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La salud mental sigue en cuarentena: "Tuve un ataque de pánico al volver del súper"
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EL 46% DE ESPAÑOLES, EN RIESGO

La salud mental sigue en cuarentena: "Tuve un ataque de pánico al volver del súper"

El confinamiento se ha cebado con las personas con problemas de salud mental y amenaza con pasar factura psicológica a los que hasta ahora no tenían ninguna patología

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Cuando Ángela ingresó en una clínica psiquiátrica de Madrid, a principios de marzo, ya se hablaba del virus que venía de China y acababa de aterrizar en Canarias, extendiéndose cada vez más por la Península. A partir de ese momento, su único contacto con el mundo exterior fueron los sanitarios que la trataban y que evitaban, con medicación y vigilancia, que su estado fuese a peor.

“Al principio todo era normal, pero luego los enfermeros empezaron a llevar mascarilla y a faltar personal. Nadie nos explicó nada en varios días, aunque cuando más nos preocupamos fue cuando empezamos a ver a gente con EPI llevándose a ingresados”, cuenta ahora desde su casa. Ángela tiene trastorno límite de personalidad, pero compartía centro con todo tipo de patologías psiquiátricas. "Muchos de nosotros, por tener trastornos de ansiedad, empezamos con paranoias, imaginándonos lo peor".

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A las dos semanas, pidió un permiso de salida, justo cuando se decretó el estado de alarma y el confinamiento fue real para toda España. Entendió entonces que la normalidad ya no estaba fuera de las paredes de la clínica López Ibor de Madrid donde estaba ingresada. “Fui a mi casa y luego a hacer la compra, todavía no sabía cómo era el mundo exterior. En el supermercado, vi que no quedaba ningún producto, que la gente estaba muy paranoica con las distancias… Volví a casa con un ataque de pánico como hacía años que no tenía”.

Las personas con patologías mentales han debido adaptarse a una nueva realidad dentro de su propio proceso de adaptación al entorno. “Durante la cuarentena, hemos visto que han subido los intentos de suicidio, de un 2% de casos han pasado a un 8%. También han aumentado las lesiones: gente que había avanzado mucho pero por la sensación de ahogo o necesidad de una salida han vuelto a esos comportamientos”, cuenta Ana Cabadas, psicóloga de la fundación de personas con trastorno límite de personalidad AMAI.

El 46% de la población española tiene riesgo de desarrollar un problema psicológico a consecuencia de la pandemia

La factura de los efectos psicológicos de la pandemia empieza a verse ahora. Es lo que la propia Sociedad Española de Psiquiatría ha denominado como "la cuarta ola" de atención sanitaria: todas aquellas patologías previas que se han agravado por la falta de atención durante la crisis sanitaria, a las que se sumarán los nuevos diagnósticos derivados del estrés, la tristeza y la ansiedad que ha dejado el coronavirus a su paso.

Según un estudio de la Universitat Oberta de Catalunya, el 46% de la población española tiene riesgo de desarrollar un problema psicológico a consecuencia de la pandemia. "Durante la pandemia, siempre se han puesto la salud y la economía como consecuencias contrapuestas, pero el estudio demuestra que están muy relacionadas, y que los efectos que ha dejado el coronavirus se van a notar en la salud mental. El coste del confinamiento no es gratis", explica Francisco Lupiáñez, coautor del estudio.

Foto: Una trabajadora sanitaria del hospital La Paz aplaude a las puertas del centro (REUTERS)

Tener ahorros o no, estar a cargo de personas dependientes, el número de metros en los que se ha pasado la cuarentena o haber perdido el trabajo son algunos de los factores que ha tenido en cuenta el estudio, para el que han entrevistado a 10.551 persona en España, Reino Unido e Italia durante tres semanas. "El estado de 'shock' en el que hemos estado ha afectado a nuestra capacidad cognitiva, por lo que las consecuencias pueden durar en el tiempo. De hecho, el 67% de españoles cree que la situación será peor todavía en 2021".

Falta de asistencia psicológica

Después de su salida de fin de semana, Ángela tuvo que elegir dónde pasar el resto de la pandemia. Le recomendaron quedarse en su casa, pero decidió volver a la clínica. “Yo estaba en un mundo idílico, encerrada con mis terapias, el gimnasio y el jardín. Volví porque estaba en un estado depresivo muy fuerte, hasta el punto de que mi psiquiatra me encerró en la habitación una semana entera”. Sin embargo, ese mundo construido para estabilizar a personas como ella también iba cambiando al ritmo de la pandemia. “Nos quitaron las terapias grupales, que a mí me ayudan mucho, cerraron el gimnasio, pusieron franjas para salir al jardín, nos obligaron a comer en las habitaciones… Al final, me dieron el alta porque iba a estar mejor en casa. Pero pasé de estar vigilada 24 horas por si me quitaba la vida a, unos días después, estar en mi casa sola y sin ninguna clase de seguimiento”. En total, Ángela pasó 20 días ingresada, pero el abismo vino después, cuando se encontró encerrada entre cuatro paredes que tanto la separaban del mundo como igualaban su vida a la del resto.

Nos quitaron las terapias grupales, cerraron el gimnasio, pusieron franjas para salir al jardín, nos obligaron a comer en las habitaciones…

A través de la atención voluntaria, que han intensificado durante el confinamiento, los psicólogos han visto cambiar el estado mental de los casos que tratan con las distintas fases de la cuarentena. “Al principio, estaban más conectados al miedo, se generó incluso un sentimiento de pertenencia entre los pacientes, porque por primera vez esos miedos que ellos suelen tener los teníamos todos”, explica Cabadas. “También fue positivo para los casos con adicciones a drogas o alcohol, porque se vieron de repente sin posibilidad de acceder a ellos”, añade la psicóloga.

Según Cabadas, también ha habido casos que normalizaron la situación desde el principio por no resultarles ajena a su enfermedad, como le ocurrió a Galicia Méndez, también con trastorno límite de personalidad, que pasó la cuarentena en su casa de Murcia junto a su familia. “Realmente, yo no noté diferencia, porque llevaba en confinamiento ocho meses, desde mi último brote. Mi vida ya era sacar al perro y poco más. Además, una de las cosas que define mi diagnóstico es la hipervigilancia y limpieza, así que yo ya tenía de todo cuando empezó el confinamiento. Hasta mascarillas FFP2”.

Muchas personas con trastornos desarrollaron a principios de la pandemia un "sentimiento de pertenencia"

Con el tiempo, los psicólogos vieron cómo empezaron a aflorar otro tipo de pensamientos y crisis, derivados sobre todo de la convivencia. “Inicialmente, ponían de su parte por llevarse bien, pero con el tiempo, como nos pasó a todos, aparecieron los roces. Lo que pasa es que en su caso son más disfuncionales y empezaron a surgir ya algunas crisis y ataques de pánico”, continúa Cabadas.

Para evitar estas situaciones, los psicólogos han dado una serie de pautas a través de las videollamadas que habilitaron para seguir los casos. Los más graves los han mantenido de forma presencial. “Con el paciente, nos centramos sobre todo en tratar de evitar el punto más alto de la discusión, en salir de ella antes de eso. Y con la familia, que no estuviesen todo el rato encima; muchos ya tenían sus rutinas porque vivían solos y volvieron al hogar familiar con el confinamiento”.

Foto: Foto: EFE.

Ángela, aunque vivía sola, se ayudaba de la escritura y la presencia de su gato para convivir consigo misma. “Pero otras herramientas que suelen servirme en la cuarentena se volvieron obsesivas, como la limpieza u ordenar todo por colores”. Cuando todo fallaba, solo le quedaban las duchas de agua fría para calmarse.

Además, la falta de asistencia sanitaria se ha extendido desde el inicio de la pandemia hasta la actualidad. “Yo tenía una cita justo antes del estado de alarma y todavía no me han vuelto a llamar. Debo ir una vez al mes, y ya llevo tres y sin pinta de que vaya a ser pronto…”, cuenta Galicia. A Ángela le cobraban 150 euros la sesión en la clínica donde había estado ingresada para hacerle seguimiento porque, mientras estábamos confinados, se le pasó el plazo para la consulta gratuita.

Desde la clínica López Ibor, perteneciente al grupo Orpea, explican que las medidas que se tomaron en su clínica fueron las recomendadas para prevenir el contagio y que las citas entre paciente y médico se solicitan de manera bidireccional.

Tenía una cita justo antes del estado de alarma y todavía no me han vuelto a llamar

Según la fundación, la red asistencial a los pacientes de salud mental “saltó por los aires” antes del confinamiento y no se ha restaurado todavía. “Desde el comienzo del estado de alarma, se suspendió la atención presencial de programas de tratamientos ambulatorios, de recursos intermedios (hospitales de día, por ejemplo). También en las principales clínicas los tratamientos terapéuticos quedaron anulados. Los recursos de rehabilitación, como tratamientos de psicoterapia y a escala de grupos, no se podían llevar a cabo como antes del confinamiento, en modo presencial”, explican en un informe sobre la atención a esta población durante la pandemia.

Sin apenas medios, las personas con trastorno de personalidad se enfrentan ahora a la desescalada, otra prueba que deben superar para recuperar su particular normalidad. “Estaba deseando salir, porque me sirve de mucho ir al parque del Retiro y estar en contacto con la naturaleza. No poder hacerlo me estaba matando, me agobiaba no poder pasear ni 10 minutos”, cuenta Ángela. “Pero ahora que puedo salir, me siento muy sola: veo a la gente en las terrazas, deseando verse, y se hace difícil si no tienes con quién”.

Muchas veces pienso que ojalá la gente pudiese vivir un día en nuestro cuerpo, y eso ha pasado ahora

“Ahora mismo, el miedo más latente de los pacientes es volver a socializar”, dice la psicóloga. “Hay que volver a reforzar la comunicación y ciertas habilidades, porque están volviendo a surgir miedos y suspicacias que habían superado. Los ‘se han reído de mí’ o ‘me miran mal’ ahora aparecen más porque no han estado expuestos a eso durante un tiempo”.

Para Galicia, este tiempo no solo ha acercado a las personas con trastorno a una realidad común; también la sociedad ha vivido, al menos en parte, lo que ellos sufren siempre. "Cuando leía sobre lo del ‘síndrome de la cabaña’, me hacía gracia, porque es lo que tenemos nosotros siempre: percibes el entorno como hostil y te quedas donde estás seguro", reflexiona Galicia. "La sociedad antes nos decía que no salíamos porque no queríamos, pero ahora el entorno también les ha condicionado a ellos. Muchas veces, pienso que ojalá la gente pudiese vivir un día en nuestro cuerpo, y eso ha ocurrido ahora. Lo que no sé es si la gente se acordará de ello mucho tiempo".

Cuando Ángela ingresó en una clínica psiquiátrica de Madrid, a principios de marzo, ya se hablaba del virus que venía de China y acababa de aterrizar en Canarias, extendiéndose cada vez más por la Península. A partir de ese momento, su único contacto con el mundo exterior fueron los sanitarios que la trataban y que evitaban, con medicación y vigilancia, que su estado fuese a peor.

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