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La pregunta del millón: ¿usted sabe realmente qué es un museo y para qué sirve?
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La pregunta del millón: ¿usted sabe realmente qué es un museo y para qué sirve?

El ensayo 'Palacios, hangares y cuevas' se sumerge en 12 museos europeos muy distintos para señalar qué dicen las obras de arte y este tipo de edificios de todos nosotros

Foto: Exterior del Museo del Prado por la puerta de Velázquez (EFE/Chema Moya)
Exterior del Museo del Prado por la puerta de Velázquez (EFE/Chema Moya)

Los museos se han convertido en los últimos tiempos en centros de ocio. En un check más de la ciudad que se visita. Horas de cola, visita fugaz, foto y a por otro monumento. Pero los museos, ya sean las grandes pinacotecas que fueron palacetes o, hace no mucho, fábricas de la era industrial son también lugares en los que pasó algo -tenían otros usos- y tanto eso como la disposición que hace de su contenido, influye en nuestra mirada sobre lo que se expone. En lenguaje más llano: el museo es mucho más que cuatro pasillos que van en dirección a La Gioconda para hacernos el selfie de turno y subirlo después a Instagram. Al museo hay que ir con calma porque dicen mucho más de nosotros y nuestra sociedad de lo que pensamos.

Eso es lo que defiende el escritor Roberto Valencia en el ameno ensayo Palacios, hangares y cuevas (La navaja suiza) en el que recorre doce museos muy conocidos -del Louvre a la Acrópolis de Atenas o el Prado en Madrid- para señalar las diferentes tipologías y cuál es su función, la cual, curiosamente, quizá no sea la misma para cada espectador. Quizá cada uno de nosotros tenemos un museo que nos entusiasma y otro que no nos dice absolutamente nada. La cuestión es mirar. Aprender a mirar.

placeholder 'Palacios, hangares y cuevas', de Roberto Valencia
'Palacios, hangares y cuevas', de Roberto Valencia

“Hay un problema de fondo sobre la mirada y es que no es pasiva sino activa. En tu objeto de contemplación encuentras siempre aquello que ibas a buscar. Tu mirada está programada por tus condiciones personales, biografía, intereses, tu suelo intelectual, tus condiciones sociales. Abrirse a otras miradas, a lo que el arte te proporciona y no tienes es lo que no es fácil”, estima Valencia sobre el primer paso que hay que dar tras entrar en un museo. Sin embargo, hay obstáculos que pone el propio centro. “Ahora son lugares cada vez más ruidosos, hay ventas de gadgets que te distraen, todo el turismo de masas…”, añade Valencia. Intenten concentrarse.

Del palacio al hangar postindustrial

Porque se van a topar con lugares muy distintos. Poco tiene que ver el palacio que era el Louvre -estos edificios fueron los primeros que alojaron los museos tal y como los conocemos- con el Hangar Bicocca de Milán, que era una fábrica de vagones de tren de finales del XIX y que ahora gestiona la Pirelli. Porque no era igual cómo protegíamos el arte y quién lo visitaba en el XIX que en el XXI. Por suerte, se ha democratizado (también los espacios). “Estos espacios postindustriales los tienen grandes empresas que están haciendo una labor cultural no sé si por vocación genuina o porque esto les sirve para desgravar impuestos. Pero también es verdad que se quedan vacíos y son muy adecuados para exponer”, resalta el escritor.

placeholder El hangar Bicocca de Milán
El hangar Bicocca de Milán

Y además proporcionan algo más, una memoria. “Visitar uno de estos espacios es recoger la memoria del esforzado trabajo que tuvo lugar allí en cadenas de producción durísimas. Eran espacios ruidosos, incómodos, insalubres, que ahora lavan su cara, pero yo no me puedo sustraer al lugar en el que estoy aunque esté contemplando arte porque estoy visitando un lugar que propició el despegue de la economía industrial a finales del XIX y principios del XX. Ahí se produce un choque de momentos históricos muy interesante”, comenta Valencia. Aquí se trabajaba. Algo así como el ambiente religioso que uno siente cuando entra en una iglesia y ve todas las esculturas policromadas, vidrieras y retablos de cristos y vírgenes. “No te puedes sustraer de que estás en un recinto sagrado. En las fábricas también ves que las dimensiones del lugar son enormes, los espacios diáfanos, hay elementos de la fábrica…”. Eso también es la experiencia artística.

"Visitar uno de estos espacios es recoger la memoria del esforzado trabajo que tuvo lugar allí en cadenas de producción durísimas"

Por supuesto, apunta el escritor, la función esencial de cualquier museo es la de preservar el arte. “Y eso lo hacen muy bien, aunque algunos tengan cosas que no me gustan como que no haya arte femenino o que a veces hayan surgido de la rapiña colonial”, señala. La problemática mayor hoy de estos lugares para él tiene que ver con la pedagogía. Es decir, no se enseña bien lo que se está mostrando. El propio centro parece más preparado para la foto y comprar el lápiz/posavasos/lámina de turno en la tienda que para que el espectador disfrute y aprenda de lo que ve.

“Quizá el museo se vea un poco limitado a la hora de hacer esa pedagogía porque no podemos descargar sobre el museo toda esa responsabilidad. Aquí las que deben intervenir son las instituciones culturales y no lo hacen. Se promociona el museo más como una visita rápida y fugaz más que como una visita que necesite un digestión, una visita que remueva aspectos esenciales de tu vida. Las consejerías de Cultura y Turismo no están por esto sino por la visita rápida y ya está. Yo me niego a aceptar que ni las instituciones culturales ni los museos sean capaces de hacernos ver toda la cantidad de significados, lenguajes, capas históricas y perplejidad que encierra una obra de arte”, se lamenta.

placeholder Las réplicas del Partenon en el Museo de la Acrópolis de Atenas
Las réplicas del Partenon en el Museo de la Acrópolis de Atenas

En el ensayo pone algunos ejemplos de mal funcionamiento. El caso más reseñable es el museo de la Acrópolis en el que, según él, “no te enteras de nada”. Le da rabia porque en él se alojan las metopas originales del Partenon -hay otra parte en el British Museum de Londres y otra más pequeña en el Louvre de París- mientras que en el Partenon están las réplicas, pero nada te lo explica. “¡Y no vas allí a ver una piedra. Vas a ver una instalación que tuvo unos usos increíbles. Es el edificio emblemático de la democracia! Todos los parlamentos imitan al Partenón”, recuerda.

Un museo para cada espectador

Los doce museos que analiza en el ensayo son muy diferentes por lo que no todo el mundo los recibe igual. Por ejemplo, del Prado dice que es casi el museo de los horrores, lleno de martirios, torturas, ejecuciones y actos de fe. Es la época que reflejan sus lienzos. Mucho peor si se van a ver las pinturas de Goya, que no tenía precisamente una visión amable del ser humano. Lo que salva la visita, dice, es que los pintores que aloja eran unos genios. Los mejores del mundo. “Por eso no acabas la visita reconciliado con lo que has visto sino reconciliado porque el talento del ser humano consigue salir triunfante de ese charco de sangre”, asegura.

Todo lo contrario es el museo Oteiza, en Navarra. “Es un museo del recogimiento, del silencio, de la nada. Podría estar en oriente”, admite el escritor. Las esculturas proponen una quietud tranquilizadora muy distinta a las luchas que se pueden ver en el Prado.

placeholder Museo Oteiza, en Navarra
Museo Oteiza, en Navarra

O luego está la Casa de Ana Frank, en Amsterdam, que es adentrarte en el dolor del genocidio judío sufrido por dos familias con sus hijos adolescentes. Como señala Valencia en el libro, es un museo que, además, no tiene nada, está vacío porque así lo decidió Otto, el padre de Ana y único superviviente, cuando se abrió en 1960. Pero, aunque no haya nada -en la web, por el contrario, sí se puede ver cómo estaba realmente la casa- entras y “lo que te gustaría es ver a Ana Frank, abrazarla y decirle algo que te reconciliara con lo que ocurrió. Es una visita muy emocionante”, confiesa el escritor.

"Se promociona el museo más como una visita rápida y fugaz que como una visita que necesite un digestión"

En definitiva, un museo puede servir para muchas cosas y va mucho más allá de subir fotos a las redes sociales. Eso sí, para lo que no vale, asegura Valencia, es para protestas como las que se han visto estos días por parte de los activistas climáticos: “No viene de ahora, pero a mí no me parece razonable que haya un intento de dañar lo mejor que tenemos, que es el arte. Claro que hay que protestar contra el cambio climático y hacer acciones visibles, pero ¿realmente protestar contra el cambio climático para preservar el planeta supone el riesgo de deteriorar las grandes obras de arte?”, se lamenta. Precisamente, como insiste el escritor, si algo hace un museo es preservar para todos algo creado por el ser humano que si no ya hubiera desaparecido hace tiempo.

Los museos se han convertido en los últimos tiempos en centros de ocio. En un check más de la ciudad que se visita. Horas de cola, visita fugaz, foto y a por otro monumento. Pero los museos, ya sean las grandes pinacotecas que fueron palacetes o, hace no mucho, fábricas de la era industrial son también lugares en los que pasó algo -tenían otros usos- y tanto eso como la disposición que hace de su contenido, influye en nuestra mirada sobre lo que se expone. En lenguaje más llano: el museo es mucho más que cuatro pasillos que van en dirección a La Gioconda para hacernos el selfie de turno y subirlo después a Instagram. Al museo hay que ir con calma porque dicen mucho más de nosotros y nuestra sociedad de lo que pensamos.

Museo del Louvre Museo