La pintura gore y justiciera de Artemisia conmueve Londres
La National Gallery propone una exposición exhaustiva sobre la obra de la artista del Barroco, un viaje memorable entre el arte y la vida
Llama la atención la asiduidad con que Artemisia Gentileschi (1593-1654) recurría a las decapitaciones masculinas a manos de mujeres. Tal como prueba la exposición inaugurada en la National Gallery de Londres, la artista romana acudía una y otra vez al mito de Judit y de Holofernes, al sacrificio del Bautista, al martirio que Jael infligió a Sísara, o sea, la crónica de un capítulo gore del Antiguo Testamento que recrea la frialdad de la heroína judía clavando un cincel en la cabeza del general del ejército de Canaán.
Se trata de escenas formidables en la teatralidad, en la dramaturgia redundante del Barroco, en el desgarro de los personajes, incluso en la pretensión de llevar más lejos el principio del expresionismo 'caravaggesco', pero unos y otros cuadros, unos y otros tormentos, redundan igualmente en una inquietante lectura de despecho freudiano y de exorcismo pictórico.
Porque Artemisia, hija del pintor florentino Orazio Gentileschi, fue violada por uno de los maestros que se ocuparon de instruirla, Agostino Tassi. Y porque las penurias y las torturas que hubo de sufrir hasta prosperar la denuncia convirtieron el arte en un espacio de justicia más o menos subconsciente, un lugar donde Artemisia ejercía de pintora y de tribunal de los hombres.
Es el motivo por el que el itinerario de la exposición londinense recupera el lienzo de 'Susana y los viejos', un préstamo del castillo de Weissenstein (Alemania) que evoca con enorme poder dramatúrgico el trance en que dos ancianos despiadados intentan pervertir a la joven muchacha judía. Terminaron los ancianos maquinando, cuenta el Libro de Daniel, para reprocharle su propio delito y fue condenada a la lapidación por adulterio, tal como acostumbra a suceder con las sentencias de los tribunales islámicos de nuestro tiempo, aunque el pasaje bíblico desenmascara 'in extremis' la verdad, poniendo a salvo la pureza de Susana, como Artemisia puso a salvo la suya después de haber estado expuesta a un proceso judicial tormentoso, nauseabundo, cuando no humillante.
Ella era la mujer sucia y pervertida. Cualquier expectativa de justicia se malograba en las convenciones discriminatorias, de tal manera que Artemisia recreaba su propio espacio de justicia en el taller donde trabajaba semiclandestinamente. El arte era el punto de fuga, el espacio donde se rectificaban simbólicamente las sentencias de los tribunales.
Mujeres pintoras
Estaba contraindicado y a veces hasta prohibido que las mujeres se dedicaran a la pintura en la transición del Renacimiento al Barroco, aunque el caso de Artemisia Gentileschi es significativo de una generación o de una época que ha ido adquiriendo reputación en la revisión de los cánones. Empezando por el caso de Sofonisba Anguissola (1530-1625), precursora de la colega romana, que fue llamada a la corte de Felipe II y que retrató al monarca en un cuadro tradicionalmente atribuido a Sánchez Coello.
Anguissola abrió el camino a otras dos compatriotas que 'operaron' en el trayecto del siglo XVI al XVII. La fama de Lavinia Fontana, ponderada en una reciente exposición del Museo del Prado, explica que el papa Clemente VIII la incorporara a su círculo de aristas de confianza, mientras que Fede Galizia, oriunda de Milán, está considerada una de las artistas más reputadas en el género de los bodegones y de los retratos, por mucho que su obra más conocida sea precisamente un lienzo sobre... el sacrificio de Holofernes a manos de Judith.
Procede recordar que Roma era una ciudad donde bullía el Barroco por la herencia de Caravaggio y por la dialéctica estética que se restregaron Bernini y Borromini, pero también respondía a los extremos de una urbe peligrosa para las mujeres —vivían en minoría y en situación de acoso— e inasequible más aún para aquellas que aspiraban a convertirse en artistas.
Artemisia aprendió el oficio en casa y tuvo ocasión de perfeccionarlo en Florencia, bajo la protección de Cosme II de Medici. Se convertía así en la primera mujer que accedía a la Academia de Pintura y en el asombro de una ciudad 'moderna' en la que pudo entablar amistad con Galileo Galilei.
La pintora es un mito contemporáneo del feminismo por su capacidad emancipadora, por su valentía e independencia, por su vocación viajera...
La fertilidad del periodo florentino queda reflejada en el itinerario de la exposición de la National Gallery, como también constan en la muestra los ejemplos de su viaje británico. Incluido un lienzo misterioso que describe la figura de Artemisia en el trance de pintar. Se titula la obra 'Autorretrato como alegoría de la pintura'. Y aparece la artista en una posición de escorzo, abriendo los brazos como si la escena la sorprendiera en un pasaje de inspiración. No es solo un cuadro, es un acto de reivindicación.
Se hacía justicia y justiciera la pintora, vengaba en los lienzos los obstáculos de una carrera contra corriente que la ha transformado en mito contemporáneo del feminismo por su capacidad emancipadora, por su valentía, por su independencia, por su vocación viajera —Nápoles, Venecia... Londres— y por el respeto que llegó a adquirir en la fiebre estética del Barroco italiano. Y no se hacen necesarios otros pormenores sensacionalistas para 'justificar' la exposición londinense, como se antoja gratuito hablar de pintura femenina, independientemente de la proliferación de exposiciones que revisan el pasado y que aspiran a remover los cánones de género.
El interés de la exposición de Artemisia Gentileschi, fuera de la connotación de los cromosomas, consiste en connotar su personalidad estética, su creatividad, su vigencia, su influencia, pero también se trata de documentar, cuadro a cuadro, expiación a expiación, el viaje de ida y vuelta entre el arte y la vida, si es que alguna vez hubo alguna diferencia.
Llama la atención la asiduidad con que Artemisia Gentileschi (1593-1654) recurría a las decapitaciones masculinas a manos de mujeres. Tal como prueba la exposición inaugurada en la National Gallery de Londres, la artista romana acudía una y otra vez al mito de Judit y de Holofernes, al sacrificio del Bautista, al martirio que Jael infligió a Sísara, o sea, la crónica de un capítulo gore del Antiguo Testamento que recrea la frialdad de la heroína judía clavando un cincel en la cabeza del general del ejército de Canaán.