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El edicto contra la holgazanería que llevó a un pueblo de Aragón a iluminar todo Londres
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OPERACIÓN 100.000 OLIVOS

El edicto contra la holgazanería que llevó a un pueblo de Aragón a iluminar todo Londres

Esta zona de España se empezó a vaciar en 1956, cuando una helada asoló los olivares. Ahora, una iniciativa ha recuperado 15.000 árboles y da trabajo a personas gracias a padrinos de 27 países

Foto: Estas manos saben lo que es trabajar el campo. (G. M.)
Estas manos saben lo que es trabajar el campo. (G. M.)

Se dice que su aceite llegó a iluminar las calles de Londres, pero mucho antes los íberos ya lo utilizaban. El Bajo Aragón, tan rico tiempo atrás por la producción de este oro líquido, es ahora, tristemente, un buen ejemplo de la España vaciada. Aquí, donde quedó desterrada la holgazanería, necesitan una nueva vida ante la disminución y envejecimiento poblacional. Y eso es lo que quiere conseguir Apadrina un Olivo, la iniciativa que reúne a 7.000 personas de 27 países diferentes que con sus aportaciones crean trabajo estable y revitalizan la comarca.

En Oliete, un pueblo del Bajo Aragón que ha pasado de 2.500 habitantes a 330 en los últimos años, se ubican las 26 hectáreas de olivares que actualmente explotan desde Apadrina un Olivo. “Aquí se dio una primera tradición, ligada al autoconsumo, más o menos cuando la cristianización, así que hay árboles que tienen 800 años”, explica Víctor Enrique Vidal, el agrónomo de la entidad. Esos son los árboles más antiguos del territorio, pero no los únicos. Según este agricultor ecológico de profesión, el boom de los olivos se dio entre 1624 y 1646, cuando Gerónimo Ardid prohibió la holgazanería mediante un documento promulgado por él mismo: Restauro de la agricultura y destierro del ocio.

Foto: Foto: Getty Images/David Ramos.
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En ese momento, la variedad empeltre de aceituna se empezó a extender por todo el territorio. “Había unos beneplácitos por mantener el olivo, unas medidas de gracia, así que muchos vecinos de estos pueblos se decantaron por ellos”, añade Vidal. ¿Y por qué erradicar el ocio de estos lugares? Responde el agricultor: “En los pueblos, se vivía bastante bien porque el cometido era tener alimento. El de la ciudad, este caso Zaragoza, era tener dinero para poder comprarlo. Por eso en los pueblos no se trabajaba demasiado, porque no les hacía falta el dinero para vivir, solo comida, y ya la tenían”.

Tal fue la explosión de olivos, que la producción de aceite llegó a sus máximos a finales del siglo XVII y principios del XVIII. El oro líquido llegaba a Navarra, País Vasco y Francia; también al puerto de Amberes, desde donde se distribuía a todo el mundo. “Este aceite se llegó a utilizar para iluminar la ciudad de Londres”, sostiene el mismo Vidal. A partir del siglo XX, una lata metálica era el medio perfecto para que el producto estrella del Bajo Aragón llegara más allá de los mares.

La helada que deshabitó Oliete

José Ignacio Micolau, vecino de Alcañiz, es de esas personas que tienen aún algunos olivos en propiedad. También ha sido durante las últimas décadas el archivero y bibliotecario del pueblo, y un gran conocedor de la historia de la zona. Él es quien data en 1956 el final de esta historia o, al menos, su primer capítulo: “Ese año hubo una helada brutal, con todas las ramas de los olivos congeladas, así que, aunque brotarían nuevas ramas de los viejos olivos, tardarían mucho tiempo en producir aceitunas”. Por tanto, la emigración del Bajo Aragón a Cataluña se hace realidad. “Yo creo que en la SEAT había una colonia de bajoaragoneses que se habían visto obligados a emigrar después de las temperaturas de 20 grados bajo cero”, en sus propias palabras.

placeholder Trabajando el olivo en Oliete. (G. M.)
Trabajando el olivo en Oliete. (G. M.)

Al mismo tiempo, el nutricionista Francisco Grande Covián halagaba el aceite del Bajo Aragón, pero poca gente quedaba para cultivar los campos de estos aceituneros tan altivos como norteños. “Con la emigración de los trabajadores, llegó el abandono de los campos, y así hasta hoy”, concreta Vidal. En Oliete, casi todas las familias tenían parcelas de olivar. Ahora, poco más de 300 personas pueblan sus calles, y casi todas jubiladas, así que los campos estaban sin manejo alguno.

"En los pueblos no se trabajaba demasiado, porque no les hacía falta el dinero para vivir, solo comida, y ya la tenían"

Así comienza el segundo capítulo de esta historia, congelada en 1956, pero reverdecida en 2014, cuando la iniciativa Apadrina un Olivo se hizo realidad. Gracias al apoyo de siete millares de padrinos y madrinas, han podido recuperar 15.000 olivos de la zona, cedidos por sus dueños que no los explotan, a los que en poco tiempo se sumarán otros 5.000. Por el momento, son 18 personas trabajando a tiempo completo, a las que se sumarían cinco más en campaña, pero este no es el único beneficio que Apadrina un Olivo ha traído a Oliete. Al haber fijado población en el pueblo, han conseguido que la escuela no se cierre, como estaba planteado en un principio.

Más que tener un olivo

En total, 80.000 litros de aceite que salen de una almazara ubicada cerca del río que discurre por el imponente Oliete, con su iglesia en lo alto. “Esto no es más que otra forma que colaborar con el desarrollo rural. A veces, desde las ciudades, se echa de menos esa cercanía con la naturaleza, con el pueblo, y aquí tienes la oportunidad de poder decir que tienes un árbol e ir a verlo. La recompensa es que, gracias a ti, ese ecosistema social sigue vivo y puedes fardar el día que se celebre algo diciendo que el aceite virgen extra que vais a utilizar es de tu olivo”, se explaya Vidal.

A Micolau también le parece una iniciativa fantástica la de Apadrina un Olivo. “Esto se ha dicho muchas veces, que si hay cosecha de aceitunas hay alegría en la comarca”, ilustra. Desde su punto de vista, la asignatura pendiente que todavía queda es con las aceitunas. Igual que el aceite sí posee la denominación de origen, las olivas de aderezo todavía no.

"Mucha gente tenía una idea quizá muy bucólica o idealizada del medio rural, y cuando ha venido no se ha adaptado"

Alberto Alfonso Pordomingo es hijo y nieto de olivareros y de pequeño se calentaba con la leña de estos árboles y se alimentaba con su aceite. Toda una infancia entre olivos le hizo tener la suficiente consciencia para saber que, tras el cierre del último molino en la zona, se abandonarían todos los campos. “Y así creamos este proyecto de innovación para revitalizar todo esto, que es ancestral, y cuyo objetivo es volver a explotar 100.000 olivos centenarios involucrando a la sociedad”, refleja.

Él es uno de los fundadores de Apadrina un Olivo, entidad que tras ocho años de andadura aglutina a 7.000 madrinas y padrinos de 27 países del mundo, entre los que se cuentan algunos tan desconocidos como Islas Reunión. Para el proyecto, además, emplean a personas en riesgo de exclusión social o con discapacidad, así como a mujeres y jóvenes. “Siempre he pensado que innovar es aplicar nuevas lógicas a los procesos tradicionales, y eso es lo que estamos haciendo gracias a que cada persona aporta su granito de arena”, dice Pordomingo. Un granito de arena cifrado en 60 euros anuales pero desgravables en un 80%, ya que Apadrina un Olivo es una entidad de utilidad pública.

placeholder Trabajador del proyecto Apadrina un Olivo. (G. M.)
Trabajador del proyecto Apadrina un Olivo. (G. M.)

“Nosotros les vamos enviando fotos de cómo van con sus olivos, de todo lo que estamos haciendo con sus aportaciones, y dos litros de aceite tras la cosecha. Cuando vienen a visitarlo, generan riqueza en el pueblo, incluso algunas personas se han comprado una casa en el pueblo o vienen de vacaciones”, agrega el fundador.

Revivir en el presente lo ancestral

Por otra parte, pese a que siempre han ido a más en Apadrina un Olivo en cuanto a producción, empleabilidad y proyectos tangenciales, uno de los mayores retos que deben superar constantemente es la aclimatación de algunos de los empleados. Así lo explica Pordomingo: “Mucha gente que se ha incorporado tenía una idea quizá muy bucólica o idealizada del medio rural, y cuando ha venido no se ha adaptado”.

A decir verdad, hay constancia de que los íberos que hace siglos frecuentaron esta zona de España ya utilizaban el aceite. “En Oliete, se dice que los olivos se plantan para los nietos, y estos de aquí los han plantado nuestros ancestros. Ahora no podemos abandonar el legado milenario que tenemos, unos olivos que siempre han generado riqueza y que ahora nos ayudarán a que nuestros pueblos sigan vivos”, finaliza el propio fundador del proyecto.

Se dice que su aceite llegó a iluminar las calles de Londres, pero mucho antes los íberos ya lo utilizaban. El Bajo Aragón, tan rico tiempo atrás por la producción de este oro líquido, es ahora, tristemente, un buen ejemplo de la España vaciada. Aquí, donde quedó desterrada la holgazanería, necesitan una nueva vida ante la disminución y envejecimiento poblacional. Y eso es lo que quiere conseguir Apadrina un Olivo, la iniciativa que reúne a 7.000 personas de 27 países diferentes que con sus aportaciones crean trabajo estable y revitalizan la comarca.

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