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Joselito, cien años de soledad: aquella danza macabra en la plaza de Talavera
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Joselito, cien años de soledad: aquella danza macabra en la plaza de Talavera

Se cumple un siglo de la cornada mortal de José Gómez Ortega, un visionario y un torero superlativo que cambió el rumbo de la tauromaquia

Foto: Joselito
Joselito

Estaba previsto guardar un minuto de silencio esta tarde en la plaza de Las Ventas en memoria de Joselito. No es una novedad. Cada 16 de mayo, los toreros se desmonteran y los aficionados se ponen de pie, meditabundos. Es la manera de recordar al mártir sevillano, de reconocerle la paternidad del espectáculo contemporáneo, aunque la celebración de este sábado, malograda por la suspensión de la temporada, hubiera suscitado mayor compungimiento: hace cien años, Joselito moría en la plaza de Talavera, atrapado en la danza macabra de 'Bailaor'.

Así se llamaba el ejemplar de la Viuda de Ortega que rebanó la vida de José Gómez Ortega. Tenía Joselito 25 años. Y lo que no tenía era que haberse anunciado aquel 16 de mayo de 1920 en la plaza toledana. Lo hizo para despecharse de la empresa de Madrid. Y terminó sustituyendo a su propio hermano, Rafael El Gallo, aunque la carambola más feroz acaso consista en que Ignacio Sánchez Mejías hizo el paseíllo mano a mano con José.

Impresiona evocar la coincidencia porque ya se ocuparía Lorca de escribir la elegía del matador catorce años después. Sánchez Mejías era cuñado de Joselito. Una imagen sobrecogedora evoca el momento en que vela el cadáver del héroe prematuro. Joselito está amortajado y se le percibe una extraña sonrisa. Sánchez Mejías aparece abatido, descompuesto. Se sujeta su propia cabeza sobre la mano izquierda, asomándose al cadáver, mientras que la derecha acaricia con ternura el cabello azabache de Joselito.

placeholder Ignacio Sánchez Mejías junto al cadáver de Joselito
Ignacio Sánchez Mejías junto al cadáver de Joselito

Sánchez Mejías moriría en la decadencia. Moría en la plenitud José Gómez Ortega. Podemos especular con el torero que pudiera haber sido, con las tareas pendientes, con las proezas que le aguardaban, pero este ejercicio prospectivo y estéril no cuestiona en absoluto la envergadura de una trayectoria cuyo desenlace, en rigor, termina de redondearla.

El héroe ha de morir joven. Debe hacerlo en el ejercicio consciente y profundo de su misión. Joselito muere pronto, pero no "antes de". Porque su propio final es una estocada invertida. El mismo había acuñado un aforismo que retrataba las reglas del juego: el toro de cinco (años), el torero, de veinticinco. Y José Gómez Ortega se malogra en Talavera, pero Joselito alcanza el Olimpo sin que podamos reprocharle las faenas incumplidas. Joselito es el torero de la gracia, de la inteligencia, del valor, de la estética. El lidiador ingrávido y astuto, el matador carismático cuya media sonrisa e insolente desparpajo parecen un contrapeso a la fatalidad que le amenaza.

Deidades

La escultura, la elegía, el arraigo en el romancero flamenco, las coplillas populares. Ocurrió con Joselito. Y sucedió de manera impresionante con Manolete. Las muertes prematuras de ambos los revistieron de mitología y los ha convertido en deidades inalcanzables. Ya se lo decía Valle-Inclán a Juan Belmonte: "Solo te falta morir en la plaza". "Se hará lo que se pueda", respondía el espada trianero, "se hará lo que se pueda". E hizo lo que pudo Belmonte. Por los terrenos que pisaba. Y por los años que se dilató su carrera, aunque la decisión de suicidarse en la soledad y en la vejez sobrentendían la última derrota en su rivalidad histórica con Joselito.

Había muerto José Gómez Ortega a los... 25 años. Se había garantizado el lugar del pantocrátor la historia de la tauromaquia. Y se lo había asegurado el monumento de Benlliure en el cementerio de Sevilla. No es tanto una escultura como una trama escultórica. Un cortejo de niños, de gentes del toro, de flamencas, de torerillos. Identifica a todos el compungimiento. Los hombres cargan el féretro. Las gitanas lloran con desconsuelo. Y los aficionados vamos detrás, sabiendo que la muerte de Joselito nos sigue redimiendo porque abrió el camino de la tauromaquia contemporánea.

Su visión integral de la lidia —poderoso capotero, banderillero extraordinario, matador imponente— se trasladó a su concepción del espectáculo

No solo por las aportaciones del maestro a la lidia y por la paternidad del toreo en redondo, sino porque su visión integral de la lidia —poderoso capotero, banderillero extraordinario, matador imponente— se trasladó a su concepción general del espectáculo. Debemos a la influencia de Joselito la concepción misma de la temporada, la organización de las ferias. Advirtió que la nueva red ferroviaria predisponía los pormenores del calendario taurino. De otro modo no se podría haber permitido rebasar el hito de cien actuaciones en tres temporadas consecutivas (1915, 1916, 1917).

Promovió Joselito la construcción de las plazas grandes —la Monumental de Sevilla, entre ellas—, introdujo criterios de selección rigurosos en las ganaderías y se convirtió en el estímulo de la tauromaquia como fenómeno de masas. Los toros formaban parte de las corrientes vanguardistas. Atraían a la intelectualidad. Agitaban la vida política y social. Joselito representa la llamada "edad de oro" porque fue la suya una época de extraordinaria prosperidad y fertilidad. Y porque la rivalidad con Belmonte prosperó en nuestro ancestral cainismo. O eras de José o eras de Juan, de la gracia o del aplomo, de Apolo o de Dionisos, de la Macarena o de la Esperanza de Triana. La "sevillanía" del fenómeno no contradice la reputación de la pugna en Madrid. Ni la idolatría que se profesó a ambos en el foro. Ni el dolor que conmovió a la capital. No se había erigido todavía la plaza de Las Ventas cuando murió Joselito, pero la tradición del minuto de silencio se ha trasladado desde sus orígenes. Cada 16 de mayo, los toreros se desmonteran y los aficionados se ponen de pie, meditabundos. Ningún otro matador ni héroe ha conseguido unos honores parecidos.

Es la manera de significar la grandeza de José y de reconocer su condición de visionario. Niño prodigio y prodigio adulto. Hijo de torero. Hermano de toreros. Y padre de la tauromaquia moderna.

Estaba previsto guardar un minuto de silencio esta tarde en la plaza de Las Ventas en memoria de Joselito. No es una novedad. Cada 16 de mayo, los toreros se desmonteran y los aficionados se ponen de pie, meditabundos. Es la manera de recordar al mártir sevillano, de reconocerle la paternidad del espectáculo contemporáneo, aunque la celebración de este sábado, malograda por la suspensión de la temporada, hubiera suscitado mayor compungimiento: hace cien años, Joselito moría en la plaza de Talavera, atrapado en la danza macabra de 'Bailaor'.

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