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Coreografía del pacto: una semana de baile en Bruselas con el ritmo marcado por Puigdemont
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10 DÍAS PENDIENTES DEL 'EXPRESIDENT'

Coreografía del pacto: una semana de baile en Bruselas con el ritmo marcado por Puigdemont

Cada intercambio de documentos se hacía lento y farragoso porque los juristas debían revisar cada cambio. La noticia de la imputación de Puigdemont y de Marta Rovira en la causa de Tsunami Democràtic cayó como una losa

Foto: Carles Puigdemont. (EFE/EPA/Olivier Matthys)
Carles Puigdemont. (EFE/EPA/Olivier Matthys)

En el mismo hotel que utiliza Pedro Sánchez cuando viaja a Bruselas para acudir a los Consejos Europeos como presidente del Gobierno, se ha firmado el acuerdo clave para que siga pudiendo venir a las cumbres europeas. Un documento de cuatro páginas rubricado por Jordi Turull, secretario general de Junts per Catalunya, y Santos Cerdán, número tres del PSOE. Con la firma, celebrada este jueves 9 de noviembre, del llamado por algunos Pacto de Bruselas —que incluye la amnistía y una serie de compromisos políticos para seguir negociando asuntos como el referéndum de autodeterminación o acuerdos fiscales—, se despejaba el camino para la investidura del líder socialista.

Pero esa rúbrica llegaba tras días de vaivenes, de vuelos entre Madrid, Barcelona y Bruselas, con cansancio, frustración y algunos contratiempos. Días en los que los protagonistas han estado muy cerca, a veces a pocos metros los unos de los otros, pero en los que han evitado cualquier reunión física pública. El baile, que ha durado once días, comenzaba el lunes 30 de octubre, cuando los socialistas y Junts difundieron una imagen que se interpretaba como la antesala del acuerdo: un vídeo en el que se ve a Santos Cerdán acompañado de la líder de los socialdemócratas europeos en la Eurocámara y del jefe de filas de la delegación española, Iratxe García y Javier Moreno, reunidos en las dependencias de Junts en el Parlamento Europeo, con Turull y Carles Puigdemont, expresident de la Generalitat y secretario general de Junts per Catalunya. Era la rehabilitación política de Puigdemont y la primera señal de que el acuerdo estaba cerca.

Con aquellas imágenes, la atención se disparó. Cuando, el jueves, la cúpula de Junts se reunió en el Thon Hotel, en Rue de la Loi —una de las arterias de la Bruselas europea, a solamente unos metros de la Eurocámara—, todo el mundo esperaba que diera su bendición al acuerdo. Empezaba entonces la verdadera semana clave de las negociaciones. Todos los ojos estuvieron puestos en Bruselas y el ritmo de la música lo marcó Puigdemont en todo momento. Muchos esperaban a que la cúpula de Junts dejara que Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) firmara su acuerdo con los socialistas para, después, quedarse con todos los focos de atención.

Para Puigdemont, era su momento. Solamente unos días antes se acababan de cumplir seis años de su llegada a Bélgica, y ahora tenía la sartén por el mango. El baile iba a ser largo y la música la iba a poner él. La reunión en el Thon Hotel terminó pocos minutos antes de las 17.30 del jueves, y fuentes de Junts ya adelantaban: no habría acuerdo ese día. Los independentistas no tenían prisa.

Los planes se tuercen

Ese mismo jueves, Santos Cerdán había llegado a Bruselas con su equipo y se hospedó en el Sofitel, donde una semana después se firmó el acuerdo. La idea era poder cerrar rápidamente el pacto, firmarlo y sentenciar la investidura de Sánchez para la semana siguiente. Los planes originales se torcían, al disolverse la reunión de Junts sin fumata blanca, pero el calendario seguía dejando margen. Había tiempo de sobra. El viernes fue un día de intercambio de papeles, de documentos de ida y vuelta, pero sin ninguna reunión física, como explicaron fuentes de la negociación ya al final de la jornada. Puigdemont, acompañado de Turull y de Míriam Nogueras, portavoz en el Congreso, estuvieron encerrados en una sala llena de folios cerca del despacho del expresident en el Parlamento Europeo. En ese cruce de documentos había algunos elementos políticos pendientes, pero sobre todo técnicos, con expertos jurídicos revisando la letra pequeña del acuerdo.

Cada intercambio se hacía lento y farragoso porque los juristas debían revisar cada cambio. Puigdemont quería que la amnistía fuera amplia, que se extendiera a algunos nombres propios: Josep Lluís Alay, Gonzalo Boye, Miquel Buch y Lluís Escolà. Fuentes de la negociación explicaban que en ese intercambio de papeles no había nombres. Que no se hacen leyes con el DNI de nadie en la mano. Había que parapetarse en el lenguaje jurídico para cubrir los casos concretos. Y ese ejercicio no era sencillo, al mismo tiempo que el lado socialista debía avanzar con cuidado para que las cesiones a Junts no acabaran desequilibrando el acuerdo por el otro lado del independentismo catalán, el de ERC.

placeholder Santos Cerdán. (Reuters/Yves Herman)
Santos Cerdán. (Reuters/Yves Herman)

El viernes 3 terminó sin un acuerdo, con sensación agria después de haberlo tenido tan cerca el jueves, pero todavía con tiempo. Fuentes socialistas explicaban que el fin de semana sería tranquilo y se intentaría cerrar algo a inicios de la semana siguiente, lo que permitiría convocar la investidura. Que los periodistas podían salir hasta tarde el sábado, sin miedo a encontrarse una sorpresa el domingo por la mañana. Santos Cerdán y su equipo hicieron el checkout del hotel y volvieron a Madrid. Empezó entonces un fin de semana de espera tensa, puliendo detalles técnicos para ajustarse a las exigencias de Puigdemont.

El domingo, mientras Santos Cerdán volaba de vuelta hacia Bruselas, se volvían a disparar las expectativas. El pacto podía estar cerca. En la noche del domingo, se siguió negociando con el intercambio permanente de documentos. El lunes, con la mayoría de los problemas resueltos y con el acuerdo muy cerca, la cúpula de Junts se reunió en el International Press Centre, el mismo lugar en el que Puigdemont apareció por primera vez de forma pública el 31 de octubre de 2017 después de huir de España en el maletero de un coche, tras la fallida Declaración Unilateral de Independencia.

Unos 300 metros más abajo, en la plaza en la que desemboca la Rue Froissart en la que se reunía Junts, Santos Cerdán esperaba pacientemente en el Sofitel, en una sala de reuniones junto a la recepción. A las 13.20, la cúpula de Junts, en la que no se encontraba Puigdemont, abandonaba el Centro Internacional de Prensa. El exconseller Toni Comín y la expresidenta del Parlament, Laura Borràs, se marcharon andando, mientras que el resto de los miembros de Junts se fueron en varias furgonetas, algunos con maletas. El grupo de periodistas que seguía de cerca los movimientos trataba de interpretar qué estaba pasando. Se esperaba un acuerdo ese mismo lunes. La disolución de la reunión de Junts podía significar que el acuerdo estaba cerrado o justo lo contrario, que todavía no estaba maduro.

Foto: El expresidente de la Generalitat y eurodiputado de Junts Carles Puigdemont. (Europa Press) Opinión
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La delegación socialista seguía esperando la fumata blanca cuando cayó como una losa la noticia de la imputación de Puigdemont y de Marta Rovira, secretaria general de ERC, en el marco del caso Tsunami Democràtic. Al conocerse la noticia, era el equipo de Junts el que tenía los documentos, que vivieron en los últimos días un continuo vaivén de manos de los juristas de los independentistas a las de los especialistas del PSOE. Mientras la espera continuaba en el hotel, Puigdemont se pronunciaba sobre la imputación. "Es el golpe de Estado permanente que tanto les gusta revivir, sea con sables o con togas. Mientras no cierren la puerta que abrió el Rey con el discurso del 3 de octubre, siempre se sentirá hedor de alcantarilla", escribía el expresident en redes sociales. "'¡A por ellos!', para no perder la costumbre", añadía.

Fuentes de la negociación explicaban más tarde que ese auto del juez Manuel García-Castellón había tenido un impacto importante en las conversaciones. Se estaba avanzando, pero ese movimiento, justo en las horas críticas de las negociaciones, no había facilitado las cosas. "Junts ha pedido una revisión del texto tras el movimiento del juez García Castellón", señalaban las fuentes. Cuando se cerró el acuerdo, Santos Cerdán admitió que Puigdemont había pedido revisar todo el acuerdo con ese nuevo prisma. Al mismo tiempo, los socialistas sabían que ese ejercicio era muy delicado, que estaban entrando en un terreno pantanoso al tener que abordar de alguna manera la acción de los jueces. De hecho, tras cerrarse el pacto, las asociaciones de jueces y fiscales han salido en tromba a criticar el término "lawfare" que ha sido incluido en el texto.

El martes y el miércoles fueron de nuevo jornadas de aproximación tras el revés del juez García-Castellón. El miércoles por la noche, el ambiente era mucho mejor, más optimista. La cosa se cerraría en las próximas horas, explicaban las fuentes de la negociación. Santos Cerdán y su equipo, que casi no habían salido del hotel desde que habían llegado el domingo, quisieron salir a cenar esa noche, ya con todo prácticamente hecho, pero se encontraron de frente con un pequeño grupo de manifestantes que habían sido convocados en la Place de Luxembourg, donde se encuentra el Parlamento Europeo, y que tras pasar por la sede del PSOE en Bruselas habían acabado frente a la puerta del Sofitel.

Los negociadores estaban preocupados por la respuesta social al acuerdo, pero aislados de la presión, encerrados en la monotonía del hotel

Los gritos de los reunidos llegaban como un eco de lo que en esos días se estaba viviendo en la calle Ferraz. Los negociadores se encontraban en otra realidad distinta. Estaban preocupados por la respuesta social al posible acuerdo, pero al menos estaban aislados de esa presión, aunque fuera por estar encerrados en la monotonía del hotel. Mientras tanto, Puigdemont se dejaba ver en el Parlamento Europeo, habitualmente con Turull y Nogueras, pero también tenía tiempo para recibir al prior de Montserrat, Bernat Juliol, para charlar sobre el milenario del monasterio.

Pero la noche del miércoles era ya la última. Los rumores hablaban de un acuerdo inminente, las fuentes de la negociación eran menos contundentes, pero apuntaban claramente a una cuestión de horas. El jueves por la mañana ambos partidos tenían ya un acuerdo cerrado, mientras la cúpula de Junts volaba improvisadamente a Bruselas. Tan improvisadamente, que no todos pudieron aterrizar en la capital comunitaria y se vieron obligados a buscarse aeropuertos alternativos.

A las 12.00, Cerdán compareció ante los medios en la primera planta del hotel y defendió el acuerdo, minutos después de que algunos trabajadores de los socialistas expulsaran a algunas personas sin acreditación de la sala de prensa, algunos de ellos profiriendo gritos ya fuera de la estancia. Dos horas después, Puigdemont entraba en el International Press Centre, el mismo lugar en el que había aparecido en 2017. Las imágenes eran diferentes. Hace seis años, la calle estaba abarrotada, llena de manifestantes con banderas independentistas catalanas a un lado de la puerta, y al otro lleno de ciudadanos con banderas de España. En el interior, medios de comunicación de todo el mundo a través de los que Puigdemont se tuvo que ir abriendo paso. Esta vez la expectación era mucho menor y en la calle no había nadie para recibir o para silbar al expresident de la Generalitat.

En el mismo hotel que utiliza Pedro Sánchez cuando viaja a Bruselas para acudir a los Consejos Europeos como presidente del Gobierno, se ha firmado el acuerdo clave para que siga pudiendo venir a las cumbres europeas. Un documento de cuatro páginas rubricado por Jordi Turull, secretario general de Junts per Catalunya, y Santos Cerdán, número tres del PSOE. Con la firma, celebrada este jueves 9 de noviembre, del llamado por algunos Pacto de Bruselas —que incluye la amnistía y una serie de compromisos políticos para seguir negociando asuntos como el referéndum de autodeterminación o acuerdos fiscales—, se despejaba el camino para la investidura del líder socialista.

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