Luis Rubiales, el subastador del fútbol español que prefería dar miedo que asco
La suspensión del presidente de la RFEF acerca el final de un mandato marcado por la venta de la Supercopa a la dictadura saudí, sospechas de corrupción y la discriminación al fútbol femenino
Pasarán los años y Luis Rubiales regresará de nuevo a los últimos instantes de aquella final en Australia, quizá para preguntarse todavía qué hizo mal. Todo estaba dispuesto para su resarcimiento definitivo, aupado sobre la gesta de las futbolistas de la Selección femenina. "Hemos aguantado mucho", decía él, exultante los días previos para fagocitar el éxito y cobrarse la factura. Se lo dedicaba a "todas las personas con resentimiento" y ahí entraba desde quien denunciara su lucrativo expolio del fútbol español en Arabia Saudí hasta las 15 jugadoras que pusieron pie en pared aun a costa de sus carreras.
Todo ese escrutinio a su gestión quedaría sepultado, por fin, bajo el relato de "caprichosas y niñatas" y el incontestable argumento de una estrella pionera sobre el pecho. Hasta que algo falló. Como si Cata Coll no hubiese blocado ese último balón inglés, Rubiales lo detonó todo y no fue un saco de cocaína escondido en el maletero. Fue él, simplemente él. De la indulgencia plenaria pasó a rebasar un vaso plagado de excesos y escándalos. Deja un final sin gloria peor que el de su predecesor, Ángel María Villar. Le espera una causa judicial por administración desleal y corrupción en los negocios surgida de las exclusivas de este periódico, que quiso amordazar sin lograrlo. También dos expedientes de suspensión, uno de la FIFA y otro demasiado tardío del Gobierno.
Más dinero para su bolsillo si el Madrid y el Barcelona se clasificaban para la Supercopa de Arabia siendo el jefe de los árbitros. Espionajes al líder del sindicato de jugadores y otras maniobras para derrocarle. Viviendas de lujo a costa de los presupuestos de la Federación. Grabaciones a altos cargos del Gobierno. Un viaje con gastos pagados en Nueva York con una pintora mexicana, nepotismo, faltas de respeto a clubes históricos. Y el blanqueamiento de una satrapía que discrimina a las mujeres y persigue al movimiento LGTBIQ+. Estas son solo algunas de las exclusivas de El Confidencial que terminaron en la Fiscalía Anticorrupción y el Juzgado Número 4 de Majadahonda. El caso se prorrogó en junio por seis meses más a la espera de nueva documentación.
Contra todo pronóstico, de todo eso volvió Pundonor Rubiales, de nuevo homologado, a los palcos de autoridades y las recepciones oficiales, las sonrisas, y las palmaditas en la espalda. Le sostenían silencios cómplices y la protección del Gobierno socialista, que guardó en un cajón las denuncias en su contra. Hasta que el personaje les explotó por su flanco más sensible: el machismo y la presunta agresión sexual. Rubiales aguantó sobre el dogma de la rentabilidad económica y unos ingresos multiplicados que lo justificaban todo. Le salvó mucho tiempo la promesa de sus relaciones internacionales como baza para organizar el mundial de 2030 junto a Portugal y Marruecos, proyecto clave para el Estado y la Moncloa.
También le sirvió el temor de la clase política a hurgar en el complejo mapa de alianzas y enemistades que componen el fútbol español. Mover una pieza significa una alteración del statu quo de consecuencias imprevisibles. Ahora los bandos celebrarán su caída o harán balance de daños antes de lanzarse otra vez a la conquista de nuevos espacios y equilibrios de poder.
Pero a Rubiales, sobre todo, le mantuvieron las federaciones territoriales en asambleas a la búlgara, con invitados de renombre como el presidente del Comité Olímpico Español (COE), Alejandro Blanco. Rubiales le llamaba la Jurado porque decía de él que era el más grande. Blanco correspondía en público a la lealtad con apelativos como "hermano" y elogios a su "liderazgo en Europa". Estos días guarda silencio. Sirva la gélida despedida que le dedicó Pedro Sánchez para atisbar que nadie se prestará ya a posar a su lado gracias al clamor social de un país distinto.
Con el líder socialista compartió manual de resistencia y mensajes de WhatsApp: "Presidente, ¿tú crees que me merezco esto?". En este país no hay sitio para una reedición de los carismas que antaño emponzoñaron el fútbol español con gritos y exabruptos. Ahí, al lado de aquella "liga de hombres extraordinarios" quedará archivado Rubiales junto a su último discurso.
"En este país no hay sitio para una reedición de los carismas que antaño emponzoñaron el fútbol español con gritos y exabruptos"
El traje y la corbata le abrieron las puertas de los despachos y los vestuarios que se le negaban cuando solo era un corredor de banda en busca de ascensos, el cromo que no te hacía demasiada ilusión cuando abrías el sobre. Su nueva vida le dio acceso a un sueldo anual de 900.000 euros y una ayuda a la vivienda de 3.000 euros mensuales para sufragar la hipoteca de su exclusiva residencia en el centro de Madrid. Con su marcha se terminan las amenazas, las querellas, los insultos, los "tontos del culo", los "pringaos" y los "gilipollas". En su inabarcable lista de disputas, Rubiales demandó hasta a la Wikipedia para mejorar su imagen.
Algunos de los que le trataron recuerdan a menudo una frase a la que el suspendido recurría para justificar sus desafíos y revanchas: "Mejor dar miedo que asco". Su salida, solo y acorralado por la política, los despachos, los tribunales y las gradas, supone una enmienda a la totalidad de sí mismo y un recordatorio de las muchas cosas que quedan por cambiar.
Pasarán los años y Luis Rubiales regresará de nuevo a los últimos instantes de aquella final en Australia, quizá para preguntarse todavía qué hizo mal. Todo estaba dispuesto para su resarcimiento definitivo, aupado sobre la gesta de las futbolistas de la Selección femenina. "Hemos aguantado mucho", decía él, exultante los días previos para fagocitar el éxito y cobrarse la factura. Se lo dedicaba a "todas las personas con resentimiento" y ahí entraba desde quien denunciara su lucrativo expolio del fútbol español en Arabia Saudí hasta las 15 jugadoras que pusieron pie en pared aun a costa de sus carreras.
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