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José Luis del Hierro: "El problema de Cataluña no se puede solucionar"
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José Luis del Hierro: "El problema de Cataluña no se puede solucionar"

La historia, a veces, se repite o, por lo menos, rima, que decían los clásicos. Y 1932 y 1934, dos de los momentos más tensos de la II República, tienen ciertos paralelismos con la situación actual

Foto: José Luis del Hierro posa para El Confidencial. (Ana Beltrán)
José Luis del Hierro posa para El Confidencial. (Ana Beltrán)
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Hay dos años en la Segunda República grabados a fuego. El primero, 1932, es la sanjurjada, un intento de golpe de Estado de derechas. El segundo es 1934, cuando la Generalitat declara el Estado catalán dentro de la república española y, en paralelo, estalla la Revolución de Asturias. El profesor José Luis del Hierro, autor de ¿Salvar la República? Agosto 1932-octubre 1934 y Democracia Frustrada (en el que analiza los paralelismos entre la II República y la República de Weimar) ha profundizado en las claves de aquellos acontecimientos. Del Hierro

Una de sus principales conclusiones es que la República, acosada desde el primer día, murió por la polarización, pero también porque los partidos no eran democráticos. En esta entrevista encuentra paralelismos con la situación actual: amnistía, Cataluña, noticias falsas, polarización... Lo llama "brutalización de la política".

PREGUNTA. Sorprenden, obviamente salvando las distancias, algunos paralelismos entre la situación actual y los momentos más tensos de la Segunda República durante los años que analiza en su libro, el 32 y el 34: amnistía, Cataluña, noticias falsas, polarización...

RESPUESTA. Veo muchas similitudes. También veo diferencias, lógicamente, pero veo muchas similitudes; sobre todo en el clima de polarización y de radicalización. Ya hemos entrado en una tercera fase que yo llamo como la de la brutalización de la política, donde el adversario se convierte en enemigo, donde la violencia empieza siendo verbal, muy acusada. Creo, efectivamente, que estamos viviendo situaciones muy parecidas a 1932 o 1934, aunque lógicamente también hay muchas diferencias porque las sociedades son muy diferentes. El papel de las instituciones, que en aquel momento eran básicas, también es muy diferente.

P. La causa de esas similitudes tiene que ver con que el sistema político, tanto en la República como ahora, no es capaz de dar una respuesta a los problemas complejos que tiene la sociedad española.

R. Las causas de la polarización son muy complicadas. Hay factores de tipo socioeconómico, pero también, efectivamente, hay un problema de inacción del Gobierno. En aquel momento, como ahora, hay una distinta percepción de lo que es la democracia. En la República, los partidos no eran democráticos. Ni en su funcionamiento ni en su estructura ni, sobre todo, en cómo se concibe la democracia. Muchos la conciben como un medio, como un instrumento para conseguir lo que quieren. No es un problema de uno, es un problema de todos. Gil Robles y Largo Caballero dicen más o menos la misma frase: "Mire, esto lo vamos a intentar conseguir, diríamos, por vías parlamentarias, y, si no, lo conseguimos por otras vías". Hay un fallo multisistémico. También de los gobiernos.

"Hemos entrado en la fase de la brutalización de la política: el adversario se convierte en enemigo"

P. Fíjese que entre los paralelismos que se pueden encontrar entre aquel tiempo y el actual está que también hay noticias falsas. En su libro, cita el caso Casas Viejas, que tiene un enorme coste político para Azaña pese a que no tuvo nada que ver.

R. Efectivamente, qué le voy a contar, usted es periodista. Siempre las ha habido, siempre. La diferencia es que ahora están las redes sociales y las noticias falsas se multiplican exponencialmente. Pero, en aquel momento, el papel que juegan los medios de comunicación es muy importante. Azaña es, digamos, la víctima propiciatoria. Por ejemplo, la frase famosa de "España ha dejado de ser católica" la dice en un contexto que no tiene nada que ver con la utilización que se ha hecho posteriormente. Se refiere a la cultura, es decir, la presencia de la Iglesia en el ámbito de la cultura de las ideas. Ahí es cuando dice que España ha dejado de ser católica. Igualmente, la frase de que quiere "triturar al Ejército" nunca la dice. Sin embargo, una serie de medios de comunicación como La Correspondencia Militar [un diario que representaba los intereses del Ejército] la convierte en una falsa verdad. En el asunto Casas Viejas, efectivamente, se culmina esa estrategia. Tano Ramos ha demostrado en un libro que Azaña no tuvo nada que ver, nada que ver. La estrategia funcionó muy eficazmente.

Foto: ¿Quién está detrás de la huelga general contra la amnistía y Pedro Sánchez y quién la apoya? (EFE/Juanjo Martín)

P. Fíjese que hay un cierto paralelismo con la figura de Pedro Sánchez, convertido en la bestia negra de una cierta derecha.

R. Esto tiene que ver con la necesidad de personalizar la política. A mí me parece que la política de Pedro Sánchez es absolutamente discutible. Se pueden cuestionar muchas cosas, pero no se pueden traspasar ciertos límites, como los insultos o la descalificación grosera de carácter personal.

P. Hasta la amnistía a Companys [presidente de la Generalitat condenado a 30 años tras proclamar el Estado catalán dentro de la República española] centra hoy el debate político.

R. Durante este periodo hay tres amnistías. Está la que se concedió en 1931, que es muy poco conocida y se promulgó el mismo 14 de abril [para delitos políticos, sociales y de imprenta]. Esa amnistía pasa prácticamente desapercibida porque hay otras coyunturas en ese momento. Luego está la que se hizo en 1934, que amnistía precisamente el intento de golpe de Estado de Sanjurjo, la sanjurjada, y que se retrotrae a la dictadura de Primo de Rivera. Se amnistía, por ejemplo, a quienes habían sido declarados culpables de haber participado en la dictadura, como por ejemplo Calvo Sotelo, que es cuando puede volver a España. Esa amnistía no se aprueba por unanimidad porque la rechaza la izquierda. Y luego está la amnistía del 36, que afecta a los sucesos de dos años antes en Asturias. En esa amnistía, la CEDA [la coalición de las derechas] vota a favor y se aprueba por unanimidad.

"La CEDA jugaba el mismo papel que hoy Vox. Su incorporación al Gobierno de Lerroux es para la izquierda una línea roja"

P. Un último paralelismo. Es curioso que el detonante, no sé si la justificación, tanto de la declaración del Estado catalán dentro de la República española como de la Revolución de Asturias, tiene que ver con la entrada de tres ministros de la CEDA en el Gobierno. Ahora, lo que ha movido el voto a favor de la izquierda ha sido la posible entrada de Vox en un hipotético Gobierno de Feijóo. Algo que explica el reforzamiento de la política de bloques.

R. Es verdad, la CEDA jugaba en aquel momento el mismo papel que hoy puede jugar Vox. Su incorporación al Gobierno de Alejandro Lerroux es para la izquierda una línea roja que no se podía traspasar. Ahora hablamos de cordones sanitarios a la extrema derecha o a la ultraderecha, como se quiera llamar. En casi todos los países europeos los ha habido hasta hace muy poco, sobre todo en los países nórdicos. Yo en el libro trato de contestar a la pregunta mítica de si la CEDA era un partido fascista o no. Y estoy más con la opinión histórica que considera que no era un partido exactamente fascista. Pero sí era un partido que tenía muchos elementos del fascismo, por ejemplo, el corporativismo. Su modelo de referencia era el canciller de Austria, Dollfuss, que además es absolutamente mitificado por la prensa, por ejemplo, por El Debate. Y lo que había hecho era terrorífico. Visto ahora puedo entender lo que significaba la CEDA, pero no tiene ninguna comparación con lo que significa Vox. Pero me parece una comparación muy bien traída.

placeholder Foto: A. B.
Foto: A. B.

P. Para hacer comparaciones es necesario un análisis histórico, y en el libro hace muchas menciones al revisionismo que se ha instalado en la historiografía española, donde se revisan muchas cosas sin el más mínimo análisis científico.

P. Hubo un momento en el que, en este país, la historiografía estaba constreñida por la ideología, llamémoslo así, del franquismo, y se basaba en que la República era la causante de todos los problemas. Por ejemplo, que nos llevaba al comunismo. Esa historiografía de trinchera la rompen los hispanistas. Aparecen una serie de libros que hay que adquirir de forma clandestina, por ejemplo, en Ruedo Ibérico, y aparecen escritores como Hugh Thomas, que es un historiador profundamente conservador, o como Gabriel Jackson. Esos historiadores dan una visión muy diferente a lo que fue la guerra civil. En el libro cito una frase de Manuel Fraga, que nombró a Ricardo de la Cierva una especie de director general para la memoria histórica, que se diría hoy, y le encomendó que revisara la historia "porque, si no, nos la van a escribir", le dice. Se refiere a los hispanistas. Cuando llega la Transición, vuelven a cambiar las cosas y se recupera la visión de los hispanistas, pero, como reacción a eso, con un enorme apoyo de los grupos conservadores, como Faes, o mediáticos y políticos, reaparece aquella visión con escritores que no son historiadores, como Pío Moa y César Vidal, que, sorprendentemente, se convierten en líderes de ventas. Se atreven a decir que la guerra civil empieza en el 34, cosa que nadie se había atrevido a decir antes, ni siquiera los historiadores más franquistas. Era un disparate. A mí no me gusta el término revisionista, porque toda la historia, como usted sabe, tiene que ser necesariamente revisionista, porque de lo contrario no hay historia.

"Que Dios nos libre de los salvadores. Es lo peor que le puede pasar a un país. Y, por supuesto, lo peor que le puede pasar a la democracia"

P. A lo mejor es que, como el colesterol, hay un revisionismo malo y otro bueno.

R. Exactamente [se ríe]. Se acuñó el término revisionista a partir de David Irving y de su visión del nazismo, pero ese es el colesterol que yo considero malo. ¿Por qué? Primero, porque no aporta absolutamente nada nuevo. Las cosas se revisan cuando aparecen elementos nuevos o hay interpretaciones diferentes, y aquí no hay nada nuevo, es pura especulación. Y luego es que no hay una metodología histórica, es pura invención.

P. ¿En qué medida la prensa radicalizó, lo que también es un fenómeno muy actual, a la opinión pública? ¿Qué papel pudo jugar tanto en 1932 como en 1934?

R. Determinante. Estamos hablando de una prensa que no tenía la difusión que tiene hoy, ni, lógicamente, existían las redes sociales, yo añadiría que afortunadamente. La radio era incipiente, pero dentro de esos parámetros su influencia es impresionante. Por ejemplo, la influencia que tienen El Debate, propiedad de la Acción Católica de Propagandistas, o la Correspondencia Militar, que se leía en los cuarteles, tiene una importancia tremenda. Tremenda. También recuerda a la España de hoy, cuando se habla de que se rompe España. Pero también sucede en la izquierda. La influencia que tiene la prensa de izquierdas en la Revolución de Asturias es enorme a través de diarios como Claridad [el órgano más a la izquierda del PSOE] o El Socialista, con dirigentes como Luis Araquistáin. Incendian la situación. Cumplen un papel muy importante en esa radicalización, en esa polarización. La brutalización, como han dicho muchos historiadores, llega cuando aparecen los primeros grupos fascistas. Falange se crea, eso está muy estudiado, para crear lo que hoy llamaríamos estrategia de la tensión.

Foto: Imagen de archivo de una manifestación. (EFE/Guillaume Horcajuelo)

R. Radicalidad contra radicalidad.

R. Claro, eso no hubiera tenido mucho éxito si no encuentra una respuesta exactamente igual de radical, exactamente igual de violenta por parte de las juventudes socialistas que se van a unificar con los comunistas. Eso se traslada a las Cortes Generales, y el ambiente ya se hace absolutamente irrespirable. Pero eso es ya fundamentalmente a partir de las elecciones de febrero del 36.

P. En el célebre discurso de Azaña sobre Cataluña, sitúa el Estatuto en el marco de la negociación política frente a los independentistas o los nacionalistas, que lo quieren situar en el marco de la historia. Es decir, esto tiene algo que ver con lo que está pasando ahora mismo. Se habla demasiado de derechos históricos.

R. Llevamos padeciendo lo que llamamos problema catalán en la contemporaneidad —no me refiero al conde duque de Olivares o a los decretos de nueva planta— desde finales del siglo XIX. Desde ese momento, Cataluña se ha visto como un conflicto de nacionalismos, incluido el español, que resucita. El movimiento cultural de la Renaixensa se convierte en un movimiento político, como la Lliga, y como reacción surge un potentísimo nacionalismo español. Cuando se discute el Estatuto, si uno ve esos medios de comunicación que influyen tanto, los mensajes que se trasladan son apocalípticos, como ahora: de nuevo España se rompe. Fue entonces cuando Ortega, en una frase célebre, dijo que el problema no se podía solucionar y había que hablar de la "conllevancia". ¿Qué significa conllevar? Pues que tenemos que aceptarnos mutua y recíprocamente. El problema de Cataluña no se puede solucionar, no se puede solucionar [repite]. Lo que hace Azaña, en contra de lo que dicen los nacionalistas, es insistir en que se trata de un problema político, porque hay mucha gente en Cataluña que quiere replantearse su situación dentro del Estado español. Eso es política, no hace falta recurrir a la historia.

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Foto: A. B.

P. Por nuestra propia historia, valga la redundancia, sabemos que manosear la historia siempre genera muchos problemas.

R. Claro. Todo manoseo tiene mucho de manipulación, y los nacionalistas son capaces de inventarse que Cervantes es catalán, o Santa Teresa, o Colón. Si nos metemos en ese tema, estamos perdidos. El debate de Cataluña es un debate político y no esencialista, como pretenden muchos. En la política se pueden llegar a acuerdos, en la historia, no.

P. Fíjese que ahora, incluso, se ha rescatado el concepto de comunista en los términos de la Tercera Internacional, cuando los de hoy no tienen absolutamente nada que ver.

R. Si es que dan ganas de reírse, si no fuera porque determinadas personas siguen viendo la política en términos de confrontación de la guerra. ¿Por qué muchos hablan ahora de comunismo? Pues porque hay situaciones parecidas. En el 32 y en el 34, los comunistas eran irrelevantes. Se ha demostrado ahora, con la documentación desclasificada después de la caída de la URSS, que la Internacional Comunista no solamente no participó, sino que se opuso, por la deriva que podría tener el levantamiento, porque ellos no tendrían el poder. En Alemania, el partido comunista era fortísimo, como en Italia, donde hubo un bienio rosso, pero ¿en España? [recalca]. Es verdad que hubo una radicalización lamentable del PSOE [lo enfatiza], de la que posteriormente se arrepentirá, pero ya demasiado tarde. Pero no había ningún peligro de una revolución comunista, lo que sí había era mucha retórica.

"Los jóvenes consideraban que la democracia liberal era un modelo fracasado, incluso femenino. Y así comenzó a no haber demócratas"

P. Lo que sí ha cambiado de manera radical, afortunadamente para este país, es el papel de los militares. En el libro cita mucho el papel de la Unión Militar Española, la UME, que desde el minuto uno conspira contra la República.

R. Hoy es residual, solo representan a personas que ya no están en las Fuerzas Armadas. Su papel hoy es el que corresponde en una sociedad democrática. En aquel momento, sin embargo, fue determinante. También la Iglesia, que en aquel momento era muy poderosa. Cuando llega la República, el 70% de la educación está en manos religiosas, prácticamente no hay educación pública.

P. El título del libro es Salvar la República, y lo decían los dos bandos enfrentados. Eso me recuerda a la situación actual. Todo el mundo quiere salvar la Constitución desde posiciones tan enfrentadas.

R. Efectivamente. Me llamó la atención la expresión porque era la que aparecía en la prensa de derechas y en la prensa de izquierdas. "¡La República del 14 de abril está en peligro y hay que salvarla!", decían, pero haciendo una revolución o dando un golpe de Estado. Que Dios nos libre de los salvadores. Es lo peor que le puede pasar a un país. Y, por supuesto, lo peor que le puede pasar a la democracia. Ahora vuelven a aparecer los salvadores. Si hay algo que salvar es la democracia.

Foto: Alumnos de bachillerato en clase. (EFE/Mariscal)

P. En el libro pone mucho énfasis en no confundir las causas con los detonantes, algo habitual en el debate político. ¿La causa principal de lo que pasó entonces está en el déficit democrático de los partidos y las instituciones?

R. Tenemos la visión de los partidos políticos actuales, que no es que sean ejemplares, pero al menos son partidos de masas. En aquel momento no había partidos de masas, salvo el PSOE y la CEDA. Pero ninguno de los dos era democrático en el sentido que le damos hoy. Están dispuestos a sacrificar la democracia para conseguir sus objetivos políticos. El resto de los partidos que no son de masas son, diríamos, decimonónicos, o son partidos de cuadros donde el que marca la línea directriz es el jefe. A eso le añadimos que el ambiente general es de una crisis tremenda del sistema democrático, que está pillado entre medias del fascismo y del comunismo. Ambos sedujeron fundamentalmente a los jóvenes, que consideraban que la democracia liberal era un modelo fracasado, incluso femenino. Y así fue como comenzó a no haber demócratas.

P. El viejo ordeno y mando.

R. Efectivamente. Si no consigo mis objetivos por las buenas, los consigo por las malas. ¿Y qué son las malas? Un golpe de Estado en unos casos o, en otros, una revolución.

Hay dos años en la Segunda República grabados a fuego. El primero, 1932, es la sanjurjada, un intento de golpe de Estado de derechas. El segundo es 1934, cuando la Generalitat declara el Estado catalán dentro de la república española y, en paralelo, estalla la Revolución de Asturias. El profesor José Luis del Hierro, autor de ¿Salvar la República? Agosto 1932-octubre 1934 y Democracia Frustrada (en el que analiza los paralelismos entre la II República y la República de Weimar) ha profundizado en las claves de aquellos acontecimientos. Del Hierro

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