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Borrell explica sin darse cuenta cuál es el centro de los problemas españoles
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Borrell explica sin darse cuenta cuál es el centro de los problemas españoles

En una reciente intervención en el Foro Next Educación, el alto representante de la UE definió perfectamente los términos de los retos a los que nos enfrentamos. Pero quizá no entendió la naturaleza de esos supuestos

Foto: El alto representante de la UE, Josep Borrell. (Europa Press/Mateo Lanzuela)
El alto representante de la UE, Josep Borrell. (Europa Press/Mateo Lanzuela)
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"Hay una rivalidad sistémica en el mundo. Hay quienes se decantan por sistemas autoritarios que parecen más eficientes, y que son hoy una realidad, como China, y otros que ponen el énfasis en los derechos y los modelos sociales". Josep Borrell sintetizaba de esta manera los cambios que se están produciendo en el orden internacional, al mismo tiempo que definía las tensiones políticas que se viven en las democracias occidentales.

Lo hizo en el Foro Next Educación, en el que también definió su apuesta: “El sistema más eficiente es el que alía la libertad política con el progreso económico y con la solidaridad social, que son las tres características que definen a la sociedad europea. Si la libertad no produce progreso económico, la gente buscará otras soluciones. Y si el progreso económico no genera solidaridad social, y destruye estructuralmente a las sociedades, y crea peligro, incluso físico, la gente buscará otras soluciones. Y ese es el gran reto de los demócratas, demostrar que las libertades políticas y la confrontación de opiniones no son negativas para conseguir esos dos grandes objetivos, La gente quieren vivir en libertad y tener prosperidad material y que su vecino también la tenga, porque si todos tus vecinos viven en la pobreza tú no puedes estar seguro. Si la prosperidad no se comparte, no puedes vivir seguro. Y eso es algo que los europeos hemos sido capaces de combinar mejor que en el resto de los lugares del mundo”.

Con este argumento, Borrell demuestra haber entendido perfectamente cuáles son los términos del reto al que nos enfrentamos, pero quizá no haya entendido el reto en sí. Afirmaba el alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad que prefería afrontar el futuro con buen ánimo, pero el problema del optimismo europeo es que se ha convertido en algo paralizante. Se limita a constatar una realidad, la de los logros obtenidos, pero que cada vez pertenecen más al pasado que al presente.

Tiene toda la razón en la secuencia: estamos ante un combate sistémico, las libertades políticas son necesarias, han de conducir hacia la prosperidad y esta tiene que ser compartida. Pero eso es cada vez menos así. Mantener o ampliar ese marco exige una tarea de readaptación que no se está llevando a cabo. Son precisas nuevas fórmulas económicas, así como un reposicionamiento, europeo y español, ante un entorno internacional claramente en crisis. No basta con lo que hay, y menos todavía cuando el Sur Global, es decir, casi todo el mundo, nos percibe como una potencia declinante.

Cómo vivimos

Una de las señales que mejor describen los momentos difíciles de Occidente son las condiciones económicas de la mayoría de sus habitantes. La Encuesta de condiciones de vida realizada por el INE ofrece un retrato preocupante: el 37,1% de los españoles no tuvo el año pasado capacidad para afrontar gastos imprevistos; casi 2 de cada 5 ciudadanos no pudo hacer frente a un gasto adicional pero necesario; el 33,1% de la población no pudo permitirse salir de vacaciones al menos una semana al año; cada vez más personas tienen dificultades para llegar a fin de mes a pesar de tener empleo; y la carencia material y social severa pasó del 7,7% al 9%, mientras que el riesgo de pobreza o exclusión social aumentó hasta el 26,5%. Estos datos no corresponden a una sociedad del bienestar, sino a una que está deshilachándose.

El problema no es estrictamente la pobreza, sino que esta forma parte de un proceso de desclasamiento. No estamos ante situaciones límite que debe afrontar una parte menor de la población, sino ante hechos cotidianos que sufre la gran mayoría de la sociedad. Las dificultades son comunes, por más que unos las vivan con más preocupación que otros: las clases trabajadoras se ven más acuciadas por la falta de ingresos o por el paro, las clases medias bajas llegan a fin de mes mucho más ajustadas y las medias tienen que prescindir de aquellos extras que antes les permitían creerse clase media. Pero es un mapa que hay que mirar en su totalidad: el desclasamiento es general, y el riesgo de caer a posiciones complicadas es mucho mayor.

El 42% de los franceses afirma que le resulta difícil sobrevivir con sus ingresos

No es un problema exclusivo de España. En Francia, cuyo nivel de vida es mejor que el nuestro, los estudios al respecto, como el de Fundación Jean Jaurès, son todavía más alarmantes.

El 42% de los franceses afirma que le resulta difícil sobrevivir con sus ingresos, y solo un 11% asegura que llega fácilmente a fin de mes. Uno de cada cinco franceses (uno de cada dos en categorías desfavorecidas, uno de cada cuatro en categorías de bajos ingresos) afirma recibir ayuda regular de sus familiares. Las cadenas de marcas blancas han aumentado notablemente su implantación y sus ventas, así como la segunda mano. La economía del apaño es cada vez más común. Los franceses han reducido notablemente sus gastos estéticos, ya sea en ropa o en productos cosméticos. También van menos a la peluquería. Las personas que afirman salir “con menos frecuencia” o “nunca” aumentaron del 31% al 42%.

Los alimentos han aumentado su precio casi un 25% en dos años y los consumidores son plenamente conscientes de que, cuando la inflación se enfríe, no regresarán a los precios anteriores ni de lejos. El 53% de los encuestados afirma que desiste “muy a menudo” o “bastante a menudo” de comprar determinados productos o marcas por su precio. Y en muchas regiones resurge la leña como forma de calentarse.

El centro de los problemas

Son los síntomas de un declive en el nivel de vida que los ciudadanos van interiorizando y normalizando y al que se van ajustando. Pero los recortes en la economía familiar tienen un límite, y más en un contexto de alza de precios de los bienes esenciales, desde la vivienda hasta la energía. Al mismo tiempo, la distancia entre aquellos a los que les va bien y quienes sobreviven se acentúa notablemente, lo que da lugar a maneras muy distintas de pensar, de ver la vida y de percibir el futuro. Los agravios, territoriales o materiales, resurgen con fuerza y tienden a desorganizar la sociedad.

Cuando ni siquiera aquellos que se sienten privilegiados creen estar seguros, se hace evidente que algo no está funcionando bien

No es algo que afecte exclusivamente a la parte de la sociedad con menos recursos. El descontento recorre muchas capas sociales. Incluso hay sectores con salarios holgados (e incluso elevados), que son conscientes de hallarse en buena situación, pero que a final de mes constatan que les ha quedado muy poco una vez satisfechos todos los gastos. Esos ingresos que pensaron que les otorgarían seguridad dan para menos de lo que pensaban. Y si ni siquiera los privilegiados están seguros, es que algo no está funcionando bien.

Este es el contexto europeo, y es el centro de lo que debe afrontarse. Sin una solución a estos problemas, todo lo demás irá cayendo por su peso. Si no hay cohesión social, si no hay seguridad, se percibirá que el régimen no es eficiente, y a partir de ahí es fácil pensar que existen otros sistemas que lo son mucho más. Los regímenes democráticos se aseguran desde abajo, no desde arriba.

La clase que paga las facturas

Esta debilidad es la que está deteriorando nuestro sistema político y la misma posición europea. La reciente encuesta de la Fundación Jean Jaurès sobre apoyo a Ucrania demuestra cómo la simpatía hacia Kiev ha ido cayendo en estos años de manera notable. La tendencia a la baja es palpable, y lo será aún más si Europa debe pagar el coste de la reconstrucción del país, y más aún si entra en la UE. En ese caso, la división entre la mayoría de la población y sus dirigentes se hará mucho más palpable, y la misma UE sufrirá tensiones internas notables. La solidaridad es mucho más fácil cuando las cosas van bien que cuando van mal.

Las personas que dicen ser de clase media son las más dadas a buscar un cambio político

Por una razón bastante sencilla: esa posición estructural que ocupa la clase media en las sociedades occidentales, que era el pilar esencial de su estabilidad y el centro de su cohesión, es también la que ocupa Europa en el mundo. La clase media era una clase dada a pocas aventuras: podía contar con elementos revolucionarios entre ella, incitaba al progreso, pero mayoritariamente tendía a aportar continuidad y estabilidad a los sistemas. Era una clase, como tal, poco arriesgada, porque tenía algo que perder. Ahora está empezando a quedar atravesada por distintas clases de malestares. Y uno de ellos, de los más significativos, es que tiene la sensación de que es la que paga todas las facturas sin recibir nada a cambio. No son ricos, pero tampoco son lo suficientemente pobres como para que alguien les ayude. Las clases medias y las medias bajas, entre las que se cuentan trabajadores de profesiones liberales, autónomos, pequeños empresarios, funcionarios de salarios escasos y supervivientes de toda clase, son ahora el centro del descontento occidental. Es la clase más dada en la actualidad a buscar un cambio político.

Europa ocupa esa misma posición dentro de la arquitectura internacional. No goza ni de los recursos financieros que el dólar proporciona, ni de la fortaleza militar, los recursos energéticos y la tecnología de EEUU ni tampoco cuenta con la vitalidad económica, los superávits comerciales, las grandes masas de población y los recursos de toda clase que posee China. Está atrapada entre dos potencias mayores, y con países como India avanzando mucho más rápido. El eje ha girado hacia Asia, y lo único que percibe son facturas que pagar, en el ámbito de la defensa, de la renovación verde y de los recortes presupuestarios.

No hay paz en el desclasamiento, pero la hay aún menos si la gente se percibe abandonada a su suerte. Esto es, quizá, lo que Borrell, como muchos de nuestros dirigentes, no han terminado de comprender.

"Hay una rivalidad sistémica en el mundo. Hay quienes se decantan por sistemas autoritarios que parecen más eficientes, y que son hoy una realidad, como China, y otros que ponen el énfasis en los derechos y los modelos sociales". Josep Borrell sintetizaba de esta manera los cambios que se están produciendo en el orden internacional, al mismo tiempo que definía las tensiones políticas que se viven en las democracias occidentales.

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