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¿Es Morante de la Puebla el mejor torero de la Historia?
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¿Es Morante de la Puebla el mejor torero de la Historia?

El diestro sevillano culmina este sábado una temporada excepcional de 100 tardes y se coloca en el centro de un debate que reivindica su estética, su valor, su misión y su dimensión de matador de época

Foto: El diestro Morante de la Puebla. (EFE/Caro)
El diestro Morante de la Puebla. (EFE/Caro)

¿Es Morante de la Puebla el mejor torero de todos los tiempos? La pregunta aloja una provocación. Y una cuestión legítima. No hace falta responderla afirmativamente, pero tiene sentido plantearla, más aún cuando los toreros de más años y los taurinos de mejor memoria reconocen que no han visto nada parecido. Es la manera de explicar la excepcionalidad del maestro sevillano en la mejor temporada de su carrera. Lo dicen los números. Lo indica el umbral de las 100 tardes. Y lo demuestran las proezas que han conmovido la temporada. No solo en Sevilla, donde Morante sobrepasó las fronteras de la mística, sino en las grandes ferias —Madrid, Pamplona, Salamanca, Zaragoza…— y en los pueblos más remotos.

Ha sido la de Morante una misión fabulosa y una temporada integral. La termina este sábado en Ubrique. Y lo hace con una frescura mental y física que impresiona y desconcierta a los incrédulos. Morante no iba a poder con un centenar de tardes, le objetaban. Morante no sería capaz de concluir una campaña de semejante proselitismo y de tamañas contorsiones, creían.

Foto: Foto: EFE/Raúl Caro.

¿Es entonces Morante el mejor torero de la historia? “Yo no he visto nada igual”, testimonian sus colegas retirados. No solo aquellos de más sensibilidad artística, sino los de más enjundia y de mayor poder. Porque Morante es la respuesta al equívoco cisma taurino que diferencia los toreros de arte y los toreros de valor. Morante pertenece a las dos categorías. Tanto impresiona su creatividad y su exuberancia estética como lo hacen su hondura, su profundidad, su magnetismo, su pureza, su rotundidad.

Morante es particularmente valiente, porque torea muy despacio. Y porque la autenticidad de su tauromaquia redunda en los riesgos que contrae. Le han respetado los toros en la temporada de los prodigios, pero no porque Morante se haya aliviado. Las broncas que lo han maltratado en Linares, Alicante o Madrid no han sido una prueba de la irregularidad ni de la desinhibición, sino la frustración del matador a los lotes imposibles.

¿Es entonces Morante de la Puebla el mejor torero de la historia? "Yo no he visto nada igual", testimonian sus colegas retirados

La paradoja de la temporada de gloria del diestro sevillano —25 años de alternativa y 43 en el DNI— consiste en la escasa colaboración de los toros de bandera. Morante ha tenido que extremar la clarividencia y el instinto para encontrar agua donde no la había, llevando hasta el extremo la reivindicación de los encastes minoritarios —los galaches, los santacolomas— y ratificando el compromiso con las ganaderías difíciles, incluida la divisa de Miura.

Las razones

¿Es entonces Morante el mejor torero de la historia? Las razones para responder la cuestión con el pulgar hacia arriba provienen de la summa taurina que representa el maestro. Caben todas las tauromaquias entre sus muñecas. Y caben todos los toreros entre sus sienes. Morante ha sido el médium de Joselito y de Ordóñez, de Pepe Luis y de Paula, de Belmonte y de Ojeda, de Pepín Martín Vázquez a Romero. Y no porque los haya copiado, sino porque los ha asimilado. Los ha interiorizado. Los ha sometido a su personalidad. Y se ha convertido en el torero nuclear. Dicho de otra manera: si tuviéramos que enseñar en Marte en qué consiste la tauromaquia, mostraríamos la faena de Morante al toro de Matilla en San Miguel.

placeholder Morante de la Puebla. (EFE/José Manuel Pedrosa)
Morante de la Puebla. (EFE/José Manuel Pedrosa)

El torero total, el torero absoluto. Quizá puede responderse así a la pregunta que identifica al mejor espada de todos los tiempos. Torero de toreros y de aficionados. La escuela de Ronda y la de Sevilla juntas. La figura de la unanimidad. Y el reflejo de una tauromaquia enciclopédica y polifacética. Morante es un capotero descomunal. Tanto ha exhumado suertes extintas como ha llevado la verónica a la plenitud. Lo mismo puede decirse de la versatilidad de la muleta. Y de la soberanía de Morante en el toreo natural.

¿Es Morante el mejor torero de todos los tiempos? Las precauciones hacia una respuesta afirmativa también están justificadas. Un motivo consiste en el problema de la perspectiva. Estamos abrumados por el morantismo. Tenemos el volcán en erupción delante de nosotros. Y no es sencillo sustraerse al calor del magma. La historia de la tauromaquia moderna se prolonga más de 300 años. Conviene sopesarlo antes de llegar a conclusiones presentistas o maximalistas. Morante es un torero descomunal, pero no puede relativizarse la influencia de las grandes figuras del panteón (de Joselito a José Tomás) ni descuidarse que al maestro de la Puebla le cuestionan los números y las estadísticas.

No es taquillero. No ha abierto nunca la Puerta Grande de Madrid. Y solo ha conseguido descerrajar la del Príncipe en una sola ocasión. Las cosas hubieran sido diferentes si despacha a la primera al toro de Matilla el pasado 23 de septiembre. Hubiera cortado el rabo. Y se habrían desmoronado las interrogaciones. ¿Es Morante el mejor torero de todos los tiempos? Quizá puede abordarse la pregunta con el eslogan que identifica la dimensión histórica de LeBron James: We are all witnesses. Somos testigos.

¿Es Morante de la Puebla el mejor torero de todos los tiempos? La pregunta aloja una provocación. Y una cuestión legítima. No hace falta responderla afirmativamente, pero tiene sentido plantearla, más aún cuando los toreros de más años y los taurinos de mejor memoria reconocen que no han visto nada parecido. Es la manera de explicar la excepcionalidad del maestro sevillano en la mejor temporada de su carrera. Lo dicen los números. Lo indica el umbral de las 100 tardes. Y lo demuestran las proezas que han conmovido la temporada. No solo en Sevilla, donde Morante sobrepasó las fronteras de la mística, sino en las grandes ferias —Madrid, Pamplona, Salamanca, Zaragoza…— y en los pueblos más remotos.

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