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Patrimonio Nacional busca unas 'Meninas' para el Museo de las Colecciones Reales
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el centro costará casi 160 millones de euros

Patrimonio Nacional busca unas 'Meninas' para el Museo de las Colecciones Reales

El centro abrirá en un año, pero todavía no han decidido cómo organizarán las casi mil piezas que se repartirán a lo largo de las res salas, y entre las que no está la protagonista del museo

Imaginen un museo de 160 millones de euros que podría haber costado doscientos. Imaginen cuatro plantas adheridas a un cortado de 30 metros, con un ascensor capaz de tragarse de un bocado un autobús de ochenta japoneses después de haber visitado el Palacio Real en hora y media. Imaginen que al abrirse las puertas del montacargas más grande en el que hayan subido aparecen en una nave inmensa, tan larga que Usain Bolt podría volver a ser el hombre más rápido del planeta.

Una hilera de columnas de granito, cuadradas, huecas por dentro, hechas con el mismo material del Palacio Real y la catedral de la Almudena, se repiten, una tras otra, en algo más de cien metros. Al otro lado de los vanos se ve Madrid, la Casa de Campo y, estos días, las lomas nevadas de la sierra. La luz natural apenas pasa, “los museos son cada vez más espacios en penumbra, para evitar el daño de la luz sobre las obras de arte”.

Habla Emilio Tuñón, el arquitecto responsable de hacer de la imaginación, realidad, en el penúltimo proyecto faraónico de la capital: el Museo de las Colecciones Reales de Patrimonio Nacional, un proyecto nacido para albergar las joyas artísticas y decorativas que pagaron los Habsburgo y los Borbones, y que en el reparto no han acabado formando parte de los fondos del Museo Nacional del Prado.

Un museo que pretende mostrar cerca de 1.000 piezas, desde tapices a pinturas, pasando por armaduras y carruajes, y convertirse en un lugar único en Europa, un canto a las ajadas luces de la monarquía española. Antes tienen que encontrar al protagonista de esta superproducción. El Prado tiene Las Meninas de Velázquez, el Reina Sofía el Guernica de Picasso y el Museo de las Colecciones Reales… nada.

“No tenemos decidido cuál es el icono del museo, pero no es más que mercadotecnia”, asegura el presidente de Patrimonio Nacional, José Rodríguez-Spiteri Palazuelo, que se muestra tranquilo a pesar de la falta de concreción del proyecto que prevé abrir sus puertas en abril de 2016. “Es cierto que todo museo necesita referentes”, reconoce al momento y explica que, después de ver más de tres armaduras y carruajes, “los visitantes entran en aburrimiento”. “¿Cómo convertimos una armadura en algo icónico?”, se pregunta sabiendo que es una cuestión irresoluble. “Una fila interminable de tapices tiene una atracción muy limitada”.

De momento, han levantado el primer depósito para recuperar un inmenso Mengs, que Carlos III tenía en su despacho. Pero con eso no es suficiente: “Ojalá hubiese algo bueno en los almacenes que pudiésemos convertir en un icono. Descartamos descubrir tesoros extraños en los almacenes, porque lo bueno ya está expuesto”, se lamenta Rodríguez-Spiteri.

El pasado verano se embarcó en una dura batalla –tal y como adelantó este periódico- con el Museo Nacional del Prado para recuperar lo que es suyo: cuatro obras maestras que quedaron en la pinacoteca durante la Guerra Civil, en forma de préstamo temporal, pero que nunca regresaron a su lugar de origen, el Monasterio del Escorial.

Cualquiera de ellas podría ser el corazón de este edificio megalómano: El descendimiento, de Roger van der Weyden; Jardín de las delicias y La mesa de los pecados capitales, del Bosco; y Lavatorio, de Tintoretto. Las necesitan como sea para justificar el desembolso público. Además del precio de la obra, costará mantener el museo siete millones de euros al año.

Sin embargo, El Prado niega la devolución y las dos instituciones andan enzarzadas en una guerra que tampoco tiene solución. Rodríguez-Spiteri no las da por perdidasy dice que la cuestión se encuentra “en una negociación complicada”, no sabe si en el principio del final o al final del principio. Así que confía en sus “negociadores atléticos, porque esto es un maratón”.

Esta visión optimista no la comparte el presidente del Patronato del Prado, José Pedro Pérez-Llorca, que anuncia que “ese problema ha dejado de ser un problema”. Quizá hacía referencia -con su elocuencia habitual- a la jubilación inminente de Rodríguez-Spiteri. Mientras tanto, las consecuencias de la fricción se hacen evidentes.

Acabe como acabe el tira y afloja, a un año de su inauguración, el proyecto está inmerso en un mar de dudas museográficas. El presidente define el nuevo museo como un “experimento peculiar”, porque se hará un relato del mecenazgo de la monarquía española. Sin embargo, desconocen cómo lo resolverán: o bien dividido por reinados y sus compras o bien cronológicamente por obra. “Es extraño encontrar a un mismo pintor en dos lugares distintos”, cuenta.

Tampoco saben cómo van a evitar contraprogramarse ellos mismos con la visita al Palacio Real. “¿Cuánto requiere ver el conjunto entero? ¿Un día? Estamos pensando en esto”, asegura con templanza, como restando importancia al hecho de que estos estudios no estén hechos antes de la inversión.

También desconocen si la exhibición del millar de piezas descapitalizará los Reales Sitios desde donde llegarán. “En El Escorial hay tal cantidad de obras importantes, que podrán ir pasando por el museo. Creemos que un museo estático tampoco tiene sentido: hay que renovar la oferta para hacerlo atractivo y, cada cierto tiempo, mover las piezas. Además, no es lógico que palacios como el de La Granja estén decorados con piezas que no estaban pensadas para ellos, porque están fuera de contexto histórico”, explica el presidente. Así que, cuando muevan toda esa cantidad de obra al nuevo museo, tendrán que restituir la decoración original de esos palacios. Pero esta es otra de las cuestiones que todavía no han pensado.

Imaginen un museo de 160 millones de euros que podría haber costado doscientos. Imaginen cuatro plantas adheridas a un cortado de 30 metros, con un ascensor capaz de tragarse de un bocado un autobús de ochenta japoneses después de haber visitado el Palacio Real en hora y media. Imaginen que al abrirse las puertas del montacargas más grande en el que hayan subido aparecen en una nave inmensa, tan larga que Usain Bolt podría volver a ser el hombre más rápido del planeta.

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