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Vandalismo en museos o "destruir lo que otros veneran": ¿qué hay tras el tartazo a 'La Gioconda'?
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Vandalismo en museos o "destruir lo que otros veneran": ¿qué hay tras el tartazo a 'La Gioconda'?

La historia de la destrucción del arte invita a indagar en la motivación de los atacantes. Y, más allá del análisis psicológico, a distinguir la gamberrada, el delirio y la reivindicación

Foto: El ataque a La Gioconda. (Twitter)
El ataque a La Gioconda. (Twitter)

En 1891, un joven de Nebraska llamado Carey Judson Warbington acudió a una exposición, tomó una silla a hombros y se la tiró a la 'Primavera', de William-Adolphe Bouguereau. Una ninfa aparece desnuda en el centro del lienzo vertical, rodeada por nueve angelotes alados y también desnudos. Mientras se despereza, la alegoría de la primavera en forma de mujer se cubre los pechos como en un gesto de decoro, pero a Carey Judson no le pareció suficiente. Aseguró que "había visto imágenes similares en 'una casa de mala fama', sabía por qué estaban allí y no le habría gustado que su madre o su hermana hubieran visto la pintura". Así que, cogió la silla y la arrojó contra la pintura para destruir lo que "no estaba en el que sin duda es su lugar natural".

El joven, fervorosamente religioso, fue detenido y juzgado. Se le absolvió por "loco" y poco después se suicidó. El coleccionista que había organizado la exposición compró la silla y la expuso junto a la 'Primavera' de Bouguereau antes de enviar el cuadro a un restaurador. La historia se recoge en 'La destrucción del arte' (Cátedra, 2014), un ensayo del historiador italiano Dario Gamboni, que no se centra en la creación de las obras, sino en un fenómeno paralelo y tan antiguo como el mundo: su destrucción. Incluso aquella que solo puede calificarse de 'vandalismo', como la de Warbington y como el reciente ataque a 'La Gioconda' con una tarta, guarda tras de sí una auténtica historia del arte paralela. Si las definiciones de obra, autor y valor han mutado a lo largo de los siglos, las de vándalo, iconoclasta o atacante también lo han hecho. El autor plantea, incluso, si el abandono institucional del patrimonio artístico que conduce a su destrucción también podría considerarse una forma de 'vandalismo institucionalizado'.

Foto: La Gioconda, de Leonardo Da Vinci

El atacante de 'La Gioconda' accedió este domingo al Museo del Louvre, en silla de ruedas y disfrazado con una peluca. Lanzó una tarta contra el cristal que protege el célebre lienzo de Leonardo Da Vinci y unos guardias lo expulsaron de inmediato. Uno de los vídeos publicados en redes sociales muestra al detenido lanzando proclamas ecologistas, aunque sus intenciones no han trascendido. No es la primera vez que 'La Gioconda' sufre un ataque: en 2009, un turista rusa le lanzó una taza y rompió el cristal protector. En el año 74, una mujer intentó pintarla con un spray rojo. En el 56, un hombre le lanzó ácido. Ese mismo año, un estudiante le tiró una piedra.

Algunos jueces, historiadores, psiquiatras o sociólogos han intentado explicar las razones que empujan al ser humano a la agresión de obras de arte. En su volumen dedicado a la destrucción, Dario Gamboni dedica el último capítulo a esa pregunta: ¿qué es lo que distingue la iconoclasia del vandalismo? ¿Qué significado y causas esconden, por ejemplo, lanzar una tarta a 'La Gioconda'? ¿Llamar la atención, reivindicar una causa, derrocar una imagen y su significado, la simple locura? ¿O el morbo mismo de transgredir, como aquel visitante que practicó un agujero en el 'Gernika' con la punta de un lápiz? En su interesante estudio, recoge ejemplos como aquel sillazo a la 'Primavera' de Bouguereau, en el que la acogida mediática del caso provocó que el arma del delito terminara expuesta junto a la obra, elevando el acto de agresión a la misma categoría del lienzo.

placeholder El atentado de Mary Richardson. (Dominio público)
El atentado de Mary Richardson. (Dominio público)

Al caso de Warbington no se le buscaron más explicaciones que el delirio de una patología mental. Algo similar ocurrió una década antes con un iconoclasta alemán en serie, que declaró a la prensa su necesidad de "destruir lo que otros veneraban". Después, se descubrió que aquella frase la extrajo el delincuente de un artículo escrito por un criminólogo en el momento de su detención. Por la alta exposición mediática de sus actos, las explicaciones de agresores en museos suelen tomarse con escepticismo. Pero en algunos casos, Gamboni atribuye a la iconoclasia síntomas de desarreglos psicológicos. Y, a veces, de desarreglos que van más allá del individuo y que buscan llamar la atención del resto sobre una problemática colectiva. Ocurrió en 1914, cuando la sufragista Mary Richardson apuñaló varias veces el lienzo de 'La venus del espejo', de Velázquez. Aseguró que fue una acción contra la misoginia del Gobierno inglés, que había adquirido la obra para la National Gallery de Londres.

"La imagen es casi siempre una representación de algo; una portadora de significado. Es éste 'algo' lo que puede motivar a su destrucción al provocar sentimientos de ira, vergüenza, desacuerdo ético, hostilidad, rabia o deseo incontrolado. Por tanto, el arte siempre es vulnerable porque provoca respuestas, porque inconscientemente puede devenir en prototipo", razonan los investigadores Beatriz Yoldi y Dimitra Gozgou en su investigación sobre este mismo asunto. Para explicar las motivaciones del agresor, Gamboni toma el ejemplo de la destrucción de 'La Caída de los condenados', de Rubens, en 1959.

Un hombre entró en la Alte Pinakothek de Múnich y arrojó ácido sobre el cuadro, hasta destruirlo casi totalmente. Después, bajo el seudónimo de 'Walmen', envió una carta de confesión a los medios de comunicación y se entregó a la policía. "Sus cartas aseguraban que no estaba loco, sino que tenía un mensaje que comunicar extremadamente importante para el futuro de la humanidad". Desde que 'Walmen' quedó huérfano con 17 años, había intentado medrar como filósofo, convencido de que poseía una gran verdad que comunicar al mundo. Vivió en Latinoamérica durante veinte años y en varias ciudades provinciales alemanas. Nunca consiguió el reconocimiento que buscaba, y encontró en la iconoclasia un acto lo suficientemente vandálico, pero con penas no tan altas, como para llamar la atención pública. Según el psicólogo Peter Moritz Pickshaus, uno de los estudiosos más importantes de la iconoclasia, a 'Walmen' le motivó una combinación de desarraigo, narcisismo herido y ansia de reconocimiento, además de una importante distorsión de la realidad.

Es común la negación de la responsabilidad por parte del agresor, que se atribuye la cualidad de 'médium' de una verdad fundamental

El mismo desarraigo que empujaría a un joven boliviano a tirar una piedra a 'La Gioconda' en 1956, según Gamboni. Se descubrió que el atacante había tenido que abandonar su país por ser el hijo de un importante político de la oposición boliviana. También es común la negación de la responsabilidad sobre la acción vandálica por parte de su autor, que se atribuye la cualidad de 'médium' o mensajero de una verdad fundamental. Fue el caso del famoso atacante de 'La Piedad'. En 1975, poco antes de mediodía, un hombre entró en la capilla que contiene la escultura de Miguel Ángel y la golpeó con un martillo de escultor, gritando: '¡Yo soy Jesucristo, Cristo resucitado!'. Resultó ser un polaco, que aseguró que Dios le había ordenado destruir la estatua de la Virgen, porque "no podía tener madre". El atacante cambió su versión varias veces durante el juicio y, finalmente, fue deportado a Australia.

A ese país había llegado desde su Polonia natal, sin saber inglés. Era geólogo, pero su título no fue reconocido y tuvo que trabajar en una fábrica de jabón. Se fracturó el cráneo en una pelea y "desapareció durante algún tiempo", antes de viajar a Roma. Reapareció con barba y pelo largo, y marchó a Italia con la intención "de ser reconocido como Cristo". Por eso, decidió que destrozar el Cristo de la escultura de Miguel Ángel era el lenguaje más universal y llamativo para su mensaje.

Como concluye Gamboni en su texto, las agresiones a obras de arte han proliferado desde el siglo XIX y responden a motivaciones que van desde la psicología del atacante, hasta las reivindicaciones políticas o el simple deseo de atención. Pero, al contrario de lo que ilustran estos ejemplos mediáticos, el vandalismo puede reconvertirse en forma de arte institucionalizado, como ocurrió con la famosa 'Gioconda' con el bigote añadido por Duchamp. La historia de la destrucción del arte y sus múltiples ejemplos invitan a reflexionar sobre lo que motiva a los atacantes. Y, más allá del análisis psicológico, a distinguir la gamberrada, el delirio y la reivindicación.

En 1891, un joven de Nebraska llamado Carey Judson Warbington acudió a una exposición, tomó una silla a hombros y se la tiró a la 'Primavera', de William-Adolphe Bouguereau. Una ninfa aparece desnuda en el centro del lienzo vertical, rodeada por nueve angelotes alados y también desnudos. Mientras se despereza, la alegoría de la primavera en forma de mujer se cubre los pechos como en un gesto de decoro, pero a Carey Judson no le pareció suficiente. Aseguró que "había visto imágenes similares en 'una casa de mala fama', sabía por qué estaban allí y no le habría gustado que su madre o su hermana hubieran visto la pintura". Así que, cogió la silla y la arrojó contra la pintura para destruir lo que "no estaba en el que sin duda es su lugar natural".

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