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Van der Weyden sale vivo del Calvario
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la restauración saca a la luz la obra maestra

Van der Weyden sale vivo del Calvario

Cuatro años después, casi seis siglos más tarde, la obra de Patrimonio Nacional ha pasado de estado crítico a obra maestra. El Museo del Prado ha montado una muestra impactante en torno a la pintura

Foto: Tras cuatro años de restauración, 'El Calvario' luce sin las heridas que lo desangraban. (REUTERS/Susana Vera)
Tras cuatro años de restauración, 'El Calvario' luce sin las heridas que lo desangraban. (REUTERS/Susana Vera)

El pintor más revolucionario del siglo XV es un fantasma que la historia del arte ha convertido en el pintor más revolucionario del siglo XV. Apenas conocemos nada de su vida y si tenemos rastros de su obra es por un ejercicio de relación de los conservadores, que elucubran a partir de cuadros sin la firma de Rogier van der Weyden. Descendimiento, Virgen Durán y Calvario son, de momento, la cima de la sofisticación de una carrera que acabó con las fórmulas del Gótico Internacional y las de sus maestros, Van Eyck y Robert Campin.

La reconstrucción de una vida troceada y rota recuerda mucho a la restauración del Calvario, que se puso en marcha en 2011 y que se ha presentado en el Museo Nacional del Prado, dentro de “la primera retrospectiva” dedicada al artista con el que soñaba Felipe II y María de Hungría. Había que “revelar el original de Van der Weyden”, debía devolver “la visión de la obra como obra maestra”. Esa es la paradoja de toda esta operación Weyden: para volver a considerarla una obra de arte maestra ha sido necesaria la cirugía estética y solamente con la exquisita intervención de Loreto Arranz y José de la Fuente contemplamos una ilusión de lo que pudo ser.

Ahora, una vez ensambladas las 13 finas tablas horizontales, corregidas las tensiones de la estructura, reparadas las pérdidas de pintura, retirados los añadidos y parches, recuperado el color, una vez rescatada de la ruina –todo muy español- podemos creer en la fama y el prestigio de una obra sublime por su pobreza y humildad de recursos.

Sólo la ilusión de la inmortalidad brillante y colorista, sin mácula ni rasguño, sin tropiezo del tiempo, ni incendios, ni viajes insanos, parecen devolver la confianza en esta pintura que Rogier donó a la iglesia de los cartujos donde profesaba su hijo. Es, como apuntó Manuel Marín –ex presidente del Congreso de los Diputados y actual director de la Fundación Iberdrola- es “un trabajo fantástico”. Exacto, un trabajo que lleva la obra más allá de lo que es.

La restauración es una ciencia basada en la ilusión que combate contra la irremediable extinción de la materia. La eternidad no tiene futuro, pero los restauradores tienen la llave de la inmortalidad. La ilusión viste las pareces de los museos, lo que vemos es una farsa gloriosa.

La tormenta perfecta

Esta exposición que inaugura El Prado es también la tormenta perfecta de todo lo que no se ve en una sala de exposiciones, todo lo que está detrás de las joyas que cuelgan. Veamos, dos instituciones que andan a la gresca por heridas de la Guerra Civil sin curar, acuerdan una intervención para restaurar una obra magna y, con la excusa de presentarla, montan una exposición impactante en torno a la figura de un artista único que fue vanguardia de la representación, los componentes y la composición.

Rogier van der Weyden es la colisión entre Patrimonio Nacional y Museo Nacional del Prado. Sobre el pintor flamenco uno tiene la potestad y el otro la autoridad. Descendimiento y Calvario pertenecen a Patrimonio, la Virgen Durán al Prado. Sin embargo, en el Monasterio del Escorial ahora está la extraordinaria copia que entusiasmó a Felipe II de Coxcie del Descendimiento, antes de comprar el original. Franco dejó por escrito en el BOE del 2 de marzo de 1943, que quedarían en “depósito temporal, en el Museo Nacional del Prado”.

En 2016 se inaugura el Museo de las Colecciones Reales y Patrimonio Nacional necesita hitos, iconos, atracciones para justificar una inversión de casi 160 millones de euros.De momento, cuenta con el Calvario, del que la gerente de Patrimonio, Alicia Pastor, anuncia que en junio volverá a quedar en el Monasterio de manera “permanente”, aunque no descarta que visite el nuevo museo…

Salió como ruina, vuelve como gloria. Dice Loreto Arranz, restauradora desde hace casi 30 años en Patrimonio Nacional y responsable de haber devuelto a la vida a la superficie de la última obra atribuida a Weyden, que alguien se le ha acercado durante la presentación de la pintura renacida para darle las gracias porque antes lloraba delante del cuadro y ahora reza. “Eso es lo que quería Weyden. Ese es el mejor piropo”, cuenta.

Reconoce que esta pintura estaba relegada porque el estado de conservación era lamentable. “Era una imagen desvirtuada. La obra maestra estaba demasiado oculta”. Los colores se habían oscurecido y el rojo bermellón de mercurio era marrón por un incendio en una sala cercana, en 1671. El calor afectó a la obra que modificó las lacas. Sólo se salvó del colore original los blancos que empleó el maestro en los rostros y las telas.

Arranz ha logrado que la obra recupere su valor, su trazo; ha encontrado los dejes y guiños, las manías y licencias que también son la firma de Van der Weyden

Al levantar los repintes aparecían los colores luminosos, cuenta, y su pincelada, y el relieve, y el dibujo en algunas partes. “Quitabas el envoltorio y encontrabas la sorpresa. Iba saliendo el original poco a poco”. Había restaurado el retrato de Felipe de Borgoña, en estos momentos en la exposición del Retrato Real, atribuido al taller de Weyden, pero le ha fascinado la maestría y la minuciosidad de pincelada con la que trabaja, “tanto en un cuadro de bolsillo como en uno a escala monumental”.

Ha logrado que la obra recupere su valor, su trazo; ha encontrado los dejes y guiños, las manías y licencias que también son la firma de Van der Weyden. “El encaje de los rizos. Los rizos del san Juan son muy típicos suyos. Eso es muy difícil de imitar”. También le sorprende esas figuras escultóricas, el volumen, el pequeño espacio en el que se desarrolla la acción, le sorprende lo que a todos: esa manera de componer más audaz y dinámica, la provocación a la escultura (que termina superando), el escenario teatral, la devoción sensiblera por el dolor y el lamento.

placeholder Un hombre observa el 'Tríptico de los 7 sacramentos'. (REUTERS)
Un hombre observa el 'Tríptico de los 7 sacramentos'. (REUTERS)

El montaje de la exposición del Prado ha evitado el enfrentamiento entre Calvario y Descendimiento, un cuadro pobre ante uno rico. Tampoco incide en el contexto histórico, en lo que hizo saltar por los aires Van der Weyden. Una reunión única de obras únicas, y ya. Junto a las citadas, el Tríptico de los 7 sacramentos y el Tríptico de Miraflores. Dos obras en las que se comporta distinto, en las que no elimina el fondo, ni niega el espacio, sino que se deleita en el detalle y el pormenor… Pero, ¿cuál de todos es el auténtico Van der Weyden?

El pintor más revolucionario del siglo XV es un fantasma que la historia del arte ha convertido en el pintor más revolucionario del siglo XV. Apenas conocemos nada de su vida y si tenemos rastros de su obra es por un ejercicio de relación de los conservadores, que elucubran a partir de cuadros sin la firma de Rogier van der Weyden. Descendimiento, Virgen Durán y Calvario son, de momento, la cima de la sofisticación de una carrera que acabó con las fórmulas del Gótico Internacional y las de sus maestros, Van Eyck y Robert Campin.

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