Es noticia
'Game over': la guerra de los museos contra el vandalismo 'woke' está perdida de antemano
  1. Cultura
ATACAN CON LATAS DE SOPA O PURÉ

'Game over': la guerra de los museos contra el vandalismo 'woke' está perdida de antemano

La oleada de acciones contra obras de Van Gogh o Monet en nombre del ecologismo ha hecho que muchos pidan reforzar la seguridad en los museos, pero contra esta amenaza no sirven ni los vigilantes ni los cristales antibalas de antaño

Foto: Las dos jóvenes que atentaron contra el cuadro de Van Gogh en la National Gallery. (Just Stop Oil)
Las dos jóvenes que atentaron contra el cuadro de Van Gogh en la National Gallery. (Just Stop Oil)

Con total nocturnidad y alevosía, la noche del 27 de noviembre de 1995, José Guirao tomó una de las decisiones más audaces de su vida. El cristal antibalas que protegía al Guernica fue retirado, y con él se marchó también el guardia civil armado que había acompañado al cuadro más famoso de Picasso desde que regresara a España a principios de los ochenta. El entonces director del Reina Sofía aprovechó una reorganización del museo para, en secreto, desnudar a su principal reclamo, que desde entonces es expuesto en una pared blanca del segundo piso sin más protección que la mirada reprobadora de alguna bedel o un discreto tensabarrier de cable metálico.

El gesto fue sutil, pero de un simbolismo tremendamente poderoso, mucho más en una España donde, entre otras amenazas, el terrorismo de ETA o los GRAPO estaba aún muy activo. Guirao, tristemente desaparecido este pasado verano a los 63 años, decretó así la normalidad: obligó a los asistentes al museo Reina Sofía a la madurez, a sentirse de repente en un país reconciliado consigo mismo y donde el arte más valioso no necesita ser protegido de las balas. Y en realidad así ha sido, el lienzo de Picasso —símbolo de tantas cosas y contra el que tantos han conspirado— nunca ha estado más seguro que en los últimos años: resguardado por la invisible pero infranqueable barrera de admiración de quienes acuden a contemplarlo.

placeholder Bernard Ruiz-Picasso, nieto del pintor, posa ante el 'Guernica', durante la presentación de los actos conmemorativos del Año Picasso por el 50 aniversario de su muerte, en el Museo Reina Sofía. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
Bernard Ruiz-Picasso, nieto del pintor, posa ante el 'Guernica', durante la presentación de los actos conmemorativos del Año Picasso por el 50 aniversario de su muerte, en el Museo Reina Sofía. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)

Estos días, sin embargo, muchas voces —algunas de ellas bastante acreditadas dentro del mundo de arte— vuelven a pedir para el Guernica y otros importantes cuadros que regresen las mamparas, los blindajes, la seguridad y los controles. La amenaza hoy no son las balas, sino la sopa de tomate o el puré de patatas, protagonistas de los eventos vandálicos que en estas últimas semanas se han dirigido contra los girasoles de Van Gogh y Les Meules de Claude Monet, en la National Gallery londinense y el museo Barberini de Potsdam, respectivamente. En mayo de este año, también la Gioconda del Louvre fue atacada. En este caso con una tarta, lanzada por un hombre de 36 años que se disfrazó de anciana en silla de ruedas para acceder al museo. Todos estos episodios tienen en común varias cosas: fueron realizados por activistas medioambientales que enunciaron frases o manifiestos, fueron perpetrados contra obras de arte que contaban con protección (debido a su incalculable valor) y sobre todo, fueron grabadas en vídeo y distribuidas por internet.

La amenaza hoy para los cuadros no son las balas, sino la sopa de tomate o el puré de patatas

Esto último hace a este vandalismo particularmente interesante a su enfermiza manera: no buscan destruir la obra de arte, sino ser vistos atacándola. Los ataques, adscritos a las organizaciones ambientales Just Stop Oil y Letze Generation, tocaron conscientemente todas las teclas de la viralidad. En particular, que fuera la propia indignación de millones de individuos la que transportara el mensaje a lo largo y ancho del globo. Desde el punto de vista del marketing fue una campaña impecable. Las activistas británicas, sin antecedentes, se declararon no culpables y el juez las puso en libertad con fianza. La única condición para ponerlas en la calle fue que no volvieran a ser vistas con pintura o sustancias adhesivas en un sitio público.

Visiblemente nerviosas tras su delictiva performance, las dos activistas de Just Stop Oil comenzaron a aplicarse pegamento en la palma de la mano para, a continuación, tratar de pegarse a la pared del museo. En realidad, lo de pegarse con pegamento a los marcos de pinturas famosas era la forma que hasta el momento habían encontrado para llamar la atención de los medios de comunicación sin llegar a dañar los cuadros. La clave siempre ha sido esa, buscar el atentado sin víctimas, quedarse a un centímetro de la línea roja. Así lo hicieron en julio de este año con El carro de heno, también en la National Gallery. Dos estudiantes pegaron un tríptico de carteles sobre el óleo de Constable que lo transformaba en el mismo paisaje pero con aviones, árboles ardiendo o coches abandonados. A continuación se adhirieron, literalmente, al marco. Días antes lo hicieron también con una reproducción de La Última Cena atribuida a un discípulo de Da Vinci y expuesta en la Royal Academy de Londres.

placeholder Los dos miembros de Just Stop Oil, tras su intervención en el cuadro de Constable. (Rich Feldman)
Los dos miembros de Just Stop Oil, tras su intervención en el cuadro de Constable. (Rich Feldman)

Para muchos, esto no es activismo, sino terrorismo, ¿pero qué organización terrorista, tras un atentado, pone a disposición del público las fotografías y vídeos en alta definición del mismo, así como declaraciones de los perpetradores y un teléfono de contacto para la prensa? "No es la primera acción de este tipo que se ha cometido en las últimas semanas y no sé si vale la pena mucho hablar de esto, porque en el fondo es lo que pretenden, esta publicidad", dijo a Europa Press el director del Prado, Miguel Falomir, tras el ataque a los girasoles. Para los museos no es una situación del todo nueva, pero las instituciones siempre han optado por no dar publicidad a este tipo de infortunios, precisamente para no alentar el efecto copycat, que otros en sus casas sientan la tentación de hacer lo mismo, como está sucediendo estos días, ya que el fenómeno anteriormente circunscrito a las islas británicas ya ha encontrado imitadores en otros países.

"No sé si vale la pena hablar de esto, porque en el fondo es lo que pretenden, esta publicidad"

El problema con la economía de la atención es que en los últimos años hemos visto ya todo tipo de trucos en nuestros teléfonos móviles. Estamos curados de espanto, y nada en el mundo virtual puede sobresaltarnos como antaño. Hubo un tiempo en el que los ambientalistas hacían ruido hackeando la página web de Exxon Mobile o filtraban los correos electrónicos de una gran empresa minera, pero hoy eso ya no logra ni medio retuit.

Por eso se ha vuelto al mundo real. Para recuperar esos globos oculares distraídos.

Breve historia del vandalismo

Desde que existe el arte, ha habido alguien tratando de destrozarlo blandiendo, además, las razones más variopintas para ello. Es célebre el ataque que sufrió el Guernica en el MOMA de Nueva York, su anterior emplazamiento antes de regresar al Casón del Buen Retiro en el 81. El galerista de origen iraní Tony Shafrazi cogió un spray de pintura roja y escribió sobre el cuadro KILL LIES ALL —en inglés, "todas las mentiras matan", pero deliberadamente escrito al revés en homenaje al Finnegan's Wake de Joyce— en protesta por la excarcelación de un militar implicado en la matanza de My Lai. Cuando lo detuvieron dijo célebremente "llamen al comisario: soy un artista".

En efecto, los cuadros no están a salvo de nadie, ni de los descendientes de un magnate petrolífero —como irónicamente era Shafrazi— ni de quienes quieren erradicar el petróleo.

"Siempre ha habido este tipo de ataques a las obras de arte, y la verdad en esta ocasión no creo que pretendieran efectivamente atentar contra ellas, sino contra la protección de las obras", explica Pablo Allepuz, historiador del arte que recuerda cómo en ocasiones este vandalismo ha sido empleado incluso de forma creativa: en una de sus primeras obras, el estadounidense Robert Rauschenberg se dedicó a borrar unos dibujos del expresionista abstracto Willem de Kooning. El resultado, titulado Dibujo de De Kooning borrado se cuelga hoy en el Museo de Arte Moderno de San Francisco. En otra ocasión, el actor Dennis Hopper, aficionado a comprar arte, le sopló dos tiros a un retrato de Mao Zedong que había comprado a Andy Warhol. El propio Warhol le dio más tarde un retoque pop a los agujeros y este episodio, cómo no, ayudó a revalorizar el cuadro, que los herederos de Hopper subastaron tras la muerte del actor en 2011.

En su libro El Museo del Arte Perdido, el historiador del arte estadounidense Noah Charney imagina cómo sería un lugar que coleccionara todas esas obras que se perdieron en robos, guerras, accidentes, mala suerte... y también vandalismo. Como recordaba Charney, el holandés Rogier van der Weyden fue conocido en vida más por El juez de Trajano y Erchinbaldo, perdido en un incendio en 1695, que por el Descendimiento que hoy cuelga de las paredes del Prado. Uno de los ejemplos más representativos de vandalismo que Charney recoge es, cómo no, la hoguera de las vanidades de Girolamo Savonarola. En su caso no fue el cambio climático, sino la depravación.

placeholder El cuadro 'Primavera', de Boticel,li también fue objeto de los activistas climáticos.
El cuadro 'Primavera', de Boticel,li también fue objeto de los activistas climáticos.

Una de las piezas que logró salvarse de aquella hoguera fue la Primavera de Sandro Boticelli. Bien, pues este icono de la pintura renacentista de 1482 fue el escogido por los ecoactivistas que, inspirados por Just Stop Oil, entraron en la Galleria Uffizi de Florencia el pasado 22 de julio. Se aplicaron pegamento en las manos y se pegaron al cuadro, o mejor dicho, al panel de cristal que lo protegía.

La historia, en efecto, siempre vuelve. Primero fue una tragedia, ahora una farsa que, como una muñeca rusa, contiene dentro de sí la siguiente tragedia. Porque todos estos eventos no solo encierran la posibilidad de que mañana alguien vandalice un lienzo de Murillo o Rothko en nombre de la libertad para las mujeres iraníes, sino que evidencia algo peor. Tras episodios como el de los girasoles de la National Gallery, no ha habido una condena unánime, más bien... un debate. ¿Está justificado? ¿Es el arte más importante que el medio ambiente? ¿Es este nuevo tipo de activismo útil para combatir el cambio climático? Etcétera.

En resumen, la devaluación del arte deviene en un tema más para rellenar tertulias. Es un peligro que ningún cristal antibalas, ningún ejército de vigilantes de seguridad armados, es capaz de evitar.

Los museos, sobrepasados

Los visitantes al museo atraviesan un escáner que es capaz de evitar que se repita lo que sucedió en 1914, que una sufragista llamada Mary Richardson atacara siete veces a La Venus del Espejo de Velázquez en la National Gallery —qué tendrá este lugar, además de cuadros portentosos, para atraer a tanto demente— con un hacha de cocina en protesta por el arresto de su compañera Emmeline Parkhurst. Pero esos dispositivos nunca podrán detener a un estudiante con un sobre de puré de patata en polvo metido en el abrigo que más tarde reconstituirá con agua en el cuarto de baño para verterlo sobre un lienzo impresionista francés.

Foto: Varios jefes de Estado y de Gobierno observan 'Las Meninas' durante la última cumbre de la OTAN. (EFE/Brais Lorenzo)

No es el único riesgo que el siglo XXI ha traído a las pinacotecas. Mientras muchas instituciones aún no saben qué hacer con los turistas que hacen fotos con flash a los óleos, otras han comenzado a organizar grandes saraos para, como odiosamente se dice, diversificar los ingresos. O directamente son escogidas para escenificar una gran cena, como sucedió en el Prado durante la reunión de la OTAN. Tanta contención con los visitantes para luego meter frente a Las meninas a 40 jefes de estado, sus respectivos séquitos y cámaras por todas partes. Este hecho es el que hizo que Manuela Mena, jefa de Conservación del museo y una de las mayores expertas mundiales en Goya, concediera a El País Semanal que "incorporar un cristal de seguridad me parece muy buena idea".

Marta Hernández Azcutia, subdirectora general del Instituto del Patrimonio Cultural de España, participó en la redacción del Plan de Protección de Colecciones ante Emergencias para el Museo del Prado. Es sabido que los fondos de un museo están expuestos a muchos peligros, desde un corte de suministro eléctrico a una plaga. Entre ellos está, por supuesto, el vandalismo. Sin embargo, lo que está sucediendo ahora es una amenaza bastante diferente.

PREGUNTA. El vandalismo es, desgraciadamente, casi consustancial a las obras de arte. Sin embargo, estos últimos actos tienen características diferentes; no buscan dañar la obra de arte en sí sino la imagen, lo viral, extender el mensaje, etcétera. ¿Están los museos preparados para esta nueva amenaza? Sobre todo porque pueden suscitar imitadores que no tengan tantas sutilezas.

RESPUESTA. Los museos y las instituciones culturales con colecciones de arte son plenamente conscientes del riesgo de sufrir ataques vandálicos, pero no tienen capacidad para evitarlos cuando la precisión, la velocidad y la finalidad han sido tan cuidadosamente planificadas. El peligro de estas acciones reivindicativas reside en el proceso progresivo de banalización del arte, en la pregunta que se formulan los activistas sobre la importancia de los daños provocados.

"Los museos son plenamente conscientes del riesgo de sufrir ataques vandálicos, pero no tienen capacidad para evitarlos"

Si para jóvenes con conciencia medioambiental la agresión sobre bienes culturales está justificada, no querremos imaginar hasta dónde llegarían chicos sin esa conciencia...

P. Algunas voces, y no solo a raíz de estos ataques, han expresado que quizá algunas de las obras de Velázquez o Goya deberían estar detrás de un cristal. Sin embargo, el museo también tiene esa función civilizadora, de trasladar al visitante que está en un sitio donde se recoge el mejor arte que el ser humano ha sido capaz de producir en varios siglos y por tanto debe comportarse con la madurez consecuente. Supongo que esta tensión está también presente a la hora de elaborar esos planes de emergencia, ¿en qué salas u obras debe prevalecer la protección y en cuáles debe imperar esa función pedagógica?

R. A pesar de que los materiales de protección de las obras de arte presentan cada vez mejores especificaciones técnicas: máxima transparencia sin dominantes de color, mínimos reflejos, gran resistencia frente a impactos... siguen constituyendo una barrera no deseable entre el bien cultural y el visitante. Los planes de emergencia analizan la probabilidad de ocurrencia del riesgo de agresión mediática y reservan para las piezas clave de la colección un refuerzo del personal de seguridad o interponen barreras que, en ciertos casos como el de La Mona Lisa de El Louvre, acaban entorpeciendo claramente la contemplación del objeto y devaluando la experiencia. La idea de un "museo completo encapsulado" no tiene sentido alguno.

P. Entiendo que para las instituciones que han sufrido estos ataques es un reto responder de forma adecuada a este nuevo tipo de agresiones, porque los perpetradores no son como en el pasado, perturbados o gente con antecedentes, sino adolescentes idealistas. ¿Cómo ve esta situación en la que se mezclan lo vandálico, lo ético, lo mediático... cómo se puede salir airoso de este embrollo y detener este tipo de modas perversas?

R. En apenas dos años la sociedad ha sido sometida a un proceso de virtualizacion brutal. Cada vez es más confusa la separación entre la realidad material y el mundo digital. A los jóvenes les cuesta distinguir entre los bienes culturales reales y su versión digital o simplemente, su imagen. Esto favorece la desacralización del arte y este puede usarse en todos los sentidos sin mayor reflexión. Corrientes actuales como la del mercado de los NFT, asociadas a casos tan singulares como la quema del original —en septiembre, un millonario mexicano llamado Martin Mobarak quemó un dibujo original de Frida Kahlo para transformarlo en 10.000 piezas digitales que serían vendidas como NFT— o actos mediáticos como la destrucción de un dibujo de Banksy durante la celebración de una subasta, contribuyen en igual medida a la pérdida de valor de los objetos físicos.

"El riesgo para la sociedad no reside en la destrucción puntual de un objeto concreto, sino en la progresiva desafección entre hombre y arte"

El verdadero riesgo para la sociedad actual no reside en la destrucción puntual de un objeto concreto sino en la progresiva desafección entre hombre y arte: que el ser humano que deje de sentir emociones ante una obra de arte. Este proceso de pérdida de identidad de una sociedad deshumanizada es difícilmente reversible. Contribuimos para evitarlo, dentro de nuestras posibilidades, luchando con pocos recursos en nuestra misión de conservar y proteger nuestro patrimonio.

Con total nocturnidad y alevosía, la noche del 27 de noviembre de 1995, José Guirao tomó una de las decisiones más audaces de su vida. El cristal antibalas que protegía al Guernica fue retirado, y con él se marchó también el guardia civil armado que había acompañado al cuadro más famoso de Picasso desde que regresara a España a principios de los ochenta. El entonces director del Reina Sofía aprovechó una reorganización del museo para, en secreto, desnudar a su principal reclamo, que desde entonces es expuesto en una pared blanca del segundo piso sin más protección que la mirada reprobadora de alguna bedel o un discreto tensabarrier de cable metálico.

Museo
El redactor recomienda