La pasión y La Movida vuelven a Las Ventas
La feria de San Isidro aglutina una masiva afluencia de jóvenes que van a los toros y que luego prolongan la fiesta en la mega-discoteca que se organiza en la propia plaza madrileña
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Quienes consideran que la tauromaquia agoniza harían bien en cotejar sus impresiones acercándose a Las Ventas. Porque los tendidos —23.000 espectadores— rebosan casi todas las tardes. Y porque la experiencia que supone acudir a la feria 29 tardes consecutivas se prolonga en la vida nocturna de la plaza hasta bien entrada la madrugada.
La explicación es interesante porque la heterogeneidad de los madrileños y no madrileños que se quedan de fiesta en Las Ventas se nutre fundamentalmente de espectadores jóvenes. Van a la plaza a las 19.00 y se marchan siete u ocho horas después. Y puede que predomine el 'outfit cayetano', pero la vitalidad de Las Ventas antes, durante y después de los toros contradice rotundamente la idea de una Fiesta en decadencia.
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Se diría que La Movida ha vuelto a Las Ventas. No ya por el fervor lúdico que caracterizan las terrazas y la música en directo, sino porque la banda sonora que ameniza la post-corrida evoca muchos de los himnos y de los grupos ochenteros y noventeros que se adhirieron a la pasión taurina.
Ya decía Jaime de Urrutia, el líder de Gabinete Caligari, que su vida de aquellos años transcurría entre Rockola —el templo pagano de la transgresión— y Las Ventas, desmintiendo que los toros representen un acontecimiento conservador y rancio. La reaparición de Antoñete, el torero progre, atrajo a la intelectualidad y a los artífices de la movida, incluidos Almodóvar, Loquillo, Aute y otros epígonos de la desinhibicíón cultural.
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Han cambiado los tiempos porque una carpa de Vox pretende atribuirse la antorcha de la defensa taurina. Y porque el reparto de abanicos de cartón exterioriza la manipulación política del partido ultra, aunque el discurso identitario y la aclamación de los “Vivas a España” que trascienden en el ruedo no definen la idiosincrasia de una plaza variada y variopinta.
Han ido a los toros estos días Carmen Calvo, Sergio Ramos, Rocío Monasterio y José Andrés. Y el miércoles acudirá Felipe VI, aunque la gran novedad de la feria de San Isidro acaso concierne a la proliferación de espectadores jóvenes. El testigo ha pasado de abuelos a nietos. Y las tentaciones prohibicionistas parecen haber estimulado la atención de un público adolescente y veinteañero que ha encontrado en Las Ventas un espacio lúdico insólito que los atrae con referencias generacionales.
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De hecho, la notoriedad de las primeras figuras —Morante, Juli, Manzanares…— es menos relevante en el ámbito sociológico que la repercusión de los matadores jóvenes. Ninguno más atractivo y poderoso que Andrés Roca Rey —en su carisma y en su tauromaquia de asombro—, aunque la lista de toreros jóvenes tanto alcanza a quienes mejor manejan las redes sociales —Román, Gonzalo Caballero, Álvaro Lorenzo, Ginés Marín— como a los diestros que se han destapado en la isidrada de 2022. No solo Tomás Rufo, triunfador de Sevilla y protagonista en Las Ventas el pasado 20 de mayo (dos orejas), sino la sorpresa mayúscula de Ángel Tellez, cuya salida a hombros en la tarde del pasado viernes precipitó una impresionante avalancha —civilizada— de jóvenes que se echaron al ruedo.
Era el preámbulo de la fiesta posterior. La plaza bulle y hierve con todos los pormenores de una mega-discoteca. Hay zonas vip, terrazas para mayores 23 años y un ajetreo de jóvenes y de mayores a quienes se les puede sorprender cantando a capella un himno de los Hombres G.
Quienes consideran que la tauromaquia agoniza harían bien en cotejar sus impresiones acercándose a Las Ventas. Porque los tendidos —23.000 espectadores— rebosan casi todas las tardes. Y porque la experiencia que supone acudir a la feria 29 tardes consecutivas se prolonga en la vida nocturna de la plaza hasta bien entrada la madrugada.