batería. Los dejábamos en cuesta para facilitar la técnica de, con el embrague pisado, dejarles rodar en segunda. Cierto empuje, cierta inercia, parece que conseguían que al desembragar de golpe una ignición precaria desencadenara combustión para animar a la bujía a continuar con su labor. Arrancar empujando el coche parece ahora ciencia ficción. Lo retro también puede parecer mentira.

Otros vehículos de entonces requerían de congénere al que conectarse unas pinzas. Muerta su batería la transfusión de electrones era su única salida. Algunos más obsoletos ya solo respondían a un spray alucinógeno rociado por el delco. "Tres en uno" es la marca que recuerdo. Doy fe del alucine y de lo adictivo de la fórmula que a veces probábamos para tratar de arrancarnos… unas risas.

No obstante, el récord del mal arranque se lo otorgaría a un Land Rover que con ruindad inexplicable conservaban en la finca donde decidí independizarme con título de mozo de cuadra. Al dueño le apetecía darse una vuelta a sus lomos los sábados por la mañana. Menos seis grados centígrados en Buitrago a las nueve de la mañana me obligaban al madrugo y a la paleolítica técnica del fuego en aquel garaje. Encendía yo mi hoguera al menos una hora antes bajo las tripas del coche para que aquel bloque de hielo que llevaba en las entrañas el puñetero land rover se deshiciera lo suficiente para permitir al poco que le empezara el baile de válvulas y de pistones.

Así he visto hoy arrancar San Isidro, como aquel detestable Land Rover. Con un cartel de renombre y esfuerzo de las figuras por el anuncio temprano. Todo bien preparado por la visión de la empresa. Impacto a las primeras de cambio. Alternativa por medio para que haya un primero y un sexto que, todos sabemos, son los peores puestos de lidia. El público llegando o huyendo no se centra en la faena, nunca encuentra sus pañuelos. De todos los preparativos, laudatorios desde luego, la elección de La Quinta me pareció el de más riesgo. Puede saltar un toro pero el toreo hoy en día para triunfar en Madrid necesita otro volumen, otra continuidad en la embestida, más sensación de riesgo.

Foto: Alejandro Talavante torea en Las Ventas en la edición del año pasado de la Feria de San Isidro (EFE/Emilio Naranjo)

Álvaro estuvo a la altura del reto de tan magna y "próloga" alternativa en siete u ocho naturales que le robó a su primero. Julián porfió con talento, en excepcional momento de forma mental -que acredita su paciencia para con las quejas del público- y en excepcional momento de forma -que acredita el vestido de luces más pequeño que le he visto lucir en todos sus años de carrera-. Roca Rey en una plaza de todo menos monárquica luchó contra los elementos. Los que le tocaron en suerte, el peor lote de toros, y los que ya se han hecho presentes desde el primerísimo día en el altavoz del tendido para vociferar las quejas que no le admiten en su casa. Es el peso de la púrpura, las va a pasar moradas.

Resumo mi sensación al repetirme una réplica a gritos para Morante que está anunciado mañana. Tiene que ver con el arranque. Con la desesperación que Luis Rodriguez Moya le gritaba a Carlos Sainz a las puertas de otro triunfo que le daba el campeonato grito yo, con más paciencia: "¡¡Morante trata de arrancarlo!!"

Plaza Monumental de Las Ventas, 10 de mayo de 2023

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