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El Camino de Santiago pierde su espíritu: una ciudad invadida por 'peregrinos influencers'
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EL CONCELLO PROPONE COBRAR AL TURISTA

El Camino de Santiago pierde su espíritu: una ciudad invadida por 'peregrinos influencers'

El recorrido ha pasado de espiritual a viral. La plaza del Obradoiro se asemeja a la explanada de un macrofestival más que la meca de las peregrinaciones europeas. El ayuntamiento, del BNG, propone una tasa turística

Foto: Peregrinos en el Obradoiro. (EFE/Cristóbal Herrera)
Peregrinos en el Obradoiro. (EFE/Cristóbal Herrera)

Santiago de Compostela, la ciudad de piedra, se plastifica. Decenas de franquicias de comida rápida y souvenirs ocupan los espacios que antaño fueron tiendas de zapatos, paraguas, sombreros, droguerías o comestibles. La turistificación los ha devorado. Ahora son heladerías, kebab o embutidos de Salamanca. O marisquerías poblando la rúa do Franco a precios de forastero. Un paseo a cualquier hora del día (y casi de la noche) por la plaza del Obradoiro te deja boquiabierto sin necesidad de admirar la arquitectura catedralicia de un conjunto que es Patrimonio de la Humanidad desde 1985.

Cientos de mochilas, bicicletas y botas se acumulan en cualquier piedra milenaria de la ciudad, mientras sus peregrinos propietarios roncan y pernoctan en sus sacos. Cocinan e improvisan un picnic, hacen selfis en posturas acrobáticas, gritan y jalean al pie de una catedral muy fotogénica que ha visto pasar el románico, el gótico y el barroco, pero que no había visto nada igual al delirio de TikTok o Instagram. El Ave María cantado a pleno megáfono, coreografías grupales, un hombre tratando de escalar la Puerta Santa y hasta queda el recuerdo de unos caballos aparcados y defecando ante el portalón de la iglesia de Salomé, en plena rúa Nova, una de las arterias que desembocan en Platerías y la Quintana.

Foto: Al llegar a Santiago de Compostela tenían claro que no querían separarse. (iStock)

Todo muy alejado del silencio y el recogimiento que pregona ese viaje interior que es el Camino al que se han apuntado (por tramos) desde Juan Pablo II a Angela Merkel, pasando por Martin Sheen, Stephen Hawking, David Bisbal, Miguel Induráin y, últimamente, Jose Luis Martínez Almeida.

El problema no termina en Compostela. Se ha estirado otros 80 kilómetros hasta Fisterra, donde el Ayuntamiento ya ha tenido que intervenir para atajar el falso ritual de quemar las botas en piras del final del Camino. Hace años colocaron paneles informativos y lanzaron la campaña Buen Camino, mejor Final, pero no sirvió de mucho y los comportamientos incívicos y quemas irregulares de ropa y calzado acabaron por causar incendios forestales y perturbar la paz de un pueblo de 4.000 vecinos da Costa da Morte, el último en despedir al sol en el arco atlántico europeo. Se han prohibido las quemas y colocaron contenedores para recoger los textiles que los caminantes desechan.

Foto: (iStock)

Volviendo a la capital gallega: este julio ha sido demencial. Incluso por encima de los veranos de 2021 y 2022, que fueron Años Santos. Hacer el Camino en cualquiera de sus vertientes —francés, inglés, portugués, primitivo o del Norte— es tendencia global y los vuelos de bajo coste al aeropuerto Rosalía de Castro han hecho el resto. Lo dicen las cifras de ocupación hotelera, que celebra un sector muy enfocado ya al turismo como sustento económico. En la cara B, lo lamentan los vecinos, cada vez más irritados por la masificación y la gentrificación del centro histórico de una ciudad universitaria que ha expulsado a los estudiantes con alquileres demenciales —de 1.000 a 2.000 euros— y pisos reconvertidos en apartamentos turísticos.

Santiago suma 98.000 vecinos y recibe más turistas (1,15 por vecino) que Barcelona (0,44), Granada (0,64) o Palma (0,77), de acuerdo a las cifras de ocupación hotelera del INE. La pandemia aplanó la tendencia, pero en los últimos meses explotó. En 2022, la Xunta contabilizó seis millones de peregrinos de 185 países. En el primer semestre del 2023, las cifras de peregrinos que pasaron por la Oficina (155.000) ya superaron con creces las registradas el año pasado en el mismo periodo.

Foto: Alfonso Rueda. (EFE/Xoán Rey)

El Gobierno gallego de Alfonso Rueda (PP) está encantado de batir récords y presume de unas cifras de visitantes que quiere superar en años sucesivos —el próximo Año Santo es 2027— pero desde el Ayuntamiento de Santiago le gritan basta.

Xunta y Concello están en dos bloques opuestos a la hora de afrontar la gestión del éxito del Camino. Mientras el Ejecutivo paga a instagrammers e influencers para promocionar el Camino, la nueva alcaldesa de Compostela, Goretti Sanmartín (BNG) ha lanzado estos días un Código de Buenas Prácticas articulado en doce puntos para ir erradicando los "comportamientos inadecuados e incívicos" de muchos visitantes. La regidora, que se presentó a las municipales abogando por un turismo "más sostenible" ya ha remitido al presidente Rueda la propuesta para implementar una tasa turística —de 0,50 céntimos en pensiones y hostales a 2.5 euros para hoteles de lujo— para compensar el refuerzo de los servicios públicos de limpieza y seguridad en un casco viejo que se desborda. Le urge a una reunión para bajarle una marcha a la saturación peregrina que amenaza la convivencia vecinal.

Urgencias saturadas y hartazgo

En 1992, en plena resaca de las olimpiadas de Barcelona 92 y la Expo de Sevilla, Manuel Fraga Iribarne, se propuso hacer de la Catedral de Compostela el faro del turismo gallego y, ciertamente, lo consiguió. La intensa acción institucional a través de Turismo de la Xunta a favor del Camino fue calando. El actor norteamericano de origen gallego Martin Sheen —Ramón Antonio Gerardo Estévez en Parderrubias (Pontevedra)— le dio un buen empujón a la promoción rodando The Way con su hijo Emilio Estévez en 2010. En la última década, las redes sociales han hecho el resto.

Todo por y para el turista, que en 2023 se encuentra con un Santiago alejado de su idiosincrasia

Hace unas semanas, un peregrino alemán entró caminando al Obradoiro portando al hombro una de las señales verticales del Camino como un trofeo. En la cara opuesta: los compostelanos (o picheleiros) más longevos se lamentan de que apenas hay niños ni estudiantes en el centro. El alza imparable de los precios los ha expulsado a las afueras. Licorerías, droguerías y pequeños negocios artesanos en el entorno de la catedral y del mercado de Abastos que han sucumbido a las tiendas de recuerdos donde la misma mercancía se replica en serie en un bajo tras otro. Todo por y para el turista, que en 2023 se encuentra con un Santiago ya muy alejado de su idiosincrasia.

La saturación llega incluso hasta las Urgencias del Hospital Clínico de Santiago (CHUS), con los profesionales desbordados por la presión de un centro sanitario dimensionado en personal y recursos para la comarca, no para asumir a millones de peregrinos con las incidencias más variopintas.

"La convivencia entre la vecindad y quienes nos visitan se está complicando", señalan desde A Xuntanza, la asociación vecinal del barrio de San Pedro que los peregrinos atraviesan para entrar a Compostela. Han elaborado un decálogo para concienciar al peregrino de que la última etapa del Camino debe ser compatible con la vida de barrio, el derecho al descanso y el cuidado y la preservación de un patrimonio amenazado por la masificación. "El Camino es especial en sí mismo. Perturbarlo es traicionar su esencia", rematan.

Santiago de Compostela, la ciudad de piedra, se plastifica. Decenas de franquicias de comida rápida y souvenirs ocupan los espacios que antaño fueron tiendas de zapatos, paraguas, sombreros, droguerías o comestibles. La turistificación los ha devorado. Ahora son heladerías, kebab o embutidos de Salamanca. O marisquerías poblando la rúa do Franco a precios de forastero. Un paseo a cualquier hora del día (y casi de la noche) por la plaza del Obradoiro te deja boquiabierto sin necesidad de admirar la arquitectura catedralicia de un conjunto que es Patrimonio de la Humanidad desde 1985.

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